Reportaje a Joshin Bachoux Sensei,
por Bernard Rérolle, de la revista de espiritualidad belga: "Vías de Oriente"
Otoño de 1988, Japón

B.R. - Para encontrarla tuve que llegar hasta el monasterio, ZUIGAKUIN, completamente perdido en la montaña...A qué distancia estamos de Tokyo?

J.B. - A 100 kilómetros, exactamente 88

B.R. - Dos horas por tren. Es cierto que el tren no es veloz.

J.B. - Es cierto. Sólo los ómnibus se detienen en esta pequeña estación, allá abajo, en el valle. Después de lo cual queda todavía una buena hora de caminata! El fundador del monasterio tuvo en consideración lograr una vida en la mayor soledad real que sea posible: no hay carretera, no hay electricidad, no hay teléfono...El camino que usted trepó para llegar hasta aquí, sube sin interrupción a través del bosque: es bastante simbólico, verdad? Sobre todo porque el bosque es relativamente denso y oscuro. Es una especie de pino japonés destinado a la construcción.

B.R. - Y no vamos a decir que el monasterio haya sido construido en un claro, porque los árboles se arriman casi hasta un metro o dos de los muros de las habitaciones. Es impresionante!

J.B. - Sí, se trató de cortar la menor cantidad posible.

B.R. - Por razones económicas?

J.B. - Digamos que es, sobre todo para respetar el entorno, para mejor integrar las edificios al bosque, para integrarnos a la naturaleza tal cual está acá.

B.R. - La naturaleza y la vida monástica, hacen una buena pareja?

J.B. - Lo que es más importante para nosotros, budistas, es ser "uno" con la naturaleza y respetar todo lo que vive. Primero, nosotros formamos parte del bosque, y al mismo tiempo, la gente que viene aquí aspira a vivir un período como ermitaño. No se trata, para ellos, de pasar algunos días al sol y al aire, ni tumbado en un perezoso.

B.R. - Y Usted misma? Llegó hasta aquí para vivir como ermitaño? Es bastante asombroso encontrarla acá, única mujer, única europea, en un monasterio de hombres y de Zen, en el Japón. Podría decirnos quién es usted?

J.B. - Bueno, soy francesa, nacida en Paris, habiendo siempre vivido en ciudades grandes, y nunca en un bosque. Ahora hace cuatro años que llegué al Japón. Mi nombre es Luce Bachoux. Pero aquí recibí mi nombre de monja: Jòshin. Es el más utilizado y por el cual me gusta que me llamen.

B.R. Y Jòshin significa...?

J.B. - Significa "fe pura". Es el nombre que me dio mi maestro cuando me otorgó la ordenación de monja.

B.R. - Cuándo fue ordenada? O mejor, para contar los acontecimientos en orden, cuándo llegó a este monasterio?

J.B. - Hace tres años que estoy en Zuigakuin...Pero llegué después de un largo periplo! Si dejé Europa para venir al Japón, fue sólo para convertirme en monja zen en un monasterio. Era verdaderamente mi objetivo porque ya había practicado el zen en Francia durante dos años. Pero cuando desembarqué en Tokyo me esperaba la decepción. No fue fácil encontrar un monasterio donde la práctica diaria y la práctica de la meditación sean intensas. Durante seis meses busqué, escuché, visité...y luego, un día, alguien me indicó este templo y vine a verlo. Quedé muy impresionada por el lugar, los edificios, el bosque, pero también por el horario y la práctica, la alternancia de la actividad manual y de la meditación, en breve, por un ambiente que me parecía respetar la esencia misma del Budismo.

B.R. - Quién es el fundador de ZUIGAKUIN?

J.B. - Es el Maestro MORIYAMA, un monje de unos cincuenta años. Vive siempre aquí. Es mi maestro, es quien me ha conferido la ordenación de monja.

B.R. - Antes de ir más lejos, volvamos un instante sobre la dificultad de encontrar en Tokyo, o en las grandes ciudades del Japón, una vida monástica ferviente, una práctica de meditación intensa. Cómo explica usted esto?

J.B. - A medida que los siglos van pasando, los templos zen se fueron transformando en asuntos familiares, con todos los problemas de sucesión y de dinero que eso implica. Las ceremonias de funerales ocupan todo el espacio, hay que consagrarles muchos tiempo y preparativos...y cada vez hay menos templos donde pueda perpetuarse la práctica original.

