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En Julio de este año tuve el privilegio de conocer Chile. Su capital Santiago, la ciudad de Valparaíso – donde me deleite en el pequeñito pero gigante estudio del poeta Neruda en su casa de La Sebastiana – y Viña del Mar. Como en todo país cuyo pasado político, reciente o lejano, incluye una dictadura militar, Chile goza de grandes infraestructuras; vías terrestres, construcciones férreas, estructuras estatales, eficientes construcciones habitacionales y espacios públicos; todos conservan la marca de la mano militar que se refleja en el orden y la asimetría del desarrollo urbano. Sin embargo, a diferencia de Venezuela, en cuyo pasado también cuentan varias dictaduras militares, Chile ha sabido conservar y mejorar sus infraestructuras con el toque inevitable de la modernidad. Han podido combinar la herencia positiva de la dictadura con la apertura a la alta tecnología y la modernidad típica de la globalización. Esto se evidencia en cada rincón, e incluso, en el ánimo y estilo de vida del chileno. Chile es un país definitivamente reconciliado. Si todavía existen resabios del legado de las violaciones de derechos humanos, esto es sin duda muy pequeño. Pues, ellos al parecer han entendido que la clave para progresar esta en la unión, la reconciliación y la apertura. Las lecciones de la dictadura fueron bien aprendidas. Regrese, sin embargo, con un dejo de tristeza porque no puedo dejar de pensar en mi país. Me pregunto: Si Chile puede tener un gobierno socialista y, ser exitoso económica y socialmente, porque mi país no? Siendo un estado de corte socialista donde la concertación, al parecer, ha hecho bien su trabajo; no excluye la idea del progreso, la riqueza y el crecimiento aguas abajo. Por el contrario, han tomado lo que les conviene del sistema capitalista: las empresas transnacionales que contribuyen al pleno empleo y transfieren el tan sonado “know-how” (transferencia de conocimiento); los centros comerciales al mas estilo europeo y americano que facilitan el libre flujo de dinero y la riqueza; las políticas macroeconómicas de libre intercambio comercial con el resto del mundo. Pero sobretodo los chilenos gozan de un sistema totalmente orientado al bienestar social. Hospitales de calidad, sistemas de transporte de calidad, un estado de derecho que se respeta, una división real de poderes, un orden casi orgánico, una seguridad que te hace pensar que estas en Suiza y no en una franja de Suramérica. Hay pobreza, como en todos los rincones del mundo. Pero no hay hambre, al menos no como la conocemos por estos lados del Ecuador. Díganme si todo eso no es Socialismo pleno? A quien le importa si las Multinacionales hacen miles de millones, si nos dan empleo, nos transfieren conocimiento y nos permiten elevar nuestro poder adquisitivo y, por ende nuestra calidad de vida? A quien le importa si las Multinacionales usan nuestros recursos, si cumplen correctamente con sus deberes fiscales y respetan la soberanía del estado? Los recursos de nuestros países son para explotarlos en nuestro beneficio como pueblo. No para guardarlos en una caja fuerte mientras nos morimos de inanición. Mucho menos son para que se enriquezca solo la minoría que este de turno en el poder. Porque ser Socialistas pobres si podemos ser Socialistas ricos? La Concertación chilena ha interpretado muy bien la idea del control estatal sobre las empresas foráneas y/o privadas: “hagan dinero, si; pero también extiendan la riqueza y el conocimiento al país y sus trabajadores.” Un estado que vela por que estas reglas del juego estén claras es un estado verdaderamente socialista. Un estado que admita que no puede cargar solo con el peso del pleno empleo para todos sus habitantes es un país genuinamente socialista. Por todo esto los chilenos se ven altamente beneficiados; y el progreso y crecimiento económico es indetenible (por algo les llaman la Suiza de Suramerica). Un poquito de Historia Nosotros por aquí tenemos mucho que aprender. Si nos remontamos a los días previos al Golpe Militar del “Comité de los 15,” el grupo de 15 generales que verdaderamente gesto el golpe a Salvador Allende en 1973, podemos encontrar muchas coincidencias con la actual situación en Venezuela. Como reflejo de un 11 de Abril de 2002, en Chile ocurrió lo que se llamo el “Tancazo” en Junio del 73. Una revuelta que dejo en evidencia la molestia y la división dentro de las Fuerzas Armadas Chilenas y, arrojo 17 muertos (cuantos fueron los caídos del 11 de Abril, 17? 27?). Las Fuerzas Armadas estaban cansadas de ser un instrumento político del gobierno comunista de Allende. Se había perdido la verticalidad de mando y el gobierno no ponía coto a la entrega de armas a grupos extremistas (Ring a bell?). El partido Socialista y el MIR insistían en “profundizar el proceso” mientras la economía se iba desplomando y las crisis hospitalaria y alimenticia se incrementaban. A los opositores se les calificaba de “fascistas” (Arellano, 19), y la polarizacion era insostenible (Ring a bell?). Se exploto el argumento del Poder Nacional, ese capaz de influir en el sentimiento, pensamiento y voluntad de la persona humana; para el cual la sociedad es solo una masa humana que integra al estado y debe ser dirigida, conducida y organizada por este (Arellano, 35). En esta tesis, la representación y participación no existen. En relación a esto, recordemos que para la reforma constitucional que votaremos el 2 de Diciembre, el Estado esta por encima del ciudadano, los poderes serán para soportar al estado y no para defender los derechos de los venezolanos. Este gobierno se limita a llamar a estos