¿Un filósofo aesinado?

Según las declaraciones oficiales de la corte de Suecia en 1650, René Descartes murió de pulmonía. Durante más de tres siglos, ninguno de sus biógrafos dudó de esto. Pero en 1980 se propuso una sorprendente teoría acerca de su muerte.

Un busto de René Descartes adorna la biblioteca de la Universidad de La Flèche

Cuando el que visita 1a vieja iglesia de Saint Germain-des-Prés, en el barrio latino de París, se acostumbra a la oscuridad alumbrada con velas, nota una placa de mármol negro en el piso de una pequeña capilla lateral. Tiene la Inscripción Renatius Cartesius, forma latina del nombre René Descartes. Ahí yacen los restos del famoso filósofo, matemático y científico, que nació el 31 de marzo de 1596 en La Haya, una aldea en la región de Touraine en el centro de Francia. Murió el 11 de febrero de 2650 en la corte real de Suecia, en Estocolmo. La causa de la muerte, apoyada oficialmente y creída por mucho tiempo: pulmonía. René Descartes se hizo de su reputación como científico cuando primero dudó y luego investigó meticulosamente lo que "se creía cierto". Frente a la muerte de otro, hubiera sido el primero en dudar de las explicaciones y seguir pistas de posibilidades alternativas. En los corredores del palacio y callejones de Estocolmo cundió un rumor luego de la muerte de Descartes: el renombrado hombre de ciencia, invitado de la reina Cristina de Suecia, había sido envenenado. Al igual que otras cortes europeas de la época, el palacio de la casa de los Vasa estaba plagado de rumores. El que concernía a la muerte del huésped francés se apagó gradualmente y sólo hasta entonces la joven reina, inquieta y brillante, dio a su país y al resto de Europa un tema de conversación aún más asombroso. Nadie pudo identificar a ningún sospechoso o un motivo suficiente para asesinar a Descartes. De este modo, la causa oficial figuró en los textos de Historia y los biógrafos indicaron con enorme tristeza el prematuro fin de una gran carrera y la ironía de que terminara en un lugar tan distante.

 

Estudiando "el libro del mundo"

Descartes nació en la provincia francesa, en el seno de una familia que ahora se diría de clase media alta. Su padre fue abogado y juez; como adulto, René pudo vivir de los ingresos de las propiedades que heredó. Siendo niño, René siempre hacía preguntas, por lo que su padre lo apodó "mi pequeño filósofo". En 1604, a los ocho años, fue enviado a un nuevo colegio, fundado por el rey Enrique IV en La F1èche, una aldea 105 km al noroeste de La Haya. En esta escuela, que posteriormente se convirtió en la mas celebre de Europa, fue supervisado en su preparación humanística por jesuitas y estuvo bajo la tutela del padre Charlet, un pariente lejano que se convertiría en su "segundo padre" Durante los 10 años que pasó en La F1èche, René estudió a los autores clásicos griegos y latinos, adquirió práctica para escribir en francés y latín, estudió música y artes dramáticas e incluso dominó las caballerescas artes de la equitación y la esgrima. Al crecer, se interesó en la ciencia, cuya enseñanza no era otra cosa que las teorías de Aristóteles, de 2000 años de antigüedad, reinterpretadas por académicos medievales. Pero en la escuela jesuítica también se impartían los más recientes avances en matemáticas y astronomía. El joven tenía una sed insaciable de conocimientos y poco después se vio a sí mismo en el límite del conocimiento de su época. Al descubrir errores y contradicciones en las enseñanzas de sus maestros, rehusó aceptar los enormes y graves vacíos en el mapa del conocimiento como si fuesen dictados por Dios. Luego de otros dos años en la Universidad de Poitiers, finalmente se tituló en leyes en 1616. Ahí terminaron los estudios formales del joven Descartes, pero rehusó ejercer la profesión de abogado, y por esta falla su padre se burló de él, diciendo que "sólo servía para ser empastado en piel de ternero". Pero tampoco se sintió satisfecho con la vida contemplativa del académico. Así, anunció su plan de buscar el conocimiento viajando, observando y aprendiendo de lo que Ilamó "el libro del mundo"

 

