Mi patrulla...la mejor
Mario Arribas
Septiembre 2002




Para aquella época del año ya casi habíamos llegado a la mitad de las vacaciones ecolares; desde hacía casi cuatro meses mis padres junto con los de muchos otros, habían estado asistiendo a reuniones en la casa parroquial de mi pueblo; esas reuniones tenían como único objetivo involucar a los representantes de los miembros de mi tropa en la actividad mas ambiciosa que jamás hubiera hecho mi tropa. ¡Ibamos a viajar en un barco militar hasta una isla que era una base de la Armada!.

A la par que nuestros representantes se reunían con los dirigentes, nosotros, los Castores lo hacíamos fuera del salón. Teníamos mucho trabajo por delante; pues el campamento iba a durar 11 dias. Jamas habíamos acampado tanto tiempo. ¿Cómo sería eso?, ¿Dónde vamos a llevar la comida?, ¿Nos darán permiso a todos?, esas y muchas otras preguntas eran el tema de discusión en todas esas reuniones de patrulla.

Los Castores éramos bastante desordenados, pero a pesar de ello, gozábamos un mundo cada vez que nos reuníamos; no vivíamos cerca, no estudiábamos en la misma escuela; así que cada vez que nos veíamos teníamos muchas cosas que contarnos; es por ello que gran parte de la reunión se nos iba en ponernos al día con todas las noticias que tenía cada quien. Así transcurrió el tiempo hasta que vimos la fecha del campamento tan próxima y nuestra planificación tan cruda, que nos asustamos y empezamos a trabajar en serio.

Lo primero fue establecer los cargos que cada quien ocuparía en ese campamento, y como iba a ser demasiado largo, para evitar que nos cansáramos de ejercerlos, hicimos un esquema de rotación de cargos. Yo iba a ser el cocinero al principio, o por lo menos eso habíamos planificado, pero en cuanto solté el cargo, le tocó a Valerio; “el Toro”, como lo llamábamos no tenía la menor idea de cómo hervir agua; con decir que el corn-flakes del desayuno quedó mal..., por lo que retomé el delantal; así pasó varias veces. Mi sub-guía era un muchacho muy fuerte, era el mas grande de la patrulla, no cocinaba bien, no era muy bueno con los amarres y no se le entendía la letra; era demasiado desordenado con el botiquín, así que por unanimidad quedó nombrado aguador; al saber que el depósito mas cercano de agua quedaba a mas de una hora de camino, el protestó, pero ya era tarde. Así, uno a uno fuimos asumiendo algún cargo que podíamos ejercer bien.

Había que llevar una carpa, y nosotros jamás tuvimos una, pues en verdad eran demasiado caras para nosotros. Siempre que salíamos teníamos el mismo problema, por lo que nos volvimos unos expertos haciendo refugios de palos, paja y hojas. Eso nos daba un trabajo enorme la primera noche que pasábamos en un campamento, las demas patrullas si tenían carpa, y para cuando ellos ya estaban durmiendo, todavía podía oirse a mi patrulla contando chistes y cantando mientras terminábamos el refugio. Para aquella época, las carpas eran de lona, pesadísimas; los parales de madera tambien muy pesados. Al poco tiempo las demas patrullas comenzaron a sacrificar lo rápido de la instalación de su campamento, por la libertad de no tener que cargar esas carpas tan pesadas. Pero en el campamento de la isla, estábamos mal, eso era otra cosa; nunca habíamos acampado en playa a orillas del mar; e hicimos bien en suponer que no hallaríamos palos, ni paja ni hojas para construir el refugio. Así que hubo que buscar una carpa.

Para enonces yo tenía una novia que tenía una carpota playera, era una carpa antiquísima; era feísima y muy incómoda , pero como era la única solución que teníamos a la mano la pedimos prestada. Nos la prestaron con la condición de devolverla en perfecto estado, pues no era de mi novia sino de su papá, y él la cuidaba como si fuera de oro, nunca supimos cuál era la historia de la carpa, pero a nuestro regreso averiguamos su importancia.

¿Qué vamos a comer?

En aquellos dias no había tanta facilidad para comer en campamento como las hay ahora; no había refrescos en lata, ni leche o jugos de larga duración; la cosa era bastante mas dificil entonces. Los dirigentes nos ofrecieron guardar las cosas que necesitaran refrigeración en una nevera que había en la base militar, eso aligeró un poco nuestros problemas, pues 11 dias a punta de arepa con diablitos y carne enlatada.........

El cajón de patrulla; nosotros nunca habíamos tenido uno, pero eso no era problema, pues el papá de mi sub-guía importaba muchas cosa de Portugal, y estas venían en unos cajones de madera; lo malo era que en ese momento él no tenía ninguno, pero se ofreció a conseguirnos uno con tiempo suficiente para tenerlo antes de nuestro campamento.

Ahora sí estábamos listos; lo único que faltaba era esperar la fecha de partida.

A medida que se acercaba el día del viaje, crecían nuestros nervios. Afortunadamente a todos los integrantes de mi patrulla, los dejaron ir.

