Actitud del partido obrero hacia la religión

V. I. Lenin
ACTITUD DEL PARTIDO OBRERO
HACIA LA RELIGION 



      El discurso del diputado Surkov en la Duma de Estado, durante el debate 
  del presupuesto del Sínodo, y la discusión en nuestra minoría de la Duma, al 
  examinar el proyecto de este discurso -- que publicamos a continuación --, han 
  planteado un problema de extraordinaria importancia y actualidad precisamente 
  en nuestros días. Es indudable que el interés por cuanto se relaciona con la 
  religión abarca ahora a vastos círculos de la "sociedad" y ha penetrado en las 
  filas de los intelectuales que están cerca del movimiento obrero y en ciertos 
  medios obreros. La socialdemocracia tiene el deber ineludible de exponer su 
  actitud hacia la religión. 
      La socialdemocracia basa toda su concepción del mundo en el socialismo 
  científico, es decir, en el marxismo. La base filosófica del marxismo, como 
  declararon repetidas veces Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, que 
  hizo suyas plenamente las tradiciones históricas del materialismo del siglo 
  XVIII en Francia y de Feuerbach (primera mitad del siglo XIX) en Alemania, del 
  materialismo incondicional- 
  
  mente ateo y decididamente hostil a toda religión. Recordemos que todo el 
  Anti-Dühring de Engels, que Marx leyó en manuscrito, acusa al materialista y 
  ateo Dühring de inconsecuencia en su materialismo y de haber dejado 
  escapatorias para la religión y la filosofía religiosa. Recordemos que en su 
  obra sobre Ludwig Feuerbach, Engels le reprocha haber luchado contra la 
  religión no para aniquilarla, sino para renovarla, para crear una religión 
  nueva, "sublime", etc. La religión es el opio del pueblo[238]. Esta máxima de 
  Marx constituye la piedra angular de toda la concepción marxista en la 
  cuestión religiosa. El marxismo considera siempre que todas las religiones e 
  iglesias modernas, todas y cada una de las organizaciones religiosas, son 
  órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a 
  embrutecer a la clase obrera. 
      Sin embargo, Engels condenó al mismo tiempo más de una vez los intentos de 
  quienes, con el deseo de ser "más izquierdistas" o "más revolucionarios" que 
  la socialdemocracia, pretendían introducir en el programa del partido obrero 
  el reconocimiento categórico del ateísmo como una declaración de guerra a la 
  religión. Al referirse en 1874 al célebre manifiesto de los comuneros 
  blanquistas emigrados en Londres, Engels calificaba de estupidez su vocinglera 
  declaración de guerra a la religión, afirmando que semejante actitud era el 
  medio mejor de avivar el interés por la religión y de dificultar la verdadera 
  extinción de la misma. Engels acusaba a los blanquistas de ser incapaces de 
  comprender que sólo la lucha de clase de las masas obreras, al atraer 
  ampliamente a las vastas capas proletarias a una práctica social consciente y 
  revolucionaria, será capaz de librar de verdad a las masas oprimidas del yugo 
  de la religión, en tanto que declarar como misión política del partido obrero 
  la guerra a la religión es 
  