Sueños de un soldado

En 1618 estalló lo que se conocería como la Guerra de los Treinta Años, sumiendo a Europa en una de las más profundas crisis de su historia. Comenzó como una discusión religiosa entre católicos y protestantes en Bohemia y terminó en guerras de conquista de Suecia y Francia que se libraron en suelo alemán. Curiosamente, el devastador conflicto ofreció a Descartes la oportunidad para su ambición de conseguir el conocimiento más allá de los salones de clase. Entre 1618 y 1628, Descartes recorrió Europa, frecuentemente al servicio de uno u otro combatiente. Aunque participó en la decisiva Batalla de la Montaña Blanca, cerca de Praga, en 1620, Descartes vio poca acción y desdeñó la vida militar, considerándola "indolente y disipada". Su más profunda experiencia de la década ocurrió durante la noche del 10 de noviembre de 1619 en Ulm, ciudad de Alemania. Sumido en meditación, Descartes concibió la noción de que todo el conocimiento podría reunirse en una sola ciencia universal, "capaz de resolver de manera general todos los problemas" Esa noche tuvo tres sueños visionarios: en el primero, el filósofo se vio a sí mismo lisiado y buscando refugio en una iglesia; en el segundo experimentó una violenta tormenta; en el tercero abría un texto en latín y leía las palabras Quid vitae sectabor iter? (¿Qué senda de la vida seguiré?) Se convenció de que los sueños le decían que la misión de su vida era descubrir la ciencia universal y dominarla. Cuando no deambulaba, Descartes vivía en París, donde se ganó la reputación de ser un profundo e imaginativo pensador. En una reunión académica fue capaz de refutar al proponente de una nueva filosofía, al aplicar argumentos tan precisos que parecían ser una demostración matemática de su postura. Un alto funcionario de la Iglesia le dijo que su deber era usar su intelecto para concluir la búsqueda de conocimiento que había iniciado. Pero la capital francesa lo distraía demasiado y en el otoño de 1628 partió al norte de Francia y luego a Holanda, donde vivió durante las siguientes dos décadas. Ahí estableció una extraña relación con una sirvienta holandesa Ilamada Helen, que le dio una hija. La niña murió en 1640 a los cinco años y esto fue un amargo golpe para el ánimo de Descartes. Pero la mayor parte de su vida en Holanda transcurrió en la soledad del académico: estudiaba, meditaba, se carteaba de modo filial con otros grandes pensadores de la época y finalmente escribió y publicó las obras que le ganaron un lugar perdurable en la Historia entre los filósofos más importantes.

 

"Pienso, luego existo"

En 1633 Descartes terminó el primer borrador de una extensa obra que se titularía Le Monde (El Mundo). Pero entonces recibió la noticia de que el astrónomo Galileo había sido condenado por la Iglesia Católica en Roma por adherirse a la teoría de que la Tierra gira alrededor del Sol, la cual Descartes apoyaba. Dejó de lado su manuscrito y durante los siguientes tres años escribió el libro en que definió su método científico en una forma que fuera aceptable para los teólogos eclesiásticos. En una época en que casi todos los libros académicos se escribían en latín, Descartes publicó el suyo en francés, con el título de Discours de la méthode (Discurso del método). Pero su cita más famosa se conoce en latín. Es su sonora demostración del poder de la mente: Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo). El Discurso de Descartes de 1637 postuló cuatro reglas para la investigación científica: 1) no dar por cierto algo que no parezca evidente, 2) dividir un problema en el mayor número posible de partes, 3) buscar primero soluciones para los problemas más simples y preceder paso a paso con los más complicados, y 4) revisar las conclusiones para asegurarse de que no hay omisiones. Luego aplicó estos métodos a tres temas: óptica, en la que formuló la ley de refracción; el clima, para el que buscó una explicación científica; y matemáticas, para las que aportó los fundamentos de la geometría analítica. El método de Descartes fue una doctrina revolucionaria en una época en la que se esperaba que el científico o filósofo respaldara sus teorías con citas de la Biblia o de obras eclesiásticas, y pronto tuvo muchos adversarios. Así, Descartes, que quiso mantenerse apegado a su catolicismo, descubrió que su Discurso y otras obras posteriores estaban en la lista de libros prohibidos por la Iglesia Católica. Pero también tuvo importantes partidarios, entre ellos la reina Cristina de Suecia, que obtuvo las obras de Descartes por medio del embajador francés en su corte, e ínició una correspondencia con él en 1647. Cristina heredó el trono a la muerte de su padre, Gustavo II Adolfo, cuando tenía seis años. Mientras que un regente gobernó el país a su nombre, Cristina fue educada en un medio rural alejado de la corte, pero se le dio la educación que normalmente se impartía a los rnuchachos. Se prohibió a los extranjeros asistir al funeral de su padre, "para que no sepan de nuestra pobreza", explicó el concilio gobernante. Coronada a los 18 años en 1644, Cristina decidió corregir la desfavorable imagen que tenía Europa de su país.