B.R. - Qué entiende usted por "práctica original"?

J.B. - La práctica del monje budista se funda, primero, en la meditación, la práctica que se llama "za-zen", es decir, la meditación sentado. Por donde usted vaya en el Japón, y aún en el resto del mundo, usted encontrará esta práctica en el centro de todas las escuelas budistas. Y desde el origen, como desprendiéndose naturalmente de esta práctica, se introdujo la práctica del trabajo manual, es decir la práctica de la atención que cada uno pone en su trabajo, de la importancia de la realización propia en el trabajo, en el gesto atento y habitado...Esta práctica del trabajo entró, a su vez, en la esencia misma del zen. Esta esencia consiste pues en alternar, con una búsqueda de la armonía y del equilibrio, los momentos de sentadas y los momentos de práctica en lo concreto. Los momentos de sentada, son momentos de apertura, de apertura al mundo enteramente, más allá de nuestro "yo", más allá de nuestro ego. Son momentos de retorno a la identidad fundamental entre yo y los otros, entre yo y el exterior, etc...Consisten en "soltar cuerpo y mente", en "dejar caer" para utilizar los términos del Maestro DOGEN. Y los momentos de trabajo en lo concreto consisten, por ejemplo en mantener el templo, el jardín, los edificios, trabajar con la leña, hacer la cocina, lavar los platos. Pero, en el fondo, no existe diferencia entre za-zen y actividad porque en los dos casos se trata de abandonar el ego, de abrirse a lo que es.

B.R. - Así que el trabajo manual también se realiza en silencio?

J.B. - Por supuesto! Pero lo que importa precisar, es que todo esto es vivido en el mismo plano. No hay que imaginarse que hay momentos privilegiados que serían los momentos de meditación y momentos "pedestres" para las ocupaciones concretas, la vajilla, la cocina...En nuestra vida nada queda en el exterior del camino de la realización de nosotros mismos. Es en cada momento que importa estar atento a la escucha de nosotros mismos, y al mismo tiempo, a la escucha del mundo exterior.

B.R. - Sí, observé que los gestos de las comidas están sensiblemente ritualizados.

J.B. - Por supuesto, comemos en silencio: en sí misma, la comida no es una actividad diferente de las otras y de la meditación. En otros términos, la forma inmóvil de la meditación es za-zen; y la forma activa de la mediatción es comer, cocinar, barrer, partir la leña...a condición de mantener nuestra concentración durante todas las acciones, de habitar los gestos que hacemos por una cierta forma precisa de atención.

B.R. - Usted es una mujer pero está integrada a la comunidad, a tal punto que nada la distingue de los hombres que la componen, vestimenta, cabeza rapada, trabajo...No es un poco extraño que usted sea la única mujer en un monasterio frecuentado exclusivamente por hombres?

J.B. - Digamos que, efectivamente, desde la fundación y para las estadías a largo plazo, son sobre todo hombres los que han vivido aquí. Creo ser la primera mujer que pasa una temporada de varios años. Pero recibimos muchos practicantes por cortos períodos, y entre ellos, hay casi tantas mujeres como hombres. Este monasterio es mixto porque tanto a nivel de la práctica

como de la realización no hay, en el Budismo, ninguna diferencia entre hombres y mujeres.

B.R. - El hecho que sea un monasterio de hombres, conducido por un Roshi "masculino" tuvo algún peso en su determinación de venir a vivir aquí?

J.B. - No, no. Me parece que lo que contó, en primer lugar, es la personalidad del Roshi. Por cierto que, de algún modo lamento que no haya más mujeres viviendo aquí. A veces es difícil ser la única mujer en un mundo de hombres, día tras día.

B.R. - Hizo usted la experiencia de un monasterio de mujeres, de monjas budistas?

J.B. - Sí, pero de hecho fue una experiencia breve: sólo pasé una semana en ese monasterio de mujeres. Tal vez hubiera habido otras experiencias para intentar. Pero en el monasterio donde estuve me pareció que preparaban las jóvenes para...cómo podría decirlo?...una "carrera". Podría compararse a lo que imagino de un convento europeo del S XIX. Se aprenden las bellas artes, lo que es necesario en la buena sociedad japonesa: la caligrafía, el arte de las flores, la ceremonia del té y todas las cosas de ese estilo. En cuanto a mí, no era para nada lo que vine a buscar en un monasterio...