  una frase anarquista[239]. Y en 1877, al condenar sin piedad en el 
  Anti-Dühring las más mínimas concesiones del filósofo Dühring al idealismo y a 
  la religión, Engels condenaba con no menor energía la idea 
  seudorrevolucionaria de aquél sobre la prohibición de la religión en la 
  sociedad socialista. De clarar semejante guerra a la religión, decía Engels, 
  significaria "ser más bismarckista que Bismarck", es decir, repetir la necedad 
  de su lucha contra los clericales (la famosa "lucha por la cultura", 
  Kulturkampf, o sea, la lucha sostenida por Bismarck en la década de 1870 
  contra el Partido Católico Alemán, el partido del "Centro", mediante 
  persecuciones policíacas del catolicismo[240]. Lo único que consiguió Bismarck 
  con esta lucha fue fortalecer el clericalismo militante de los católicos y 
  perjudicar a la causa de la verdadera cultura, pues colocó en primer plano las 
  divisiones religiosas en lugar de las divisiones políticas, distrayendo asi la 
  atención de algunos sectores de la clase obrera y de la democracia de las 
  tareas esenciales de la lucha de clase y revolucionaria para orientarlos hacia 
  el anticlericalismo burgués más superficial y engañoso. Al acusar a Dühring, 
  que pretendia aparecer como ultrarrevolucionario, de querer repetir en otra 
  forma la misma necedad de Bismarck, Engels requería del partido obrero que 
  supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al proletariado, para 
  realizar una obra que conduce a la extinción de la religión, y no lanzarse a 
  las aventuras de una guerra política contra la religión[241]. Este punto de 
  vista arraigó en la socialdemocracia alemana, que se manifestó, por ejemplo, a 
  favor de la libertad de acción de los jesuitas, a favor de su admisión en 
  Alemania y de la abolición de todas las medidas de lucha policíaca contra una 
  u otra religión. "Declarar la religión un asunto privado": este 
  
  famoso punto del Programa de Erfurt[242] (1891) afianzó dicha táctica política 
  de la socialdemocracia. 
      Esta táctica se ha convertido ya en una rutina, ha llegado a engendrar una 
  nueva distorsión del marxismo en el sentido contrario, en el sentido 
  oportunista. La tesis del Programa de Erfurt ha comenzado a ser interpretada 
  en el sentido de que nosotros, los socialdemócratas, nuestro Partido, 
  considera la religión un asunto privado; que para nosotros, como 
  socialdemócratas, como Partido, la religión es un asunto privado. Sin 
  polemizar directamente con este punto de vista oportunista, Engels estimó 
  necesario en la década del go del siglo XIX combatirlo con energía no en forma 
  polémica, sino de modo posirivo. O sea: Engels lo hizo mediante una 
  declaración, en la que subrayaba adrede que la socialdemocracia considera la 
  religión como un asunto privado con respecto al Estado, pero en modo alguno 
  con respecto a sí misma, con respecto al marxismo, con respecto al partido 
  obrero[243]. 
      Tal es la historia externa de las manifestaciones de Marx y Engels acerca 
  de la religión. Para quienes enfocan con negligencia el marxismo, para quienes 
  no saben o no quieren meditar, esta historia es un cúmulo de contradicciones 
  absurdas y de vaivenes del marxismo: una especie de mezcolanza de ateísmo 
  "consecuente" y de "condescendencias" con la religión, vacilaciones "carentes 
  de principios" entre la guerra r-r-revolucionaria contra Dios y la aspiración 
  cobarde de "adaptarse" a los obreros creyentes, el temor a espantarlos, etc., 
  etc. En las publicaciones de los charlatanes anarquistas puede encontrarse no 
  pocos ataques de esta indole al marxismo. 
      Pero quienes scan capaces aunque sea en grado minimo, de enfocar con un 
  mínimo de seriedad el marxismo, de profundizar en sus bases filosóficas y en 
  la experiencia de la 
  
  socialclemocracia internacional, verán con facilidad que la táctica del 
  marxismo ante la religión es profundamente consecuente y que Marx y Engels la 
  meditaron bien; verán que lo que los diletantes o ignorantes consideran 
  vacilaciones es una conclusion directa e ineludible del materialismo 
  dialéctico. Constituiría un craso error pensar que la aparente "moderación" 
  del marxismo frente a la religión se explica por sedicientes razones 
  "tácticas", por el deseo de "no espantar", etc. Al contrario: la línea 
  política del marxismo está indisolublemente ligada a sus principios 
  filosóficos también en esta cuestión. 
      El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es tan implacable enemigo 
  de la religión como el materialismo de los enciclopedistas del siglo 
  XVIII[244] o el materialismo de Feuerbach. Esto es indudable. Pero el 
  materialismo dialéctico de Marx y Engels va más lejos que los enciclopedistas 
  y que Feuerbach al aplicar la filosofía materialista a la historia y a las 
  ciencias sociales. Debemos luchar contra la religión. Esto es el abecé de todo 
  materialismo y, por tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un 
  materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va más allá. Afirma: hay 
  que saber luchar contra la religión, y para ello es necesario explicar desde 
  el punto de vista materialista los orígenes de la fe y de la religión entre 
  las masas. La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la 
  prédica ideologica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad 
  práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces 
  sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores 
  atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semiproletarias y 
  entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el 
  progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia, 
  ¡abajo la 
  
