El Plan Austral de Cavallo (la convertibilidad)
llegó a su Primavera. Estamos en un punto donde los salarios son tan
bajos en relación a los precios internos, que no les alcanzan a quienes
los perciben para vivir dignamente; y al mismo tiempo son tan altos en
dólares, que no les permiten exportar a quienes los pagan. Los
industriales acaban de denunciar que la convertibilidad contribuyó a
una cuantiosa transferencia de fondos del sector productivo al
financiero.
El culto del libre mercado, oficiado sucesivamente
por Martínez de Hoz, Alemann, Sourrouille y Cavallo ha empobrecido a
los argentinos y desnacionalizado a la Argentina. En 1970 sólo
resultaban pobres 5 de cada 100 hogares urbanos y 19 de cada 100
rurales. Hoy la mitad de la población está por debajo del nivel
crítico de pobreza y un tercio sumido en la miseria. Un ministro
admitió que 9 millones de argentinos carecen de alimentación, salud,
vivienda, servicios sanitarios, educación y vestido; otros 6 millones
no ganan lo necesario para comprar los productos de la canasta básica
de alimentos.
Más que achicar el Estado, pauperizaron el mercado
interno.
EL
CUENTO DE LAS PRIVATIZACIONES
Así como Alfonsín aseguró que "con la
democracia se come, se cura y se educa", Menem prometió que las
privatizaciones serían el remedio de todos nuestros males. Lo de
Aerolíneas y los peajes fueron estafas, lo de ENTeI transferencia de un
mercado cautivo a monopolios estatales extranjeros con rentabilidad
garantizada; el desguace de YPF, lapérdidade la mayor palanca para el
desarrollo y fijan una condición previa para el desmembramiento
territorial, así las demás están por verse.
Expertos como el profesor Lester Thurow, decano de la
Escuela de Administración del Instituto de Tecnología de Massachusetts,
ahora nos explican que "las privatizaciones y la desregulación,
por sí mismas no aseguran que se realicen inversiones",
puntualizando que "si el Estado hace inversiones que eleven la
productividad, entonces van a aparecer inversiones privadas",
porque "la verdadera distinción no es entre público y privado
sino entre inversión y consumo".
Las privatizaciones son un instrumento y no un
objetivo. El fin de la economía es el bienestar del hombre, y no
únicamente que las cuentas les cierren bien a los cajeros. A nadie debe
serle negado el uso y beneficio de los bienes, para lo cual propiciamos
un sistema que asegure las condiciones que garanticen esta posibilidad.
En nuestro país se realizaron a tontas y a locas,
desvirtuando la validez del instrumento. Se concretaron con una suerte
de "naciofobia" por la cual se privilegió al capital
extranjero, excluyendo a los capitales medios argentinos. Al iniciarse
este año había 6.000 millones de dólares depositados en el sistema
bancario local a tasas bajísimas, y el gobierno no movió un dedo para
fomentar que ese capital de pequeños y medianos ahorristas se agrupara
para adquirir las empresas privatizadas. Aún para tareas que no
requieren tecnología alguna, como organizar carreras hípicas y
explotar algunos bares, se convocó a capital extranjero.
Se nos pide reiteradamente una definición sobre las
privatizaciones. La vamos a dar. Privatizaremos todo aquello que no sea
esencial para el desarrollo nacional, y en cuanto pueda ser adquirido
por capitales y empresas probadamente argentinos. El capital extranjero
-como en Inglaterra- podrá participar en proporciones limitadas, sin
privilegios, sin garantía de ganancias y sometido a los mismos riesgos
y tribunales que los inversores argentinos.
Pero como las privatizaciones de la administración
Menem se han convertido en un festival de corrupción y arbitrariedad
institucional, advertimos que sus beneficiarios tienen plazo fijo para
sus privilegios: nos comprometemos a revisar en 1995 -y si es necesario
a revocar la ley- todas las privatizaciones, licitaciones y concesiones
que se hayan realizado por decreto.
NUESTRA
PROPUESTA
Sostenemos que este gobierno pretende llegar al
primer mundo por un camino equivocado que nos conduce en sentido
contrario. ¿Cuál es el error?
Sencillamente, que las naciones desarrolladas
comenzaron acumulando capitales, para lo cual protegieron decididamente
su producción, y después impulsaron teorías económicas con el fin de
abrir mercados de consumo como en países condenados a no tener capital
propio. Y nosotros debemos hacer lo que ellos hicieron, y no lo que nos
dicen que hagamos.
Por eso Carlos Pellegrini sostenía ya en 1902 que
"todas las naciones protegen el trabajo nacional y no puede ser de
otra manera, porque el trabajo es la riqueza, y la riqueza es el poder y
el engrandecimiento en todo sentido, y en la competencia universal es
lógico que cada país trate de asegurar para su industria, en primer
término, su propio mercado antes de buscar el mercado ajeno".
Por lo mismo, Henry Kissinger define casi un siglo
después que "la soberanía de un país, en última instancia,
reside en el control de su mercado interno".
Frente al dogma de la "Economía de
mercado", proponemos nuestro "Nacionalismo de mercado".
Así como el nacionalismo es nada más -ni nada menos- que la reacción
natural del patriotismo ante la agresión externa, este aspecto puntual
es la defensa a ultranza de un mercado que está siendo entregado
vilmente.
Nos dicen que no debemos consumir porque el consumo
genera inflación, cuando en realidad ocurre todo lo contrario. Las
causas estructurales de la inflación son la desinversión y la
desindustrialización.
Pero como no podemos confiar en un capital externo
que nunca llega, la base de la inversión debe ser el ahorro interno. Es
decir, debemos procurar que la renta de la riqueza que producimos quede
en la Argentina, e invertida en educación, cultura, ciencia y
tecnología se transforme en desarrollo.
Para ello debemos fortalecer nuestro mercado interno.
El salario no puede ser la ventaja comparativa de la Argentina, que
cuenta con recursos naturales y humanos más que suficientes para
establecer otros parámetros de competencia. Debemos lograr salarios
dignos y aptos para desarrollar paulatinamente el consumo, movilizar el
comercio y activar la producción. Necesitamos un mercado interno tan
poderoso, que su demanda sea capaz de cubrir los costos fijos de las
empresas productoras, para posibilitar luego que exporten. La política
monetaria sólo debe servir para garantizar que la tasa de retorno de
toda actividad económica sea mayor que la tasa de interés real (costo
del dinero), porque sólo así habrá crédito, sin el cual no hay
producción.
Este es, en síntesis, el Nacionalismo de mercado que
proponemos.
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