El reciente proceso de Colonia

F. Engels
EL RECIENTE PROCESO DE COLONIA


  EL RECIENTE PROCESO DE COLONIA
  Londres, miércoles, 1 de diciembre de 1852
  Seguramente, habrán recibido por los periódicos europeos numerosas 
  informaciones del extraordinario proceso de Colonia, en Prusia, contra los 
  comunistas [1], y sus resultados. Pero como ninguna de las informaciones da ni 
  siquiera aproximadamente una relación fidedigna de los hechos, y como estos 
  hechos proyectan clara luz sobre los medios políticos que tienen aherrojado el 
  continente europeo, creo necesario volver a hablar de este proceso.
  El Partido Comunista, o proletario, lo mismo que otros partidos, ha perdido la 
  posibilidad de organizarse legalmente en el continente por la supresión de los 
  derechos de asociación y reunión. Además, sus dirigentes fueron exilados de 
  sus países. Pero ningún partido político puede existir sin organización; y si 
  la burguesía liberal, lo mismo que la pequeña burguesía democrática, eran 
  capaces de suplir más o menos esa organización con su posición social, sus 
  ventajas materiales y las relaciones diarias establecidas desde hacía tiempo 
  entre sus miembros, el proletariado, en cambio, privado de esa posición social 
  y de medios pecuniarios, estuvo necesariamente compelido a buscar esa 
  organización en asociaciones secretas. Por eso, tanto en Francia como en 
  Alemania surgió multitud de sociedades secretas que, a partir de 1849, fueron 
  siendo descubiertas, una tras otra, por la policía, y perseguidas como 
  confabulaciones. Muchas de estas asociaciones
  
  eran realmente complots para derrocar el gobierno existente, y es un cobarde 
  quien no conspira bajo ciertas circunstancias, lo mismo que es un imbécil 
  quien lo hace en otras distintas. Además, existían otras asociaciones que se 
  planteaban otros fines más vastos y sublimes, asociaciones que sabían que el 
  derrocamiento de los gobiernos existentes es sólo una etapa transitoria en la 
  magna lucha que se avecinaba y que procuraban mantener unido y preparar el 
  partido, cuyo núcleo estaba constituido por ellos, para el combate final y 
  decisivo que acabará un día u otro para siempre con la dominación no sólo de 
  los meros <>, <> y <> en Europa, sino también 
  con un poder mucho mayor y más terrible que el de éstos: el del capital sobre 
  el trabajo.
  La organización del Partido Comunista de vanguardia en Alemania [2] fue de 
  esta índole. Según los principios de su Manifiesto (publicado en 1848) y con 
  las tesis de la serie de artículos sobre Revolución y contrarrevolución en 
  Alemania, publicados [*] en The New York Daily Tribane [3], este partido jamás 
  se forjó ilusiones de que podría hacer cuando quisiera y como se le antojara 
  la revolución que ponga en práctica sus ideas. Ha estudiado las causas que 
  motivaron los movimientos revolucionarios de 1848 y las que los condujeron a 
  la derrota. Al reconocer que en el fondo de todas las luchas políticas está el 
  antagonismo social de las clases, se aplicó a estudiar las condiciones bajo 
  las que una clase de la sociedad puede y debe ser llamada a representar todos 
  los intereses de una nación y, así, gobernarla políticamente. La historia ha 
  mostrado al Partido Comunista cómo creció el poder de los primeros 
  capitalistas acaudalados, tras la aristocracia terrateniente de la Edad Media, 
  y cómo ellos asieron luego las riendas del gobierno; cómo fueron desplazadas 
  la influencia social y la dominación política de este sector financiero de los 
  capitalistas por la creciente fuerza de los capitalistas industriales desde el 
  empleo del vapor, y cómo en el presente reclaman su turno en el poder otras 
  dos clases más, la pequeña burguesía y los obreros industriales. La 
  experiencia revolucionaria práctica de 1848-1849 confirmó los razonamientos de 
  la teoría que condujo a la conclusión de que la democracia de los pequeños 
  comerciantes y artesanos debía tener su turno antes que la clase obrera 
  comunista pudiera esperar a establecerse permanentemente en el poder y 
  destruir el sistema de esclavitud asalariada que la sujeta al yugo de la 
  burguesía. Así, la organización secreta de los comunistas no podía tener el 
  objetivo directo de derrocar los gobiernos



  [*] Véase el presente tomo, págs. 307-396. (N. de la Edit.)
  
