Les Frères Bleus[1]

Una lectura femenina de la espiritualidad marista[i]

                                                                                                      

Roberto Clark fms rclark@fms.it

Roma, 8 de diciembre de 2003

 

A

quella joven laica de Melbourne condensaba de improviso muchas intuiciones desarticuladas, en una de esas frases cortas que se te quedan grabadas: “lo que me impresiona de los Hermanos Maristas es que son un grupo de hombres con una mujer por modelo. Quizá es por eso que me siento tan a gusto con ustedes.” El comentario de Marcelle Mogg me llamó mucho la atención. Había gran expectación esa mañana en la sala capitular, ya que por primera vez participaba un grupo de laicos en el Capítulo General para compartir su experiencia marista. El clima comenzaba a refrescarse en Roma en septiembre de 1993.

 

Varios años después, cayó en mis manos un libro de Carl Jung sobre el principio masculino y el principio femenino.[ii] Me lo regaló un amigo. De acuerdo con Jung, convertirse en un ser humano pleno implica el matrimonio de lo femenino y lo masculino, la interacción entre el lado relacional, inductivo[iii] y concreto de la personalidad con su contraparte lógica, deductiva y orientada a conseguir objetivos. Caminar hacia la plenitud del ser humano significa enfrentar e integrar el lado menos consciente de la personalidad: lo masculino en la mujer (animus), lo femenino en el hombre (anima)[iv]. De pronto caí en la cuenta de que este enfoque arrojaba mucha luz sobre la espiritualidad marista: los Pequeños Hermanos de María son un grupo de hombres que hacen vida un carisma femenino. En este artículo intento desarrollar dicha tesis.

 

Una hermenéutica femenina

C

omencemos definiendo algunos conceptos básicos antes de pasar a un análisis de nuestra tradición Marista. La espiritualidad cristiana es, por encima de todo, una expresión del amor de Cristo por el universo y por todo lo que contiene. Cristo revela plenamente el ser humano al mismo ser humano (GS 22). Quien sigue a Cristo se humaniza, pues él es el Ser Humano perfecto (GS 41). Su vida llena de amor, intensificada después de la muerte más allá de los límites del tiempo y del espacio, abre el camino para nuestro desarrollo personal, social y ecológico.

 

Un carisma[v] institucional se puede definir como un espacio cultural rico en humanidad, que nace de la contemplación amorosa de Jesucristo. Las personas individuales y los grupos que entran en contacto con este espacio cultural, logran una experiencia profunda de lo que significa ser humano. La espiritualidad es la expresión simbólica y didáctica del carisma. Con todo, un solo carisma no puede agotar el Misterio Infinito de la humanidad que se ha encarnado en Jesucristo. Un carisma sólo puede expresar algunos de sus rasgos en un marco histórico determinado.

 

Muchos carismas en la Vida Religiosa están relacionados con un texto doctrinal fundante, o sea, con un escrito inspirado, como por ejemplo la Regla de Agustín, Benito, Francisco o Domingo, o con algún tipo de “mapa de santidad” que indica las distintas etapas del camino espiritual, como es el caso de La Escala de la Perfección, La Subida al Monte Carmelo o Los Ejercicios Espirituales.

 

¿Qué tiene que ver esto con nuestra tradición Marista? Obviamente en nuestra historia no existe un texto doctrinal fundante. La Regla de 1837, escrita por Marcelino y los primeros Hermanos, es un collage de textos de diferentes tradiciones, con poca originalidad, si es que tiene alguna. Aparte del aspecto organizativo, con toda probabilidad fue escrito para cumplir con un requisito canónico y obtener el reconocimiento eclesiástico. El único texto significativo que recibimos directamente de Marcelino es un conjunto de cartas con poco valor doctrinal.

 

En los últimos años hemos interpretado la ausencia de un texto doctrinal fundante como una limitación. Hemos supuesto que Marcelino no fue capaz de escribirlo o que estaba muy ocupado con las múltiples tareas que traía entre manos. De acuerdo con esa línea de pensamiento, para proteger nuestro honor hemos subrayando las destrezas prácticas de Marcelino y, más recientemente, su inteligencia emocional, excusándolo con gentileza por la supuesta confusión espiritual que nos dejó como herencia.

