Metro Goldwyn Mayer
Una
de las productoras más emblemáticas y poderosas de Hollywood desde su fundación
en 1924, los estudios del legendario león rugiente y el no menos famoso lema
"Más estrellas que en el cielo" dominaron en buena medida el panorama
cinematográfico norteamericano durante la década del treinta, los años en que
su glamour prácticamente dictó el rumbo a seguir al resto de la industria. El
trasfondo empresarial de esta imagen, sin embargo, fue muy otro.
Metro-Goldwyn-Mayer, resultado de la fusión de tres firmas, la Metro Pictures,
la Goldwyn Pictures Corporation y el sello independiente de Louis B. Mayer,
responsable de la filosofía de la casa hasta 1951 -secundado hasta su muerte en
1937 por el más artístico Irving Thalberg-, sirvió prioritariamente como fábrica
de contenidos para la titánica cadena de salas de exhibición de la corporación
Loew´s Inc., la cual integraba.
Aunque
desde 1924 a 1954, la MGM fue regida férreamente con este objetivo por el
conservador presidente de Loew´s, Nicholas M. Schenck, ello no fue óbice para
que la productora fuera un verdadero olimpo de sueños de cara al público. Así,
divas de aspecto inalcanzable como la sueca Greta Garbo o la sofisticada esposa
de Thalberg, Norma Shearer, rutilaron en el decenio del treinta junto a valores
con los que las audiencias podían identificarse, como los carismáticos Clark
Gable y Spencer Tracy o las bellezas terrenales de la morena Joan Crawford y la
platinada Jean Harlow. Gran Hotel (1932), Cena a las ocho
(1933), La reina Cristina de Suecia (1933), La cena de los
acusados (1934), Rebelión a bordo (1935), Furia
(1936), San Francisco (1936), Margarita Gautier
(1937), Capitanes intrépidos (1937), Three Comrades
(1938), Ninotchka (1939), Mujeres (1939) y las
megaproducciones en color El mago de Oz (1939) y Lo que el
viento se llevó (1939) pueden considerarse los trabajos más emblemáticos
de la Metro en esta década prodigiosa, además de la serie de aventuras del
Tarzán de Johnny Weissmuller, las comedias familiares de Laurel y Hardy, por
ejemplo, Hijos del desierto (1933), y las excéntricas de los
hermanos Marx Una noche en la ópera (1935) y Un día en las
carreras (1937).
En
los años cuarenta, el impacto de la segunda guerra mundial dejó sentir su peso
en las películas de la MGM a través de un juego doble. Por un lado, el
escapismo en Technicolor de los despreocupados musicales producidos por Arthur
Freed y dirigidos por Vincente Minnelli o Stanley Donen, que encumbraron a una
nueva luminaria en el firmamento de los estudios, Gene Kelly, y potenciaron la
presencia de una vieja conocida, la joven Judy Garland: Meet Me in St.
Louis (1944), Levando anclas (1945) y Un día en
Nueva York (1949). Por otro, mientras George Cukor y otros directores señeros
de la casa se mantenían ajetreados detrás de las cámaras, densos dramas como
el bélico La señora Miniver (1942), inquietantes thrillers como Luz
que agoniza (1944) o siniestros policiales como El cartero siempre
llama dos veces (1946) sintonizaban con las sombras que habían anidado
en el corazón del público. También deben recordarse en este decenio las
inteligentes comedias de una diva atípica, Katharine Hepburn, Historias
de Filadelfia (1940), Woman of the Year (1942) y La
costilla de Adán (1949), las dos últimas en inolvidables parejas con
Spencer Tracy, y una excepción para la Metro, la cruda cinta de guerra Fuego
en la nieve (1949), amén de los dibujos animados de Tom and Jerry
y las rentables series B del Dr. Kildare y, protagonizadas por Mickey
Rooney, de Andy Hardy.
