NEO-SKEPSIS no. 1 (Nuevo
escepticismo).
Revista del Comité para la
investigación de lo paranormal, seudocientífico e irracional en el Perú
(CIPSI-Perú)
Publicada por Ediciones de Filosofía
Aplicada
LA ACTITUD CIENTIFICA CONTRA LA
ANTICIENCIA Y LA PSEUDOCIENCIA
Paul Kurtz,
Presidente, Center for Inquiry [Centro de
Indagación] y Profesor emérito de
filosofía, Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo
I
Ha habido un conflicto que ha
prevalecido por largo tiempo en la historia de la cultura entre la ciencia y la
religión, la razón y la pasión. Los teólogos han argüido incesantemente que hay
«límites» para la investigación científica y ésta no puede penetrar «el reino
trascendental»; los poetas han despreciado la lógica deductiva y el método experimental,
los cuales sostienen quitan a las experiencias de sus cualidades sensitivas. La
controversia actual entre las dos culturas de la ciencia y las humanidades es
por eso familiar.
A pesar de la crítica clásica, la empresa científica ha tenido un significativo
progreso en las pasados tres siglos, resolviendo problemas que estaban
supuestamente más allá del alcance de su metodología; y la revolución
científica que empezó primero en las ciencias naturales, se ha extendido a las
ciencias biológicas, sociales y conductuales, con enormes beneficios para con
el logro de la educación universal la visión científica eventualmente triunfará
y emancipará la humanidad de la superstición. Se pensó que el progreso era
correlativo con el crecimiento de la ciencia.
La confianza en la ciencia, sin embargo ha sido malamente estremecida en los
últimos años. Aún las sociedades supuestamente avanzadas están inundadas por
los cultos de la sin razón y otras formas de insensatez. A principios de este
siglo fuimos testigos del surgimiento de cultos ideológicos fanáticos tales
como el nazismo y el stalinismo. Actualmente, las sociedades democráticas
occidentales están siendo barridas por otras formas de irracionalismo, con
frecuencia marcadamente anticientíficas y pseudocientíficas en carácter. Hay
varias manifestaciones de esta nuevo asalto a la razón.
Una buena ilustración de esta tendencia es el aumento de la astrología, pero
sólo la punta del iceberg. Porque si uno hace encuestas sobre el estado actual
de las creencias, uno encuentra que gran número de gente está lista
aparentemente para creer en una amplia variedad de cosas, aunque atroces, sin
pruebas suficientes. Aún un catálogo al azar de algunos de los cultos y gurúes
bizarros ilustran el punto: la consciencia de Krishna, el Maharaj Ji, Aikido,
el Maharishi Mahesh Yogi y formas diversas de la meditación trascendental, la
Iglesia de la Unificación, el Proceso, los gurjievianos, el zen, Arica, los
Hijos de Dios y el I-Ching. Desde el punto de vista del escéptico y el humanista
científico, estos cultos no son más irracionales que los grupos religiosos
ortodoxos. ¿Por qué son las prédicas del más último de los gurúes, más
insensatas que una deidad muerta y resucitada, la visita del ángel Gabriel a
Mahoma, José Smith y su viaje occidental, Mary Baker Eddy y la Ciencia
Cristiana, la Teosofía, los Rosacruces, o la canonización de santos por
supuestos milagros? Las religiones tradicionales violentan la credulidad tanto
o más que las más nuevas y exóticas religiones importadas del Asia, pero los
primeros han estado rondando más tiempo y son considerados parte del sistema
social establecido. Lo que es aparente es la tenaz resistencia de las
creencias irracionales a través de la historia hasta el presente día -y a pesar
de la revolución científica-.
Tomemos el fenómeno de las «nuevas brujas», como Marcello Truzzi las ha
llamado, y el reavivamiento del interés en el exorcismo. Sólo unos pocos años
atrás habría sido raro haber encontrado algún estudiante universitario que
creyera en las brujas. Aún hoy, la creencia en una multitud de brujas y
demonios, aún el diablo, ha llegado a estar de moda en algunos círculos. Esta
es la era de los monstruos, en la que Frankestein, Drácula, los hombres-lobo
llegaron a ser reales para mentes impresionables. La novela y la película El
Exorcista estimularon la creencia en el exorcismo; y alguna gente fue incapaz
de distinguir la verdad de la ficción. Por eso somos confrontados por una
plétora de mitos florecientes, cultivados por una industria editorial y medios
de comunicación que buscan el lucro.