  actuales de Alemania. No se formó para derrocar estos gobiernos, sino el 
  gobierno insurreccional que tarde o temprano vendrá a sustituirlos. Cada uno 
  de los miembros de la organización podrá apoyar enérgicamente en su día, y sin 
  duda lo hará, el movimiento revolucionario contra el statu quo; pero la 
  preparación de tal movimiento no puede ser objeto de la Liga de los Comunistas 
  más que propagando las ideas comunistas entre las masas. La mayoría de los 
  miembros de esta asociasión comprende tan bien las bases de la misma que, 
  cuando la ambición y el arribismo de algunos de sus miembros llevaron a las 
  tentativas de convertirla en una organización conspiradora para hacer la 
  revolución ex tempere [*] fueron expulsados en seguida.
  Hoy por hoy, ninguna ley del mundo da pie para denominar una liga de este 
  género organización conspiradora o sociedad secreta fundada con fines de alta 
  traición. Y si ha habido una conspiración, no ha sido contra el gobierno 
  existente, sino contra sus probables sucesores. Y el Gobierno prusiano lo 
  sabe. Por eso los once detenidos han estado incomunicados durante dieciocho 
  meses que las autoridades han aprovechado para las maquinaciones judiciales 
  más raras. Imagínense que después de ocho meses de presidio, los detenidos han 
  estado encarcelados varios meses más para proseguir las pesquisas ¡<>! Y cuando, al fin, les hicieron 
  comparecer ante el jurado, no les pudieron imputar un solo acto premeditado de 
  carácter traicionero. Así y todo, fueron condenados, y ahora verán de qué 
  manera.
  En mayo de 1851 fue detenido uno de los emisarios de la Liga [**] y, tomándose 
  como pretexto unos documentos que le encontraron, se hicieron más detenciones. 
  Un agente de la policía prusiana, cierto Stieber, recibió la orden de seguir 
  la pista de las ramificaciones de la presunta conspiración, en Londres. Logró 
  obtener algunos documentos pertenecientes a los antemencionados disidentes de 
  la asociación que, después de haber sido expulsados de ella, organizaron 
  realmente un complot en París y Londres. Los papeles fueron obtenidos mediante 
  un doble delito. Se sobornó a un tal Reuter para abrir la mesa de escritorio 
  del secretario [***] de la asociación y sustraer de allí los papeles. Pero eso 
  aún era poco. Este robo condujo al descubrimiento del denominado complot 
  franco-alemán, en París [4], y a la condena de sus participantes, pero no se 
  dio con la clave de la gran Liga de los



  [*] De improviso, sin preparación alguna. (N. de la Edit.)
  [**] Peter Nothjung. (N. de la Edit.)
  [***] Oswaldo Dietz. (N. de la Edit.)
  
  Comunistas. El complot de París, como podemos ver ahora perfectamente, estaba 
  dirigido por varios ambiciosos imbéciles y chevaliers d'industrie [*] 
  políticos de Londres, y un sujeto procesado anteriormente por falsificación, 
  que luego ha hecho de espía de la policía de París [**]; los simplones 
  engañados por ellos se resarcieron de su insignificancia política supina con 
  exclamaciones de furia y enfáticas frases pidiendo sangre.
  La policía prusiana hubo de buscar, pues, nuevos descubrimientos. Abrió una 
  oficina regular de la policía secreta en la Embajada prusiana de Londres. Un 
  agente de policía apellidado Greif ejercía su odiosa profesión con el título 
  de attaché [***] de la Embajada, procedimiento suficiente por sí solo para 
  poner a todas las embajadas de Prusia fuera del derecho internacional y al que 
  ni siquiera se habían atrevido a recurrir los austríacos. A sus órdenes 
  actuaba un tal Fleury, comerciante de la City de Londres, individuo de alguna 
  fortuna y relaciones en medios bastante respetuosos, uno de esos tipos ruines 
  y capaces de las mayores bajezas por inclinación innata a la infamia. Otro 
  agente era un corredor de comercio llamado Hirsch, quien, sin embargo, había 
  sido denunciado ya como espía a su llegada. Se infiltró en la sociedad de 
  algunos comunistas alemanes refugiados en Londres, y ellos, para obtener 
  pruebas de su verdadero carácter, lo admitieron por breve tiempo. Las pruebas 
  de su relación con la policía no se hicieron esperar mucho y, desde ese 
  momento, el señor Hirsch desapareció. Y aunque, de esa manera, perdió la 
  ocasión de obtener la información, por la cual le pagaban, no permaneció 
  inactivo. Desde su retiro de Kensington, donde jamás encontró a ninguno de los 
  comunistas en cuestión, fabricaba todas las semanas presuntos informes de 
  supuestas reuniones de un imaginario Comité Central de esa mismísima 
  organización conspiradora que la policía prusiana no podía capturar. El 
  contenido de esos informes era de la naturaleza más absurda. Ni un solo nombre 
  bautismal correspondía a la realidad, ni un apellido estaba correctamente 
  escrito y ni una palabra de las atribuidas a una u otra persona tenía visos de 
  haber sido pronunciadas por ella. Ayudó a Hirsch a amañar esos falsos escritos 
  su maestro Fleury, y ano no está probado que el attaché Greif no haya tenido 
  ninguna parte en estos infames procedimientos. Aunque parezca mentira, el 
  Gobierno prusiano tomó esas necias invenciones por una verdad evangélica, y ya 
  pueden imaginarse ustedes la confusión que introdujeron testimonios de ese 
  género presentados al tribunal de jurados. Cuando