 

Me llama la atención que recientemente, para superar esta aparente dificultad, hemos estado buscando la piedra filosofal, tratando de elaborar documentos y técnicas espirituales que fortalezcan nuestra espiritualidad. Algunos han tratado de descubrir los rasgos prototípicos del Hermano Marista para que, al vivirlos, se garantice la fidelidad[vi]. Otros han tomado prestados elementos de otras tradiciones, tratando de remendar con un pedazo de tela nueva una prenda en buenas condiciones y todavía bastante de moda. Es muy probable que estos análisis deductivos de nuestra espiritualidad lleguen a desenfocar más las cosas y nos lleven a posiciones ideológicas ajenas a nuestro carisma.

 

Una lectura femenina, en cambio, nos ofrece una perspectiva completamente diversa al subrayar el lado relacional, experiencial y concreto de la vida. Si no existe un texto doctrinal fundante en nuestra tradición es, ni más ni menos, porque no lo necesitamos. Lo que hace única nuestra espiritualidad es precisamente el hecho de que no surge de un texto doctrinal inspirado: la absorbemos por ósmosis, no por el estudio. Nuestro carisma es de tipo inductivo: acoge la vida en sus necesidades cotidianas, prácticas y tangibles. Las personas y sus circunstancias son el texto que sabemos leer. No necesitamos ir tras un a priori intelectual, ni tras unas características que debamos reproducir. Siendo realistas (y no hay que decirlo muy alto), habría que decir que para muchos hermanos las Constituciones no son un texto inspirador, y que sólo las usan cuando hay que preparar alguna oración comunitaria o para consultar los estatutos si hay algo concreto que resolver.

 

La naturaleza inductiva de nuestra espiritualidad la hace enormemente contagiosa. Me atrevería a decir que constituye una revolución en la historia de la espiritualidad cristiana, y que su libertad y flexibilidad son un tesoro sin igual para la Iglesia. El hecho de no señalar un camino predeterminado, deja mucho espacio para el desarrollo y la exploración personal y nos pone en una situación privilegiada de diálogo con la cultura actual.

 

Tampoco nuestra misión brota de principios ideológicos[vii]. La compasión de Marcelino, que llega siempre a lo concreto, abriga a los niños sin escuela, a los niños de un poblado montañoso que necesitan un catequista, a los huérfanos, a los sordomudos, a los pobres de todo tipo. Experimentamos esta misma compasión siempre que encontramos un rostro sufriente en el camino de Jerusalén a Jericó, sin importar las razones intelectuales que tengamos para mirar en otra dirección[viii]. Debido a que no tratamos de vender ideas, poseemos un don particular para relacionarnos incluso con los no creyentes y los miembros de otras religiones.

 

Del mismo modo, mientras que las estructuras jerárquicas reflejan una mentalidad más bien masculina, los hermanos Maristas no están a gusto con las relaciones de tipo vertical. Es posible que por esta razón nunca haya prosperado el proyecto de los Hermanos José,[ix] ni tampoco hayamos aceptado que hubiese miembros ordenados entre nosotros después del Concilio Vaticano II. Quizá por esto muchos hermanos (y esto tampoco hay que decirlo muy fuerte) se sienten en libertad de llamar a la puerta del Superior General sin previa cita...

 

Este enfoque femenino nos hace diferentes de otras formas de Vida Religiosa en la Iglesia. No nos hemos reunido para crear un espacio simbólico que exprese la fe (monjes), ni para acercar ese símbolo a la vida urbana por medio de la predicación (mendicantes), ni somos un grupo de apoyo para la misión en el mundo moderno (vida ignaciana). Para los Pequeños Hermanos de María, estar juntos es, definitivamente, mucho más que un medio para alcanzar un fin. Nos reunimos en Cristo Jesús para entretejer una matriz relacional que genere vida entre nosotros y en torno a nosotros. La compasión concreta de Marcelino no era sólo una forma de servir a los demás, sino que expresaba una estrecha unión con ellos.

