Partimos
de un diagnóstico: la Argentina no está bien y los argentinos están
mal ambos van a estar peor si seguimos por este camino.
Toda
la ingeniería del modelo económico en curso gira en torno un solo
valor:
la
estabilidad.
-a
una sola apuesta tan ingeniosa como peligrosa: la convertibilidad dólar-peso;
-ya
un solo parámetro de evaluación: el índice mensual del costo de
vida por precios minoristas.
Estabilidad
no es únicamente ausencia de inflación. China, Panamá y El Salvador
tienen índices inflacionarios inferiores al nuestro, pero no son
ejemplos válidos para la Argentina.
La convertibilidad es un espejismo. El alza del costo de vida desde el
inicio del Plan provocó un deterioro salarial y un retraso cambiario
cuya combinación originó un fenómeno explosivo: los salarios son
tan bajos en relación a los precios internos, que a quienes los
cobran no les alcanzan para sobrevivir dignamente, y a la vez son tan
altos en dólares, que no les permiten exportar a quienes los pagan.
Es
una ficción porque en el exterior nadie compra pesos a la paridad del
dólar. Y en nuestro país hay 8.000 millones de dólares depositados
en el circuito financiero local a tasas mucho más bajas de las que se
pagan por los pesos; y solamente 4.000 millones de pesos depositados.
Nadie ofrece créditos en pesos. La gente no les cree. Y los que
creyeron, van a quedar atrapados con cuotas en dólares que no podrán
pagar; y quienes les vendieron no podrán cobrar.
El
equipo económico se aferra a la única tabla de salvación del índice
mensual de precios minoristas, porque todos los demás indicadores están
marcando la última luz roja antes del precipicio. Me hacen acordar al
cuento del borracho que se cayó de un sexto piso y al pasar por el
tercero decía: “Por ahora voy bien”.
-Se
estima que este año la balanza de intercambio comercial tendrán un déficit
de 2.000 millones de dólares, Cavallo admite 1.000 millones.
-La
tendencia al consumo baja precipitadamente (según FIEL 9% en agosto);
según cámaras mercantiles, la venta en comercios disminuyó hasta un
25% en septiembre, y hasta un 45% en algunos rubros como
electrodomésticos, en el bimestre agosto-septiembre.
-El
desempleo aumentó un 4,7%, llegó al 6,5% en el Gran Buenos
Aires, y es el mayor nivel desde abril de 1990. Un 14% de la población
económicamente activa del Gran Buenos Aires está desocupada o
subocupada.
-Según
un estudio de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), los
salarios de mercantiles, trabajadores rurales, docentes y empleados públicos
no alcanzan a cubrir la cuarta parte de la canasta familiar de
alimentos, y los albañiles y jubilados apenas cubren el 12%.
El
47% de los argentinos ha quedado por debajo del límite de pobreza:
14.700.000
compatriotas a los que no les alcanzan los ingresos para comprar los
productos básicos de la canasta de alimentos. De ellos, 9 millones
-según lo admitió un ministro con el consecuente revuelo- carecen de
servicios sanitarios, asistenciales, educación, vivienda y hasta
vestimenta.
Los
argentinos somos más pobres en una Argentina cada día más pobre.
Nos quedamos sin Y.P.F., que era la principal palanca de desarrollo; y
sin
ferrocarriles,
que son un factor esencial de integración territorial; sin línea aérea
de bandera y sin Gas del Estado, aunque daban superávit. Las tarifas
telefónicas son hoy ocho veces más caras que cuando existía ENTe1,
según denunciaron la Unión Industrial Argentina y la Confederación
General de la Industria.
Se
está construyendo un sociedad injusta, dual y fracturada, que amenaza
la paz social, la concordia y la unidad nacional. Y que es un mal
negocio para todos:
-Para
los más pobres, que son sus principales víctimas;
-para
los más ricos, porque el auge del delito genera una inseguridad que
les impide disfrutar de lo que tienen, y
-para
la clase media fundamentalmente, que ya perdió su movilidad social y
está pauperizándose.
1.
Estatizaron pérdidas y privatizaron ganancias
¿Cómo
es posible que seamos tan pobres rodeados de tanta riqueza?
