Don Julián, amigo y hermano de los evangélicos españoles

Es difícil entender que un eclesiástico, erudito, formado religiosamente en un contexto histórico y social de «nacional catolicismo» y, en consecuencia, anti–protestante, haya podido aproximarse tanto a sus hermanos cristianos no católicos.

Hoy, sin duda, sería muy fácil, puesto que el movimiento ecuménico, asentado en un diálogo teológico constante, y vivenciando un clima de libertad religiosa, nos permite a todos proclamar con cierta complacencia nuestro talante interconfesional. Pero don Julián vivió y sufrió los profundísimos dolores del "parto" ecuménico en la España de los sesenta, es decir, la España que perseguía a los «no–católicos» restringiendo sus derechos civiles, la España cuya única confesión cristiana oficial era la católica, la España anterior a la democracia y al concilio Vaticano II, y , por qué no decirlo, la España de la minoría protestante anti–católica y anti–clerical.

Cuando, en 1968, algunos católicos y protestantes determinaron poner en marcha el «Comité Cristiano Interconfesional», nos encomendaron a él y a un servidor la difícil y extraordinariamente compleja tarea de ser los co–Secretarios del mismo, ya que no pareció oportuno nombrar ningún presidente, tarea ardua y compleja, mucho más enrevesada de lo que podíamos pensar e imaginar.

Don Julián, debía programar y practicar el diálogo teológico y la oración para la unidad de la Iglesia, pero la situación de desigualdad entre la Iglesia católica y las otras confesiones, era tan grande que se hacía absolutamente necesario, resolver previamente, en la medida de lo posible, todos aquellos casos de discriminación conocidos. De este modo, en la lucha contra la injusticia y la discriminación, don Julián se aproximó a nosotros. Visitó ministerios, juzgados, se entrevistó con directores de cárceles, militares de alta graduación de los tres ejércitos, directores de hospitales, alcaldes y otras autoridades, logrando que se casasen nuestros jóvenes, que saliesen del calabozo nuestros soldados, que se enterrasen a nuestros muertos en los cementerios municipales, que se abriesen nuestros templos clausurados. Sin duda, su eficaz y penosa labor en favor de los evangélicos españoles nunca será lo suficientemente conocida ni estimada por todos.

Precisamente, en su intento de armonizar su espíritu ecuménico con esta «empatía evangélica», se encontró con la incomprensión y el rechazo de algunos obispos y jerarcas de su Iglesia, y, naturalmente, también con la desconfianza y el recelo de los creyentes evangélicos.

De don Julián y de su consagración a la causa ecuménica podríamos hablar indefinidamente, pero yo prefiero recordarle siempre, más que como piedra angular del movimiento ecuménico en España, como mi amigo, o mi hermano mayor. El siempre me ha mostrado una amistad generosa y auténtica. En este sentido recuerdo con cariño algunos casos significativos: Tenía yo un problema económico en la Iglesia y el bueno de don Julián me ofreció todos sus ahorros [15.000 Ptas. de entonces], que gracias a Dios no fueron necesarios. Un enfermo de mi Iglesia estaba a punto de morir si no recibía una trasfusión de sangre. Coincidía con la de don Julián, y este, inmediatamente se ofreció a dar la suya para salvarle. En Camuñas, un pueblecito de Toledo, el sacerdote de Madridejos levantó al pueblo en contra mía y de mi mujer. De modo que, cuando terminó el servicio religioso y fuimos hacia el coche, nos cercaron, zarandearon y escupieron, gritando: «¡Fuera los protestantes!». Nos pincharon las ruedas del coche. Llamamos entonces a don Julián, y no sé lo que hizo, ni con quien habló, pero allí apareció la pareja de la Guardia Civil obligando a los mismos que nos habían pinchado el coche a repararlo. Semanas más tarde, monseñor Granados, por entonces arzobispo de Toledo, trasladó al sacerdote de Camuñas a otro pueblo.

De don Julián, piedra de tropiezo para algunos integristas evangélicos, y profundamente querido y respetado por la mayoría de ellos; sólo cabe añadir que si nosotros los protestantes tuviésemos santos él sería uno de ellos.

Luis RUIZ POVEDA

Pastor de la Iglesia Evangélica Española.