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El país, el partido y mi candidatura

Venezuela vive hoy una profunda crisis histórica. Desajustes en nuestras instituciones mas fundamentales se han conjugado con una etapa de dificultades y de estrechez económica. Amplios sectores de la población han sido obligados a soportar la pesada carga de las desigualdades sociales, de la escasez y de la desprotección social, fruto de innumerables errores y de ausencias institucionales en las que todos tenemos alguna responsabilidad.

La desarticulación social ha llevado a no pocos hacia el desencanto y la perdida de fe en la democracia. Sin embargo, la mayoría de los venezolanos sabemos que sólo podemos aspirar a un progreso económico y a un desarrollo social sostenido, si antes nos fortalecemos como sociedad libre y plural y ratificamos nuestro derecho a decidir soberamente sobre nuestro destino.

Hoy nuestra sociedad le exige a su democracia y a sus gobernantes que la escuchen. No admite nuevas exclusiones y se niega con justicia a renunciar a las conquistas que casi cuarenta años de convivencia democrática le han legado. En su desarrollo ha dejado ver progresivamente que las grandes transformaciones morales, institucionales, económicas, sociales y culturales, de las que Venezuela está urgida, sólo podrán lograrse mediante un gran esfuerzo de convencimiento colectivo para que las nuevas metas del país se alcancen con la gente.

Quienes por ignorancia prescinden de la Historia, no pueden comprender a cabalidad el presente ni diseñar adecuadamente el futuro. Venezuela, a partir de la reinstauración de la democracia en 1958 y hasta 1973, fue una sociedad básicamente sana y equilibrada en su moral, en su crecimiento económico, en su equidad social y en su desarrollo institucional.

Desde ese momento y en los años subsiguientes el exceso de riqueza súbita nos desarticuló como sociedad y es apenas ahora, poco más de veinte años más tarde, cuando tenemos nuevamente la oportunidad de recuperarnos y retomar el camino hacia un país más justo y auténticamente próspero. Debemos reconocer que se nos han secado los pozos de la riqueza fácil; ahora nos toca generarla con trabajo productivo y solidaridad social.

En estas cuatro décadas, los tiempos han cambiado, los problemas son diferentes y nuestras instituciones tienen compromisos pendientes y debilidades que superar. Es inútil seguir anclados con nostalgia o dogmatismo en las fórmulas exitosas del pasado; en un pasado que no volverá. Debemos prepararnos para el futuro desde el presente, reconociendo y enfrentando con valor y decisión que el país ha disminuído su capacidad de satisfacer las necesidades de la gente.

Por eso el liderazgo transformador de Venezuela tiene por delante una responsabilidad democrática, nada fácil pero extremadamente necesaria, deseable y posible si nos empeñamos en ella. Se trata de ganarnos a la gente para los cambios. Ello no se logra solamente con discursos retóricos y buenas intenciones, y mucho menos con gobiernos por decreto. Se requiere de una gran disposición al diálogo permanente, porque se trata de redefinir la visión del país en el que queremos vivir en el nuevo siglo, venciendo intereses creados y valores sobre los cuales Venezuela se está apoyando desde hace más de medio siglo.

El problema del cambio no es tanto su concepción, el sentido de respeto y soberanía.

Acción Democrática está obligada a promover un gran consenso nacional para acometer, sin intenciones subalternas, las profundas reformas de nuestras instituciones democráticas.

Mirando al futuro, Acción Democrática está obligada a impulsar un esfuerzo conjunto del nuevo liderazgo nacional, regional y municipal integrado con la sociedad civil, para el proyecto colectivo de nación que a las puertas del nuevo siglo nos permita, en democracia, rescatar la esperanza de una mejor calidad de vida para todos los venezolanos.



El problema es liderizarlo y hacer que la gente lo entienda, lo quiera y lo exija. Quien crea que cambiar un país como Venezuela es un mero problema de fórmulas técnicas y mesianismo, de espaldas al pueblo, está arando el camino de su propio fracaso. Fracasaron en el pasado y fracasarán en el futuro aquellos que lo intenten. Y lo lamentable sería que vuelva a perder Venezuela.