La joven reina hizo de su corte el centro del arte y el conocimiento del norte de Europa, trayendo músicos y artistas de Alemania e Italia. Pero la estrella de este firmamento intelectual fue Descartes. La reina decidió atraer al académico francés desde su autoexilio en Holanda y nombrarlo filósofo residente de su corte en Estocolmo. Descartes, de 53 años, cedió con renuencia ante la insistencia de Cristina, y en el otoño de 1649 abordó un barco rumbo al que llamó "el país de los osos, entre la roca y el hielo"

 

Seminarios matinales y pensamientos helados

Recibido ceremoniosamente en Estocolmo, Descartes fue asignado para escribir versos en francés para un ballet. Pero su principal obligación fue ser tutor de la reina a lo que para él era la incivilizada hora de las 5:00. Esto era un cruel castigo para alguien que dormía hasta 10 horas diarias y pasaba las mañanas en cama, leyendo y pensando. Su estudiante real resultó ser brillante y se empeñó en adquirir conocimientos, pero Cristina no era una profunda pensadora y la vida en la corte ofrecía poco estímulo intelectual para el filósofo francés. El invierno le resultó intolerable y se quejó de la estación diciendo que "se hielan hasta los pensamientos de los hombres". El 1° de febrero de 1650, a sólo cuatro meses de su llegada a Suecia, Descartes enfermó de un resfrío que se convirtió en pulmonía, o así se dijo entonces; murió 10 días después. Siendo católico en la Suecia protestante, Descartes fue sepultado en un cementerio normal mente destinado a niños no bautizados. El embajador francés grabó en la lápida una enigmática inscripción: "Expió los ataques de sus rivales con la inocencia de su vida." ¿quiénes eran los rivales? Cierto era que otros cortesanos tenían razones para envidiar la prominencia del visitante francés, quien era el primero entre los académicos y artistas atraídos por Cristina a Estocolmo. ¿Acaso había un motivo religioso para querer quitar a Descartes del camino? Secretamente, la reina protestante se inclinaba al catolicismo y se supone que se carteó con el Papa y recibió a dos emisarios secretos de Roma. ¿Es que Descartes influyó sobre la reina en su misión espiritual? De ser así, debió haber varios en Estocolmo que temieran de su poder sobre la impresionable y joven soberana y que tenían razones de peso para querer elinlinarlo.

 

Descartes tuvo pocos amigos en la corte sueca (arriba.): otros académicos residentes lo consideraron un temible rival. ¿Acaso sus lecciones matinales hicieron que la reina protestante se convirtiera al catolicismo? Poco después de llegar, Descartes escribió una carta en la que dijo que su estancia en Estocolmo sería muy corta; ésta resultó ser una lúgubre profecía.

 

Parte una reina

Los rumores de iuego sucio en la muerte de Descartes fueron breves y ese año hubo noticias más importantes en Suecia. Cristina querellaba con su parlamento y resistía las presiones de sus asesores para casarse y engendrar un heredero. En vez de esto, nombró heredero a su primo Carlos y reveló a su círculo cercano de asesores su intranquilidad por la situación del trono e insinuó su deseo de renunciar a la corona. Cuatro años después, a los 28 años, escandalizó a Europa al abdicar, convertirse al catolicismo y partir de Suecia rumbo a Italia. Los historiadores nunca han podido explicar adecuadarnente la extraña decisión de Cristina. Hay quienes dicen que la ortodoxia protestante era demasiado severa y rígida para la joven reina y su curiosidad intelectual. Tal vez se sintió atraída por la peculiar percepción religiosa de Descartes, aunque no hay evidencia de que él estuviera relacionado con su conversión. Otros opinan que una persona tan interesada en las artes como Cristina se sentía mejor en un ambiente como Italia. Aunque regresó a Suecia en dos ocasiones para visitar propiedades cedidas para su manutención, fue vista con entera suspicacia por sus compatriotas. En Italia se hablaba de hacerla reina de Nápoles o de Polonia, pero nada salió de estos supuestos planes. Ella estableció en Roma su propia corte en el exilio, donde murió 35 años después, llevándose hasta la tumba el secreto de su extraña vida.