  religión y viva el ateísmo!, la difusión de las concepciones ateístas es 
  nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto. Semejante opinión es 
  una ficción cultural superficial, burguesa, limitada. Semejante opinión no es 
  profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista, sino 
  idealista. En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces son, 
  principalmente, sociales. La raíz más profunda de la religión en nuestros 
  tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente 
  impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día, 
  cada hora causa a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más 
  horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las 
  guerras, los terremotos, etc. "El miedo creó a los dioses". El miedo a la 
  fuerza ciega del capital -- ciega porque no puede ser prevista por las masas 
  del pueblo --, que a cada paso amenaza con aportar y aporta al proletario o al 
  pequeño propietario la perdición, la ruina "inesperada", "repentina", 
  "casual", convirtiéndolo en mendigo, en indigente, arrojándole a la 
  prostitución, acarreándole la muerte por hambre: he ahí la raíz de la religión 
  contemporánea que el materialista debe tener en cuenta antes que nada, y más 
  que nada, si no quiere quedarse en aprendiz de materialista. Ningún folleto 
  educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas aplastadas por 
  los trabajos forzados del régimen capitalista y que dependen de las fuerzas 
  ciegas y destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan a 
  luchar unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz 
  de la religión, contra el dominio del capital en todas sus formas. 
      ¿Debe deducirse de esto que el folleto educativo antirreligioso es nocivo 
  o superfluo? No. De esto se deduce otra cosa muy distinta. Se deduce que la 
  propaganda atea de la social- 
  
  democracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de la 
  lucha de clases de las masas explotadas contra los explotadores. 
      Quien no haya reflexionado sobre los principios del materialismo 
  dialéctico, es decir, de la filosofía de Marx y Engels, quizá no comprenda (o, 
  por lo menos, no comprenda en seguida) esta tesis. Se preguntará: ¿Como es 
  posible subordinar la propaganda ideológica, la prédica de ciertas ideas, la 
  lucha contra un enemigo de la cultura y del progreso que persiste desde hace 
  miles de años (es decir, contra la religión) a la lucha de clases, es decir, a 
  la lucha por objetivos prácticos determinados en el terreno económico y 
  político? 
      Esta objeción figura entre las que se hacen corrientemente al marxismo y 
  que testimonian la incomprensión más completa de la dialéctica de Marx. La 
  contradicción que sume en la perplejidad a quienes objetan de este modo es una 
  contradicción real de la vida misma, es decir, una contradicción dialéctica y 
  no verbal ni inventada. Separar con una barrera absoluta, infranqueable, la 
  propaganda teórica del ateísmo -- es decir, la destrucción de las creencias 
  religiosas entre ciertos sectores del proletariado -- y el éxito, la marcha, 
  las condiciones de la lucha de clase de estos sectores significa discurrir de 
  modo no dialéctico, convertir en barrera absoluta lo que es sólo una barrera 
  móvil y relativa; significa desligar por medio de la violencia lo que está 
  indisolublemente ligado en la vida real. Tomemos un ejemplo. El proletariado 
  de determinada región y de determinada rama industrial se divide, supongamos, 
  en un sector avanzado de socialdemócratas bastante conscientes -- que, 
  naturalmente, son ateos -- y en otro de obreros bastante atrasados, vinculados 
  todavía al campo y a los campesinos, que creen en Dios, van a la iglesia e 
  incluso se encuentran bajo la influencia directa del cura 
  