En un país democrático como el nuestro no podemos aceptar la conseja de los tecnócratas según la cual los problemas que afectan a la gente están más allá de su entendimiento. Los problemas de hoy no son solamente temas oscuros, de teoría económica, reservados a una minoría supuestamente esclarecida.

Nuestros problemas son tambien de política práctica, de la que ningún ciudadano debe permanecer indiferente, ante las dificultades de gobernar una economía en crisis y un país socialmente desarticulado. Qué requerimos de un esfuerzo titánico para involucrarlo? Tambien es verdad. Esa es precisamente la tarea que con absoluta responsabilidad debemos asumir.

El país en el que queremos vivir

El nuevo reto democrático que debemos enfrentar con una gran carga de inteligencia, voluntad y optimismo, es el de hacer de Venezuela, de cara al Siglo XXI, una sociedad con instituciones sólidas y respetables, con trabajos dignos para la seguridad de la familia, con proyectos sociales que ofrezcan educación y salud a la altura de las exigencias actuales y sobre todo, una sociedad con gran sentido de solidaridad y justicia hacia los venezolanos más necesitados.

Hoy necesitamos pensar a Venezuela en grande. Necesitamos pensar en la rehabilitación del Estado como instrumento estratégico de integración y unidad nacional, de fortaleza internacional, de servicio público, de desarrollo cultural y de solidaridad social; necesitamos pensar al mercado como mecanismo de producción y distribución de riqueza, para que ambos, Estado y Mercado, estén al servicio de la gente y no al revés.

Solo un Estado refortalecido puede asumir con eficiencia el papel indelegable que le corresponde frente a la concentración de la riqueza, la regulación de comportamientos especulativos y la reasignación de recursos para amortiguar las desigualdades sociales y regionales. Sólo un Estado refortalecido nos permitirá como sociedad libre mantenernos en el marco simultáneo del desarrollo económico, la equidad social y la democracia política.

Necesitamos pensar en grande a nuestra democracia política, para que sus instituciones todas, gobierno, parlamento, justicia, partidos, a través de su presencia visible y vigorosa, promuevan el bienestar, la seguridad y la participación de la gente.

Pero sobre todo necesitamos pensar en grande y dedicarnos a fondo a los problemas de nuestra vida cotidiana. A veces nos abruma la sensación de estar viviendo en una inmensa chivera, donde todo es desolación. Nuestros niños no se merecen chatarras por escuelas; nuestros enfermos no toleran hospitales contaminados y carentes de toda dignidad; nuestros trabajadores no deben seguir transportándose en óxidos ambulantes. La autoestima de los venezolanos y la esperanza en un país de bienestar la recuperaremos, entre otras cosas, con un país en el que sea grato vivir y en el que el ciudadano perciba visiblemente la acción del Estado y de sus autoridades más inmediatas.

Sin desconocer las tremendas limitaciones que impone el enorme déficit fiscal, el peso de nuestra deuda y la recesión que durante los últimos años ha caracterizado a la economía venezolana, debemos decir que la mayor de las limitaciones es la indolencia y la falta de sensibilidad ante el grave deterioro de nuestra calidad de vida.

Hoy debemos reinventar el gobierno democrático. Necesitamos gobiernos orientados a la búsqueda de esa calidad de vida de la que hoy adolecemos. Necesitamos gobiernos cercanos a la gente y sus necesidades. Gobiernos que rescaten el sentido de la autoridad y la ética en el servicio público. Gobiernos abiertos a la opinión social, sin prepotencia autosuficiente. Y por qué no decirlo, gobiernos que se preocupen y se ocupen en darle a la gente calles limpias y seguras; policías respetadas y respetables; hospitales que atiendan y curen; transporte público, masivo e individual, confortable; escuelas que eduquen con visión de futuro, es decir, gobiernos que no intervengan en las esferas de la vida social en donde acostumbradamente lo han hecho y mal, y gobiernos que sean eficientes en las responsabilidades que sí le son inherentes y para las cuales han sido escogidos mediante decisión popular.