 

Resumiendo esta primera parte de la reflexión, podemos decir que nuestra relación con María no es sólo devocional, sino que va mucho más allá. Ella configura nuestras actitudes, sentimientos y percepciones. La imagen de Les Frères Bleus es probablemente una buena metáfora[x]. Vestidos del color de María, fuimos fundados como un grupo de hombres cuyo carisma fomenta la dimensión femenina de la vida humana. Este carisma no se reduce a los Hermanos, sino que también pertenece a nuestros compañeros laicos Maristas, en un intercambio mutuamente enriquecedor y capaz de contagiar a la Iglesia y al mundo entero con la presencia viva de María. Efectivamente, todo lo que Marcelino nos dejó, como decíamos, fue un legajo de cartas que tratan problemas concretos y tejen una red relacional. ¿Podríamos pedir más?

 

La sombra Marista

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espués de cantar las glorias de nuestro carisma, no estaría mal que miráramos también hacia su lado oscuro, si se me permite utilizar la terminología de Jung. Hay ciertas energías que brotan de la región menos consciente de nuestra personalidad corporativa que convendría comprender y asumir mejor. De no ser así, nuestra propia fuerza podría estrangularnos. Quisiera mencionar cinco retos referidos a sendas expresiones de nuestro carisma femenino, para luego analizar su respectiva polaridad masculina. Probablemente dichos retos son más significativos en algunas regiones del Instituto que en otras. Concentraré mi atención en los Hermanos, marcados por el don de la soledad amorosa con Dios como centro afectivo de su vida, ya que son ellos los guardianes del fuego carismático en esta familia Marista compuesta también de laicos.

 

Primero, los Pequeños Hermanos de María están especialmente abiertos a lo concreto, mucho más intensamente incluso que otras congregaciones de hermanos. Apreciamos el trabajo manual y estamos orgullosos de la forma práctica con que enfrentamos la vida y resolvemos los problemas. Por esta misma razón, se nos hace más fácil ver los árboles que el bosque... Contemplar el gran horizonte no es nuestra especialidad. Nuestra primera tentación es la de perdernos en los detalles y las circunstancias, sin saber hacia dónde vamos a largo plazo, viviendo con escasa perspectiva y dejándonos atrapar por la adicción al trabajo.

 

Segundo, debido a que tendemos a percibir las cosas de manera inductiva, es decir, a dejar que la experiencia preceda a las ideas, podemos fácilmente minusvalorar los enfoques deductivos que descasan sobre una síntesis teórica. El anti-intelectualismo es, de hecho, otra gran tentación para los Pequeños Hermanos de María. Quisiera tomarme la libertad de hacer algunas preguntas al lector Marista. ¿Cuántos libros, aparte de novelas, has leído este año? ¿Cuántos libros fueron publicados el año pasado en todo el mundo con las iniciales FMS después del nombre del autor? Si un hermano llega a publicar algo, de ordinario nos surgen sentimientos encontrados: cierto orgullo por el prestigio de un miembro de nuestra comunidad, pero también una clara desconfianza cuando alguien sobresale por su habilidad intelectual: “Bien por los Maristas, pero... ¿y éste, quién se habrá creído?”

 

En este contexto, vale la pena recordar que a los primeros Hermanos no se les permitía estudiar el latín para que no cayeran en la tentación de buscar el sacerdocio. No hace mucho, los Hermanos se sentían orgullosos de ser educadores autodidactas y de no haber puesto un pie en un campus universitario. Hubo que esperar hasta 1960 que las Reglas Comunes[xi] comenzaron a hablar de estudios universitarios para los hermanos. Escuché hace poco a un hermano que decía: “Los pobres no pueden ir a la universidad, ¿por qué debemos hacerlo nosotros?” En una ocasión, cuando era estudiante en Roma, un hermano muy respetable me dijo: “ojalá que no haya muchos maristas que estén haciendo doctorados en lugar de dedicar su tiempo a los jóvenes.”

 

Otro ejemplo es el hecho de que nuestros Capítulos Generales Maristas tradicionalmente no usan ningún instrumentum laboris, es decir, un documento inicial para suscitar el diálogo y la reflexión[xii]. En nuestros Capítulos se suele realizar una consulta previa a toda la Congregación sobre los temas que habría que tratar y luego los capitulares simplemente se reúnen para hacer algo sobre esos temas. Al tener poco conocimiento de las ideas y de las corrientes de pensamiento actuales, nos movemos con torpeza en el campo intelectual y nos sentimos vulnerables al no contar con suficientes herramientas académicas. Por lo tanto, el fantasma de la manipulación ideológica nos está siempre acechando y termina por encerrarnos en el círculo vicioso de la mediocridad intelectual. Me pregunto si alguna de las Congregaciones masculinas numéricamente importantes se atrevería siquiera a pensar en un método tan espontáneo para su Capítulo General. Me pregunto también si en dichas Congregaciones se insiste, como lo hacemos nosotros, en que los documentos conclusivos sean menos numerosos, más cortos y más prácticos...