B.R. - Por qué aprenden eso? Es que lo utilizan?

J.B. - Sí, por supuesto. Así como también todos los sacerdotes hombres. Ellas deben ser capaces de realizar bellas caligrafías, bellos arreglos florales. Deberán poder oficiar hermosas ceremonias de funerales. Pues a ese nivel no hay diferencias, las mujeres pueden oficiar a la par de los hombres, si recibieron la ordenación. Pero todas esas actividades no son lo que llamaría la "práctica original" de un monasterio, es decir centrarse en la meditación, la realización interior, evitando dar demasiada importancia a las actividades mundanas. Sólo mantener los contactos indispensables y no quedarse en ellos.

B.R. - Volvamos a usted. El Roshi le pidió a usted de "disfrazar" su condición de mujer, vestimenta, trabajo, etc...o hace alguna diferencia?

J.B. - No, nunca tuve la sensación de que eso fuera un problema. Cada uno es sí mismo. De todos modos, creo que es muy difícil, para una mujer, entrar en un monasterio en el Japón. Y aún cuando se trate de un monasterio específicamente femenino. Estoy muy reconocida de haber tenido tanta suerte al encontrar a MORIYAMA Roshi que le da importancia, justamente, a borrar las diferencias entre hombres y mujeres. Todos cumplimos las mismas labores, sea cual sea, cada uno debe poner atención a lo que puede hacer o no. Cada uno debe dimensionar sus posibilidades de cargar con pesos, por ejemplo. No porque sea un hombre o una mujer. No hay ninguna razón para exigir que todo el mundo haga exactamente la misma cosa, cada uno tiene su propia personalidad. Es, respetando la personalidad de cada uno, que el Roshi no hace diferencias, y por ello le estoy muy, muy agradecida. Y es muy escaso, sabe.

Otra de las dificultades para mí de vivir aquí: en este momento soy la primera discípula, y no es sencillo ser reconocida como tal por los otros monjes. Es una situación excepcional que yo, mujer, reciba la trasmisión del Roshi. Lo que significa que, a mi vez, voy a poder enseñar lo que el Roshi me enseñó. En el Japón es un caso extremadamente escaso, creo.

Otra cosa, todavía, y que es más fuerte que la diferencia hombre-mujer: es la distinción japonés- extranjero. Esta distinción es también muy difícil de superar.

B.R. - Durante la ceremonia, hace un rato, usted dirigió el canto de los Sutras, tocó las campanas, etc...Así que deben aceptar que usted dirija así? También lo hacen cuando asiste un público numeroso?

J.B. - Sí, es precisamente a eso a lo que aludía anteriormente. Repito que no es en términos hombre-mujer que se plantea el problema sino sobre todo en términos de japonés-extranjero. Para los japoneses, y sobre todo para la gente modesta, acá, en el campo, es absolutamente sorprendente ver a una extranjera oficiar. Para ellos, son gestos que no son más que verdaderamente naturales sólo en los japoneses de pura cepa. Cómo es posible que un extranjero pueda hacerlo? Sí, esto le trajo problemas a algunas personas que venían aquí. Pero el Roshi considera que es el problema de ellos y que, realmente, si no pueden superarlo, más vale que vayan a practicar a otro templo que conserve las tradiciones más exclusivamente japonesas.

Pero debo agregar que, en sentido inverso, numerosas personas han demostrado, además, una gran generosidad conmigo. Así es que cuando MORIYAMA Roshi comenzó recientemente una campaña para recaudar fondos destinados a mi instalación en Francia, fui muy conmovida por las numerosas donaciones que nos llegan.

B.R. - Entre las personas que suben con regularidad, usted dice que hay mujeres japonesas: ha hablado usted con ellas?