Veinte
años de políticas equivocadas en un mismo sentido dejaron a la
Argentina en ruinas y a los argentinos en la pobreza.
De
1970 a 1990 se triplicaron las tasas de desocupación y subocupación
y el
poder
adquisitivo del salario promedio es hoy un 50% inferior que
cuando asumió Alfonsín.
Simultáneamente,
la Argentina fue literalmente vaciada mediante tres vías:
-Fuga
de capitales,
-Pago
de una deuda externa usuraria, y
-Entrega
del mercado interno como consecuencia de la venta de las empresas públicas
que más facturaban a cambio de papeles de esa misma deuda; y de la
apertura salvaje de las importaciones.
Cavallo
perfeccionó los mecanismos que venían aplicando sucesivamente Martínez
de Hoz y Sourrouille, porque pasan los gobiernos pero los gerentes del
ajuste sin fin, quedan.
Advertir
públicamente lo que estaba ocurriendo en una conferencia como ésta,
que expuse en la Peña El Ombú en Córdoba, en noviembre de 1991:
Los
grandes grupos económicos que contrajeron la deuda externa privada
-denuncié entonces-, estatizada por Cavallo cuando era presidente del
Banco Central en el gobierno del general Bignone, compran las empresas
públicas asociados con los bancos acreedores con papeles de esa misma
deuda.
Cinco
meses después, la revista “América Economía” -vinculada a
“The Wall Street Journal” comentó en su edición de abril: “en
la nueva Argentina con su renaciente mercado, los grupos económicos
están comprando las propias obras públicas que construyeron o
ayudaron a construir en el pasado como contratistas o proveedores del
Estado”.
No
lo digo yo solamente, lo está viendo el mundo.
Estos
grupos económicos son los mismos que pagaron las campañas de Alfonsín
y de Menem, y casualmente los mismos que auspiciaron durante años la
Fundación Mediterránea, presidida por el propio Cavallo.
Por
eso los argentinos ya no pueden esperar nada del Partido Justicialista
y de la Unión Cívica Radical, que vaciados de sus contenidos
doctrinales nacionales, se han convertido en el Partido Unico del
Ajuste, porque responden a los mismos intereses.
Estos
grandes grupos económicos socializaron sus pérdidas con la estatización
de la deuda externa privada, y privatizaron sus ganancias, quedándose
con las empresas públicas que más facturan.
Surge
así otro cargo del modelo en curso: la concentración de riqueza.
Solamente cuatro grupos económicos (Techint, Pérez Companc, Astra y
Comercial del Plata) integraron los consorcios adjudicatarios de más
de la mitad de las empresas públicas privatizadas.
No
es casual que en la Argentina de hoy, el 40% más pobre de la población
perciba sólo el 14% del ingreso nacional, y el 10% más rico se quede
con el 36%.
No
es casual que se multipliquen los shoppings, las canchas de paddle,
los country y los lofts para consumidores con alto poder adquisitivo,
mientras que 10 kilos de lana no alcanzan para comprar media bolsa de
harina, cuando cinco años atrás permitían adquirir seis bolsas,
como ejemplificó Monseñor Hesayne.
II.
Estado y Mercado
Este
es el resultado de haber abandonado las políticas de desarrollo hace
30 años, y de justicia social, hace 35.
Los
fundamentalistas de mercado sin mercado interno -es decir, sin
consumo-parecen no comprender que las naciones desarrolladas
comenzaron acumulando capitales, para lo cual protegieron
decididamente su producción, y después impulsaron teorías económicas
con el fin de abrir mercados en países condenados a no tener capital
propio. Hay que hacer lo que ellas hicieron, no lo que nos dicen que
hagamos.
Y
se empeñan en ignorarlo, aunque lo estén diciendo los pensadores y
hasta los operadores internacionales del modelo.
Hasta
el director general del Fondo Monetario Internacional, Michel
Camdessus, reconoce que (y lo cito textualmente): “No se puede
aceptar que el fundamentalismo marxista sea sustituido por el
fundamentalismo de mercado: el mercado no puede quedar librado a su
sola lógica, puesto que la economía no pertenece al ámbito de la técnica,
sino de lo humano”. Lo dijo ante la asamblea francesa de la Unión
Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresas y entre nosotros lo
reprodujo la revista “Criterio”.