El
"Ars gratia artis" (El arte por el arte) que rodea la cabeza felina se
tambaleó en la década del cincuenta, cuando surgió un vacío de poder al ser
despedido Louis B. Mayer en 1951 y retirarse Schenck en 1955. Dore Schary, el
nuevo jefe de producción desde la partida de Mayer y hasta 1956 -aunque activo
desde antes y con una impronta que perduraría después-, modernizó las temáticas
de las cintas MGM al imbuirlas de ciertos visos de realidad, perceptibles en La
jungla de asfalto (1950), Como un torrente (1958), La
gata sobre el tejado de zinc (1958) o Con la muerte en los talones
(1959). Así y todo, fue la magia del león la que siguió dando de comer a los
estudios, mediante musicales paradigmáticos como Un americano en París
(1951), Cantando bajo la lluvia (1952), Melodías de
Broadway (1953), Lili (1953), Siete novias para
siete hermanos (1954), Siempre hace buen tiempo (1955) y Gigi
(1958), exóticas aventuras como Las minas del rey Salomón (1950)
o Mogambo (1953) y lujosas recostrucciones de época como las de Quo
Vadis (1951), Scaramouche (1952), Julio César
(1953) y, sobre todo, el remake de Ben-Hur (1959), un récord de
taquilla y de Oscars, con once estatuillas.
Las
trifulcas ejecutivas iniciadas a mediados de los cincuenta se acentuaron en los
sesenta con diversos cambios en la administración, a la cabeza de la cual se
sucedieron Sol Siegel de 1958 a 1962, Robert Weitman de 1962 a 1969 y Herbert
Solow en este último año, antes de que el magnate del turismo Kirk Kerkorian
se hiciera con el control de la sociedad, también en 1969. En esta etapa
turbulenta de la MGM, sin embargo, no cesaron los estentóreos rugidos. Doctor
Zhivago (1965), interpretado por una multitud de estrellas, derivó en
cuantiosos beneficios para la firma, que en este decenio dio otros dramas clásicos
como Con él, llegó el escándalo (1960), Lolita
(1962), así como Dos semanas en otra ciudad (1962 ) y Dulce
pájaro de juventud (1962), La noche de la iguana (1964), Castillos
en la crema (1965) y El hombre de Kiev (1968); la comedia Los
seres queridos (1965); el policial A quemarropa (1967);
las cintas de ciencia-ficción El tiempo en sus manos (1960), The
Village of the Damned (1960) y 2001: una odisea del espacio
(1968); las de horror The Haunting (1963) y El poder
(1968), o los westerns Duelo en la alta sierra (1962) y La
conquista del Oeste (1962).
Kerkorian,
no obstante, más preocupado por el prestigio que el majestuoso felino pudiera
brindarle a su nuevo hotel de Las Vegas que por inyectar en la Metro una
saludable inyección de capital, inició una política de producciones de bajo
presupuesto cuya única flor a la hora de contar ganancias fue el film de
blaxploitation Las noches rojas de Harlem (1971) de Gordon Parks
Sr. Igualmente, durante los años setenta, el león, que en octubre de 1973 cedió
su red de distribución a United Artists, obsequió largometrajes como El
valor es para los pájaros (1970) de Robert Altman, la biografía satírica
El mesías salvaje (1972) de Ken Russell, la fantasía futurista Westworld,
almas de metal (1973), la nostálgica recopilación de las glorias
pasadas de la casa Erase una vez en Hollywood (1974), la comedia
de Neil Simon La pareja chiflada (1975) o la pesadilla
hospitalaria Coma (1978).
La
relación establecida entre la MGM y los estudios fundados por Chaplin,
Pickford, Fairbanks y Griffith se estrechó indisolublemente en 1981, al
adquirir Kerkorian la segunda compañía. Si bien la Metro solventó sus gastos
de esta década con el dinero generado por las películas de James Bond, en lo
cinematográfico tuvo relumbrones de genio con otras formas. Aparte de con las
siempre espectaculares hazañas de 007, puso en vilo a los espectadores con Poltergeist,
fenómenos extraños (1982), Juegos de guerra (1983), El
año que vivimos peligrosamente (1982) y Willow (1988),
los hizo emocionarse con Dinero caído del cielo (1981), Diner
(1982) y Hechizo de luna (1987), les dio que pensar con Después
del amor (1982) y Sed de poder (1984), que sonreír con Mi
año favorito (1982) y que reír con ¿Víctor o Victoria?
(1982).