  [*] Chevaliers d'industrie: aventureros, bribones. (N. de la Edit.)
  [**] Julian Cherval. (N. de la Edit.)
  [***] Agregado. (N. de la Edit.)
  
  comenzó el proceso judicial, el antemencionado agente de policía, señor 
  Stieber, ocupó el lugar de los testigos y declaró bajo juramento todos esos 
  absurdos, afirmando, con no poca autosuficiencia, que uno de sus agentes 
  secretos estaba en íntima relación con esos individuos de Londres que eran 
  tenidos por los promotores de la horrorosa conspiración. Este agente secreto 
  era, en efecto, muy secreto, pues se ocultó durante ocho meses en Kensigton 
  por temor de ver a alguno de los individuos cuyos pensamientos, palabras y 
  hechos más ocultos él pretendía revelar semana tras semana.
  Sin embargo, los señores Hirsch y Fleury tenían en reserva una invención más. 
  Todas las informaciones que ellos habían hecho estaban reunidas en el 
  <> de las reuniones del comité secreto supremo, en 
  cuya existencia insistía la policía prusiana; y el señor Stieber descubrió que 
  este libro concordaba maravillosamente con las informaciones ya recibidas de 
  algunos individuos y lo puso en el acto delante del jurado, declarando bajo 
  juramento que, tras un serio examen, había llegado a la convicción de que el 
  libro era auténtico. Fue entonces cuando la mayoría de los absurdos depuestos 
  por Hirsch se hizo patente. Podrán imaginarse la sorpresa de los pretendidos 
  miembros de ese comité secreto cuando hallaron allí declaraciones suyas que 
  ellos jamás habían hecho. Uno, cuyo nombre de bautismo era Guillermo, 
  denominábase en el libro Luis o Carlos; otros, que se encontraban entonces en 
  el extremo opuesto de Inglaterra, eran presentados como oradores pronunciando 
  discursos en Londres; de otros se informaba que habían leído cartas que jamás 
  habían recibido; se decía que se reunían regularmente los jueves, en tanto que 
  tenían por costumbre verse amigablemente los miércoles; un obrero, que apenas 
  si sabía escribir, figuraba como uno de los secretarios de actas y firmaba 
  como tal; y pusieron en boca de ellos expresiones de un lenguaje que sólo 
  puede oírse en una comisaría de policía prusiana, y no en una reunión 
  constituida en su mayoría de literatos bien conocidos en su país. Y, para 
  colmo, se amañó un recibo por la suma de dinero que los falseadores de las 
  actas pagaron supuestamente al presunto secretario del imaginario comité 
  central. Pero la existencia de este presunto secretario se basaba 
  exclusivamente en el engaño de que había sido objeto el infeliz Hirsch por un 
  malicioso comunista.
  Esta burda falsificación era un asunto demasiado escandaloso para no producir 
  el efecto contrario al que se intentaba. Aunque los amigos londinenses de los 
  acusados carecían de toda posibilidad de poner en conocimiento de los jurados 
  los detalles del caso; aunque las cartas que ellos remitían a la defensa eran 
  destruidas en correos; aunque los documentos y los testimonios hechos bajo
  