Todo esto es sintomático del rechazo actual
de la razón y la objetividad. Mientras hace una década hubo un consenso general
que al menos existían algunas reglas de evidencia, hoy día la gran existencia
de criterios objetivos para juzgar afirmaciones verdaderas es seriamente
cuestionados. Uno escucha una y otra vez que «una creencia es tan buena como la
siguiente» y que hay una clase de «verdad subjetiva» inmune a la crítica o
evidencia racionales. Uno aún encuentra proponentes de formas de subjetividad
entre los filósofos de la ciencia, los cuales sostienen que las condiciones
históricas o los factores psicológicos son bastante responsables de las
revoluciones en el pensamiento científico.
La reacción contra las normas rigurosas asumió otra forma en la década de 1960
en el asalto de la Nueva Izquierda y la contracultura al intelecto. El
crecimiento actual de los cultos de la sinrazón es tal vez solamente una
consecuencia de ese fenómeno. Dijimos entonces que necesitábamos romper la
laxitud de las demandas de la lógica y la evidencia, y «expandir nuestra
conciencia» por medio de drogas y otros métodos. Theodore Roszak sostuvo tal
posición en sus libros muy leídos La construcción de la Contra-cultura (En
inglés Making of a Counter-Culture.
New York: Doubleday, 1969) y El Animal no terminado: La frontera de Acuario y
la Evolución de la Conciencia (The Aquarium Frontier and the Evolution of
Consciousness. New York: Harper & Row, 1975).
La contra-cultura insistió que la objetividad era imposible tanto a causa de
prejuicios de clase o profesionales o porque estabamos encerrados en las
categorías de nuestra visión científica del mundo. Uno no escuchaba mucha
crítica del marxismo [cuando estaba de moda] pero uno escucha que la visión
científica existente está confinándose. Y así hay un intento de evadirse por
medio de nuevas formas de la experiencia, de las cuales los cultos son sólo una
parte: Mantras, meditación, bioenergética, yoga, jardinería orgánica,
fotografía kirliana, y la percepción extrasensorial.
Esto existe junto a otra disposición que está evidentemente incrementándose
hoy: una aversión a la cultura tecnológica misma. La ciencia y la tecnología
son con frecuencia culpadas indiscriminadamente de la situación mundial actual.
Oímos por todas partes acerca de los peligros de la tecnología, la destrucción
de la ecología natural, la polución, la depredación de los recursos, los malos
usos de la energía, la amenaza de las plantas de poder nuclear, etc. Muchos de
estos intereses son legítimos, sin embargo, la postura crítica no es
simplemente contra la tecnología sino contra la ciencia y investigación
científica. Hay aquéllos de la derecha fundamentalista quienes todavía se
oponen vehementemente, sobre bases éticas o religiosas, a la enseñanza de la
teoría de la evolución, los cursos comparativos de estudios sociales, y la
educación sexual. Pero además, el científico es visto con frecuencia por
algunos de la izquierda como una clase de demonio -si se ocupa de la experimentación
humana o la modificación de la conducta, o si participa en la investigación
genética o desea probar bases genéticas del C.I. [Cociente intelectual]. Y hay
quienes de manera creciente opinan y consideran a los médicos y los psiquiatras
como sumos sacerdotes malvados u hombres vudú.
Estamos confrontados hoy día con una forma de rectitud moral y
anti-intelectualismo -con frecuencia bordeando la histeria- que enjuicia la
ciencia como deshumanizante, brutalizadora, destructiva de la libertad y el valor
humanos. Esta actitud es paradójica, porque parece ocurrir más virulentamente
en las sociedades afluentes, donde han sido logrados los más grandes avances de
la investigación científica y la tecnología.
¿Deberíamos asumir que la revolución científica, que empieza en el siglo XVI,
es continua? ¿O será oprimida por las fuerzas de la sinrazón? Sin embargo, el
cuadro que estoy pintando no debe ser sobreestimado. Junto a los críticos de la
ciencia están sus defensores. Y vastos recursos son invertidos en educación,
investigaciones, organizaciones y publicaciones científicas. La ciencia todavía
es bastante considerada por mucha gente.