Enfrentar esta situación de ninguna manera nos lleva a promover la reducción del Estado a su mínima expresión. El Estado tiene funciones indispensables, inevitables e indelegables. El proceso de privatización por sí sólo es insuficiente; con él se delegan responsabilidades pero no se cura a un Estado enfermo. Y el Estado venezolano está enfermo. Está enfermo de gigantismo, de lentitud, de entrabamiento, de ineficiencia en la prestación de los servicios básicos que incansable y de manera legítima demanda la gente.

Los que creemos con fe en los mecanismos democráticos, que somos la mayoría de este país, creemos tambien que la única manera de llevar adelante las transformaciones que requerimos, es mediante el compromiso de una agenda mínima compartida por todos los sectores que dan vida al quehacer público y privado, y en la que indudablemente debe existir un acuerdo acerca de la perentoriedad de la reforma del Estado, en un proceso en el que se tome en cuenta además, que un Estado democrático y social como el venezolano no puede dejar sin fuentes de sustento a las miles de familias que forman parte del funcionariado público. Es por ello, que el proceso no puede ser aislado, sino que debe formar parte de todo un programa de crecimiento económico y desarrollo social que nos permita integrarnos a procesos realmente productivos, con empleo estable, salarios adecuados, educación, salud y seguridad, es decir, sobre la base de una política social agresiva y ambiciosa que vaya más allá de los programas compensatorios.

Los parámetros de esa agenda común deben ser la lucha frontal contra la inflación, el desarrollo de sistemas de seguridad modernos, un sistema de salud pública efectivo, una revolución educativa, la reforma del Estado y de la administración pública, el impulso a las inversiones privadas en el marco de una economía abierta, productiva, integrada a otros países y competitiva, transparencia en la gestión pública y una disposición a luchar a fondo contra la corrupción, la reforma profunda del sistema judicial, por sólo mencionar algunos aspectos.

Existen temas fundamentales que no podemos soslayar en cualquier visión de país que tengamos y por encima de nuestros compromisos y diferencias institucionales u organizacionales. Debemos incorporarnos de una vez en el nuevo paradigma de la apertura económica y de la globalización, conscientes de la necesidad de desarrollar nuestra competitividad como país y de promover las inversiones extranjeras. Debemos acelerar el proceso de privatización, sin renunciar al derecho del Estado de operar aquellas industrias básicas y estratégicas que constituyen la columna vertebral del ingreso nacional.

Debemos apoyar la reforma de la Ley del Sufragio, pero no para regresar a etapas superadas de confusión y de listas partidistas, sino para cumplir con el clamor de la sociedad civil que es la uninominalidad.

Debemos acelerar decididamente la busqueda de un sistema integral de seguridad social para todos los trabajadores, públicos y privados, y tambien para aquellos que por alguna razón no formen parte del sector laboral venezolano. Mas sin embargo, la reforma del régimen de prestaciones sociales debe avanzarse en el marco del diálogo y del consenso, sin imposiciones de ningún tipo, tomando en cuenta el contexto del país en el que queremos vivir y de la nueva sociedad, abierta y productiva, que queremos construir.

Estos nuevos desafíos exigen madurez, prudencia y temple. Exigen una gran disposición al diálogo y al acuerdo, para lograr los consensos que permitan de una buena vez la definición del proyecto de sociedad que queremos, que necesitamos. Los nuevos desafíos exigen sustituir el lenguaje del caos y la desesperanza por el lenguaje de la acción constructiva y del optimismo razonado.

Sin una visión de país ampliamente compartida, todo será mucho más difícil. Debajo de las actuales circunstancias, subyace una peligrosa dispersión de la unidad nacional ante propósitos y acciones que nos deberían ser comunes. Esta es una señal inequívoca, ineludible, que nos obliga a un esfuerzo patriótico de definición colectiva.

Hoy existe la amenaza de que la coyuntura de conflictividad social se convierta en una escalada paralizante que ponga en peligro la paz social de nuestro país. Hoy, todos los sectores laborales reclaman con justicia niveles de remuneración suficientes para afrontar el alto costo de la vida, pues los actuales no le garantizan condiciones de vida decentes en las circunstancias difíciles que aquejan a nuestro país.

Sin embargo, tales exigencias no deben dejar de lado que la recuperación de la economía y del poder adquisitivo de la gente, dependen en buena medida de una lucha frontal contra la inflación y simultáneamente de una disciplina fiscal del Estado.