  juramento y por escrito que, pese a todo, se logró hacer llegar a manos de 
  esos magistrados, no fueron admitidos como testimonios judiciales, la 
  indignación general fue tal que incluso los fiscales públicos, y aun el propio 
  señor Stieber, que había dado juramento de la autenticidad del libro de actas, 
  se vieron obligados a confesar su falsificación.
  No obstante, esta falsificación no fue el único acto de este género cuya culpa 
  recaía en la policía. Se vieron otros dos o tres casos de la misma índole 
  durante el proceso. Los documentos sustraídos por Reuter fueron interpolados 
  por la policía con objeto de desfigurar su sentido. Uno de ellos, lleno de 
  inverosímiles necedades, estaba escrito con letra que imitaba a la del doctor 
  Marx; se creyó por cierto tiempo que lo había escrito él hasta que, al fin, 
  los acusadores se vieron obligados a reconocer que era falso. Mas, por cada 
  infamia de la policía probada como tal, había otras cinco o seis que, por el 
  momento, no podían demostrarse, ya que la defensa operaba en medio de la 
  sorpresa, las pruebas se debían traer de Londres, y toda la correspondencia de 
  los defensores con los comunistas emigrados en aquella capital ¡era tenida en 
  el proceso por complicidad en el presunto complot!
  Que Greif y Fleury son realmente tales y como han sido mostrados anteriormente 
  es cosa confirmada por el propio señor Stieber en su testimonio. En cuanto a 
  Hirsch, ha confesado ante un magistrado londinense la falsificación del 
  <> por orden y con la asistencia de Fleury y luego ha 
  abandonado Inglaterra para evitar la persecución criminal.
  El gobierno se vio en una situación muy delicada por las vergonzosas denuncias 
  hechas durante el proceso. La composición del jurado era en este proceso como 
  no se había conocido nunca en la provincia del Rin: seis nobles, reaccionarios 
  hasta la médula, cuatro magnates del dinero y dos funcionarios de la 
  Administración pública. No eran las personas más indicadas para examinar 
  atentamente la caótica masa de pruebas que les fueron amontonando durante seis 
  semanas, al tiempo que les gritaban continuamente al oído que los acusados 
  eran los cabecillas de una espantosa conspiración comunista que perseguía el 
  fin de derrocar todo lo sagrado: ¡la propiedad, la familia, la religión, el 
  orden, el gobierno y la ley! Sin embargo, si el gobierno en ese tiempo no 
  hubiese dado a entender a las clases privilegiadas que la absolución en ese 
  proceso daría la señal para suprimir el tribunal de jurados y sería tenida por 
  una manifestación política pública, por una prueba de que la oposición liberal 
  burguesa estaba lista para unirse hasta con los revolucionarios más extremos, 
  el veredicto habría sido, pese a todo, absolutorio. Mas, como quiera que sea, 
  la aplicación retroactiva del nuevo código prusiano permitió al
  
  gobierno condenar a siete de los acusados y dar la absolución sólo a cuatro. 
  Las sentencias fueron de tres a seis años de encarcelamiento, de lo que 
  ustedes sin duda se enterarían ya en su tiempo, cuando les llegó la noticia.
   
        Escrito por Engels el 29 de
        noviembre de 1852.
        Publicado en el The New York
        Daily Tribune, del 22 de
        diciembre de 1852, Nƒ 3.645.
        Firmado: Carlos MarxSe publica de acuerdo con el
        texto del periódico.
        Traducido del inglés











      From Marx to Mao
      (English)
      Desde Marx
      hasta Mao
      Textos de
      Marx y Engels
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      el texto abajo





   
  NOTAS
  [1] El proceso de los comunistas en Colonia (4 de octubre-12 de noviembre de 
  1852) fue incoado con fines provocativos por el Gobierno prusiano contra once 
  miembros de la Liga de los Comunistas. Acusados de alta traición sin más 
  pruebas que documentos y testimonios falsos, siete fueron condenados a 
  reclusión en una fortaleza por plazos de 3 a 6 años. Los viles métodos 
  provocadores a que recurrió el Estado policíaco prusiano contra el movimiento 
  obrero internacional fueron denunciados por Marx y Engels (véase el artículo 
  de Engels El reciente proceso de Colonia en el presente tomo,  y el 
  folleto de Marx Revelaciones sobre el proceso de los comunistas en Colonia).- 
  103, 397
  [2] La Liga de los Comunistas: primera organización comunista internacional 
  del proletariado, fundada por C. Marx y F. Engels, existió de 1847 a 1852. 
  (Véase el artículo de F. Engels Contribución a la Historia de la Liga de los 
  Comunistas en la presente edición, t. 3).- 99, 179, 398
  [3] The Tribune: título abreviado del periódico progresista burgués The New 
  York Daily Tribune (Tribuna diaria de Nueva York), que apareció de 1841 a 
  1924. Marx y Engels colaboraron en él desde agosto de 1851 hasta marzo de 
  1862.- 309, 398, 520
  [4] En setiembre de 1851 se practicaron en Francia detenciones entre los 
  miembros de las comunidades locales pertenecientes a la fracción de 
  Willich-Schapper, desgajada de la Liga de los Comunistas en setiembre de 1850. 
  La táctica pequeñoburguesa de las confabulaciones, adoptada por esta minoría, 
  permitió a la policía francesa, y a la prusiana también, con la ayuda del 
  provocador Cherval, que encabezaba una de las comunas parisienses, amañar una 
  causa sobre la así denominada confabulación alemana-francesa. En febrero de 
  1852, los detenidos fueron condenados por acusación de haber preparado un 
  golpe de Estado. Fracasaron rotundamente las tentativas de la policía prusiana 
  de imputar a la Liga de los Comunistas, dirigida por Marx y Engels, el haber 
  participado en la confabulación.- 399




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      Desde Marx
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      Textos de
      Marx y Engels





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