Vendida
la mítica empresa al zar mediático Ted Turner, para volver a las manos de
Kerkorian -ahora sin el impresionante catálogo de títulos de ésta, parte del
cual pasó a engrosar los fondos fílmicos de Lorimar-Telepictures-, el león, o
lo que quedaba de él, fue comprado en 1989 por el grupo australiano Qintex, que
a su vez lo entregó al magnate italiano Giancarlo Parretti en 1990. La comedia Qué
asco de vida (1991) de Mel Brooks, sin embargo, o el feminista drama de
carretera Thelma y Louise (1991), entre muchos otros trabajos de
los noventa, mantendrían vivo el orgullo del noble felino, que seguirá
haciendo temblar de ilusión en el siglo XXI al anunciar nuevas propuestas.
Esta sociedad, fundada en 1924, resultó de la fusión de tres firmas. Controlada por la red de distribución Loew's desde 1919, la Metro Pictures no respondía a las necesidades de Marcus Loew. Este último logró absorber la Goldwyn Pictures Corporation; la transacción incluía una casa de producción independiente, la Louis B. Mayer, que dirigió los nuevos estudios hasta 1951, el sentido artístico de Irving Thalberg, que inspiraría la producción hasta su muerte en 1937, y también estrellas como Norma Sheaner y Lon Chaney, y realizadores como Fred Niblo. La Goldwyn, que Sam Goldwyn dejó en 1922, ofrecía los servicios de Mae Murray y de John Gilbert pero sobre todo los grandes nombres de la Cosmopolitan Productions que absorbió en 1923: Marion Davies, King Vidor, Erich von Stroheim, Victor Seastrom y el apoyo de Randolph Hearst, magnate de la prensa y fundador de la compañía. En cuanto a la Metro, incluía a Ramón Novarro, Rex Ingram y Buster Keaton, pero sobre todo contaba con una red de salas de primera importancia. Ciertamente la concentración vertical de la producción, de la distribución y explotación desafiaba las leyes que prohibían los monopolios, pero los primeros problemas no llegaron hasta 1944, y el sector de la explotación sólo quedó separado en 1952.
Este espectacular reagrupamiento constituye una de las firmas americanas más poderosas. Sugiriendo nobleza y cultura, el sello de la nueva sociedad muestra un león rugiente y lleva el lema Ars gratia artis ("el arte por el arte"). Las ambiciosas adaptaciones literarias, las brillantes comedias y los melodramas constituirían hasta la guerra lo esencial de la producción MGM (más de 40 largometrajes al año) cuyos beneficios sobrepasaron entonces los de sus competidores. La idealización de la clase media y la ternura novelesca expresaban el gusto de Mayer, mientras que la reconstrucción histórica y la fuerza de estilo responden a las aspiraciones de Thalberg. La firma produce también brillantes comedias musicales. Su magia se basa en el culto a las estrellas: Greta Garbo, Joan Crawford, Clark Gable, Spencer Tracy, James Stewart, Stan Laurel y Oliver Hardy. Realizadores como Vidor, Brown o Cukor resumen este estilo elegante.
Pero la MGM tardó en adaptarse a las exigencias de la posguerra (unas 30 películas al año) como le había ocurrido antes con el sonoro. Si Arthur Freed produjo una bella serie de comedias musicales, si J. Houseman era consciente de las nuevas preocupaciones del público, la firma se mantuvo fiel a los valores de antaño y confió en sus nuevas estrellas: Judy Garland, Glenn Ford, Elizabeth Taylor. Director de producción de 1948 a 1956, Dore Schary intentó modernizarla y la MGM consiguió pronto 40 películas al año.
Después de 1960 (unas 20 películas al año), a pesar del éxito de Ben-Hur (1959) pronto vio como la masa salarial devoraba los beneficios. En la misma época, la cizaña reinaba en su administración. Tras la partida de Schary, el reino de Sol Siegel (1958-1962) fue apenas más largo que el de Herbert Solow (1969); el de Robert Weitman (1962-1969) tampoco fue muy significativo. Nicholas Schenk, presidente de la compañía Loew's de 1927 a 1955, no tendrá por su parte más que sucesores efímeros; las potencias financieras que mantenían la MGM se transformaron desinteresándose cada vez más del cine, en favor de la televisión o de la hostelería. Kirk Kerkorian tomó el control de la sociedad en 1970 y renunció a la distribución cinematográfica en 1973; director del estudio, James T. Aubrey vendió sus accesorios y decorados. La MGM adquirió, sin embargo la United Artists en 1981, con la ambición de producir aún películas.