 

Tercero, el hecho de ser un grupo fuertemente relacional nos lleva a tomar las estructuras apostólicas “con un grano de sal”[xiii]. En lo profundo de nuestro inconsciente colectivo está siempre la llamada que proviene de lo rural, el miedo a perder la intensidad relacional si el grupo crece demasiado o si la organización se vuelve demasiado impersonal.

 

Sin embargo, no podemos rechazar las estructuras apostólicas en sí mismas, ya que Marcelino Champagnat no es Charles de Foucauld, aunque tengan rasgos importantes en común. La proclamación explícita del Evangelio a los jóvenes, en diálogo constante con la cultura y dentro de una estructura relacional portadora de vida, siempre ha sido parte de nuestra tradición. Esto no tiene nada que ver, obviamente, con el director megalómano que quiere transformar su centro educativo en un plantel de cinco estrellas, de modo que su nombre pase a la historia por la construcción de un edificio impresionante. Pero, ¿podemos acaso prescindir de las estructuras apostólicas movidos simplemente por el amor a lo simple?

 

En este mismo sentido, es verdad que una casa pequeña puede favorecer la relación interpersonal más cercana. Sin embargo, a veces se cuestiona la vivienda de los hermanos en la forma polarizada a la que nos hemos referido antes y se termina por privarla del espacio vital y de las comodidades mínimas, hasta llegar a experiencias radicales que ponen en peligro la salud física, psicológica y vocacional. Mantener una tensión dinámica entre estructuras y relaciones es otro de los retos que enfrentamos los Pequeños Hermanos de María.

 

En cuarto lugar, las espiritualidades de corte masculino tienden a encontrar a Dios en el desierto, en lo alto de la montaña o en una gruta perdida en el bosque, lejos de la gente, de acuerdo al dualismo racional entre lo sagrado y lo profano. Nuestro estilo Marista es diferente. La experiencia de la alteridad, de encontrar al Otro en el rostro de las personas[xiv], es nuestra vía de acceso a Dios, aunque quizá no lo interpretemos de una manera religiosa (Mt 25,37-40). Ésta es, probablemente, una traducción actual de nuestra tradicional “presencia de Dios”.

 

Sin embargo, como nos lo han recordado los Superiores Generales recientes, un gran problema para muchos hermanos ha sido la oración personal, sin la cual no es posible la relación de alteridad. Es fácil comprender por qué a Marcelino nunca le parecía suficiente la insistencia en este “punto capital”. El tiempo personal en compañía de Dios es un contrapeso necesario y urgente para nuestro carisma.

 

Por último, nuestra fuerte preferencia por las relaciones horizontales a menudo nos hace sentir incómodos en posiciones de autoridad dentro de la comunidad. Si llegamos a asumir la responsabilidad de ser superiores, de ordinario estamos deseando que terminen los tres años para volver a ser soldados rasos. Una de las historias sobre Basilio Rueda[xv] que he escuchado repetidas veces es que le gustaba lavar la vajilla cuando visitaba a los hermanos. Lo primero que le pedimos a un superior es, efectivamente, que sea igual a los demás, hermano entre hermanos, sin pretensiones. Pero luego tenemos dificultad para encarnar los aspectos de discernimiento, orientación y mediación, que también son inherentes a la misión del superior. Me pregunto si es ésa la razón por la que muchos problemas locales se le cargan al Provincial y más de un problema provincial se grava sobre el Consejo General.