El dia anterior a la partida, me llamó mi subguía para decirme que su papá le había conseguido nuestro cajón de patrulla; pero me pareció extraño, no sonaba nada contento por la noticia. Cuando llegué a su casa me di cuenta de la razón. El cajón era una inmensa caja de madera, pesadísima y grandísima; a tal punto que en su interior, aparte de las cosas de patrulla, metimos la carpa, los bidones y todos nuestros morrales, lo cual después descubrimos que había sido una buena idea. Por qué???? Ya lo sabrán.

Llegó el momento esperado, decidimos reunirnos en casa de mi subguía para ayudarle a llevar el cajón hasta el sitio de partida del resto de la tropa. Mi subguía tenía una patineta, que no era como las de ahora, pues parecía lo que hoy se conoce como mono-patín, pero con cuatro ruedas; como la caja era muy pesada, la montamos sobre la patineta, pero como tambien era muy grande, quedaba la mitad fuera de nuestro “vehículo”, la que tuvimos que sostener por turnos. Tardamos mas de una hora en recorrer las cinco cuadras que nos separaban del punto de partida. Jamás se me hubiera ocurrido que cargar el cajón hubiera podido ser tan divertido. A mi sub-guia se le ocurria cada cosa que nos divertía muchísimo. Mi hermano, que para entonces era un lobato iba a asistir a ese mismo campamento, pero con la manada, que iba a acantonar en un sitio cercano. Mas de una vez estuvo a punto de orinarse de la risa y tuvimos que detenernos para que el no mojara los pantalones. Como el cajón no cabía en el carro, muchos de los representantes iban despidiéndose y llorando por nuestra partida sentados en los carros detrás de nosotros; aquello era cómico, parecía una procesión, una fila larga de carros detrás de nosotros, y la patrulla cargando una caja de madera en vez de un santo.

A duras penas pero llegamos. No habíamos empezado el campamento y ya había comenzado la diversión, que maravilla.

Al reunirnos con las otras patrullas y con la manada arrancamos hacia el puerto, donde nos esperaba un buque de guerra para llevarnos a la isla. El clan del grupo nos esperaba hacía una semana en la isla, preparando todo para nuestra llegada y la de la manada.

El buque era un transporte de tropas, era una especie de bañera; y a nosotros nos tocó viajar en el fondo, era una especie de pasillo muy ancho como para llevar camiones o tanques de guerra, al llegar a tierra, se supone se abría la parte delantera del barco, bajaban una rampa y salían los vehículos y los soldados. El viaje lo hicimos de noche, y como estábamos a la intemperie, podíamos ver las estrellas en alta mar. Como el buque era un buque diseñado para llegar justo hasta la playa, no tenía quilla, y el fondo era plano, por lo que en cuanto zarpamos, y salimos de la tranquilidad de las aguas del puerto hacia mar adentro; el barco empezó a moverse de manera espantosa. En menos de una hora mi patrulla ya había organizado carreras de vómito en el piso del buque. Imagínense casi todos los lobatos y scouts, incluyendo a varios de mi patrulla vomitando en el piso; cuando el barco subía, el vómito retrocedía, cuando bajaba, los chorritos se alejaban. Era impresionante ver a uno de mis patrulleros con la cara verde del mareo y del asco a punto de vomitar, al mismo tiempo que parecía divertirse animando la competencia. Los únicos morrales que sobrevivieron la guerra de vómito fueron los de los Castores. Un punto a favor de la idea de meterlos en el cajón.

Al amanecer llegamos a la isla, y con la luz del dia, vimos cómo había quedado la cubierta, los uniformes, las caras , todo lleno de esa pegajosa y maloliente prueba de un viaje terrible.

Del puerto al sitio de campamento había una distancia grandísima, y tuvimos que cargar el cajón. Cómo extrañamos la patineta!!!

El campamento transcurrió entre trabajo, juegos y bastante diversión. Pasamos muchas horas bañándonos en la playa y tomando sol. Fue perfecto, lo disfrutamos.

Un dia los dirigentes nos llevaron de excursión, nos pidieron que lleváramos gorras, botas y las cantimploras vacías, pues ellos nos iban a suministrar una “tizana”. A la hora señalada estábamos listos; y tal como lo prometieron, llenaron todas las cantimploras con la “Tizana”. Estaba fría, fresquita. Durante el camino todos aguantamos las ganas de tomar, pues habíamos decidido esperar hasta llegar a la cima de un cerro que subimos, para en el descanso deleitarnos.

El sol quemaba, el calor era sofocante, la suela de las botas parecía derretirse a cada paso; las quemadas de dias anteriores dolían horrores, pero llegamos a la cumbre. Una vez allí, casi muertos de sed tomamos nuestra tizana, en verdad no nos supo tan sabrosa como parecía en un principio, de hecho algunos hasta la notaron ácida, pero eso era lo único que teníamos para tomar. De bajada no habíamos caminado una hora cuando se empezaron a sentir los efectos purgantes del brebaje. Al principio cada quien comunicaba que se iba a atrasar un poquito para así poder agacharse con comodidad y con un mínimo de privacidad; al rato ya ni nos agachábamos. A las tres horas éramos una partida de muchachos malolientes, rodeados por moscas y con un caminar bastante extraño. La tropa se quejó, todos maldijeron al jefe de tropa, planificaron su venganza, pero los castores, haciendo gala de su buen humor, hasta le compusieron una canción al clan, que era el encargado de elaborar la tizana, y al jefe de tropa que era el responsable. Al llegar a nuestro destino de regreso, todos habíamos aprendido la canción, y hasta le habíamos ideado un baile, bien asquesoro, por cierto.