Ciertamente, el hecho que la ciencia es esencial para nuestra civilización
tecnológica está muy bien reconocido por algunos de los críticos de la ciencia
-que me lleva incluso a otra dimensión del crecimiento de la irracionalidad: la
proliferación de la pseudociencia-. Aquellos que no son tentados por lo oculto
siempre pueden encontrar naves de los dioses, ovnis, triángulos de las Bermudas
o continentes perdidos para seducirlos. Los nuevos profetas buscan tener sus
teorías especulativas encubiertas por el manto de la legitimación científica;
incluyen a von Däniken y aquellos asociados con la dienética, la cientología, y
los recientes esfuerzos en desarrollar una «astrología científica».
El crecimiento de la pseudociencia puede ser visto en muchas otras áreas. Hay,
por ejemplo, un esfuerzo en explorar el así llamado reino parapsicológico. Los
fenómenos psíquicos, que fueron cuidadosamente estudiados en el siglo XIX por
la Sociedad para la Investigación Psíquica en Inglaterra y la parapsicología,
que fue investigada por muchos años por J. B. Rhine en la Universidad de Duke,
han llegado a estar de moda. Uri Geller ha sido examinado por «expertos
científicos» y se le ha encontrado que posee sorprendentes «poderes psíquicos»,
pero su proezas pueden ser duplicadas fácilmente por magos tales como James
Randi usando trucos de magia tradicionales. Estudiantes y profesores igualmente
anuncian nuevas investigaciones de la clarividencia, precognición, la
telepatía, ensueños, las experiencias incorpóreas, la reencarnación, la
comunicación con espíritus de los muertos, la curación psíquica, los
poltergeists, y las auras. Algunos entusiastas sostienen haber descubierto «las
grietas del reino de lo trascendental» y nuevas dimensiones de la realidad. El
enemigo es siempre el «conductista», el «experimentalista», o el «mecanicista»,
quienes supuestamente se cierran a tales investigaciones. Estamos, algunos
sostienen, en un estadio revolucionario de la historia de la ciencia, la cual
ha visto el surgimiento de nuevos paradigmas explicativos. Los críticos
insisten que nuestras usuales categorías científicas y métodos son demasiados
estrechos y limitantes.
No estoy negando la constante necesidad de examinar la evidencia y mantener una
mente abierta. Ciertamente, insistiría en que los científicos quieran
investigar las afirmaciones de nuevos fenómenos. La ciencia no puede ser
censuradora e intolerante, ni apartarse de los nuevos descubrimientos al hacer
juicios que antecedan la investigación. Formas extremas de cientismo pueden ser
tan dogmáticas como el subjetivismo. Sin embargo, hay una diferencia entre el
uso cuidadoso de métodos de investigación por un lado, y la tendencia a
generalizaciones apresuradas basadas en la evidencia insuficiente por el otro.
Lamentablemente, también hay con demasiada frecuencia una tendencia de los
crédulos en confiar en los datos más insuficientes y elaborar vastas conjeturas,
o insistir que sus especulaciones han sido confirmadas concluyentemente, cuando
no lo han sido.
II
Cuestiones serias pueden ser
levantadas acerca de la escena actual. ¿Es mayor el nivel de irracionalidad o
menor el nivel de irracionalidad en tiempos anteriores, o el nivel de lo
insensato ha permanecido medianamente constante en la actitud humana y sólo
asumió diferentes formas? ¿Por qué persiste la irracionalidad, aún en las
sociedades adelantadas?
Sin duda muchas hipótesis sociológicas y culturales pueden explicar el
crecimiento de las creencias irracionales. En años recientes los medios de
comunicación han aumentado en influencia. La imagen del científico es
frecuentemente esbozada por los periodistas, novelistas y dramaturgos, no
siempre por los mismos científicos y lo que la ciencia es o hace ha sido a
veces mal elaborado y se le ha dado un mal nombre. O nuevamente, se estima que
la mitad de todo el apoyo del mundo para la investigación científica es para el
desarrollo armamentista, y la mayoría del resto es para propósitos industriales
y pragmáticos. La investigación científica con frecuencia también ha sido
controlada por intereses privados para su ganancia o por los gobiernos para la
adoctrinación y el control. El investigador científico libre y creativo con
frecuencia tiene que depender de la estructura de poder para su apoyo
financiero; y lo que sucede a los frutos de su labor está más allá de su labor.