Si las actuales autoridades públicas se limitan a tomar medidas coyunturales para paliar la crisis por la que atraviesan centenares de familias venezolanas, sin a su vez asumir que esta coyuntura se inserta en un contexto de una sociedad requerida de grandes transformaciones en la estructura del Estado, de la economía y de la política, simplemente estaremos agravando una situación que podría hacerse insostenible a corto o mediano plazo, anulando todas las posibilidades de superación de nuestros problemas básicos.

Es indispensable y urgente un gran Pacto de Estado, que permita construir los consensos y entendimientos básicos entre todos los sectores, restablecer los canales de comunicación entre el Estado y la sociedad, con el objetivo de acordar una visión compartida de país con una agenda de trabajo para hoy y a futuro, como única vía democrática para la reconstrucción de Venezuela, en la que debe relanzarse el crecimiento económico con bienestar social.

No podemos permitir que las mezquindades, el sectarismo, los intereses grupales estrechos y el individualismo de quienes pretenden vivir del caos o del egoísmo, se impongan sobre la aspiración colectiva de tranquilidad, progreso y bienestar social.

Esta Venezuela en la que hoy vivimos, esta Venezuela en la que debemos convivir pacíficamente, reconoce y rechaza la demagogia, rechaza la insensibilidad frente al drama humano, rechaza los radicalismos y dogmatismos de todo signo.

Esta es una Venezuela que ha aprendido a ejercer su derecho a opinar y protestar, una Venezuela que no está dispuesta a ceder sus espacios de participación democráticamente conquistados.

Esta es una Venezuela que observa con resabio la indiferencia del Estado para con sus ciudadanos. Las viejas fórmulas ya no sirven para esta Venezuela; la gente lo sabe y exige cambio.

Las posibilidades de la reconquista de una Venezuela en progreso está frente a nosotros.

El partido y mi candidatura

Acción Democrática está obligado a asumir la responsabilidad histórica de cambiar y liderizar estos cambios. Este partido siempre ha desempeñado el papel protagónico de las transformaciones y reformas que han modernizado al país y que han permitido, en un proceso no exento de dificultades, la construcción de una sociedad de oportunidades más igualitarias, mejor preparada y más exigente.

Podemos decir orgullosos que Acción Democrática jugó, y sigue jugando, un papel estelar en el desarrollo y fortalecimiento de la democracia venezolana, que poco a poco ha dado lugar al mejoramiento de los mecanismos de participación de la sociedad civil y al pluralismo político.

La descentralización, la escogencia directa de gobernadores, el rescate de la figura del alcalde y su elección directa, la adopción de un nuevo sistema electoral que abrió sus puertas a la uninominalidad, son muestras de los innegables avances para fortalecer nuestra democracia y superar sus dificultades. Pero lo más importante es que, con estas reformas, han surgido nuevas exigencias que marcan una tendencia frente a la cual Acción Democrática está radicalmente comprometida.

Nuestro reto como partido es ofrecerle al país nuevas razones, nuevas metas que alcanzar, para reencontrarnos con los valores y la fe democrática de los venezolanos. Pero sólo podremos lograr estos grandes objetivos, si nos empeñamos a fondo en sustituir la confrontación estéril y mezquina por la cooperación constructiva. Para enfrentar los problemas del país se necesita de la convocatoria más amplia, sin sectarismos, de la intelectualidad venezolana de avanzada, de profesionales y técnicos tanto del partido como de independientes angustiados por la crisis, de jóvenes a quienes debemos convencer de las bondades y oportunidades de progreso y bienestar que nos ofrece nuestro país, de sectores y personalidades empresariales tanto públicos como privados, de los representantes de la Iglesia y de los organismos laborales.

Y en Acción Democrática lo hemos estado haciendo, sin alaraca ni pantallerismo, con sobriedad y madurez. Calladamente, el país nacional nos lo reconoce y por eso el partido ha recuperado el prestigio que históricamente lo caracterizó y la gente en general ve en AD la opción más clara de poder en 1998, por ser AD la opción más seria y responsable.