cambios Socialismo del Siglo XX1, en Chile lo llamaron por su nombre: Poder Nacional. Para el gobierno de Allende, bebía destruirse el aparato militar y burgués para así poder consolidar la revolución socialista. La manipulación e incumplimiento de las leyes se justificaban, pues según el Ministro de Justicia Chileno del momento: “La revolución se mantendría dentro del derecho mientras el derecho no pretendiese frenar la revolución” (Arellano, 38). Es decir, para el gobierno del presidente Allende, el estado de derecho debía adaptarse a la revolución, sino esta lo adaptaría a su medida. La violencia y el discurso divisionista y gregario también era un método común para obtener la total sumisión del adversario. Sin embargo, casi todos los chilenos deseaban con vehemencia un entendimiento y una apertura, pero esto era sumamente difícil de alcanzar pues un gobierno minoritario se empecinaba en imponer un sistema político y económico que la gran mayoría no quería aceptar (Arellano, 41) (Ring a bell?) Para 1973 se estimaba poco probable un golpe de estado puesto que el Ejército se consideraba completamente leal al gobierno socialista. Aun asi,, las reiteradas intensiones de armar un Ejercito del Pueblo, el ingreso de miles de Cubanos con formación militar, y el continuo uso del poder militar para fortalecer la permanencia de Allende en el poder fue poco a poco debilitando la moral de la institución, hasta llegar a la explosión del 11 de Septiembre de 1973. Además, para este mismo año no había ya en Chile poderes del estado independientes y a los que no se les hubiese debilitado en sus funciones y rango de acción (Arellano, 16). El odio entre chilenos se acrecentaba mientras el gobierno perdía tiempo, dinero y popularidad haciendo cambios irrelevantes con el objeto de supuestamente avanzar en la “dictadura del proletariado,” que era a fin de cuentas el proyecto político último de Unión Popular, el partido oficialista (Arellano, 59). Uno de estos cambios, sorpresivamente parecido a lo que hemos evidenciado en Venezuela, fue el nombramiento de los diferentes ministros como “Emisarios del Pueblo” (55). De esta forma se llamaría Emisario del Pueblo Para la Economía, al Ministro de Economía; Emisario del Pueblo Para la Justicia, al Ministro de Justicia, etc. Esto con el fin de conectar al pueblo con los poderes, y hacer creer al ciudadano que el ministro fungiría como su emisario y defensor, mas no como un funcionario leal al estado. Las condiciones estaban dadas para un golpe militar que acabase con tanto radicalismo, despilfarro (1) y polarizacion. El 11 de Septiembre de 1973, el Comité de los 15 emitió un documento con 12 razones para exigir la renuncia de Allende. Entre ellas figuraban: el quebrantamiento de los derechos fundamentales de la libertad de expresión, de reunión, de enseñanza, de huelga y de propiedad privada; el quebrantamiento de la unidad nacional, promoviendo una lucha entre clases tras ideas extrañas a la idiosincrasia chilena; la incapacidad demostrada del gobierno de mantener la convivencia entre los chilenos; el atropello por parte del gobierno de las leyes y la independencia de poderes; la extralimitación del poder ejecutivo en sus atribuciones; el estancamiento y retroceso de la economía y la reforma agrícola; la anarquía; la asfixia de libertades; etc (Arellano,72-74). Tal y como lo anuncio quien fuese secretario general del la Juventud Socialista durante el gobierno de Allende: “…nuestra derrota se debió a nuestra incapacidad para entender que el pluralismo es una necesidad vital del pueblo de Chile, que la democracia es un valor adquirido y experimentado por nuestro pueblo durante muchos años y, que la transformación de la sociedad requiere el apoyo masivo de los mas amplios y plurales sectores de la población” (54). Tal reflexión es ahora más que nunca vigente en el Chile posterior a Pinochet. Como lo habría dicho Salvador Allende en su ultima alocución el 11 de Septiembre de 1973: “…mucho mas temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.” (2) El Chile del siglo XXI es la mejor combinación de la herencia socialista de Allende y el capitalismo de estado de la derecha militar impuesta por Pinochet. Ambos gobiernos, ambos sistemas dejaron su huella en un país que logro armónicamente recoger las mejores prácticas de cada uno para convertirse en lo que es hoy día: la economía más fuerte y el estado socialista más sólido del continente. Ahora bien, conociendo ya nuestros puntos en común con el Chile de los 70’s, cual debe ser nuestra reflexión? Nosotros no queremos un Pinochet en Venezuela despues de Chavez, sin duda tampoco queremos un Allende. Creo que lo que aspiramos es tener una Venezuela que también recoja lo mejor de la derecha y de la izquierda. Fundir en un solo estado lo mejor de la herencia que nos dejo Perez Jiménez, con la modernidad y la apertura traída por la cuarta republica y, los fundamentos socialistas/humanistas recuperados por el Presidente Chávez. Nada es para siempre, Allende duro 3 años en el poder, Pinochet 17, Pérez Jiménez 7, Chávez lleva 8, e inevitablemente todos los ciclos se cierran. Seamos pacientes. Estemos atentos y, ya veremos que, como dijo Allende en el 73, “ mucho mas temprano que tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor,” y yo agrego: ”en nuestra Venezuela…” De nuevo, nosotros aquí, tenemos todavía mucho que aprender… (1)> Para Septiembre de 1973 la inflación había llegado a 508%. (2)> Monthly Review Foundation/ http://mrzine.monthlyreview.org/allende110906.html Fuente: Arellano Iturriaga, Sergio. De Conspiraciones y Justicia. Editorial La Gironda. Santiago de Chile, 2003. |