Estas explicaciones son válidas sin duda. Pero también hay, a mi juicio,
profundos factores psicológicos en acción; y hay mucha confusión acerca del
significado de la misma ciencia. La persistencia de la irracionalidad en la
cultura moderna revela algo acerca de la naturaleza peculiar de la especie
humana. Hay una tendencia en el animal humano hacia la credulidad -esto es, una
facilidad psicológica a aceptar creencias no probadas, a ser crédulo en el
asentimiento. Esta tendencia parece estar profundamente engranada en la
conducta humana que pocos están sin ella en alguna medida. Estamos tentados a tragar
tanto la verdad evangélica que otros nos ofrecen. No estoy hablando simplemente
de estupidez e ignorancia sino de ingenuidad acrítica acerca de algunas
materias.
Indudablemente hay individuos que se especializan en engañar a otros; proveen
dioses falsos y servicios vacíos, pero sin duda hay también creyentes sinceros
que se engañan así mismos que quieren creer en ideas sin la evidencia adecuada,
y que buscan convertir a otros a sus concepciones equívocas. Lo que está en
acción aquí no es el fraude conciente sino el autoengaño. La cosa curiosa es
que, algunas veces si un psicótico se repite a sí mismo con la suficiente
frecuencia, al tiempo otros llegan a creer y seguirlo. Además, si una falsedad
es suficientemente exagerada, alguna gente está más apta para creerla. Además,
el herético siempre se arriesga a ser quemado en la estaca, especialmente
después que la nueva mitología llega a ser institucionalizada como la doctrina
oficial.
Hay, pienso, todavía otra tendencia en la conducta humana que estimula la
credulidad: la fascinación por el misterio y el drama. La vida para muchas
personas es inútil y aburrida. Derrotados por la anomia y la tiranía de lo
trivial, pueden buscar escapar de este mundo usando las drogas y el alcohol,
embotando o suprimiendo sus conciencias. Abandonarse a la nada es su propósito.
Otro método de diversión es la búsqueda por placeres hedonistas y las emociones
fuertes. Aun otro es el uso de la imaginación. Las artes literarias y
dramáticas proporcionan libertad a la imaginación creativa, como lo hace la
religión. Es difícil para algunos individuos distinguir la verdad de la
falsedad, la ficción y la realidad. Los cultos de la sinrazón y lo paranormal
atraen y fascinan. Capacitan a cualquiera a bordear los límites de lo desconocido.
Para las personas ordinarias, hay el mundo cotidiano -y la posibilidad de
escapar a otro. Y así buscan otro lugar -otro universo y otra realidad-.
Por eso hay una búsqueda que es fundamental a nuestro ser: la conquista por el
significado. La mente humana tiene un genuino deseo de sondear las
profundidades de lo inefable, de encontrar un significado más profundo y la
verdad, de alcanzar otro reino de existencia. La vida no tiene sentido para
muchos, especialmente para los pobres, los enfermos, los desamparados, y
aquellos que han fracasado o tienen poca esperanza. La imaginación ofrece
salvación a las aflicciones y las tribulaciones que se encuentran en esta vida.
Por eso, creer en la reencarnación o la supervivencia personal, aún si no es
probada ofrece solaz a los individuos que encaran la tragedia, la muerte y la
existencia del mal. Por razones ideológicas, el medio de la salvación es la
visión utópica de la sociedad perfecta en el futuro. El alma se lamenta por
algo mucho más allá, más profundo, más duradero y más perfecto que nuestro
mundo pasajero de la experiencia.
De acuerdo con esto, la persistencia de la fe puede ser explicada en parte por
características dentro de nuestra naturaleza: la credulidad, la seducción por
el misterio, la búsqueda del sentido. La gente tomará la menor pizca de
evidencia y construirá un sistema mitológico. Pervertirán su lógica y
abandonaran sus sentidos, todo por la Tierra Prometida. Algunos gustosamente
cambiarán su libertad con los sistemas más autoritarios, para lograr comodidad
y seguridad. Los cultos de la sinrazón prometen solaz; buscan investir al
individuo solitario, quien con frecuencia se siente extraño y sólo, de un papel
importante en el universo.
III
¿Qué puede decir la ciencia
acerca de aquellas necesidades humanas? ¿Hemos abandonado tal vez los dominios
de la ciencia completamente y mudado al de la filosofía? La ciencia debería
tener algo que decir, porque lo que esta en juego es la naturaleza de la
ciencia misma.
