Reclutamiento

La primera necesidad que se sentía para formar un Tercio era reclutar a los hombres que habían de formarlo. Para reclutar a las tropas, se otorgaba a la persona que trataba de levantarlas un real despacho o permiso que recibía el nombre de conducta, a la que se añadía una instrucción que servía de norma para llevar a cabo estas operaciones. No resultaba fácil la selección de los capitanes que habían de formar las nuevas compañías.

"El aprendiz de soldado". Cuadro de A. Colmeiro

En el momento en que se tenían noticias de que se iba a producir un nuevo reclutamiento, una legión de pretendientes trataba de llegar a la Corte y exponer su pretensión, llevando sus hojas de servicios más o menos brillantes y, a veces, hasta supuestas.

El duque de Alba, con el enorme prestigio que su figura llevaba consigo, soslayó los inconvenientes de los "pretendientes" y al necesitar una nueva leva para sus Tercios, escribió al rey pidiéndole los soldados, añadiendo que él mismo mandaría a los hombres apropiados para hacerse cargo de los reclutas.

El compromiso siempre era voluntario, excepción hecha de ciertos condenados que venían forzosamente a servir al rey. Una vez firmado el contrato de alistamiento -que no tenía límite de tiempo establecido- el soldado podía ser destinado a cualquier parte y a cualquier país. El aprendizaje, la instrucción, que diríamos ahora, era algo que en los Tercios se cuidaba con esmero. Estaba determinado que ningún soldado formara en las filas de los Tercios antes de saber bien su oficio. El período de recluta, cuyo tiempo era variable según las circunstancias, se pasaba, normalmente, en los Tercios de Italia, en servicio de guarnición y aprendiendo de los veteranos a ser soldados. Entonces recibían el nombre de pajes de rodela, encargados de llevar las armas de los veteranos a los que estaban adscritos. Así se ejercitaban en el dominio y manejo de sus armas e incluso de las que no eran de su especialización, de los movimientos tácticos y de las evoluciones precisas en el campo de batalla y recibían una esmerada preparación física que incluía -en el siglo XVI- prácticas de salto, natación, equitación y juego de pelota, aparte otras prácticas y juegos que se realizaban aprovechando cualquier rato de ocio o descanso, porque "es preciso que el infante no caiga nunca en la ociosidad para que así no caiga nunca en la pereza".

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