  local, quien, admitámoslo, crea una organización obrera cristiana. Supongamos, 
  además, que la lucha económica en dicha localidad haya llevado a la huelga. El 
  marxista tiene el deber de colocar en primer plano el éxito del movimiento 
  huelguístico, de oponerse resueltamente a la división de los obreros en esa 
  lucha en ateos y cristianos y de combatir esa división. En tales condiciones, 
  la prédica ateísta puede resultar superflua y nociva, no desde el punto de 
  vista de las consideraciones filisteas de que no se debe espantar a los 
  sectores atrasados o perder un acta en las elecciones, etc., sino desde el 
  punto de vista del progreso efectivo de la lucha de clases, que, en las 
  circunstancias de la sociedad capitalista moderna, llevará a los obreros 
  cristianos a la socialdemocracia y al ateísmo cien veces mejor que la mera 
  propaganda atea. En tal momento y en semejante situación, el predicador del 
  ateísmo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes no desean sino 
  sustituir la división de los obreros según su intervención en el movimiento 
  huelguístico por la división en creyentes y ateos. El anarquista, al predicar 
  la guerra contra Dios a toda costa, ayudaría, de hecho, a los curas y a la 
  burguesía (de la misma manera que los anarquistas ayudan siempre, de hecho, a 
  la burguesía). El marxista debe ser materialista, o sea, enemigo de la 
  religión; pero debe ser un materialista dialéctico, es decir, debe plantear la 
  lucha contra la religión no en el terreno abstracto, puramente teórico, de 
  prédica siempre igual, sino de modo concreto, sobre la base de la lucha de 
  clases que se libra de hecho y que educa a las masas más que nada y mejor que 
  nada. El marxista debe saber tener en cuenta toda la situación concreta, 
  cncontrando siempre el límite entre el anarquismo y el oportunismo (este 
  límite es relativo, móvil, variable, pero existe), y no caer en el 
  "revolucionarismo" abstracto, verbal, y, en realidad, vacuo del anarquista, ni 
  en 
  
  el filisteísmo y el oportunismo del pequeño burgués o del intelectual liberal, 
  que teme la lucha contra la religión, olvida esta tarea suya, se resigna con 
  la fe en Dios y no se orienta por los intereses de la lucha de clases, sino 
  por el mezquino y mísero cálculo de no ofender, no rechazar ni asustar, 
  ateniéndose a la máxima ultrasabia de "vive y deja vivir a los demás", etc., 
  etc. 
      Desde este punto de vista hay que resolver todas las cuestiones parciales 
  relativas a la actitud de la socialdemocracia ante la religión. Por ejemplo, 
  se pregunta con frecuencia si un sacerdote puede ser miembro del Partido 
  Socialdemócrata y, como regla general, se responde de modo afirmativo 
  incondicional, invocando la experiencia de los partidos socialdemócratas 
  europeos. Pero esta experiencia no es fruto únicamente de la aplicación de la 
  doctrina marxista al movimiento obrero, sino también de las condiciones 
  históricas especiales de Occidente, que no existen en Rusia (más adelante 
  hablaremos de ellas); de modo que la respuesta afirmativa incondicional es, en 
  este caso, errónea. No se puede declarar de una vez para siempre y para todas 
  las situaciones que los sacerdotes no pueden ser miembros del Partido 
  Socialdemócrata, pero tampoco se puede establecer de una vez para siempre la 
  regla contraria. Si un sacerdote viene hacia nosotros para realizar una labor 
  política conjunta y cumple con probidad el trabajo de partido, sin combatir el 
  programa de éste, podemos admitirlo en las filas socialdemócratas: en tales 
  condiciones, la contradicción entre el espíritu y los principios de nuestro 
  programa, por un lado, y las convicciones religiosas del sacerdote, por otro, 
  podría seguir siendo una contradicción personal suya, que sólo a él afectase, 
  ya que una organización política no puede examinar a sus militantes para saber 
  si no existe contradicción entre sus conceptos y el Programa del 
  
