Organización

 

Como ya se ha indicado, las compañías en que se articulaba la milicia en tiempos de los Reyes Católicos no podían operar independientemente a causa de su escasa potencia y de su reducido número de efectivos, y por esta causa se crearon las Coronelías primero y, más adelante, en la reforma de 1534, los Tercios, con objeto de disponer de núcleos poderosos de combate relativamente autónomos y de características apropiadas para satisfacer las necesidades de las campañas en las que se hallaban comprometidas las tropas imperiales. Cada Tercio con una fuerza de tres mil hombres, se componía de tres Coronelías cada una de las cuales comprendía a su vez solamente cuatro compañías en lugar de las veinte iniciales, con el fin de simplificar su administración y gobierno interior. Cada Coronelía continuó mandada por un Coronel y el mando de las tres lo reasumió un Maestre de Campo, nueva categoría cuya creación data de esta época. De las doce compañías que formaban el Tercio unas eran de piqueros y otras de arcabuceros, destinándose a las primeras los hombres de mayor fortaleza y resistencia, pues yendo revestidos de armadura tenían que manejar una pica de grandes proporciones.

Por otro lado, es muy probable que en determinadas circunstancias se organizaran compañías mixtas de piqueros y arcabuceros y que se emplearan ballesteros como elementos auxiliares. La ballesta, en efecto, se continuó utilizando como arma de guerra (así como de caza) durante el siglo XVI.

Existen diversas opiniones acerca del origen del vocablo tercio. Según algunos autores se dio este nombre a las tropas españolas de infantería del siglo XVI en recuerdo de la tercia legión romana, que estuvo destacada en la Península Ibérica. Por su parte don Sancho de Londoño, militar distinguido que prestó sus servicios a principios del siglo XVI, se expresa en estos términos en un informe que dirigió al Duque de Alba: "Los Tercios, aunque fueron instituidos a imitación de las tales legiones (romanas), en pocas cosas se pueden comparar a ellas, que el número es la mitad y aunque antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual se llamaban Tercios y legiones. Ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres. Antiguamente había en cada tercio doce compañías, ya en unos hay más y en otros menos, había tres Coroneles que lo eran tres capitanes de las doce, cosa muy necesaria para excusar las diferencias que nacen cuando se envían de una compañía arriba alguna facción o presidio". Por tanto, según este autor el nombre de tercio deriva del número de plazas que componían esta unidad. El Conde de Clonard en su obra Historia de la Infantería y Caballería españolas, indica que la composición y haberes mensuales de la plana mayor de los primeros Tercios era la siguiente:

Empleo

Escudos al mes

Maestre de Campo

40

Sargento Mayor

20

Furriel Mayor

20

Municionero

10

Tambor General

10

Capitán Barrichel de compañía.

12

Teniente Barrichel de compañía

6

Médico

10

Cirujano

10

Boticario

10

Capellán

12

8 alabarderos alemanes de la guardia de honor del Maestre de campo.

32

Total Escudos

194

 

El Maestre de Campo era elegido por el rey en Consejo de Estado y gozaba de las consideraciones que hasta entonces se habían reservado casi exclusivamente a los capitanes generales. Era el superior jerárquico de todos los oficiales del tercio, y tenía poder para administrar justicia y reglamentar el comercio de víveres con objeto de evitar fraudes. Disponía para su guardia personal de ocho alabarderos alemanes pagados por el rey que le acompañaban en todos los actos militares Y políticos y poseía las atribuciones de los antiguos mariscales de Castilla.

El Sargento Mayor, nombrado por el Capitán general era el segundo jefe del tercio como lo había sido anteriormente de la Coronelía. Estaba encargado de la instrucción táctica del cuerpo, de su seguridad en los desplazamientos y del alojamiento de las tropas que lo componían. En un tercio solamente él podía "pasar la palabra" es decir transmitir verbalmente las órdenes del Maestre de campo o incluso del Capitán general a todos los oficiales del mismo.

Del Sargento Mayor dependía el Tambor General quien iba armado con una pequeña lanza de hierro. Tenia por misión suplir la transmisión oral de las órdenes y vigilar la actuación del resto de los tambores del tercio. Además de conocer todos los toques: "arma furiosa", "batalla soberbia", "retirada presurosa" etc. debía ser capaz de interpretar y explicar las respuestas. Había de ser español pero estaba obligado a conocer los toques franceses, alemanes, ingleses, escoceses, walones, gascones, turcos y moriscos (los toques italianos eran los mismos que los españoles). También era conveniente que pudiera actuar como intérprete.

