Warner Bros.

 

 

Warner Bros. fue en su momento el único estudio manejado realmente por una familia dentro del selecto club formado por las "Big Five" de Hollywood, las cinco grandes productoras que contaban con su propia cadena de salas de exhibición en la era dorada del cine norteamericano: Paramount, Metro-Goldwyn-Mayer, 20th Century-Fox, RKO y Warner Bros. (las también "majors" Universal, Columbia y United Artists no tenían este importante respaldo en su haber, lo que marcaba una diferencia). Fundada la compañía en 1923, el hermano mayor, Harry, era el presidente; Albert, el segundo, se ocupaba de la distribución, y Jack, el más joven, se encargaba de regir la producción fílmica propiamente dicha, que tenía asiento en los establecimientos californianos de Burbank. En cuanto al tercer hermano de los cuatro Warner, Sam, falleció en 1928, sin llegar a conocer el período de esplendor de la firma.

Ésta, además de por su carácter familiar, se distinguió por la temática social de algunas de sus películas, un rasgo infrecuente, por no decir inexistente, en los otros estudios tradicionales, y por su afán de innovación en el aspecto tecnológico. De hecho, serían sus experimentaciones con el sonido las que llevarían a la Warner Bros. al primer plano de la industria cinematográfica, la cual revolucionaría. Ellas comenzaron en 1925 y ya en agosto de 1926 dieron sus primeros resultados, al proyectar en público la cinta muda Don Juan (1926) acompañada por la música grabada en un disco, en lugar de interpretada en vivo por una orquesta, como era la costumbre. El proceso, denominado Vitaphone, haría historia en, cuando la factoría de los cuatro hermanos ofreció el largometraje El cantor de jazz (1927) protagonizado por la estrella de Broadway Al Jolson y considerado el inicio del cine sonoro. Lights of New York (1928), al año siguiente, también dejaría una impronta imborrable al convertirse en el primer film íntegramente parlante.

En la década del treinta, la casa, que hasta la obra con Jolson se había mantenido a la zaga de los otros estudios importantes de Hollywood, se situó muchas veces a la cabeza de todos, en ocasiones por la magia de su formato auditivo, por ejemplo, con los excelentes musicales La calle 42 (1933) y Vampiresa 1933 (1933), cuando no por la audacia de los antedichos planteamientos sociales, patentes en el carcelario Soy un fugitivo (1932), el comprometido drama Wild Boys of the Road (1933) y los clásicos gangsteriles Hampa dorada (1930), con Edward G. Robinson, y The Public Enemy (1931), con James Cagney. Warner Bros. también ganó prestigio a través de trabajos biográficos como La tragedia de Luis Pasteur (1936) y Juarez (1939), los dos estelarizados por Paul Muni y dirigidos por William Dieterle; las aventuras La carga de la brigada ligera (1936) y Robin de los bosques (1938), con Errol Flynn y realizados por Michael Curtiz -una figura habitual en los platós de Burbank-, o el arriesgado drama de época Jezabel (1938), con Bette Davis y Henry Fonda y de William Wyler.

Los años cuarenta brindaron, por su parte, más cine sin concesiones a la frivolidad. Humphrey Bogart, el duro por antonomasia de esta época, lo fue gracias a joyas de la Warner como El halcón maltés (1941), Cayo Largo (1948) y El tesoro de Sierra Madre (1948) de John Huston, Tener y no tener (1944) y El sueño eterno (1946) de Howard Hawks, y Casablanca (1942) de Curtiz. Una nómina ciertamente impresionante. El thriller y el drama asimismo se vieron beneficiados, respectivamente, por La soga (1948), el primer film en color de Alfred Hitchcock, con James Stewart, y el filosófico El manantial (1949), con Gary Cooper y de King Vidor. La comedia tampoco fue descuidada. Todo lo contrario, fue enriquecida con exponentes de la inteligencia de The Bride Came C.O.D (1941), con James Cagney y Bette Davis; Arsénico por compasión (1944), con Cary Grant y de Frank Capra; Christmas in Connecticut (1945), con Barbara Stanwyck, y Life With Father (1947), otra obra de Curtiz, con William Powell e Irene Dunne. En este decenio repleto de clásicos, no pueden olvidarse los inmortales dibujos animados elaborados en Warner Bros., las series Looney tunes y Merrie melodies, que en él alcanzaron su punto álgido -abarcan, con excepciones, un lapso comprendido entre 1935 y 1959- mediante personajes como Bugs Bunny, Duffy Duck, Porky Pig o Elmer Fudd, debidos a maestros de esta vertiente como Tex Avery, Chuck Jones o Friz Freleng.

La década del cincuenta estaría señalada en lo administrativo por la venta de las acciones de Harry y Albert Warner, en 1956, a un sindicato, y por la intervención de la firma en la realización de seriales televisivos, una actividad de la que fue pionera con Maverick (1957) y 77 Sunset Strip (1958). La gran pantalla, sin embargo, no dejó de ser la gema de los estudios. Así lo demostraron, en el terreno dramático, Un tranvía llamado deseo (1951) de Elia Kazan, y una plataforma instantánea a la fama para Marlon Brando; el magnífico remake musical de Ha nacido una estrella (1954) con Judy Garland y de George Cukor; el psicologista The Bad Seed (1956) de Mervyn LeRoy, o la legendaria trilogía con James Dean Rebelde sin causa (1955), Al este del edén (1955) y Gigante (1956). Aventuras como El capitán Horacio Hornblower (1951) de Raoul Walsh y con Gregory Peck, thrillers como los de Hitchcock Extraños en un tren (1951) y Crimen perfecto (1954), cintas de horror como Los crímenes del museo de cera (1953), con Vincent Price y en innovador 3-D, o de ciencia-ficción de la imaginación de La humanidad en peligro (1954) de Gordon Douglas, completaron un decenio proverbial para el séptimo arte.