  Partido. Pero, claro está, caso semejante podría ser una rara excepción 
  incluso en Europa, mas en Rusia es ya muy poco probable. Y si, por ejemplo, un 
  sacerdote ingresase en el Partido Socialdemócrata y empezase a realizar en él, 
  como labor principal y casi única, la prédica activa de las concepciones 
  religiosas, el Partido, sin duda, tendría que expulsarlo de sus filas. Debemos 
  no sólo admitir, sino atraer sin falta al Partido Socialdemócrata a todos los 
  obreros que conservan la fe en Dios; nos oponemos categóricamente a que se 
  infiera la más mínima ofensa a sus creencias religiosas, pero los atraemos 
  para educarlos en el espíritu de nuestro programa y no para que luchen 
  activamente contra él. Admitimos dentro del Partido la libertad de opiniones, 
  pero hasta ciertos límites, determinados por la libertad de agrupación: no 
  estamos obligados a marchar hombro con hombro con los predicadores activos de 
  opiniones que rechaza la mayoría del Partido. 
      Otro ejemplo. ¿Se puede condenar por igual, en todas las circunstancias, a 
  los militantes del Partido Socialdemócrata por declarar "El socialismo es mi 
  religión" y por predicar opiniones en consonancia con semejante declaración? 
  No. La desviación del marxismo (y, por consiguiente, del socialismo) es en 
  este caso indudable; pero la importancia de esta desviación, su peso 
  específico, por así decirlo, pueden ser diferentes en diferentes 
  circunstancias. Una cosa es cuando el agitador, o la persona que interviene 
  ante las masas obreras, habla así para que le comprendan mejor, para empezar 
  su exposición o presentar con mayor claridad sus conceptos en los términos más 
  usuales entre una masa poco culta. Pero otra cosa es cuando un escritor 
  comienza a predicar la "construcción de Dios"[245] o el socialismo de los 
  constructores de Dios (en espíritu, por ejemplo, de nuestros Lunacharski y 
  Cía.). En la misma medida en que, en el primer caso, la condenación sería 
  
  injusta e incluso una limitación inadecuada de la libertad del agitador, de la 
  libertad de influencia "pedagógica", en el segundo caso, la condenación por 
  parte del Partido es indispensable y obligada. Para unos, la tesis de que "el 
  socialismo es una religión" es una forma de pasar de la religión al 
  socialismo; para otros, del socialismo a la reiigión. 
      Analicemos ahora las condiciones que han engendrado en Occidente la 
  interpretación oportunista de la tesis "Declarar la religión un asunto 
  privado". En ello han influido, naturalmente, las causas comunes que engendran 
  el oportunismo en general como sacrificio de los intereses fundamentales del 
  movimiento obrero en aras de las ventajas momentáneas. El Partido del 
  proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto privado; pero 
  no considera, ni mucho menos, "asunto privado" la lucha contra el opio del 
  pueblo, la lucha contra las supersticiones religiosas, etc. ¡Los oportunistas 
  tergiversan la cuestión como si el Partido Socialdemócrata considerase la 
  religión un asunto privado! 
      Pero, además de la habitual deformación oportunista (no explicada en 
  absoluto durante los debates que sostuvo nuestra minoría de la Duma al 
  analizarse la intervención sobre la religión), existen condiciones históricas 
  especiales que han suscitado, si se me permite la expresión, la excesiva 
  indiferencia actual de los socialdemócratas europeos ante la cuestión 
  religiosa. Son condiciones de dos géneros. Primero, la tarea de la lucha 
  contra la religión es históricamente una tarea de la burguesía revolucionaria, 
  y la democracia burgue sa de Occidente, en la época de sus revoluciones o de 
  sus ataques al feudalismo y al espíritu medieval, la cumplió (o cumplía) en 
  grado considerable. Tanto en Francia como en Alemania existe la tradición de 
  la guerra burguesa contra la religión, guerra iniciada mucho antes de aparecer 
  el socialismo 
  
