El Toro de Lidia
El Toro bravo
Raza característica de los bóvidos que sólo existe en la
Península Ibérica, en el sur de Francia y en aquellos países
de Latinoamérica en los que los españoles lo exportaron
después del descubrimiento.
Sus orígenes se remontan hasta el plioceno inferior, cuando ya
existen ramas diferenciadas de bovis, capra, antílope y bos. Del
periodo paleolítico medio de la edad de piedra data el aurochs
del que procede todo el ganado vacuno actual, y
descienden el Bos primiginius y el Bos brachyceros, que en el
neolítico dieron lugar al uro primitivo, reproducido muchas
veces en las cuevas del Levante y norte de España y del sur de
Francia (Véase Arte paleolítico). Los primeros datos
históricos que lo mencionan aparecen recogidos en códigos
asirios, 1.000 años antes de Cristo, que aluden a las cacerías
de estos animales salvajes.
En España, el toro vivió en estado semisalvaje hasta el siglo
XVII. El toro actual, el de nuestros días, es el resultado del
trabajo de selección efectuado desde principios del siglo XVIII
por los ganaderos de distintas regiones españolas mediante la
prueba de la tienta a fin de elegir para su reproducción
ejemplares en los que concurran determinadas características,
aquellas que permitieran el ejercicio de la lidia, es decir, la
sucesión de suertes que se ejecutan en las corridas de toros
desde que el toro sale al ruedo hasta que, una vez que el diestro
le ha dado muerte, es arrastrado por las mulillas. Estas
características han variado tanto a lo largo de los siglos como
el toreo mismo, manteniéndose como sostén del mismo un único
denominador común: la bravura del toro.
Bravura
Para el veterinario Sanz Egaña la bravura es "un instinto
defensivo, o, mejor aún, un instinto de liberación que se
manifiesta por una reacción de carácter voluntario frente a un
estímulo exterior". El toro responde por reflejo mediante
dos componentes distintos: uno de excitación y otro motor,
acusado por reacciones exteriores precisas y ordenadas. La
bravura se hace ostensible para el espectador mediante la
embestida, cuya rectitud y fijeza ha de ser denominador común de
su comportamiento, pero puede observarse en otros muchos detalles
en el curso de la lidia. Así, al salir de chiqueros, al
arrancarse con viveza ante los capotes desde cualquier terreno y
rematar en tablas, sin intentar nunca saltar la barrera; al
entrar a los capotes sin levantar las manos (patas delanteras) ni
puntear ni derrotar en el engaño ni cortar la salida en la
terminación del pase; al arrancarse de largo ante el caballo,
bajar y remeter la cabeza contra el peto, soportando el castigo
de la vara sin cabecear, sino metiendo los riñones y levantando
el tercio posterior para intentar el derribo del enemigo; no
cortar la salida ni berrear en los pares de banderillas y
embestir por derecho y templado a la muleta sin salir suelto tras
el remate del pase ni acortar el recorrido ni abrir la boca en el
transcurso de la faena de muleta, para cuadrar bien y pronto a la
hora de la muerte. En tiempos se decía de un torero era bravo
cuando poseía una valentía singular.
Casta y castas
La casta corresponde al genotipo del toro, es decir, a la
constitución orgánica, la estructura y la funcionalidad de cada
animal y comprende todos los factores hereditarios de sus
ascendientes. Se dice que un toro tiene casta cuando posee o
demuestra procedencia brava reconocida. Se dice de un torero que
tiene casta cuando destaca por su pundonor profesional y se
enfrenta con resolución a las dificultades que plantean los
animales y a los intentos de superación de sus compañeros de
terna. Las labores de cruza y selección de los ganaderos del
siglo XVIII permitió establecer un reducido número de castas
bravas de características definidas, que son las denominadas
castas fundacionales. En la actualidad, el 90% de la divisas
existentes proceden todas de una sola casta, la andaluza de
Vistahermosa. Las restantes fueron:
Casta navarra. Los toros navarros, hoy inexistentes como tales,
fueron toros de sierra, pequeños de tamaño, pero de
temperamento tan bronco y casta tan señalada que suplían su
falta de trapío con una portentosa acometividad y bravura.