 

Continúa la peregrinación

Tardíamente, Francia reclamó a su ilustre hijo. En 1666 se exhumaron los restos de Descartes, se pusieron en un ataúd de cobre y se llevaron a París para sepultarlos en la iglesia de Ste. Geneviève-du-Mont. Desenterrados nuevamente durante el transcurso de la Revolución Francesa, los restos fueron colocados en el Panthéon, la imponente basílica dedicada a los pensadores y escritores de la nación. Pero en 1819 el ataúd de Descartes fue finalmente llevado a St. Germaindes-Prés. Antes de ser puesto en su morada final, el ataúd fue abierto para realizar una revisión y se hizo un macabro descubrimiento: faltaba el cráneo de Descartes. Poco después el cráneo apareció en una subasta estatal en Suecia: aparentemente, la cabeza fue cercenada la primera vez que los restos fueron movidos, pues se le halló la siguiente inscripción: "Cráneo de Descartes, tomado en cuidadosa posesión por Israel Hanstrom en el año 1666, en ocasión del transporte del cuerpo a Francia, y desde entonces oculto en Suecia." Quienquiera que fuese Hanstrom, era claro que pensaba que el filósofo pertenecía al menos en parte al país donde murió. Pero el cráneo también fue devuelto a Francia y registrado desde 1878 en el inventario de especímenes anatómicos del Musée de L'Homme en París. Desafortunadamente, cabeza y cuerpo permanecen separados hasta hoy en día junto al río Sena.

 

 

Por pura coincidencia, el científico alemán Eike Pies (izquierda) dio con la evidencia del envenenamiento y muerte de Descartes; el cráneo del filósofo puede contener pruebas.

 

Informe médico, 330 años después

En 1980, el publicista y científico alemán Eike Pies clasificaba correspondencia de Willem Piso, su ancestro del siglo XVII, en los archivos de la Universidad de Leyden en Holanda. De pronto, dio con el recuento de un testigo de la muerte de Descartes, 330 años antes: era una carta escrita por el médico de la reina Cristina, Johann van Wullen, a Piso, un renombrado galeno de esa misma época. "Como usted sabe, varios meses atrás Descartes llegó a Suecia para rendir homenaje a Su Serena Majestad la Reina", escribió Van Wullen. "Justo ahora, a la cuarta hora antes del alba, este hombre expiró... La Reina quiso ver esta carta antes de enviarla. quiso saber qué escribí a mis amigos acerca de la muerte de Descartes. Me ordenó estrictamente evitar que mi carta cayera en manos de extraños." Movido por la curiosidad, Piso siguió leyendo la peculiar información de la misiva. A continuación se detallaba día por día el progreso de la enfermedad final de Descartes. ¿Por qué, se preguntó Eike Pies, juzgó necesario el médico de la corte sueca escribir a su colega de Holanda acerca del curso de una enfermedad tan común como la pulmonía? ¿Por qué la reina en persona censuró las noticias acerca de la muerte de su renombrado huésped? En busca de otra opinión, Pies tradujo la carta, omitió nombres, lugares y fechas, y la entregó a un patólogo criminalista. El veredicto: los síntomas descritos en la carta de Van Wullen corresponden a intoxicación aguda por arsénico. Dañando el tracto intestinal, esta intoxicación produce intensas náuseas y dolores estomacales. Las membranas mucosas se hinchan, estallan los vasos sanguíneos y la sangre mezclada con los jugos gástricos forma una masa negra que se excreta por los intestinos o por medio de vómito. Estos síntomas no son los que se asocian con pulmonía.