Hay muchos significados para la palabra «ciencia». Algunos que hablan acerca de
la ciencia se refieren a las especialidades en un campo específico, tales como
la endocrinología, la microbiología o la econometría. Otros que hablan acerca
de la ciencia tienen en mente las aplicaciones tecnológicas y experimentales de
las teorías científicas a problemas concretos. Sin embargo, estas opiniones de
la ciencia son excesivamente estrechas; porque es posible para una sociedad
lograr progreso masivo en ciertos campos tecnológicos estrechos, sin embargo,
perder el punto total de la empresa científica. Las sociedades totalitarias en
nuestro tiempo invirtieron bastas sumas de dinero en investigación técnica y
lograron un alto nivel de competencia científica en ciertos campos, pero la
visión científica no prevaleció en ellos. No es suficiente el nuevo
entrenamiento de la gente para que sean especialistas científicos. Una cultura
puede estar llena de técnicos científicos, sin embargo, seguir siendo dominada
por lo irracional. Debemos distinguir la ciencia como una empresa técnica
estrecha de la actitud científica. Pienso que aquí no hemos establecido un
propósito importante. Desafortunadamente, tener credenciales científicas en un
campo no significa que una persona incorporará una actitud científica a unas
partes de su vida.
La mejor terapia para la credulidad y la imaginación desenfrenada es el
desarrollo de la actitud científica, como se aplica no solamente al campo
especializado de uno de la experiencia sino también a cuestiones más amplias de
la vida misma. Pero hemos fracasado en nuestra sociedad en desarrollar y
expandir la actitud científica. Es evidente que uno puede ser un especialista
científico pero un bárbaro cultural, un experto tecnólogo en un campo
particular pero ignorante fuera de él.
Si vamos a responder el crecimiento de la irracionalidad, necesitamos
desarrollar un aprecio por la actitud científica como parte de la cultura.
Debemos aclarar que el principal principio metodológico de la ciencia es el que
no se justifica al sostener una afirmación verdadera a menos que uno pueda
apoyarla por medio de la evidencia o la razón. No es suficiente estar
convencido interiormente de la verdad de las creencias de uno. Deben, en algún
punto, ser verificables objetivamente por investigadores imparciales. Una creencia
que está garantizada no lo está porque sea «verdadera subjetivamente», como
pensaba Kierkegaard; si es verdadera lo es porque ha sido confirmada por una
comunidad de investigadores. Creer válidamente que algo es verdadero es
relacionar las creencias de uno a la justificación racional; es hacer una
afirmación acerca del mundo, independientemente de los deseos de uno.
Aunque, los criterios específicos para probar una creencia dependen del sujeto
en consideración, hay ciertos criterios generales. Necesitamos examinar la
evidencia. Aquí me estoy refiriendo a la observación de datos que son
reproducibles por observadores independientes y que pueden ser examinados
experimentalmente en casos de prueba. Esto es llamado familiarmente el criterio
empirista o experimentalista. Una creencia es verdadera si, y sólo sí, ha sido
confirmada, directa o indirectamente, por referencia evidencia observable. Una
creencia también es validada al ofrecerse razones que la apoyen. Aquí hay
consideraciones lógicas que son relevantes. Una creencia es invalidada si
contradice otras creencias muy bien fundamentadas dentro de una estructura.
Además evaluamos nuestras creencias en parte por sus consecuencias observadas
en la práctica por su efecto en la conducta. Este es el criterio utilitario o
pragmático: la utilidad de una creencia es juzgada por referencia a su función
y su valor. Sin embargo, uno no puede sostener que una creencia es verdadera
simplemente porque tiene utilidad; la evidencia independiente y las
consideraciones racionales son esenciales. No obstante, la referencia a los
resultados de una creencia, particularmente a las de una creencia normativa, es
importante.
Esos criterios generales son, por supuesto, familiares en la lógica y la
filosofía de la ciencia. Estoy hablando del método hipotético-deductivo de
probar las hipótesis. Pero este método no deberá ser construido estrechamente,
porque el método científico emplea el sentido común; no es ningún arte
esotérico disponible sólo a los iniciados. La ciencia emplea los mismos métodos
de inteligencia crítica que el hombre ordinario usa al formular creencias
acerca de su mundo físico; y es el método que tiene que usar, en alguna medida,
si va a vivir y funcionar, hacer planes y elecciones. Desviarse del pensamiento
objetivo es estar fuera de contacto con la realidad cognitiva; y no podemos
evitar usarlo si vamos a manejar los problemas concretos que encontramos en el
mundo.