  (los enciclopedistas, Feuerbach). En Rusia, de acuerdo con las condiciones de 
  nuestra revolución democráticoburguesa, también esta tarea recae casi por 
  entero sobre los hombros de la clase obrera. En nuestro país, la democracia 
  pequeñoburguesa (populista) no ha hecho mucho al respecto (como creen los 
  kadetes centurionegristas de nuevo cuño o los centurionegristas kadetes de 
  Veji [246]), sino demasiado poco en comparación con Europa. 
      Por otra parte, la tradición de la guerra burguesa contra la religión creó 
  en Europa una deformación específicamente burguesa de esta guerra por parte 
  del anarquismo, el cual, como han explicado hace ya mucho y reiteradas veces 
  los marxistas, se sitúa en el terreno de la concepción burguesa del mundo, a 
  pesar de toda la "furia" de sus ataques a la burguesía. Los anarquistas y los 
  blanquistas en los países latinos, Most (que, dicho sea de paso, fue discípulo 
  de Dühring) y Cía. en Alemania y los anarquistas de la década del 80 en 
  Austria llevaron hasta el nec plus ultra la frase revolucionaria en su lucha 
  contra la religión. No es de extrañar que, ahora, los socialdemócratas 
  europeos caigan en el extremo opuesto de los anarquistas. Esto es comprensible 
  y, en cierto modo, legítimo; pero nosotros, los socialdemócratas rusos, no 
  pode mos olvidar las condiciones históricas especiales de Occidente. 
      Segundo, en Occidente, después de haber terminado las revoluciones 
  burguesas nacionales, después de haber sido implantada la libertad de 
  conciencia más o menos completa, la cuestión de la lucha democrática contra la 
  religión quedó tan relegada históricamente a segundo plano por la lucha de la 
  democracia burguesa contra el socialismo, que los gobiernos burgueses 
  intentaron conscientemente desviar la atención de las masas del socialismo, 
  organizando "cruzadas" quasi- 
  
  liberales contra el clericalismo. Este carácter tenían también el Kulturkampf 
  en Alemania y la lucha de los republicanos burgueses de Francia contra el 
  clericalismo. El anticlericalismo burgués, como medio de desviar la atención 
  de las masas obreras del socialismo, precedió en Occidente a la difusión entre 
  los socialdemócratas de su actual "indiferencia" ante la lucha contra la 
  religión. Y también esto es comprensible y legítimo, pues los socialdemócratas 
  debían oponer al anticlericalismo burgués y bismarckiano precisamente la 
  subordinación de la lucha contra la religión a la lucha por el socialismo. 
      En Rusia, las condiciones son completamente distintas. El proletariado es 
  el dirigente de nuestra revolución democráticoburguesa. Su partido debe ser el 
  dirigente ideológico en la lucha contra todo lo medieval, incluidos la vieja 
  religión oficial y todos los intentos de renovarla o fundamentarla de nuevo o 
  sobre una base distinta, etc. Por eso, si Engels corregía con relativa 
  suavidad el oportunismo de los socialdemócratas alemanes -- que habían 
  sustituido la reivindicación del partido obrero de que el Estado declarase la 
  religión un asunto privado, declarando ellos mismos la religión como asunto 
  privado para los propios socialdemócratas y para el Partido Socialdemócrata 
  --, es lógico que la aceptación de esta tergiversación alemana por los 
  oportunistas rusos merecería una condenación cien veces más dura por parte de 
  Engels. 
      Al declarar desde la tribuna de la Duma que la religión es el opio del 
  pueblo, nuestra minoría procedió de modo completamente justo, sentando con 
  ello un precedente que deberá servir de base para todas las manifestaciones de 
  los socialdemócratas rusos acerca de la religión. ¿Debería haberse ido más 
  lejos, desarrollando con mayor detalle las conclusiones ateas? Creemos que no. 
  Eso podría haber acarreado la ame- 
  