Saburo
Okita dice (y lo cito textualmente): “Si en Japón hubiéramos
dejado que el mercado interno eligiera, no existiría la inversión
automotriz y, por esto, no existirían ni Toyota, ni Nissan, ni
Honda”. Cuando nos visitó este año (1992), el ex-canciller nipón,
uno de los artífices del “milagro japonés”, afirmó: “Los
mecanismos del mercado no son infalibles; requieren la intervención
del gobierno a través de políticas de planificación”.
Collin
Lewis, catedrático del London Scholl of Economic and Political
Science, define a Alemania como “un modelo de estabilidad con
productividad y con inversión productiva en educación y salud;
porque una mano de obra formada y sana es inversión y
productividad”.
La
revista “The Economist” comentó en septiembre de 1992 (cito
textualmente): “Sin la mezcla correcta de Estado y mercado, los países
nunca tendrán una infraestructura económica que estimule el
crecimiento”.
Los
modelos económicos exitosos, como Alemania y Japón, se caracterizan
por una fuerte intervención estatal en la economía, y sólidas políticas
sociales.
Lester
Thurrow, decano de la Escuela de Administración del Instituto de
Tecnología de Massachusetts observa que la economía europea creció
con mayor celeridad en la década del ochenta -la de España- las
empresas de propiedad oficial producen por lo menos la mitad del PNB;
y que en Francia e Italia el sector
público
representa un tercio.
Otro
economista del Instituto Massachusetts, Lance Taylor, advierte que
Corea, Taiwan y Singapur respaldaron decididamente sus industrias con
otorgamiento de crédito barato y mantenimiento de subsidios, entre
otras medidas proteccionistas.
III.
¿Qué hacen los extremistas del mercado?
Comparemos
lo que vienen haciendo los gerentes del ajuste sin fin en la
Argentina. Todo lo contrario: desmantelaron el Poder Nacional, más
que el aparato burocrático estatal que sirve un menú especializado
en ñoquis; desprotegieron la producción y el trabajo nacional,
deprimieron el salario y disminuyeron las políticas sociales. Síntesis
de tanto desacierto: achicaron el mercado interno.
Veamos
el caso de las privatizaciones que no son un fin en sí mismas, sino
un instrumento de política económica. Aquí no fueron concebidas
como inversiones de riesgo que garantizaran la prestación de
servicios públicos esenciales, sino como un mecanismo de pago de la
deuda externa. Por eso se rechazó al capital argentino mediano. Al
iniciarse este año, había 6.000 millones de dólares en el sistema
bancario local a tasas bajísimas, y el gobierno no movió un dedo
para fomentar que ese capital de pequeños y medianos ahorristas se
agrupara para adquirir las empresas privatizadas.
Algunos
publicistas del fundamentalismo de mercado dicen que desarmaron un teléfono
y no encontraron la soberanía. Y aunque 30 avisadores que pagan
30.000 dólares por mes les impiden verla, la soberanía también está
en los teléfonos.
Henry
Kissinger dice que la soberanía del país, en última instancia,
depende del control de su mercado interno. Cuando nosotros entregamos
ese mercado cautivo a monopolios estatales españoles, franceses e
italianos, estamos entregando parte de nuestra soberanía.
Este
Estado “bobo” ni siquiera controla a las empresas privatizadas que
prestan servicios públicos, como pudo comprobarse cuando se produjo
un brote de cólera en un vuelo de Aerolíneas Argentinas, que ya no
debería llamarse así.
Por
eso aunque se oculte tras una máscara de modernidad, el verdadero
rostro del Modelo menemista es el más crudo retroceso. Nos retrotrae
a los abusos de la década infame, cuando todos los servicios públicos
argentinos eran privados.
Veamos
el caso de la apertura, que ya está provocando un agudo déficit en
nuestra balanza comercial, que los ayatollah del fundamentalismo de
mercado esperan compensar con inversiones extranjeras que nunca
llegan. Y si llegan se destinan a sectores no productivos, a mercados
cautivos que terminan en manos de monopolios estatales extranjeros o
al blanqueo de oscuros capitales en lujosos hoteles.