En la isla había un toro suelto, según los soldados de la base teníamos que cuidarnos de él, pues estaba loco y atacaba sin avisar. Una noche, estábamos durmiendo cuando sentimos un golpe inmenso, sentimos que como que las otras tres patrulla habían decidido tumbar nuestra carpa con nosotros dentro, y bailar sobre ella. El toro nos había visitado. Rompió la carpa, corneó los bidones de agua y nos dejó sin comida. Valerio obtuvo su sobrenombre en esa oportunidad, pues se puso tan bravo que salió y amenazó al toro con cornearlo él tambien. Yo nunca había visto lo garnde de un toro, pues jamas había estado tan cerca de uno. Valerio tampoco, pero estaba tan bravo, y dentro de su ira tenía tanta lógica lo que estaba haciendo, que repetidas veces, golpeó al toro con su cabeza, como si él tambien tuviera cuernos. El toro debe haberse espantado por la cara de Valerio, pues despues de recibir varias embestidas, se alejó. Desde entonces a Valerio le llamamos “El Toro”.

Mi primer patrullero siempre exibió con orgullo su uniforme, pues este había pertenecido a un tio suyo, que había sido scout hacía mucho; tambien lucía un sombrero inglés que su abuelo había comprado en Londres en un viaje. Un dia decidimos ir a pescar para suplir la falta de alimentos que causo el incidente con el toro, y como hacía mucho sol, decidimos que era buena idea llevar los sombreros. El lugar escogido para la pesca, era el final del muelle de atraque de los buques grandes, tenía mas de un kilómetro de largo, y el mar en su extremo era muy, pero muy profundo. Eso fue una gran imprudencia, pues algunos de mi parulla –incluyéndome- no sabían nadar. “El Toro” era un bromista por excelencia, era del tipo que pone zancadillas durante la marcha, hacía muecas, imitaba voces y gestos, en fin; cuando estaba todo callado y tranquilo a él se le ocurria algo que acababa con la paz. Ese día, llevábamos varias horas intentando, sin éxito pescar algo; poco a poco nos fuimos aburriendo, y la exitación de pescar, terminó por ser una experiencia aburrida. Valerio observó que estando sentados en el suelo del muelle, con las piernas colgando hacia el mar, Luis Alberto, mi primer patrullero se estaba quedando dormido. Decidió despertarlo con una palmada en la nuca, con la mala suerte que falló el golpe, y su manotazo mandó el sombrero de Luis Alberto al agua; tuvimos que agarrar a ese loco, pues aún sabiendo que no podía nadar intentó lanzarse al agua a recuperar su sombrero. Vimos como lentamente su precioso sombrero se hundía, mientras mi subguía, se llevaba la mano al pecho y entonaba el Himno Nacional. No solo todos hicimos lo mismo, sino que despues hasta guardamos un minuto de silencio. A los días nos enteramos que Luis Alberto le había pedido a unos de los soldados que le enseñaran a nadar, para tratar de recuperar su sombrero antes de irnos de la isla. No lo logró hacer, ninguna de las dos cosas, aprender a nadar o recuperar el sombrero.

El último día, y por culpa de nuestra escasez de alimentos, teníamos un hambre bárbara, y decidimos ir a pedir comida a las demas patrullas. A ellos les pareció interesante lanzárnosla en vez de dárnosla, y así comenzó una guerra de comida que duró hasta que nuestra carpa no aguantó mas proyectiles comestibles y tuvimos que rendirnos.

Parte de guerra: A mi primer patrullero le partieron los lentes de un latazo, y a su primo le pegaron con una papa en un ojo y se lo pusieron morado. La carpa quedó hecha un colador, y uno de los parales se partió en medio del fragor de la lucha.

Han pasado muchos años desde aquel campamento, y aún hoy, al escribir esto me he divertido recordando a mi patrulla, en verdad que gozamos cada momento, cada reunión, cada excursión, cada campamento.

Hoy todavía nos reunimos de vez en cuando a recordar las anécdotas no solo de esta actividad sino de muchas otras, que algún dia transcribiré; y siempre concluimos lo mismo: la patrulla Castores, mi patrulla....fue lo mejor de nuestra vida en la tropa.

Ah!!! La carpa, quieren saber qué pasó?

Pues a la semana de haber llegado y de intentar infructuosamente repararla descubrimos dos cosas, la primera es que el papá de mi novia adoraba su carpa, y la segunda es que ella nos la había prestado sin su permiso. Obviamente mi noviazgo terminó.













Regresar a la página anterior