Casta jijona. Reconocible por sus muchos ejemplares de pelo
colorao. Todavía hoy se denomina a los animales de este pelaje
como toros jijones.
Casta castellana o morucha-castellana, de toros grandes, hermosos
y muy duros de lidiar.
Casta andaluza. Según José María de Cossío debería ocupar el
primer lugar en consideración por haber sido la que ha logrado
el prototipo y epítome del toro de lidia.
Casta cabrera. De gran alzada, cuerpo largo y agalgado, con
defensas muy desarrolladas, de la que proceden, entre otros, los
ejemplares de Miura.
Casta vazqueña. Fundada hacia 1780 por don Gregorio Vázquez
reuniendo los mejores ejemplares de ganaderías castellanas y
andaluzas. Adquirida por el rey Fernando VII y, después, por el
duque de Veragua, en cuyas manos cobró fama imperecedera.
Casta Vistahermosa. Fundada por el conde del mismo nombre en 1772
es, como hemos dicho, la estirpe de la que proceden la mayoría
de las reses que se lidian en la actualidad.
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Trapío
El trapío corresponde al fenotipo, es decir, a la apariencia
externa y al comportamiento del animal.
Según José María de Cossío, se llama trapío de una res
"al conjunto de caracteres de apreciación visual que hacen
juzgar de su aspecto, estampa y probables condiciones de
lidia", si bien por antonomasia por trapío se entiende el
buen trapío. En el toro de trapío se exige energía y viveza de
movimientos que indiquen su nervio, piel fina o aterciopelada que
transparente su potente musculatura, que haga aparecer al animal
flaco sin estarlo. Este toro será de esqueleto fino, que se
reflejará en su cabeza, cabos (extremos de las patas) y
pequeñas pezuñas; será de cuello proporcionado. Los cuernos
estarán bien puestos y serán de tamaño medio.
La cabeza en el toro deberá ser más bien pequeña que grande;
la frente o testuz será ancha y cubierta de pelo rizado; las
orejas, situadas debajo de los cuernos, no deben ser grandes y
sí vellosas y movibles, indicando nerviosidad y nobleza, y no
padecer sordera ni parálisis.
Los cuernos serán fuertes y bien pulidos, puntiagudos, bien
dispuestos (con dirección lateral primero, luego hacia delante y
finalmente hacia arriba y de color oscuro); el hocico, también
oscuro, fino y fresco; los ojos, brillantes y encendidos, y más
bien grandes que pequeños. El cuello, en general, deberá ser
grueso y corto.
Según la inclinación de la espalda, se deducirá la aptitud
más o menos corredora del bicho. La cruz, rubios o agujas, es el
punto de unión del cuello con la línea dorsal. Según sea más
o menos patente se llama a los toros altos o bajos de agujas. El
dorso deberá ser recto; los lomos amplios y musculosos. El
vientre de escaso desarrollo, galgueño, aunque bien conformado,
y los órganos genitales machos, de normal desarrollo y bien
descolgados.
La grupa deberá estar bien desarrollada y las ancas
(extremidades posteriores) no serán muy salientes ni tampoco muy
próximas. En las patas, tanto el antebrazo como el brazuelo
deben ser largos y musculosos. El tendón flexor, despegado y
bien desarrollado, así como la rodilla y la canilla gruesas y
robustas. Las pezuñas o pesuñas serán pequeñas, duras, casi
pétreas, brillantes, sin hendeduras y de color oscuro.
El nacimiento de la cola se llama penca o muslo, el cual debe ser
de alta inserción, bien poblado en su borla o terminación, que
sobrepasará los corvejones (articulación en la parte inferior
de la pata y superior de la caña o canilla.