J.B. - Claro, por supuesto. Hay que decir que si hay un poco menos de mujeres que de hombres que llegan hasta aquí, es sobre todo por problemas de la sociedad. Hay que ocuparse de la casa y de los niños, y son las mujeres las que aseguran todas esas necesidades familiares. De hecho, ellas disponen de menos tiempo libre y, en particular, es difícil desprenderse de esas responsabilidades por un fin de semana o por algunos días. Muchas me han dicho: "Ah! me gustaría mucho poder venir con más regularidad...Pero como usted ya sabe, la sociedad japonesa es todavía muy tradicionalista y debo quedar en casa para ocuparme de mi marido, mis hijos, mis padres..."

No diría que intercambiamos confidencias pero, entre mujeres, es una conversación espontánea, simple, cordial. Los hombres japoneses, es otra cosa. Para empezar, hablan muy poco, y menos de ellos mismos, y menos aún con una mujer, y todavía menos si la mujer es extranjera.

B.R. - Cómo es posible que los hombres no gusten de hablar?

J.B. - Es una cuestión social. Me animaría a decir que un hombre que habla mucho se va a enfrentar a un prejuicio desfavorable. Así es en toda la sociedad y no solamente entre los monjes.

B.R. - Es por eso que suben a estos lugares de silencio?

J.B. - Atención! Hay silencio y silencio! El silencio que acabo de mencionar es un hecho social, un pudor, una carga sociológica, qué sé yo. Mientras que el silencio monástico es algo totalmente diferente. Como lo dije antes, se trata, sobre todo, de un silencio de atención. Y esta atención está puesta en todo lo que hacemos, hay que evitar que una parte de nosotros mismos se disperse en la charlatanería, ya que nuestras palabras son, en el mayor de los caso, inútiles, razón por la cual, la tarea que estemos tratando de cumplir en ese tiempo contribuiría menos a nuestra realización.

B.R. - Sin embargo usted parecía dar a entender, hace un rato, que la vida en los monasterios se "ablandó" un poco...

J.B. - Sería muy poco delicado criticar indiscriminadamente a todos los monasterios....En todo caso, MORIYAMA Roshi, él, ha querido retornar al mensaje original del fundador de la rama a la cual pertenecemos, la rama SOTO. Este fundador se llamaba DOGEN, era monje zen en el SXIII. Ya en su época, él consideró necesario retornar a la fuente para tomar un nuevo empuje. Para ello viajó a la China donde pasó varios años estudiando Budismo Zen junto a los maestros chinos, y luego volvió al Japón con la intención de practicar el Zen con la fuerza original.

Para ello creó un pequeño monasterio muy pobre, muy aislado en el bosque sobre la costa del Japón, es decir en un sitio muy frío y hasta un poco desértico. Esta nueva fundación conoció el éxito con bastante rapidez y creció en número e importancia. Finalmente DOGEN fue y sigue siendo reconocido como un Maestro, como el fundador de una de las principales ramas zen del Japón...Pero, al correr de los siglos, el fervor primero se va perdiendo. ¿No sucede así siempre cuando un mensaje pasa de una persona a otra?

Es por ello que MORIYAMA Roshi, el Maestro de este monasterio acá, experimentó el deseo de ir a la fuente a su vez. Retomó los escritos del Maestro DOGEN, donde hay mucho para aprender, para redescubrir lo que DOGEN decía de los imperativos de base de la vida monástica, lo que aconsejaba como horarios o como actividad, etc...Y luego se sintió en el deber de ponerlos en práctica al pie de la letra.

B.R. - Una "Reforma", de cierto modo, para encontrar un paralelo en nuestra historia europea y cristiana....

J.B. - Si usted quiere...Pero hay que comprender claramente que MORIYAMA Roshi no llevó nunca su acción contra los otros monasterios como queriéndoles decir:" miren lo que somos capaces de hacer!" No. Sólo se trata de su camino personal, propio de él, MORIYAMA. A ello deseaba consagrarse desde el momento en que se hizo monje. Pero no estimó estar pronto hasta unos veinte años después, llevando una práctica firme en la "casa-madre".

B.R. - Es pues ese camino original de MORIYAMA Roshi lo que atrae a la gente acá?