  naza de que el partido político del proletariado hiperbolizase la lucha 
  antirreligiosa; eso podría haber conducido a borrar la línea divisoria entre 
  la lucha burguesa y la lucha socialista contra la religión. La primera tarea 
  que debía cumplir la minoría socialdemócrata en la Duma centurionegrista fue 
  cumplida con honor. 
      La segunda tarea, y quizá la principal para los socialdemócratas -- 
  explicar el papel de clase que desempeñan la Iglesia y el clero al apoyar al 
  gobierno centurionegrista y a la burguesía en su lucha contra la clase obrera 
  --, fue cumplida también con honor. Es claro que sobre este tema podría 
  decirse mucho más, y las intervenciones posteriores de los socialdemócratas 
  sabrán completar el discurso del camarada Surkov; sin embargo, su discurso fue 
  magnífico y su difusión por todas nuestras organizaciones es un deber directo 
  del Partido. 
      La tercera tarea consistía en explicar con toda minuciosidad el sentido 
  justo de la tesis que con tanta frecuencia deforman los oportunistas alemanes: 
  "declarar la religión un asunto privado". Por desgracia, el camarada Surkov no 
  lo hizo. Esto es tanto más de lamentar por cuanto, en la actividad anterior de 
  la minoría, el camarada Beloúsov cometió un error en esta cuestión, que fue 
  señalado oportunamente en Proletari. Los debates en la minoría demuestran que 
  la discusión en torno al ateísmo le impidió ver el problema de cómo exponer 
  correctamente la famosa reivindicación de declarar la religión un asunto 
  privado. No acusaremos sólo al camarada Surkov de este error de toda la 
  minoría. Más aún: reconocemos francamente que la culpa corresponde a todo el 
  Partido por no haber explicado en grado suficiente esta cuestión, por no haber 
  inculcado suficientemente en la conciencia de los socialdemócratas el 
  significado de la observación de 
  
  Engels a los oportunistas alemanes. Los debates en la minoría demuestran que 
  eso fue, precisamente, una comprensión confusa de la cuestión y no falta de 
  deseos de atenerse a la doctrina de Marx, por lo que estamos seguros de que 
  este error será subsanado en las intervenciones subsiguientes de la minoría. 
      En resumidas cuentas, repetimos que el discurso del camarada Surkov es 
  magnífico y debe ser difundido por todas las organizaciones. Al discutir el 
  contenido de este discurso, la minoría ha demostrado que cumple a conciencia 
  con su deber socialdemócrata. Nos resta desear que en la prensa del Partido 
  aparezcan con mayor frecuencia informaciones acerca de los debates en el seno 
  de la minoría, a fin de aproximar ésta al Partido, de darle a conocer la 
  intensa labor que efectúa la minoría y de establecer la unidad ideológica en 
  la actuación de uno y otra. 










      From Marx to Mao
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      Desde Marx
      hasta Mao
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  NOTAS 