¿Cómo se resuelve un crimen de tres siglos de antigüedad? Hay pocas posibilidades de hallar al culpable y ninguna de hacer un juicio. Pero se puede reunir evidencia, pues el arsénico se deposita en los huesos, uñas y pelo de la víctima, y puede ser hallado mucho tiempo tras la muerte. ¿Deberían exhumarse otra vez los restos? Muchos protestarían seguramente por esta nueva perturbación en aras de la remota posibilidad de descubrir un crimen que ocurrió hace tanto. Y hallar al culpable, si es que hubo alguno, es imposible, además de innecesario hasta cierto punto. Pero Descartes fue el primer campeón de la investigación científica. Aplicando las cuatro reglas postuladas en el Discurso del método, se podría decir lo siguiente: 1) no es un hecho evidente que haya muerto de pulmonía, 2) el problema podría dividirse en cuatro partes: ¿fue envenenado?, ¿cómo?, ¿por quién?, ¿por qué motivo?, 3) el problema más sencillo es la causa de la muerte y esto podría resolverse antes de los problemas más difíciles, si no insolubles, 4) revisar las conclusiones, para asegurar que no se cometieron errores, añadiría una nota que seguramente resultaría fascinante a la historia y una conclusión más interesante a la biografía de uno de los pensadores más profundos e influyentes en las páginas del conocimiento indagado por el hombre.

¿Envenenamiento con arsénico?

En su época, se anunció que Descartes murió de pulmonía a principios de 1650. Esta enfermedad se inicia con resfrío, temblores, fiebre y agudos dolores de pecho; los subsecuentes síntomas incluyen tos, jadeos y expectoración color óxido. En contraste, la carta de la época del médico de la corte, Johann van Wullen, a un colega holandés, muestra un cuadro totalmente distinto al que presentaba el filósofo: "Durante los primeros dos días, su sueño fue profundo y no comió, bebió ni tomó medicamento. El tercero y cuarto días estaba agitado y no durmió, aún sin comer o medicarse. Al quinto día fui llamado a su lecho, pero Descartes no quiso que le diera tratamiento. Como las señales inequívocas de la muerte próxima eran obvias, acepté gustosamente mantenerme alejado del moribundo. Al pasar el quinto y sexto días, se quejó de mareo y de fiebre interna. Al octavo día, de hipo y vómito negro. Luego tuvo respiración inestable y la mirada extraviada, presagiando la muerte. Al noveno día, todo estaba perdido. A la mañana del décimo día su alma regresó a Dios." Esta descripción del avance de la enfermedad final de René Descartes coincide mucho mejor con los síntomas de intoxicación aguda por arsénico que con los que son característicos de la pulmonía. Si se confía en la carta del médico Johann van Wullen, Descartes pudo ser víctima de un asesinato.

 

Víctima de una ciencia macabra

¿Que tienen en común Descartes y el compositor austriaco Joseph Haydn? Haber perdido la cabeza. El querido músico, primer gran maestro de la sinfonía y el cuarteto, llamado "Papá Haydn" por Mozart, murió el 31 de mayo de 1809 a los 77 años. Once años después, el ataúd de Haydn fue llevado de Viena a Eisenstadt, una aldea 40 km al sureste, donde el compositor vivió durante 30 años. Pero antes de hacer esto, se abrió el ataúd y los horrorizados espectadores vieron que bajo la peluca blanca... ino había nada! Una investigación penal Ilegó hasta el dudoso círculo frenológico de Viena, discípulos de cierto Franz Joseph Gall, cuya teoría afirmaba que las facultades mentales y espirituales podían inferirse de un estudio de la forma y tamaño del cerebro y del cráneo. En 1802, el "sistema Gall" fue prohibido por decreto real, pero esto no bastó para desanimar a los fanáticos seguidores de la extraña seudociencia y se rumoraba de un gran número de tumbas profanadas. Aunque dos frenólogos admitieron haber tenido el cráneo de Haydn temporalmente en su posesión, la policía austriaca no pudo localizar con exactitud el cráneo faltante del compositor. Había desaparecido. En 1895, el cráneo de Haydn, luego de pasar por varias manos, apareció entre las posesiones de un profesor de anatomía. A su muerte, sus hijos donaron la reliquia a la Sociedad de Amigos de la Música. Pasaron otros 59 años antes de que terminaran los extraños vagabundeos y se uniera la testa de Haydn a su esqueleto.

Poco después de que Joseph Haydn fue sepultado, su cadáver fue profanado por los seguidores de una oscura ciencia. Cráneo y esqueleto estarían separados por 345 años.

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