Cabe suponer que en medio del estruendo y confusión de la batalla la transmisión de órdenes por este sistema no resultase siempre eficaz. A este respecto don Sancho de Londoño aconsejaba a los Maestres de Campo que con el fin de evitar la posible confusión entre los toques de Tambor General y los de los otros tambores del tercio tuvieran también a su servicio a un trompeta.

La misión del Furriel Mayor consistía en auxiliar al Sargento Mayor en la organización de los alojamientos del tercio. Tenia a responsabilidad del almacenamiento y de la redistribución de los bagajes que el tercio precisaba para cumplir sus cometidos y que constituían la Munición Real (víveres, armamento, vestidos, materiales de construcción, municiones, etc.). El municionero era un proveedor de las municiones y de todo el equipo necesario para las tropas.

El Capitán y el Teniente Barrichel eran oficiales jurídico-militares (su nombre en italiano significa alguacil) cuya misión principal consistía en velar por el orden y el cumplimiento de la ley en el tercio, especialmente cuando las tropas se hallaban acampadas. Con tal fin tenían poder para castigar las infracciones cometidas contra los bandos publicados, y aunque el Capitán Barrichel podía en estricto derecho hacer ahorcar a un soldado sorprendido en flagrante delito, si tal era la pena que le correspondía, su cometido se limitaba generalmente a supervisar las ejecuciones. Para realizar sus funciones el Capitán Barrichel contaba con la asistencia de cuatro auxiliares a caballo. Ayudaba al Sargento Mayor en la operación de cargamento de los bagajes y, en relación con la organización de los desplazamientos del tercio, tenía la delicada misión de contratar y vigilar a guías e intérpretes cuando las tropas atravesaban territorios desconocidos.

El médico y el cirujano eran nombrados por los Capitanes Generales, siendo el primero responsable del hospital de la unidad en realidad un embrión de hospital donde debía contar con una farmacia provista de los medicamentos de empleo más frecuente, que se compraban a los boticarios a los precios tasados por el Maestre de campo. El servicio de sanidad del tercio no se limitaba a la asistencia de soldados heridos o enfermos, sino que de él se beneficiaban también todos aquellos que se desplazaban con las tropas, familias, criados, mujeres. Hay que tener en cuenta que aunque la evaluación numérica de estos acompañantes no resulta fácil, es probable que contando con ellos, el efectivo del tercio fuera doble. Si a escala de tercio la asistencia médica era rudimentaria (¡con frecuencia los heridos se confiaban a los barberos!), la estructura sanitaria contaba para el conjunto de la Infantería, con varios hospitales de campaña (enclavados tanto en el teatro de operaciones como en los itinerarios logísticos) y un hospital general relativamente bien equipado y atendido. Aunque la asistencia médica prestada en estos establecimientos era gratuita, su funcionamiento dependía de aportaciones deducidas del sueldo de cada soldado proporcionalmente a su salario. Tal contribución, especie de cuota de seguro, denominada "real de limosnas" era de diez reales para el Capitán, cinco para el Alférez, tres para el Sargento y uno para la tropa.

Seguidamente, y siempre de acuerdo con la obra ya citada del Conde de Clonard, se relacionan la composición y los haberes mensuales de una compañía de arcabuceros y otra de piqueros:

Personal

Sueldo en escudos

Arcabuceros

Piqueros

Un Capitán

15

15

Un Paje

4

4

Un Alférez

12

12

Un Sargento

5

5

Un Furriel

3

3

Un Tambor

3

3

Un Pífano

3

3

Un Capellán

10

10

Diez Cabos de escuadra

40

40

Doscientos cuarenta soldados

1032

780

Total Escudos:

1127

875

 

Resulta interesante constatar la diferencia existente entre los haberes de piqueros y arcabuceros. Estos últimos recibían un escudo más para pólvora, cuerda y munición, además de un tostón (treinta céntimos de escudo) para que pudieran proveerse de morrión (casco con los extremos curvados hacia arriba y una cresta en el centro. Ver cascos).