J.B. - Efectivamente. Y recibimos muchos invitados porque nuestro templo se propone a sí mismo, resueltamente volcado hacia el exterior. Consideramos que es nuestra misión acoger a los laicos sean japoneses o extranjeros, hombres o mujeres. Este gente viene aquí a vivir períodos de retiro cuya duración la determinan ellos mismos. En cualquier momento del año, pueden entrar de lleno en la vida monástica y compartir con nosotros todas nuestras actividades. No hay diferencias ni en los horarios ni en las actividades practicadas por los monjes y los laicos, no hay dominios privados. De la mañana a la noche vivimos todos en completa comunidad. Los mismos signos sonoros, campana, madera, etc... regulan la vida de todos...Y creo que es el punto capital de nuestro monasterio: sea por algunos meses, sea por una semana o simplemente algún día que otro, cada uno tiene la posibilidad de venir a sumergirse en la vida monástica.

B.R. - Esta regla se mantiene fiel a sí misma todos los días del año? O hay algún período excepcional, días de fiesta o vacaciones?

J.B. - No, no. Nuestra regla de oro es :"NADA ESPECIAL"!

Nuestro horario está vigente invariablemente todos los días, todo el año. Comenzamos a las cuatro de la mañana y nos acostamos a las nueve de la noche, todos los días, seamos dos, quince o veinticinco, sea en invierno (cuando estamos generalmente solos) o en verano (cuando recibimos mucha gente).

Esta rigurosa regularidad es importante, por un lado para nosotros, los monjes que vivimos aquí, porque como ya lo decía, nos provee la base de nuestra práctica original gracias a nuestras meditaciones regulares, a nuestro trabajo regular, etc ...Y, por otra parte, es importante para las personas que suben porque les permite entrar en cualquier momento, irse en cualquier momento y volver cuando quieran. Están absolutamente seguros de encontrar, cada vez, cada actividad en su mismo ritmo, en su mismo movimiento, en su ambiente... Esta continuidad les ayuda a encontrarse a sí mismos y saben que siempre pueden contar con el monasterio.

B.R. - "Nada especial"? Esta regla me sorprende, yo que pertenezco a una tradición que le de tanta importancia a las festividades! Pero adivino que puede ser un instrumento de autenticidad para la vida espiritual, en el sentido que favorece un andar por lo concreto de la vida de todos los días. Permite escapar a la impresión que una decisión espiritual es una vida extraña que se va a llevar en lugares y tiempos fuera de lo común...

J.B. - Sí: una vida cotidiana muy simple, que no contiene ni grandes ceremonias, ni días festivos. Las actividades simples de los trabajos y los días: ocuparse del trabajo manual, de los invitados, practicar zazen, cantar los sutras...Pero, sabe una cosa? es muy fácil y a veces es muy difícil. Ello depende de la gente que viene a hacerlo. Vienen acá para vivir experiencias extraordinarias? Por cierto que no. Si, por ejemplo, le preguntan qué es lo que usted hizo aquí durante estos días, que les respondería? Y bueno, usted se ha levantado antes del amanecer, ha meditado, se lavó, comió y trabajó, barrió, cortó leña...participó en la cocina, qué sé yo?...En todo caso, usted no ha hecho nada extraordinario, nada con lo cual hacer una bandera y agitarla para ser notado, nada de lo que pueda decir: "Miren las cosas extraordinarias que acabo de hacer!". Algunos podrán decepcionarse, pero será a ellos el preguntarse por qué?

En efecto, "nada especial", ninguna experiencia fuera de lo común, esto forma parte de la base de la tradición zen.

Usted habla de "vida espiritual". Es un término que nunca empleamos, hablamos simplemente de vida cotidiana, y la vida cotidiana se repite como un círculo sin comienzo ni fin.

B.R. - El símbolo del círculo? Ese que se ve tan a menudo caligrafiado sobre los muros?

J.B. - Sí, lo utilizamos enormemente. Representa nuestro desvelo por no recortar la vida en "comienzo-medio-final" sino, al contrario, subrayar su continuidad. Es lo mismo que cuando se entra en un movimiento o en una música. Si usted entra completamente es sin comienzo ni final, desde el momento en que entró.

B.R. - Las personas que suben aquí son todos budistas fervientes? Hay también personas en la búsqueda? Cristianos? Agnósticos?

J.B. - No les preguntamos nada cuando llegan. Todo lo que les pedimos es de plegarse al horario de la casa, que no sigan durmiendo en la mañana, aún si tienen ganas, que participen en todas las meditaciones y, en la medida de lo posible, que nos ayuden en los trabajos de la casa. No buscamos, de ningún modo, que vivan alguna otra cosa en algún otro plano, es decir en el plano que se designa a veces como "vida espiritual".