Tipos, hechuras, capas y pintas
Los toros bravos se clasifican de acuerdo a constantes muy diferentes y a baremos que afectan a muchas de sus características zootécnicas, que han dado origen a una riquísima nomenclatura creada, a lo largo de los siglos, por los vaqueros y mayorales de las ganaderías. Así por su tamaño, por su estampa, por la forma y disposición de la cabeza y la cuerna o por la disposición y tamaño de la cola. Asimismo se reconocen distintos pelos denominados capas o pintas que nombran los pelajes simples o mixtos, así como las particularidades en la cabeza, los ojos y las extremidades.
El toro en el campo
Las fincas dedicadas a la cría de ganado bravo suelen ser de secano o estar próximas a las marismas y siempre con abundantes pastizales. Se denominan dehesas y en ellas pastan, en zonas distintas y diferenciadas de la misma, los animales que componen la ganadería: los sementales, toros dedicados en exclusiva a la monta y la reproducción; las vacas de vientre, dedicadas a la cría de bravo, cuyo conjunto constituye la vacada; los recentales y los añojos, crías de distintas edades, apartados o no de sus respectivas madres; y los toros de plaza o de muerte, que conforman la torada. Los cabestros o bueyes, toros castrados y domesticados, acompañan al ganado bravo y ayudan al personal de la ganadería en las conducciones, encierros, apartados y enchiqueramientos. Del personal de la ganadería destaca el mayoral, o jefe de todos los demás: vaqueros, novilleros, cabestreros, pastores y zagales (mozos que ayudan al mayoral arreando las caballerías). Los vaqueros y novilleros se sirven para realizar sus trabajos, que se realizan a caballo, de la garrocha, una vara de unos tres metros de longitud, con una pequeña puya en su extremo, útil para dirigir y manejar al ganado. Los ganaderos llevan un registro genealógico en el que consta cada res con su fecha de nacimiento, nombre de la vaca y el semental de que proceden, su nombre, la pinta, el número, los datos del herradero y de la tienta y por último, si es semental o vaca de vientre, su descendencia y si fue toro de muerte, su comportamiento en la plaza.
El herradero
Herrar es la operación mediante la que se procede a marcar y
numerar cada animal con el hierro de la ganadería y también a
señalarle en las orejas. Hierro y señal individualizan cada
ganadería. El número, cada uno de los animales de la misma. El
hierro y la señal son marcas acostumbradas en las ganaderías
desde muchos años antes de que se conformaran las específicas
de ganado bravo. La numeración de los animales data, sin
embargo, de mediados del siglo XIX, en concreto cuando se
formaron las ganaderías de bravo consideradas fundacionales. El
reconocimiento y distinción de cada uno de los animales es
imprescindible no sólo para el destino propio de cada uno de
ellos, sino también para las labores de selección necesarias en
cada camada. Los hierros de los que se sirve el herrador son 20:
dos con el signo de la casa y los otros con los 10 dígitos
repetidos, excepto el seis y el nueve. La operación se
desarrolla, por lo general, en los corrales de la dehesa. En uno
de ellos esperan los becerros de un año de edad, y pasan de uno
en uno a otro en el que, sujetos contra el suelo por cuatro o
cinco hombres, pues tal es su fuerza, se procede a aplicarle el
hierro caliente, no al rojo. El de la marca en la parte externa y
plana de la nalga, denominada llana, y la del número se imponen
en el costillar derecho.
La señal es un corte o marca de distintas formas que se realiza
en las orejas. La maniobra se denomina fañar.
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La tienta
Es la prueba más importante de cuantas se hacen a los animales
para medir su resistencia y bravura. Procede, como otras labores
camperas, de finales del siglo XIX y se generaliza desde
principios del siglo XX. Se realiza en una plaza que lleva su
nombre, plaza de tientas, cuadrada o redonda y de tamaño mucho
menor que el de las plazas de lidia y es un remedo de la suerte
de varas o pica, en la que se emplea una puya mucho más pequeña
que la reglamentada para las corridas. La respuesta del animal al
dolor, su reiteración en la embestida y su resistencia bajo el
caballo permiten al ganadero prever las cualidades de cada uno.
