Carlos Menem prometió "revolución productiva y
salariazo" y en realidad produjo revolución corruptiva y
empobrecimiento. En los últimos días algunos casos lo ejemplifican
patéticamente: el de Alberto Lestelle, acusado por un
"arrepentido" de haber ordenado su contratación para
asesinara un narcotraficante que sabía demasiado; el del gobernador
sanjuanino Jorge Escobar, suspendido por la Legislatura provincial
acusado de corrupción; y el del brigadier Andrés Antonietti, quien
abandona la jefatura del Estado Mayor Conjunto por no haber podido
explicar claramente cómo adquirió una propiedad que cuesta medio
millón de dólares con sus magros ingresos.
Mientras tanto, Aerolíneas anunció que aumentará
entre un 15 y un 30% las tarifas de sus vuelos de cabotaje (es decir
internos), cuando uno de sus aviones estalló en San Luis, como una
renovada prueba de cómo funcionan las empresas privatizadas.
Lestelle, Escobar y Antonietti son típicas criaturas
de la revolución corruptiva del menemismo. Si bien el brigadier es el
más próximo al Presidente por lazos de amistad nunca desmentidos,
Escobar contó para su campaña con el personal respaldo de Eduardo
Menem y aún del ministro Cavallo, procesado a su vez por cohecho a
raíz de su condición de asalariado de las empresas de la Fundación
Mediterránea. Compró para la gobernación vehículos a una
concesionaria de sus familiares y utilizó personal y maquinarias
oficiales en sus propiedades.
El secretario de Lucha contra el narcotráfico,
Alberto Lestelle, es hombre de Eduardo Duhalde, quien llegó a declarar
que no le sorprendería que alguna vez se hallara con un paquete de
cocaína en el baúl de su automóvil, presuntamente colocado por el
narcotráfico. A mí tampoco me asombraría. Su caso se suma al Yomagate,
que involucró a familiares del Presidente y a uno de sus secretarios
de Estado, que había actuado como coordinador de su campaña en la
provincia de Buenos Aires. Como la droga es un problema político y se
infiltra en niveles políticos, la solución también debe ser
política: pegar duro y a la cabeza, y estar alertados que donde entra
la DEA, que con su accionar termina regulando el mercado de consumo, la
droga no sale jamás. Nunca la corrupción estuvo tan cerca del corazón
de la administración y vinculada con mafias de tal magnitud y
peligrosidad. Si hasta Neustadt les está pidiendo que paren de robar!
Esta corrupción política se completa con la
corrupción económica que se advierte en las privatizaciones, entre
otros aspectos. Así como las tarifas telefónicas son hoy ocho veces
más caras que cuando existía ENTe1 -según denunciaron la UIA y la CGI-,
las tarifas de los vuelos de cabotaje se incrementan ahora un 30% sin
control alguno del Estado, y Aerolíneas pide que se subsidien sus
pérdidas. Recordemos el negociado de los peajes y terminaremos de
pintar el cuadro de la impunidad.
REVOLUCION
MORAL
La revolución no es una barricada sino un estado de
espíritu que comienza cuando se advierte que no sólo hay que evitar
los abusos, sino cambiar los usos, interpretaba Ortega y Gasset. En el
gobierno argentino, la corrupción está dejando de ser una excepción
para convertirse en regla. Lestelle, Antonietti y Escobar son los
últimos eslabones de una cadena que incluye a los ex-ministros Roberto
Dromi y Jorge Triaca; al ex-viceministro del Interior Juan Carlos Masson;
al ex-secretario de Estado de Recursos Hídricos Mario Caserta; a la
ex-directora de Audiencias de la Presidencia Amira Yoma; al
ex-secretario privado del Presidente Miguel Angel Vicco; al ex-asesor
presidencial Carlos Spadone; al ex-vicegobernador santafesino Mario
Vanrrel; al ex-titular del ANSAAL Luis Barrionuevo; al ex-interventor
del PAMI Miguel Nazur; al ex-intendente porteño Carlos Grosso; al
"diputrucho" justicialista Juan Kenan y a otros próceres de
la "patria menemista". Todo un gabinete y algo más.
Esta revolución corruptiva que padecemos los
argentinos, sólo podrá ser superada por una Revolución Moral,
protagonizada por hombres y mujeres honrados, que son inmensa mayoría,
dispuestos a ocupar el lugar de los corruptos en la administración
nacional, provincial y municipal, y enviarlos donde corresponde: a la
cárcel. Esta revolución moral no necesita de la violencia, sino de la
canalización inteligente y organizada de la sana indignación. Tampoco
es cuestión de un puñado de iluminados mesiánicos, porque requerirá
del mayor consenso y participación de los argentinos. El mal no está
en el sistema sino en el corazón de los hombres.
Nuestras urgencias son tan graves, que los tiempos
parecen agotarse en América Latina. En Venezuela, un sector del
Ejército intentó derrocar a un
gobierno corrupto. En Perú, el Presidente disolvió
al Congreso con la excusa de la corrupción, para garantizar la
continuidad del modelo dependiente que pretende imponerse en todo el
continente. En Brasil, el Congreso destituyó al Presidente por
corrupción. En la Argentina, el pueblo derrotará -repito: derrotará-
con votos al Presidente y al Congreso, es decir a la dirigencia
corrupta. Esa es la convicción y el objetivo político del MODIN.
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