Le subrayamos, a cada uno, la importancia de lo que está viviendo en ese momento, que esté "presente", aquí y ahora. Entonces: budistas? no budistas?...Los japoneses no parecen darle demasiada importancia a las etiquetas. En cuanto a los extranjeros que llegan aquí, no creo que muchos de ellos se llamen a sí mismos budistas, pero todos parecen contentos por haber venido, y hacer algunos días de retiro con nosotros.

B.R. - De dónde vienen esos extranjeros?

J.B. - De todas partes. Una mayoría de anglo-sajones porque son sobre todo ellos los que viajan y residen en el Japón, americanos, australianos, etc...Pero vienen también personas de todos los países de Asia o de Europa. A veces la mezcla es asombrosa. Este verano estuvieron juntos, un danés, un mejicano, dos ingleses, alguien de América del Sur y algunos japoneses.

B.R. - Cómo hacen para que toda esa gente los conozca?

J.B. - Existen guías turísticas y "zen-guides" en japonés y en americano, hay información en diferentes agencias de turismo, en el aeropuerto, etc...pero es sobre todo el "boca a boca" que funciona muy bien y que es el mejor de los medios.

B.R. _ Volvamos a "nada especial". No tienen miedo de que eso haga pensar que falta no sé qué dimensión de trascendencia?

J.B. - Antes de venir al Japón hice un retiro de ocho días, en Francia, en el convento de las Carmelitas, y observé, con sorpresa, que finalmente el horario que siguen es exactamente el mismo que el de un monasterio zen! La alternancia entre oración, trabajo, reuniones, comidas, etc... es exactamente la misma. De este modo, nosotros comenzamos la jornada con una meditación y ellas comienzan la jornada con un largo tiempo de oración en la capilla. Del mismo modo, luego ellas y nosotros ordenamos nuestros dormitorios antes del desayuno, luego comenzamos la limpieza, etc ...Es exactamente el mismo horario. Esto significa que nos encontramos aún cuando nuestro vocabulario sea tan diferente.

En el Zen, nosotros rechazamos la utilización de palabras que no sean concretas, rechazamos hablar de trascendencia o de vida espiritual porque ofrecen muchas oportunidades para no saber bien de qué se está hablando. Preferimos hablar simplemente de atención, concentración, vida cotidiana. pero de todos modos, ¿ es que no hay cantidad de puntos de coincidencia?

B.R. - Pero para ustedes, qué es lo que tiene una dimensión sagrada?

J.B. - Tomemos un ejemplo: no se habla nunca en la sala de meditación: se podría decir, "espacio sagrado". Pero si alguien tiene necesidad de hablar, lo hace con total simplicidad. Comprende lo que quiero decir? No se trata de sagrado en el sentido en que implica una prohibición. Se trata, en todo caso, de adaptarnos a las circunstancias: en la medida de lo posible, nadie habla, pero si es necesario, se dirá lo que haya que decir. En la medida de lo posible se entra muy lentamente en la sala de meditación ( lo que permite a cada uno comenzar su propia meditación! y dejar que su mente se tranquilice antes de sentarse en zazen!) pero puede haber algún caso en que alguien necesite caminar rápido, entonces, lo hace.

B.R. - Nuestra fe cristiana dice que es por el señor JESUS que la salvación llegará al mundo, para todos los hombres. Me parece que para ustedes, los budistas, hay un cierto modo de poner en perspectiva vuestras acciones con un más allá de este mundo. Por ejemplo, cuando están atentos mientras barren, mantienen la casa, arreglan las flores...están atentos a un mundo interior secreto, un mundo que no es visible aun cuando es la vocación profunda de todo hombre...

J.B. - No sé si me expresaría en los mismos términos...Evidentemente nuestra vida no es solamente una vida doméstica. Barrer, hacer la cocina con atención plena está en el espíritu de un monasterio zen, pero está lejos de una vida puramente doméstica. Es, antes que nada, cultivar el olvido de sí mismo y es una de las características principales de toda vida monástica, ciertamente. No es solamente para sí, que cada uno lo hace, tampoco lo es para la gente que recibimos, es...cómo expresarlo?... para VOLVERSE UNO con la cosa con la que se relaciona...