Los becerros o erales no deben ser toreados jamás, sino tan
sólo ser llevados al caballo. De lo contrario quedarían
inútiles para la lidia, pues una de las características de los
toros bravos es que aprenden, es decir, una vez que toman un
capote no lo olvidan jamás y en el caso de salir luego al ruedo
distinguen con precisión al torero del engaño, con el
consiguiente peligro para la vida de aquel. Las vacas, sin
embargo, es más que conveniente que sean toreadas, y mucho, a
fin de medir la calidad y la cantidad de sus embestidas.
Acoso y derribo
Es una de las prácticas de campo inevitables para la mejor
selección del ganado. Su origen se remonta a los primeros
ejercicios cinegéticos del hombre con el toro. Acosar y derribar
es una forma de caza no sangrienta del animal. La operación la
realizan dos garrochistas a caballo, que primero separan la res
del resto de la torada o vacada, luego la acosan en campo abierto
hasta alcanzarla y con la garrocha que no tiene más de 15
milímetros de puya, para no dañar la piel del animal
tendida por completo, procuran agarrarla en lo más alto y
trasero de las ancas para, empujándola más con la fuerza y
carrera del caballo que con la del brazo, desequilibrarla y
hacerla caer.
Embarque y desembarque
Aunque el ganado de las corridas era conducido en la antigüedad
desde la dehesa a la plaza mediante sucesivas operaciones que
tenían como protagonistas principales a los cabestros, en la
actualidad, salvo rarísima excepción, se realiza encajonando y
desencajonando los toros. Los cajones en los que se encierra una
por una a cada res son lo bastante angostos para que éstas no
puedan moverse ni dañarse en su interior y están provistos de
trampas correderas.
El embarque es la maniobra que permite, luego de aislados,
meterlos en los cajones y subirlos al camión de transporte. El
desembarque es la operación contraria, realizada por lo general
en los corrales de la plaza.
Encierros
En muchos pueblos y capitales de España es costumbre conducir
los toros desde unos corrales de recepción hasta la plaza donde
han de ser lidiados con un encierro, una larga carrera en la que
los mozos y otros participantes corren delante de las reses
bravas, escoltadas por los inevitables cabestros. Los encierros
más antiguos, y también internacionalmente más famosos, son
los de Pamplona, cuyo origen se remonta a los inicios del siglo
XVIII, el año 1717.
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Tipos de toro
Múltiples acepciones definen al toro. Por la forma de su cabeza
y cuello, se le llama, por ejemplo, cuellicorto al toro con breve
extensión del cuello. Recibe la clasificación de enmorrillado
el astado que tiene muy acusada la parte posterior de la cerviz.
Alto de agujas es aquel que tiene mucha alzada, tomando la medida desde el cuello hasta lo alto del morrillo. Terciado es el toro de tamaño mediano. Se llama rabilargo al toro que exhibe larga cola. Por el color de su piel, los toros reciben diversos nombres: Berrendo es el de piel blanca con grandes manchas de otro color: negro, castaño, cárdeno, jabonero. Recibe el nombre de bragado cuando la parte del vientre que limita con los genitales es de color blanco. Se conoce como listón el que tiene una franja de color diferente a lo largo del espinazo. Zaíno es el toro de piel absolutamente negra.
La encornadura de las reses tiene numerosas denominaciones: astifino es el toro de cuernos delgados, limpios y con las puntas afiladas. Se denomina bizco al toro cuyas dos astas no guardan simetría, quedando una más alta que la otra. Por cornalón se conoce al que tiene las defensas excesivamente desarrolladas.
El comportamiento de las reses en el ruedo tiene dos denominaciones básicas: bravo es el toro que acude con fiereza al caballo del picador y la desarrolla a lo largo de la lidia; y manso cuando es la antítesis del anterior: rehúye la pelea con los picadores y con los lidiadores de a pie.
También los defectos en la vista de las reses tienen su denominación. Burriciego es el toro que, por defecto congénito o por congestión durante la lidia, ve bien de lejos y mal de cerca. Reparado de la vista es el que se resiente de alguna lesión ocular que no puede apreciarse con exactitud
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