 

Comentario conclusivo

L

o masculino y lo femenino son dos lados complementarios de la vida. En efecto, usamos un grupo de características o valores maristas cuando necesitamos presentar nuestro carisma o como instrumento para la formación inicial, ya sea de los hermanos o de los laicos. Además, nuestro diálogo con la psicología, la sociología y la cultura local a menudo se expresa por medio de un perfil, un modelo ideal que indica cómo debe ser un Pequeño Hermano de María. Un buen ejemplo de ello en nuestra tradición es el tratado sobre la Pequeñas Virtudes[xvi]. Este dinamismo, que parte de la definición para llegar a la vida real, es típicamente masculino, muy tradicional en las culturas occidentales. Sin embargo, nuestro carisma femenino ha generado una identidad que se capta en forma intuitiva y ha sido suficientemente profundo como para mantener su vitalidad sin depender de una definición racional.

 

Por esta razón, los estilos narrativos y líricos son probablemente más adecuados que el razonamiento formal a la hora de presentar nuestro carisma. En mi opinión, la poesía marista de calidad es una tarea pendiente. Por otro lado, la narración de historias se ha vuelto en nuestros días quizá más importante que nunca. Además de nuestra historia Marista tradicional, la vida de muchos hermanos podría convertirse en un buen material biográfico, sin pretender elaborar metarelatos, sino, más bien, historias breves que reflejen “el todo en el fragmento”[xvii].

 

En mi opinión, un procedimiento deductivo puede ser útil, siempre y cuando sus perfiles sean considerados provisionales, construcciones históricas que responden a un contexto particular. Pero si estas formulaciones racionales las tomamos como principios absolutos, sacándolas de contexto, fácilmente podemos ideologizarnos y terminar imponiéndolas universalmente. Los principios normativos son tan sólo el pedagogo que pierde su razón de ser cuando se alcanza la plenitud del amor (Ga 3,24-25).

 

En síntesis, una lectura femenina de nuestra espiritualidad, que enfatiza el carácter relacional y práctico, y que no considera la ausencia de un texto doctrinal fundante como deficiencia, parece poner algunas piezas del rompecabezas en su lugar. El hecho de mantener la tensión dinámica del carisma marista con su contraparte masculina puede ser una fuente de renovación para todos. Dicho enfoque podría aportar nueva frescura y quizá valdría la pena profundizarlo. Es posible que no estemos acostumbrados a esta forma de pensar, pero me atrevo a decir que está más en consonancia con los movimientos culturales del mundo actual.

 

 

 

 



¬ Les Fréres Bleus. A Feminine Reading of Marist Spirituality in Champagnat, a Journal of Marist Education. Templestowe, Australia. Volume 6 – Number 1, May 2004. Traducción del inglés: Edgardo López fms y Alexander Salas fms.



[i] Para el lector que no está familiarizado con la historia Marista, en los inicios (1824-1827), los Pequeños Hermanos usaban una especie de uniforme religioso azul para recordarles su relación especial con María. La gente los llamaba “Les Frères Bleus” (Los Hermanos Azules).

[ii] Carl Gustav Jung. R. F. C. Hull (traductor). Aspects of the Masculine / Aspects of the Feminine. Fine Communications: New York, 1997.

[iii] Inducir: Ascender lógicamente el entendimiento desde el conocimiento de los fenómenos, hechos o casos, a la ley o principio que virtualmente los contiene o que se efectúa en todos ellos uniformemente. Deducir: Sacar consecuencias de un principio, proposición o supuesto. (Diccionario de la Real Academia Española, 21ª edición).

[iv] El pensamiento feminista radical niega cualquier diferencia intrínseca entre hombre y mujer. Prefiero una postura moderada que critica las diferencias culturales como expresión de la dominación masculina, sin rechazar las características de género. A la vez, reconozco que la conciencia mística, que implica la deconstrucción más dramática posible del lenguaje, trasciende todas las categorías a través de la experiencia no dual, unificando radicalmente nuestra psicología.

[v] Etimológicamente la palabra carisma proviene del verbo griego charizomai: hacer un favor. Carisma es la capacidad de hacer favores y complacer a otros. En la tradición cristiana, carisma es un talento o una aptitud que enriquece a la comunidad en su servicio al mundo. Puede referirse a un individuo o a una institución.

[vi] En mi opinión, los sucesores inmediatos de Marcelino cayeron en la misma trampa e intentaron escribir en su nombre los documentos doctrinales que supuestamente faltan.

