Un buen consejo
Mario Arribas
Agosto 2002




Mi padre era una persona muy sabia por muchas razones; era mi mayor fuente de inspiración y mi mejor consejero. De él aprendí mucho, durante mi niñez me enseñó cosas muy útiles y despues como adolescente, sus palabras me ayudaron muchísimo en mi posterior vida adulta, y todavía lo hacen.

Era un hombre muy culto, a pesar de no haber podido estudiar mucho en una escuela formal; sabía de casi todo pues le fascinaba leér. Había vivido una vida llena de experiencias enriquecedoras; unas muy agradables, otras no tanto.

Venía de una familia mas o menos acomodada, que a causa de la guerra en su pais natal se vino a menos, su familia fue objeto de persecuciones políticas; su padre, mi abuelo sufrió en carne propia los efectos de la represión de un sistema político con el que no estaba de acuerdo; y a causa de ello, murió cuando mi padre era apenas un niño.

Le tocó vivir momentos muy duros y amargos; separarse de su familia, su prometida y amigos para emigrar a tierras desconocidas, buscando la paz y la oportunidad de prosperar.

Llegó a su destino unicamente con sus ilusiones, y con ellas construyó la familia que gracias a su esfuerzo tuve.

Quizas su sabiduría provenía de la vivencia de la suma de todas esas experiencias, o de su condición misma de padre; pero en ningún sitio estaba mejor ejemplarizada que en sus consejos.

Una vez, con motivo de un fracaso en los estudios me dijo: “...la vida está llena de obstáculos; unos te hacen trastabillar, otros hacen caer; si por culpa de uno de estos escollos terminas en el suelo, no pierdas tu tiempo quejándote por la caída, párate rápido, sacúdete el polvo de la derrota y vuelve a caminar...”.

Gracias, viejo.









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