B.R. - Cómo nuestras palabras son frágiles para expresar este tipo de realidades!

J.B. - Sí, la expresióbn es difícil. A parte de las horas que podemos pasar en meditación ¿qué hace la diferencia entre la vida doméstica que llevamos acá y la vida doméstica de una mujer casada, en su hogar? Ella también no está pensando solamente en ella misma, ella se consagra a su familia, y puede así mismo estar volcada hacia una actitud de dar, aún más vasta...Nosotros nos apoyamos en la noción totalmente budista de "no-yo", de "no-personal", de desdibujamiento. Además, nuestro trabajo es ofrecido, no ofrecido a una persona o a algunas personas, o al pequeño grupo de personas que viven alrededor de nosotros: es ofrecido, nada más.

Esa es la salvación. En fin, lo que ustedes llamarían así, creo, la salvación, y que nosotros llamaríamos, en todo caso, REALIZACIÓN, o la PRACTICA en el sentido pleno de la palabra.

A partir del momento en que nuestra tarea se hace por ella misma, cuando sobrepasa nuestro interés personal, entonces sobrepasa el deseo de querer hacerlo para una persona o para un grupo de personas para darles placer. A partir del momento en que nuestra tarea está realizada por ella misma espontáneamente y completamente, entonces la Realización (la salvación) está ahí. No está más allá, ni al costado, ni por encima ni por debajo. La Realización, la salvación, es este momento preciso.

B.R. - Tal vez ustedes, budistas, puedan ayudar a muchos de nosotros, cristianos, para criticar los significados y fantasmas muy idealistas con que investimos la "salvación". No hay ningún interés de hacer de ellos una realidad trascendental y más aún cuando hay tanta necesidad que sea una realidad concreta de la vida de hoy.

J.B. - Esas son palabras que podrían repetir todos los monjes budistas, creo.

B.R. - Pronto vuelve a Francia: es el final de su experiencia?

J.B. - Eh! No considero que lo que estoy viviendo sea una experiencia! Es un compromiso para toda mi vida! De acuerdo con lo que mi Maestro me pide, voy a abrir, en Francia, un monasterio similar a este, un segundo ZUIGAKUIN, en algún lugar.

B.R. - Y ZUIGAKUIN...qué significa?

J.B. - Significa "La Gran Montaña de la Fortuna Espiritual"

B.R. - Es pues una Gran Montaña Espiritual que usted va a fundar en Francia...me alegro!

J.B. - Oh! Sólo una pequeña ermita para comenzar. Primero, un lugar donde yo pueda proseguir mi práctica. Desde hace muchos años, esa es mi vida cotidiana y me comprometí a seguirla. Eventualmente, si otras personas se unen a mí estoy dispuesta a compartirla. Espero establecer buenos contactos con las asociaciones zen que ya existen en Francia y también en Europa. Pero usted sabe que tanto el Zen como el Budismo son reacios a una excesiva centralización. Cada uno se esfuerza en seguir y poner en práctica las enseñanzas que recibió de su propio Maestro.

Mi proyecto y mi deseo: continuar con la misma vida, el mismo horario, la misma alternancia de meditación y trabajo. Pero también estaré atenta a dejarme guiar por lo que suceda naturalmente, por lo que sugiera el lugar, el clima, la gente que se acerque. Francia no es el Japón. No tengo más proyecto que trasmitir y vivir lo que recibí de mi Maestro.

B.R. - Sólo me queda agradecerle. Estoy muy conmovido por la atmósfera de paz y tranquilidad de su monasterio: reina una especie de luz, no sólo allá arriba, en la copa de los árboles, sino sobre los rostros de todos, aquí. Le deseo que una misma luz la envuelva en Francia.

J.B. - Me gusta mucho que las palabras que le llegan a la mente sean , paz y tranquilidad. Es justamente lo que buscamos: nada especial, para repetirlo aún, nada de exótico ni de extático, ningún momento especial que nos arrancaría de la existencia. Sino simplemente volver a sí mismo, a esa paz interior que siempre está presente, hasta que estemos tan bien anclados que ya no haya torbellinos ni para los que viven en la ermita, ni para los que viven en la gran ciudad.