La paradoja es que mucha gente quiere abandonar su inteligencia práctica cuando
ingresan a los campos de la religión o la ética o arrojan la cautela al viento
cuando flirtean con los así llamados asuntos trascendentales.
En cualquier caso hay una necesidad de desarrollar una actitud científica
general para todas o la mayor parte de las áreas de la vida, usar, tanto como
sea posible, nuestra inteligencia crítica para evaluar las creencias, e
insistir que estén basadas en fundamentos evidentes. El colorario principal de
esto es el criterio que donde no tengamos la suficiente evidencia, deberíamos
suspender el juicio. Nuestras creencias deberán ser consideradas hipótesis
tentativas basadas en grados de probabilidad. No deberán ser consideradas
absolutos o finales. Deberemos estar comprometidos con el principio de
falibilismo, que considera que nuestras creencias pueden ser erróneas.
Deberemos estar deseando revisarlas, si necesitan serlo a la luz de nueva
evidencia y nuevas teorías.
La actitud científica por eso no prejuzga sobre fundamentos a priori el examen
de las afirmaciones acerca de lo trascendental. Está comprometida con la
investigación libre y abierta. No puede rehusar comprometerse en la
investigación, por ejemplo de los fenómenos paranormales. Pero no sostiene el
derecho a preguntar que tal investigación pueda ser responsable y
cuidadosamente conducida, que la evidencia no sea deshecha por la conjetura, ni
las conclusiones basadas en la voluntad de creer.
IV
La pregunta básica es: ¿Cómo
podemos cultivar la actitud científica? La institución más vital de la sociedad
para desarrollar una apreciación por la actitud científica es la escuela. No es
suficiente, sin embargo, para las instituciones educativas informar simplemente
a la gente joven de los hechos o diseminar un cuerpo de conocimiento. La
educación de tal clase puede ser nada más que aprendizaje rutinario o
adoctrinación. Más bien, un propósito principal de la educación deberá ser
desarrollar dentro de los individuos el uso de la inteligencia crítica y el
escepticismo. No es suficiente hacer que los estudiantes memoricen una materia,
amasen hechos, pasen exámenes o aún dominen una especialidad o profesión o sean
entrenados como ciudadanos. Si hacemos eso y nada más, no hemos educado
completamente; la teoría central es cultivar la habilidad de verificar
experiencias, evaluar las hipótesis, evaluar los argumentos -en resumen-
desarrollar una actitud de objetividad e imparcialidad. La tremenda explosión
informativa de hoy nos ha bombardeado compiten con afirmaciones verdaderas. Es
vital que los individuos desarrollen algún entendimiento de los criterios
efectivos para juzgar estas afirmaciones. No me refiero solamente a nuestra
habilidad de examinar afirmaciones de conocimiento acerca del mundo sino
también de nuestra habilidad para desarrollar algunas características al
apreciar juicios de valor y principios éticos. La meta de la educación deberá
ser desarrollar personas reflexivas -escépticas aunque receptivas a nuevas
ideas, siempre deseando examinar nuevas desviaciones del pensamiento, aunque
insistiendo que sean probadas antes de ser aceptadas.
La educación no se realiza cuando transmitimos una materia o disciplina finita
a los estudiantes: sólo cuando estimulamos un proceso activo de búsqueda. Esta
meta es apreciada actualmente en algunas instituciones educativas que intentan
cultivar la inteligencia reflexiva. Pero la educación no está completa a menos
que podamos extender nuestro interés a otras instituciones educativas de la
sociedad. Si vamos a cultivar el nivel de la inteligencia crítica y promover la
actitud científica, es importante que nos interesemos con los medios de
comunicación masiva. Un problema especialmente serio con los medios
electrónicos es que emplean las imágenes visuales más que los símbolos
escritos, diseminan impresiones inmediatas en vez de análisis sustentados.
¿Cómo podemos estimular la crítica reflexiva en el público dando este tipo de
información?
No tengo una solución fácil que ofrecer. Lo que deseo sugerir es que no debemos
asumir, simplemente porque la nuestra es una sociedad científico-tecnológica
avanzada, que el pensamiento irracional será derrotado. La evidencia sugiere
que eso está lejos de ser el caso. Ciertamente, siempre está el peligro que la
ciencia misma pueda ser absorbida por las fuerzas de la sinrazón.