[vii] La cosmovisión posmoderna no se adhiere a un conjunto de reglas o principios (percibidos como pesados y opresivos) como fuente del comportamiento moral. Más bien, la responsabilidad hacia la otra persona brota de una sensibilidad que es inevitablemente afectada por cualquier contacto humano. La espiritualidad Marista puede ser fuente de vida en este nuevo contexto cultural.

[viii] Es fascinante descubrir que, paradójicamente, nuestra espiritualidad floreció en el contexto altamente racional e ideológico de la Revolución Francesa. La lucha entre Iglesia nacional y restauración monárquica no coloreó a los Pequeños Hermanos de María, y Marcelino se movió libremente entre las dos facciones.

[ix]         Claudio Colin, el fundador de los Padres Maristas, no visualizó originalmente una rama de hermanos con personalidad propia como parte de la Sociedad de María. Según el modelo de las órdenes tradicionales, debía haber Padres, Hermanas y una Tercera Orden (asociación de laicos). Un grupo de sirvientes llamados “Hermanos José”, que se dedicarían al trabajo manual en las casas de los Padres, era también parte del plan de Colin. La insistencia de Marcelino sobre el proyecto de los Pequeños Hermanos de María hizo que Colin cambiara de opinión. Aún así, Colin siguió pensando en dos tipos de hermanos en el grupo de Marcelino: Maristas y Josefinos. En 1839, un año antes de su muerte, Marcelino aclaró el asunto en medio de fuertes tensiones.

[x] “El señor Champagnat, al ver cómo aumentaba el número de sus discípulos, pensó establecer un modo de vida más reglamentado y más acorde con la vida comunitaria. (...) Les impuso también, después de algunas pruebas, un traje sencillo y modesto, que, al mismo tiempo que los diferenciaba de los seglares, servía de distintivo a la congregación, la daba a conocer y favorecía las vocaciones. Este traje consistía en una especie de levita azul que llegaba hasta las pantorrillas, pantalón negro, una pequeña capa y sombrero de ala. Escogió el azul para recordar a los Hermanos que eran hijos de María, y que, al llevar su hábito y color, debían trabajar continuamente en conformar su vida con la de ella, imitando sus virtudes” (Vida. Edición del Bicentenario, capítulo VI, pp. 68-69).

[xi] “Los Hermanos que se ocupen en estudios universitarios deben ser suficientemente maduros para devolver completamente lo esperado por el trabajo invertido, sin ninguna disminución del espíritu religioso” (Reglas Comunes de 1960, 304). Nótese la actitud desconfiada.

[xii] Los archivos de los cinco Capítulos Generales realizados después del Concilio Vaticano II confirman esta afirmación. El borrador de las Constituciones en el Capítulo de 1985 es una excepción a la regla.

[xiii] Me atrevería a decir que, aún antes del Concilio, cuando los hermanos estaban más atados a las estructuras eclesiales, tendíamos a ser más bien populares y llanos en términos litúrgicos y en cuanto a nuestra ubicación en la Iglesia.

[xiv] Nadie mejor que el filósofo Emmanuel Lévinas para describir esto. Sus libros más importantes son Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad y De otro modo que ser o más allá de la esencia.

[xv] Algunos lectores sabrán que Basilio Rueda (México, 1924-1996) fue Superior General desde 1967 hasta 1985. Su causa de beatificación fue abierta en marzo de 2003.

[xvi] Furet usa el estilo sapiencial de una conversación entre el maestro y su discípulo para ofrecer un conjunto de doce virtudes sociales que garantizan la paz doméstica entre los hermanos: “La indulgencia, la disimulación caritativa, la compasión, la alegría santa, la tolerancia, la solicitud caritativa, la afabilidad, la urbanidad y el decoro, la condescendencia, la abnegación y la entrega en favor del bien común, la paciencia, la ecuanimidad y el buen talante.” (Furet, Juan Bautista. Sentencias. Editorial Edelvives, Zaragoza. 1989. Cap. 28).

[xvii] La expresión pertenece a von Balthasar. Al igual que el detalle de un diseño fractal contiene la imagen completa en una progresión sin fin, así como el océano se refleja en una gota de agua, de igual modo el Misterio eterno de la humanidad palpita plenamente en cada ser humano (Von Balthasar, Hans Urs. A Theological Anthropology. Sheed and Ward: New York, 1967).