En la travesía marítima su amigo Darwin se desidrataba por los continuos mareos, pero lo resistía gracias a los brebajes que Helga le preparaba.
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Helga Hufflepuff no sabía mucho sobre ese continente (en realidad, casi nadie de Europa) y se enroló también en el epopéyico viaje.
Como buena bruja, preparó todo lo necesario para una larga jornada:
un buen surtido de hierbas medicinales, trajes 100% algodón (en aquella época no habían telas sintéticas) y muchas tintas, plumas y pergaminos para sus observaciones biológicas.
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Cuando el Beagle llegó a Sudamérica, quedaron maravillados con su belleza. Fue entonces cuando la famosa lechuza Petunia hizo historia al enviar invitaciones para Griffindor, Ravenclaw y Slytherin para conocer estas tierras.
En la misiva, Helga los instaba a reunirse en el "fin del mundo", después de la cadena montañosa de los Andes.
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Petunia, la legendaria lechuza que cruzó el Atlántico.
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Helga Hufflepuff fue a los valles transversales (actual IV región) y quedó asombrada con el pequeño ser que cruzó por su camino. Lo tomó en sus manos y vió que era un ave, independiente y libre. Preguntó por su familia y este bebé apuntó a los cielos a sus ruidosos padres. Las nubes entonces abrieron sus compuertas y la atmósfera se humedeció con el suave aroma de la tierra agradecida. Hufflepuff comprendió como amaban la lluvia estas aves y decidió que el Queltehue representaría su casa.
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Salazar Slytherin sintió una extraña sensación, algo que venía de los bosques de la gran isla de Chiloé. Esa sensación le invadió el cuerpo y con rapidez surcó los cielos para viajar en busca de esa maldad y astucia. Esa tierra tan rica en magia aumentaba su curiosidad y en los bosques encontró un animal astuto, sigiloso... se trataba del Zorro Chilote. El animal lo saludó, y Slytherin complacido sintió su energía. En ese momento decidió que esta criatura representaría su casa.
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Godric Griffindor viajó a las alturas (zona precordillerana de la XI región) y llegó a un lugar silencioso y de una belleza salvaje y luchadora. Sintió el viento austral en sus cabellos y fijó su mirada en el felino que lo observaba, majestuoso e imponente en la fría belleza de las Torres del Paine. La mirada transmitió como se parecían sus naturalezas, valientes y gloriosas, y decidió que el Puma representaría su casa.
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Rowena Ravenclaw cerró los ojos y se dejó llevar por los vientos... lejos, muy lejos... llegando a la isla de Juan Fernández: esplendoroso lugar donde destacaba su flora, y entre un copihue y una añañuca, le asombró una rapidez increible: Sus ágiles alas, su elegancia en el vuelo, su precisión al elegir la flor más adecuada para su alimentación y su lujoso colorido, fueron las características en las que se fijó Rowena de ese ser. Admirada frente a tal majestuosidad en tan lejana isla, dedicó su casa al Colibrí.
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