El grado de Capitán era el de mayor reputación y el más ambicionado. En relación con el prestigio de este grado resulta revelador el hecho de que durante el reinado de Carlos V se dieran casos de Sargentos mayores que preferían el mando de una compañía a su propio destino en el que tenían a sus órdenes como subordinados a los capitanes de compañía, y gozaban de un sueldo superior al de éstos. En relación con el procedimiento para ascender a este grado existía una regla de antigüedad generalmente aceptada que se basaba en la permanencia en un grado durante un cierto período de tiempo antes de acceder al grado superior. Según algunos autores la regla de antigüedad más comúnmente aceptada era la siguiente:

Cinco años para ascender de soldado a Cabo, un año de Cabo a Sargento, dos años de Sargento a Alférez, tres años de Alférez a Capitán.

En principio pues la elección de un nuevo Capitán se realizaba entre los alféreces de mayor mérito aunque no era infrecuente que, ignorándose los grados intermedios, se ascendiera a Capitán a un soldado a condición de que éste tuviera diez años de antigüedad y reuniera los méritos suficientes. El Capitán había de tener gran experiencia en las tácticas de combate y en el empleo de las distintas armas especialmente de las de fuego, cuya importancia se revelaba cada vez mayor. Tenía la obligación de supervisar el entrenamiento de sus hombres organizando para ello combates simulados en los que se empleara la pica, se disparase el arcabuz, se maniobrara en distintas formaciones, etc. Entre sus cometidos estaba también la elección de oficiales competentes capaces de mantener un alto grado de disciplina y entrenamiento entre los soldados de su compañía.

El Alférez era el lugarteniente del Capitán a quien sustituía cuando éste se hallaba enfermo, herido o ausente. Era responsable de la bandera, que debía portar en los combates y en las revistas. Teniendo en cuenta que las dimensiones de las banderas eran considerables y que durante los combates el Alférez tenía que sujetarla con una sola mano para poder manejar la espada con la otra, cabe suponer que sólo eran aptos para ostentar este grado hombres de gran fortaleza física. Aunque el Alférez no era directamente responsable del alojamiento de los soldados de su compañía, tenía la obligación de visitarlos con frecuencia para conocer de cerca sus problemas y ayudarles a resolverlos. Cuando no portaba la bandera, por ejemplo en tales visitas, llevaba como distintivo una alabarda.

Otra de las obligaciones del Alférez consistía en escoger buenos músicos para cubrir los puestos de tambores y pífanos, a quienes se encomendaba la importante misión de transmitir órdenes, publicar bandos, etc. Estos instrumentistas debían conocer todos los toques del ejército que indicaban asambleas, marchas, avisos, retretas, desafíos, mensajes, asaltos, etc. además debían ser capaces de interpretar y transmitir las respuestas.

El grado de Sargento fue creado a finales del siglo XV a petición de los capitanes, que sentían la necesidad de contar con oficiales que se encargaran específicamente de mantener la disciplina y de velar por la ejecución de las órdenes en sus compañías. El Sargento tenía que conocer en todo momento el número de soldados disponibles para poder formar rápidamente la compañía de acuerdo con las órdenes recibidas. En lo relativo al mantenimiento de la disciplina, podía castigar las faltas al servicio sin que mediase proceso alguno, en caso de flagrante delito. Estaba también encargado del entrenamiento y de la instrucción de sus soldados, enseñándoles el manejo y el cuidado de las armas y asignando a cada uno el puesto que más se ajustase a sus condiciones. Antes de emprender una marcha, el Sargento se reunía con su Alférez y su Capitán para establecer el itinerario, determinar las características de los bagajes, etc. De acuerdo con las decisiones adoptadas en esta reunión tomaba las medidas necesarias para que la tropa estuviese formada y los bagajes cargados antes del momento previsto para la partida.

El grado de Cabo es más antiguo que los de Sargento y Alférez. Esencialmente, el Cabo estaba encargado del buen estado de las armas y de la formación de los reclutas. También se ocupaba de los enfermos, transmitiendo al Capitán las solicitudes de hospitalización. Era asimismo responsable del puesto de guardia que se le asignara y debía permanecer en él con todos los soldados de su escuadra hasta que el Sargento le relevase.

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