Los
capitales extranjeros prefieren orientarse hacia la integración
transnacional que comenzó con el Tratado de Libre Comercio entre
EE.UU., Canadá y México. Luego de la apertura de la economía
mexicana, las terminales estadounidenses envían sus autopartes para
que sean ensambladas por obreros mexicanos que cobran un dólar por
hora, mientras que en Estados Unidos esa misma mano de obra cuesta 11
dólares por hora.
Pronto
sufriremos este fenómeno en carne propia. Por eso el gobierno impulsa
una “flexibilización” laboral que deja sin protección a los
trabajadores. Adivinen qué ocurrirá cuando se concrete el mentado
MERCOSUR. ¿Aumentarán los salarios brasileños, bolivianos,
paraguayos y uruguayos, o bajarán los argentinos?
En
los términos en que está planteado el MERCOSUR, Bolivia, Paraguay y
Uruguay terminarán girando como satélites económicos de Brasil -que
de por sí es un subcontinente- y la Argentina se verá gravemente
afectada como ya lo está siendo en los primeros ocho meses de este año
(1992), acumulamos un déficit de 900 millones de dólares en la
balanza del intercambio bilateral.
¿
Cómo funciona el intercambio en la Argentina?
Tomemos
precisamente el ejemplo de nuestro comercio con Brasil: 700 camiones
pasan diariamente por Uruguayana cargados con mercadería de todo tipo
destinada a nuestro mercado. Los argentinos ya no podemos venderles ni
siquiera ajo.
Los
salarios brasileños son tres veces más bajos que los nuestros. La
electricidad cuesta el doble en la provincia de Buenos Aires que en el
Japón. Hablar por teléfono de Buenos Aires a Nueva York cuesta el
triple que de Nueva York a Buenos Aires.
Nuestros
productores no pueden competir con esos precios, entonces optan por
convertirse en importadores. Pero al no producir, deben reducir la
mano de obra. Se disminuyen así las fuentes de trabajo y crece la
desocupación. Como los desocupados consumen muy poco, se achica el
mercado interno, al que ya no pueden venderle artículos importados, y
tampoco volver a producir porque no pueden colocar sus artículos en
el exterior.
¿Resulta
tan complicado entender un mecanismo tan simple?
Veamos
finalmente cómo renegociaron la deuda externa nuestros genios
mediterráneos de las finanzas. El objetivo de Menem y Cavallo, fue el
mismo que el de Bush y la banca acreedora: que la Argentina pague. Por
eso el Plan Brady lleva el nombre de un secretario de Estado
norteamericano y no el de San Martín o Bolívar.
De
modo que la renegociaron de tal manera, que la terminarían de pagar
nuestros nietos en el año 2023. Si es que pueden, porque ya la
pagamos con efectivo; continuamos pagándola con las empresas que más
facturan adquiridas con papeles de esa misma deuda, y seguimos pagando
con la vida de los jubilados
que
se suicidan, con la meningitis de los chicos que crecen en el
hacinamiento de la miseria, con el aumento de la tuberculosis de los
trabajadores y con el cólera de nuestros aborígenes; con la
desaparición del hospital, de la escuela pública y del ferrocarríl.
Es
hora de que alguien lo diga: así no podemos seguir pagando! !... veremos
cómo.
IV.
¿Cómo salimos de esto?
Los
extremistas del mercado tratan de convencernos de lo imposible: nos
dicen que no consumamos, porque el consumo genera inflación, cuando
en realidad es -junto al crédito- motor de la economía, y la
verdadera causa de la inestabilidad es la desinversión y la
desindustrialización, provocadas por la transferencia de la renta
nacional al exterior.
Ante
tanta insensatez llegó la hora de enfrentar con la autonomía del
pensamiento nacional a este SIDA del neoliberalismo internacionalista
que debilita todas las defensas de nuestro organismo económico.
Proponemos
recorrer otro camino, una Economía Nacional de Mercado, un
“Nacionalismo de Mercado” basado en las siguientes premisas:
-La
solución debe ser doctrina, y no a la inversa. Por eso para nosotros
primero está el hombre y después las leyes del mercado.
-Debemos
crear las condiciones para que a nadie le sea negado el uso y
beneficio de los bienes materiales y espirituales.