AD será la organización política que en 1998 retomará el liderazgo conductor de las transformaciones del país, como lo ha venido haciendo progresivamente a nivel regional y municipal donde ejerce el gobierno, a traves del consenso y de mecanismos políticos de negociación y de acuerdo, sin mesianismos ni prepotencias, sin individualismos ni autosuficiencias, con un proyecto colectivo construido a partir de la convocatoria mas amplia y la suma de los mas variados intereses.

Es la hora de los esfuerzos colectivos y del lenguaje constructivo. Es la hora de escuchar las voces que desde dentro y fuera del partido claman por la unidad y la cohesión, por el diálogo y la concertación, por una verdadera demostración de que podemos superar nuestras diferencias.

Sin sectarismos, AD representa la visión más progresista con un criterio de equilibrio social y político. Y si acaso debemos confrontarnos con nuestros viejos programas, pues por allí debemos comenzar. Sin temor y sin miedo. Como socialdemócratas, estamos en la obligación de asumir un liderazgo reformador, porque, fuera del cambio, no hay nada distinto al deterioro y a la muerte de las mejores potencialidades del país.

Siendo como somos, un partido socialdemócrata, estamos en la obligación de liderizar las tendencias transformadoras y modernas del país, transformándonos a nosotros mismos. Debemos ratificar nuestra voluntad y disposición de liderizar el proceso de cambios dirigido a alcanzar el bienestar de nuestro pueblo, a través de la construcción y consolidación de un nuevo sistema de relaciones basadas en el concepto de la democracia efectiva. Una democracia que garantice no sólo las más elementales libertades individuales sino que además, abra cauces efectivos hacia el bienestar económico y social de todos los miembros de la sociedad.

Y ello sólo es posible si estamos profundamente convencidos y dispuestos a no desmayar ante las dificultades, a no ceder ante los oscuros intereses de quienes intentan imponer sus individualismos por encima de las legítimas aspiraciones de la sociedad civil, a no permitir que avancen los sectarismos y tirunfe el pesimismo sobre el futuro que nos espera.

De cara hacia el Siglo XXI, Acción Democrática, firmemente unida y cohesionada, debe ser el partido de la Venezuela moderna, descentralizada, participativa y abierta. De la Venezuela emergente y productiva, de los nuevos movimientos sociales, de la nueva sociedad civil y de las comunidades organizadas.

Sin embargo, debemos admitir que todos esos cambios no son posibles hacerlos de la noche a la mañana. Se trata de un proceso largo, en el que, por cierto, ya hemos comenzado a transitar. La escogencia de nuestros candidatos para las elecciones regionales de diciembre de 1995 fue una prueba de esto. AD le presentó al país los mejores candidatos porque se atendió a las preferencias del electorado regional y municipal. AD le abrió las puertas a los liderazgos naturales de las comunidades y regiones del país. No fueron candidatos impuestos e incluso, algunos de ellos pertenecían a sectores independientes a los que Acción Democrática respalda y reconoce como luchadores sociales.

Los resultados de las elecciones de alcaldes y gobernadores fueron una nueva demostración de la fortaleza del partido y un aliento para que continuemos adelante en nuestra lucha por mantener la vigencia de nuestra organización. Pero, nuestros triunfos no puede ser motivo para olvidar el compromiso renovador que tenemos con Venezuela. Por el contrario, debemos entender nuestra victoria como un respaldo de las mayorías, que continúan viendo en Acción Democrática el mejor instrumento para el cambio.

Acción Democrática tiene ante sí el reto de profundizar todos estos procedimientos que forman parte de los cambios exigidos por el país. No podemos defraudar a quienes nos ofrecieron una prueba de su confianza. Ante ello, Acción Democrática ha asumido un proceso de reflexión en torno a la necesidad de su transformación y de un nuevo liderazgo basado en la acción social comunitaria, en la rectitud en el ejercicio público y en el convencimiento de la necesidad del cambio.

Efectivamente, las nuevas realidades políticas, económicas y sociales del país y los avances en el proceso de descentralización, exigen de los partidos políticos un nuevo liderazgo, que promueva reformas y consensos que permita dirigir, conjuntamente con la sociedad civil, proyectos de desarrollo económico y social que insoslayablemente deben asistir y ser complementarios con ese proyecto nacional de país y de sociedad que debemos construir de cara al nuevo siglo.