Aunque los años sesenta estuvieron marcados por los números en rojo y por el retiro de la compañía del último hermano Warner, Jack, cuyas participaciones fueron compradas en 1967 por el grupo canadiense Seven Arts, la casa dio mucho y muy buen cine que disfrutar. Lo hubo para todos los gustos. Romances enturbiados por las lágrimas con Esplendor en la hierba (1961) y Día de vinos y rosas (1962), por las frustraciones y el hastío con ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), y por la policía con Bonnie y Clyde (1967); comedia musical con My Fair Lady (1964) y La carrera del siglo (1965) y ácidamente negra con ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), fantasiosas adaptaciones de obras de Broadway con Camelot (1967) y realistas películas de acción con Bullitt (1968).

La década del setenta fue inaugurada con una nueva comisión ejecutiva. Kinney National Services Inc. se hizo cargo de Warner Bros. en 1970, con el presidente de esta corporación neoyorquina, Steven Ross, a la cabeza, que delegó las responsabilidades concernientes a los estudios en Ted Ashley. Éste alquiló la mitad de los establecimientos de Burbank a la Columbia antes de ser reemplazado, ya a fines del decenio, por Robert Daly. También llevó la prosperidad a la firma con éxitos como Verano del 42 (1971), Defensa (1972), ¿Qué me pasa, doctor? (1972) y, sobre todo, El exorcista (1973). Clint Eastwood, que durante la gestión de Daly había de erigirse en uno de los pilares económicos del sello, encarnó su papel más recordado en Harry el "Sucio" (1971), así como Bruce Lee puso de moda las artes marciales con Operación Dragón (1973). George Lucas dirigió su primer largometraje, THX 1138 (1971), de ciencia-ficción, por supuesto; Martin Scorsese pintó sin maquillajes la viudez en Alicia ya no vive aquí (1974); Lucille Ball encarnó su último rol en Ante todo, mujer (1974); Alan J. Pakula reunió a Robert Redford, Dustin Hoffman y el escándalo Watergate en Todos los hombres del presidente (1976), y Christopher Reeve emprendió su vuelo inicial como Supermán, la película (1978).

En los años ochenta, Warner Communications, que en 1989 pasaría a integrar un gigante mediático con Time Inc., Time-Warner, continuaría procurando satisfacciones a los cinéfilos a través de un repertorio tan cualificado como variopinto. Stanley Kubrick crearía dos de sus trabajos emblemáticos con El resplandor (1980) y La chaqueta metálica (1987). Excalibur (1981) y Lady Halcón (1985) brindarían aproximaciones originales al imaginario medieval, al igual que Greystoke, la leyenda de Tarzán el rey de los monos (1984) y la megataquillera Batman (1989) a estos héroes de ficción, Érase una vez en América (1984) y El color púrpura (1985) a la historia reciente de Estados Unidos y Los gritos del silencio (1984) y El imperio del sol (1987) a la de Asia. Habría afortunadas adaptaciones literarias con Las brujas de Eastwick (1987), Las amistades peligrosas (1988) y El turista accidental (1988) y curiosas de índole discográfico como Purple Rain (1984), con Prince. Cobra, el brazo fuerte de la ley (1986) y la popular Arma letal (1987), por su lado, harían las delicias de los aficionados a la acción.

La década del noventa no sería menos pródiga en títulos impactantes de la Warner. El siempre polémico Oliver Stone daría que hablar con JFK:caso abierto (1991) y Asesinos natos (1994), como Kubrick con su canto de cisne, Eyes Wide Shut (1999). Libres versiones en celuloide de clásicos televisivos, Los vengadores (1998) y Wild Wild West (1999) derrocharían fantasía junto a films de una estética similar expresamente concebidos para la gran pantalla; Mars Attacks! (1996) y El gigante de hierro (1999), por ejemplo. La aventura de época sería revitalizada por Robin Hood: Principe de los ladrones (1991), el western con Sin perdón (1992) y Wyatt Earp (1994), el drama familiar por Vida de este chico (1993), el amoroso con Los puentes de Madison (1995), el género catástrofe por Twister (1996), el policial con Heat (1995) y el biográfico por Michael Collins (1996), sin soslayar las propuestas de la productora a las audiencias infantiles y juveniles, como Ace Ventura, un detective diferente (1994) o Batman y Robin (1997), ni las dirigidas a los incondicionales de los tiros y las explosiones, como Pasajero 57 (1992), Alerta máxima (1992) y Demolition Man (1993).

Con un pie en el siglo XXI, American Psycho (2000), el controvertido retrato de un yuppie sanguinario, es tan sólo un anticipo de la audacia temática demostrada año a año desde 1923 por el sello que dotó de voz y música a las películas, Warner, uno de los bastiones más creativos del séptimo arte como tal.

 

    

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