-Hay
que recomponer los mecanismos para recuperar el ahorro interno. El
ahorro nacional -adecuadamente orientado- transformado en inversión
es la causa del desarrollo. La inversión extranjera que será siempre
bienvenida, es complemento de ese ahorro interno.
-Sin
inversión no hay tecnología; sin tecnología no hay desarrollo, y
sin desarrollo habrá conflicto, porque el desarrollo es el nuevo
nombre de la paz, como bien definió Paulo VI. El objetivo es crear más
riqueza y distribuirla mejor.
-Necesitamos
salarios dignos para desarrollar el consumo, dinamizar el comercio y
activar la producción, porque el salario no puede ni debe ser la
ventaja comparativa de una Argentina que tiene recursos naturales y
capital humano más que suficientes para establecer otros parámetros
de competencia.
-Nuestro
mercado interno debe ser tan poderoso, que su demanda sea capaz de
cubrir los costos fijos de las empresas, para que después puedan
exportar excedentes de producción a precios marginales.
-Debe
asegurarse que la tasa de retorno de cualquier actividad económica
sea mayor que la tasa de interés real, porque no hay producción sin
crédito.
-Tiene
que pagar más impuestos el que más gana, por eso debe gravarse el
lucro más que el consumo.
-La
economía social de mercado es necesaria pero no suficiente, porque el
sector
privado, que tiene un legítimo fin de lucro, no invertirá en la
escuela pública, ni en el hospital, ni en la seguridad social, ni en
la administración de Justicia ni en la seguridad.
-El
rol del Estado es fijar equilibrio entre el Modelo Nacional (es decir
el proyecto de Nación que queremos) y la libertad; entre la regulación
y la iniciativa privada. Debe controlar estrictamente la prestación
de los servicios públicos y laudar entre los intereses sectoriales en
función del Interés Nacional.
En
extrema síntesis: nuestro “Nacionalismo de mercado” consiste en
preservar el ahorro nacional, recuperar el mercado interno, impulsar
la producción y dignificar el trabajo.
Todo
lo contrario de lo que se está haciendo.
No
es un nacionalismo aislacionista. Procura afianzar la identidad
nacional y promover el desarrollo de fronteras. Pero la política
interna es reflejo de la política internacional de una nación, por
eso en países tan desarrollados como Alemania y Japón, el primer
ministro es el canciller.
Veamos
entonces si podemos llevar adelante este proyecto en un mundo
independiente por los intereses, la tecnología y las comunicaciones.
¿Podemos? ¿Nos dejarán hacerlo?
Respondo:
La caída del sistema bipolar simbolizada por el derrumbe del Muro de
Berlín, no dio lugar a un mundo unipolar hegemonizado por EE.UU.,
sino multipolar, con por lo menos tres centros de gravitación:
Estados Unidos, la Europa Unida liderada por Alemania y Japón y sus
satélites del Sudeste asiático.
Este
mundo en transición, con 36 conflictos localizados -más que los que
existían antes de la caída del muro- deja un amplio margen para
ensayar Modelos Autónomos en defensa de la soberanía y el interés
nacional.
Es
más: así como no existe un Mundo unipolar, tampoco existe un sólo
capitalismo. Autores como Michel Albert y Lester Thurow coinciden en
distinguir uno que denominan “anglosajón”, porque fue ensayado
por Margaret Thatcher en Gran Bretaña, y por Reagan y Bush en Estados
Unidos, y otro “renano”, porque nació en Alemania pero hoy se
extiende a otros países europeos, que Albert considera más
productivo y distributivo.
Thurow
define al primer modelo como “una forma individualista, anglosajona
y británico-norteamericana de capitalismo”, contraponiéndolo al
carácter comunitario del alemán y japonés. “Los norteamericanos
-sintetiza- creen en la economía de los consumidores, losjaponeses en
la economía de los productores”. Interpreta que la estrategia
empresarial estadounidense considera al cliente y al personal sólo
como un medio para obtener ganancia. Entonces esos empresarios
admiten, cuando es posible, que “debe rebajarse el salario y, cuando
no es necesario, hay que despedir personal”, mientras que las
empresas japonesas consideran una traición el retiro voluntario.
Son
dos formas distintas, dos concepciones, dos modelos de capitalismo.