Y es aquí donde observamos el nuevo papel que hemos venido jugando en el ejercicio público que nos ha correspondido por designación popular, al frente de las Gobernaciones y Alcaldías: impulsadores de la creación y desarrollo de nuevas relaciones entre la sociedad civil y los asuntos públicos, de una forma moderna, activa y participativa, donde la solución de los problemas y la prestación de los servicios es el producto del consenso entre los diversos actores del desarrollo regional, municipal y local.

Gracias al proceso de descentralización, hemos visto el surgimiento de importantes fuerzas productivas en nuestras regiones y comunidades, precisamente en momentos en que atravesamos uno de los períodos más difíciles de nuestra historia democrática, que nos exige el esfuerzo, el consenso y la participación de todos para el logro de nuestros objetivos nacionales de desarrollo social.

En Acción Democrática nos hemos empeñado en ser promotores de este cambio, creando los canales de participación de la sociedad civil en la orientación de los gobiernos regionales y locales, defendiendo los intereses de todas las comunidades y procurando el bienestar y el mejoramiento de la calidad de vida de todos los ciudadanos.

Acción Democrática debe ofrecer sus mejores activos y lo mejor de su liderazgo, promocionando sólo la eficiencia y la rectitud en el ejercicio de la gestión pública nacional, regional y local.

Acción Democrática está obligada a fomentar liderazgos que promuevan consensos y sumen voluntades, alejando cualquier atisbo de liderazgo fragmentador y mesiánico.

Acción Democrática, está obligada a cumplir el compromiso inequívoco con el rescate de una nueva ética en la militancia política.

Acción Democrática está obligada a poner todo su empeño en la promoción de los cambios hacia una Venezuela con justicia social, con una sociedad más igualitaria, con profundos valores democráticos y especialmente, con un sentido de compromiso y solidaridad con el pueblo.

Acción Democrática está obligada a sumar esfuerzos para construir una economía competitiva, generadora de empleo y dignidad humana, a través de una apertura que nos inserte en el mundo globalizado, pero con un profundo años subsiguientes el exceso de riqueza súbita nos desarticuló como sociedad y es apenas ahora, poco más de veinte años más tarde, cuando tenemos nuevamente la oportunidad de recuperarnos y retomar el camino hacia un país más justo y auténticamente próspero. Debemos reconocer que se nos han secado los pozos de la riqueza fácil; ahora nos toca generarla con trabajo productivo y solidaridad social.

En estas cuatro décadas, los tiempos han cambiado, los problemas son diferentes y nuestras instituciones tienen compromisos pendientes y debilidades que superar. Es inútil seguir anclados con nostalgia o dogmatismo en las fórmulas exitosas del pasado; en un pasado que no volverá. Debemos prepararnos para el futuro desde el presente, reconociendo y enfrentando con valor y decisión que el país ha disminuído su capacidad de satisfacer las necesidades de la gente.

Por eso el liderazgo transformador de Venezuela tiene por delante una responsabilidad democrática, nada fácil pero extremadamente necesaria, deseable y posible si nos empeñamos en ella. Se trata de ganarnos a la gente para los cambios. Ello no se logra solamente con discursos retóricos y buenas intenciones, y mucho menos con gobiernos por decreto. Se requiere de una gran disposición al diálogo permanente, porque se trata de redefinir la visión del país en el que queremos vivir en el nuevo siglo, venciendo intereses creados y valores sobre los cuales Venezuela se está apoyando desde hace más de medio siglo.

El problema del cambio no es tanto su concepción, el psentido de respeto y soberanía.

Acción Democrática está obligada a promover un gran consenso nacional para acometer, sin intenciones subalternas, las profundas reformas de nuestras instituciones democráticas.

Mirando al futuro, Acción Democrática está obligada a impulsar un esfuerzo conjunto del nuevo liderazgo nacional, regional y municipal integrado con la sociedad civil, para el proyecto colectivo de nación que a las puertas del nuevo siglo nos permita, en democracia, rescatar la esperanza de una mejor calidad de vida para todos los venezolanos.


Caracas, 19 de febrero de 1997

 

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