Si vamos a manejar el problema, lo que necesitamos, por lo menos, es ser claros
acerca de la naturaleza de la empresa científica misma y reconocer que
presupone una actitud básica acerca de los criterios evidentes. A menos que
podamos impartir a través de las instituciones educativas de la sociedad algún sentido
del acercamiento escéptico a la vida -como terapéutico y correctivo- entonces
me temo que estaremos constantemente confrontados por nuevas formas de
«saber-nadismo».
Si vamos a progresar al vencer la irracionalidad, sin embargo, debemos ir más
lejos todavía. Tal vez debemos tratar de satisfacer la necesidad por el
misterio y el drama y el anhelo por el significado. El desarrollo de la
educación y la ciencia en el mundo moderno es una maravilla que sostener, y
deberíamos hacer cualquier cosa para fomentar su desarrollo. Pero hemos
aprendido que un incremento en la suma del conocimiento por sí mismo no
necesariamente derriba la superstición, el dogma, y la culpabilidad, porque
estos son nutridos por otras fuentes en la psique humana.
Un punto con frecuencia descuidado en satisfacer nuestra fascinación con el
misterio y el drama es el posible papel de la imaginación en las ciencias. La
ciencia puede solamente proceder por ser abierta a las exploraciones creativas
del pensamiento. Los completos rompimientos en la ciencia son pasmosos, y
continuarán tanto como escudriñemos más allá del micromundo de la materia y la
vida y en el universo en general. La era espacial es el principio de una nueva
era para la humanidad, tanto como dejemos nuestro sistema solar y exploremos el
universo para buscar vida extraterrestre. Necesitamos diseminar una apreciación
por la aventura de la empresa científica. Desafortunadamente, para algunos, la
ciencia-ficción es el sustituto de la ciencia. La religión del futuro puede
ser una religión de la era espacial en la que los nuevos profetas no son los
científicos sino los escritores de ciencia-ficción.
La ciencia tiene por eso un foco doble: la objetividad y la creatividad. Las
artes son esenciales en mantener vivas las cualidades dramáticas de la
experiencia; poesía, música, y la literatura expresan nuestra naturaleza
apasionada. El hombre no vive por la razón solamente; y la ciencia es con
frecuencia vista por sus críticos como fría y racional. La gente anhela algo
más. Nuestros impulsos estéticos y nuestro deleite por la belleza necesitan ser
cultivados. Las artes son la expresión más profunda de nuestros intereses
espirituales, pero necesitamos hacer una distinción entre el arte y la verdad.
En cualquier caso, necesitamos satisfacer la búsqueda por el sentido. Es
este anhelo por el significado etéreo que, pienso, lleva a la desorientación
psicótica encontrada en los cultos de la sinrazón. «Sígueme», dicen los
cultos de la irracionalidad. «Yo soy la luz, la verdad, y el camino».
Y la gente está deseando abandonar todos los patrones de juicio crítico en el
proceso.
Deseo aclarar que hay la necesidad actualmente para desarrollar instituciones
normativas alternativas. Sugeriría que tal programa no construiría sistemas con
creencias que sean patentemente falsos o irracionales o que violen la evidencia
de las ciencias; sin embargo, buscará dirigirse a otras dimensiones de la
experiencia humana, y dará a las artes, la filosofía y la ética papeles
poderosos para ayudar a satisfacer las necesidades humanas.
(Tomado de Kurtz, Paul: Defendiendo la
Razón: Ensayos de Humanismo Secular y Escepticismo. Lima: EFA, 2002.
Traducción y compilación por Manuel
A. Paz y Miño del artículo del mismo autor «The Scientific Attitude
versus Antiscience and Pseudoscience» escrito basado en el discurso
pronunciado en el congreso de fundación del Commitee
for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal [CSICOP, Comité
para la investigación de las afirmaciones de lo paranormal], publicado en
inglés en The Humanist, julio-agosto de 1976,
aparecido luego en Kurtz, Paul: In Defense of Secular Humanism.
Buffalo: Prometheus Books, 1983).
NEO-SKEPSIS no. 1 (Nuevo
escepticismo).
Revista del Comité para la
investigación de lo paranormal, seudocientífico e irracional en el Perú
(CIPSI-Perú)
Publicada por Ediciones de Filosofía
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