    [238] Véase C. Marx, "Introducción a La crítica de la filosofía de derecho 
  de Hegel ". (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I.)    [] 
    [239] Véase F. Engels, "La literatura de emigrado". (C. Marx y F. Engels, 
  Obras Completas, t. XVIII.)    [] 
    [240] Se alude a Kulturkampf ("Lucha por la cultura") que era como llamaban 
  los burgueses liberales al conjunto de medidas legales adoptadas en la década 
  del 70 del siglo XIX, por el gobierno de Bismarck bajo el rótulo de la lucha 
  por una cultura laica y con miras a oponerse a la iglesia católica y al 
  partido del "Centro", los que brindaban apoyo a las tendencias separatistas de 
  los terratenientes y la burguesía de los Estados pequeños y medianos de 
  Suroeste de Alemania. La política de Bismarck también apuntaba a desviar de la 
  lucha de clases a una parte de la clase obrera mediante la incitación al 
  fanatismo religioso. En la década del 80, a fin de amalgamar a las fuerzas 
  reaccionarias, Bismarck derogó gran parte de estas medidas.    [] 
    [241] Véase F. Engels, Anti-Duhring, parte tercera, V. El Estado, la familia 
  y la educación.    [] 
    [242] El Programa de Erfurt, de la socialdemocracia alemana, fue aprobado en 
  octubre de 1891 en el congreso de Erfurt para sustituir el Programa de Gotha 
  de 1875, y significó un paso adelante con respecto a este último porque en el 
  se rechazaba las exigencias lassalleanas. Sin embargo, también contenia graves 
  errores; no trataba de la teoría de dictadura del proletariado, de las 
  exigencias de derrocar la monarquía y fundar república democrática. En junio 
  de 1891, Engels criticó el proyecto de este programa. (C. Marx y F. Engels, 
  "La critica del proyecto 
  
  del programa del Partido Socialdemocrático de 1891", Obras Completas, t. 
  XXII.)    [] 
    [243] Se alude a la "Introducción" de F. Engels al folleto de C. Marx La 
  guerra civil en Francia, 3a edición alemana.    [] 
    [244] Enciclopedistas: grupo de ideologo-civilizadores franceses del siglo 
  XVIII, que se unieron para publicar la Encyclopédie ou dictionnaire reissonné 
  des sciences, des arts et des métiers (1751-1780) y por eso se denominan así. 
  Su organizador y editor en jefe fue Denis Diderot. Los enciclopedistas estaban 
  categóricamente en contra de la iglesia católica, la escolástica y el 
  privilegio del sistema feudal, y desempeñaron un papel nada insignificante en 
  la preparación ideológica de la revolución burguesa en la Francia de fines del 
  siglo XVIII.    [] 
    [245] Construcción de Dios: corriente religioso-filosófica hostil al 
  marxismo, aparecida en el período de la reacción stolipiniana entre una parte 
  de los intelectuales del Partido, que se desviaron del marxismo después de la 
  derrota de la revolución de 1905-1907. 
      Los constructores de Dios (Lunacharski, Bazárov y otros) predicaban la 
  creación de una religión nueva, "socialista", trataban de reconciliar el 
  marxismo con la religión. En un tiempo, M. Gorki se adhirió a ellos. La 
  reunión de la redacción ampliada de Proletari condenó dicha corriente y en una 
  resolución especial declaró que la fracción bolchevique no tenía nada de común 
  "con semejante tergiversación del socialismo científico".    [] 
    [246] Veji ("Jalones"): recopilacion de los kadetes; apareció en Moscú en la 
  primavera de 1909 con artículos de N. Berdiáev, S. Bulgákov, P. Struve, M. 
  Guerchenzon y otros representantes de la burguesía liberal 
  contrarrevolucionaria. En los artículos sobre los intelectuales rusos, los 
  "vejistas" trataban de difamar las tradiciones democrático-revolucionarias de 
  Rusia, denigraban el movimiento revolucionario de 1905 y daban las gracias al 
  gobierno zarista por haber salvado a la burguesía "con sus bayonetas y 
  cárceles". La recopilacion exhortaba a los intelectuales a ponerse al servicio 
  de la autocracia. Lenin comparaba el programa de Veji tanto en filosofía como 
  en ensayos con el de Moskovskie Viédomosti, periódico centurionegrista, 
  llamaba la recopilación "enciclopedia de la apostasia liberal ", que "es un 
  continuo torrente de lodo reaccionario, vertido sobre la democracia."    [pág. 
  309] 




      From Marx to Mao
      (English)
      Desde Marx
      hasta Mao
      Textos
      de Lenin





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