Disney Studios
Si
hay un nombre que simboliza el mundo de los dibujos animados y el
entretenimiento infantil, ése es Disney. Los inicios de estos estudios
fundamentales en la historia cultural del siglo XX deben buscarse en Kansas
City. Allí, en 1919, Walt Disney conoció a otro joven y talentoso dibujante,
Ub Iwerks, con el que, en las horas libres de su trabajo en la Kansas City Film
Ad Company, comenzaron a crear una serie de dibujos animados humorísticos
titulada Laugh-O-Grams, que no tardaron en vender a un cine local. Las
buenas perspectivas de esta empresa animaron a los dos artistas a fundar su
propia compañía. Ésta, sin embargo, fracasó. Disney e Iwerks, entonces,
decidieron probar fortuna en Hollywood, donde en 1923 formaron una segunda
firma, ahora asociados con Frank, el hermano mayor de Walt, dotado de los
conocimientos financieros necesarios para evitar un nueva bancarrota.
En
California, crearon una colección de animaciones mezcladas con imágenes
reales, Alice in Cartoonland, hasta 1927, y desde ese año hasta el
siguiente, Oswald the Lucky Rabbit, personaje que tampoco interesó a
nadie. Walt y Ub comenzaron a trabajar, así, en el diseño de otro animal, un
ratón al que llamaron Mortimer y que, tras algunas modificaciones destinadas a
estilizar sus líneas y agrandar sus ojos y orejas, sería rebautizado como
Mickey. Plane crazy y Gallopin gaucho, los primeros cortometrajes
que lo tuvieron como protagonista, pasaron casi desapercibidos. Las cosas
cambiarían radicalmente con el tercero, a fines de 1928, cuando Disney,
utilizando un rudimentario mecanismo de grabación -hacía tan sólo un año que
el cine sonoro era una realidad-, agudizó el registro de su propia voz hasta
conseguir un alegre tono aflautado. El
héroe del río
(1928), con un
Mickey Mouse parlante y carcajeante, fue un éxito rotundo.
La
también sonora serie Silly symphony, inaugurada con el corto La
danza de los esqueletos (1929) y que alcanzaría su máxima expresión
con Los tres cerditos (1933), incrementó notablemente la fama y
las ganacias de la productora, que asimismo realizaba a la sazón sus primeros
experimentos con el color, por ejemplo con Flores y árboles
(1933). Un año antes de las dos últimas animaciones, un convenio de distribución
firmado con United Artists benefició económicamente a los Disney Studios hasta
el punto de permitirles arriesgarse a emprender una aventura sin precedentes. Ésta,
efectuada bajo un contrato más ventajoso rubricado con la red de salas de RKO
Pictures, consistió en la elaboración del primer largometraje estadounidense
de dibujos animados. Con su emocionante historia, su radiante Technicolor, sus
movimientos insólitamente verosímiles y hermosas canciones, Blancanieves
y los siete enanitos (1937) sacudió las taquillas del país y abrió
las puertas a más creaciones de envergadura: Pinocho (1940) y Fantasía
(1940); Dumbo (1941) y -un paseo por la factoría- The
Reluctant Dragon (1941), Bambi (1942), en una cadena fílmica
que ya no se detendría.
Después
de los años de la segunda guerra mundial, empleados en títulos de propaganda
como New Spirit (1942) o el documental Victory Through Air
Power (1943), encargados por el gobierno norteamericano, la casa de
Mickey y sus amigos Donald, Pluto, Goofy y demás, viviría un período de
cierta restricción hasta la década del cincuenta. Entonces, la ramificación
de los intereses de la Disney en las áreas de la distribución, con la fundación
de Buena Vista en 1953; la televisión, con un exitoso programa semanal a partir
de 1954, y los parques temáticos, con la inauguración en 1955 de Disneyland en
la localidad californiana de Anaheim, formaron un imperio del entretenimiento
como jamás se había visto. La necesidad de proveer de material a Buena Vista,
además, condujo a la comisión de dibujos animados a terceros y a la producción
de los fascinantes documentales sobre la naturaleza llamados True-life
adventures, principiados con El desierto viviente (1953) y
concluidos con El gato selvático (1960).
En
el terreno de la ficción cinematográfica, La isla del tesoro
(1950), señaló el inicio de una vertiente de películas protagonizadas
exclusivamente por actores, que, siempre dirigida al público familiar, cosecharía
sus mayores triunfos con 20.000 leguas de viaje submarino (1954), Los
Robinsones de los mares del sur (1960) y, sobre todo, con Mary
Poppins (1964). Mientras tanto, el repertorio de largometrajes de
dibujos animados, hábilmente recirculados a intervalos regulares, empezando por
Blancanieves y los siete enanitos (1937), creció en las décadas
del cincuenta y sesenta con títulos hoy clásicos como La Cenicienta
(1950), Alicia en el país de las maravillas (1951), Peter
Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), La bella
durmiente (1959), 101 dálmatas (1961) y El libro de
la selva (1967).
Fallecido
Walt Disney el 15 de diciembre de 1966, la compañía continuó en permanente
expansión, erigiendo un nuevo parque temático, Disneyworld, en Florida en
1971, entre otras operaciones importantes. Los años setenta y primeros ochenta,
no obstante, significaron una etapa menos afortunada que en el pasado en lo
referido a las producciones fílmicas de la firma, que, a excepción de los
dibujos Los aristogatos (1970), Robin Hood (1973) y Los
rescatadores (1977) y la fantasía informática con actores Tron
(1982), no realizó trabajos de interés.
La
incorporación de Michael Eisner y Jeffrey Katzenberg a la cúpula de la Disney
en 1984, selecto grupo completado por Frank Wells, no sólo devolvería su
antiguo esplendor a la decaída división cinematográfica, sino que la haría
superar multimillonariamente el umbral de ganancias -de por sí billonario-
conocido hasta la fecha. El mismo año se dotó al gigante de un brazo orientado
al público adulto, Touchstone Pictures, al que seguiría uno más con igual
tendencia en 1989, Hollywood Pictures. Un,
dos, tres... splash
(1984), Un loco suelto en Hollywood (1986), ¡Por favor,
maten a mi mujer! (1986), El color del dinero (1986), Procedimiento
ilegal (1987), El club de los poetas muertos (1989), Matrimonio
de conveniencia (1990), La mano que mece la cuna (1992) y Tina
(1993) integran la apabullante nómina de éxitos iniciales de estas
subsidiarias, a los que debe sumarse ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
(1988), coproducido por Touchstone con Amblin Entertainment y Silver Screen
Partners III.
En
cuanto al componente señero de Disney Studios, los dibujos animados, la gestión
de Eisner y Katzenberg, que en 1994 abandonaría la corporación para formar con
Spielberg y Geffen DreamWorks SKG, se verían intensamente revitalizados a
partir del estreno de La sirenita (1989). Con esta película y las
posteriores La Bella y la Bestia (1991), Aladdin
(1992), El rey león (1994), Pocahontas (1995) y Tarzán
(1999), entre otras megataquilleras, más las brillantes animaciones asistidas
por ordenador Toy Story (Juguetes) (1995) y Bichos, una
aventura en miniatura (1998) dirigidas por John Lasseter, el titán del
entretenimiento infantil regresó gloriosamente por sus fueros. Sólo un soñador
del calibre del propio Walt Disney podría haber imaginado un imperio semejante.