Bolivia: Huanuni, corazón de revolucionarios
Aquí donde nació la consigna "fusil, metralla, el pueblo no se
calla".

Seiscientos sueños de liberación llegando hasta Ventilla, ofrendando
su sangre sobre el pavimento el 8 de Octubre del 2003. Ocho mil manos levantadas
ese sábado 18, jurando ser por siempre combatientes del pueblo. Dos mil, tres
mil puños haciendo tronar el cielo con dinamita en Patacamaya, Zenón Arias y su
vida apagada cargado en hombros por sus compañeras, velado sobre la ruta antes
de seguir el combate. O esos puntos blancos, perdidos en la negritud más negra
del socavón, donde las voces se llegan antes que las miradas. O la historia obrera
inmortalizada en los monumentos; la mirada rabiosa, la revolución en la sangre,
el taladro devenido en fusil, el casco de trabajo convertido en uniforme de miliciano.
Es muy difícil encontrar el eje, desentrañar las claves de una historia que, nos
avisan "esta hecha de movilizaciones y masacres por aquí y por allá".
"Necesitaríamos charlar dos o tres días sin parar para darte un panorama mas o
menos completo", contesta un minero cuando le preguntamos cual es el hecho más
importante que asociado al nombre de Huanuni, ese cerro mineral que todavía hoy
sigue siendo el yacimiento de estaño mas rico del mundo.
Imposible contar la historia entera, desde la primera bala hasta el último cachorro
de dinamita hiriendo la montaña, arrancando un pedazo de mundo para sacarle la
riqueza que luego será triturada en los ingenios, y clasificada por manos expertas.
Hay que caminar 600 metros hacia adentro, y después bajar 120 metros hasta el
primer yacimiento, o a veces unos dos kilómetros por esa cueva enorme, y descender
hasta los 240 metros hasta los socavones arrancados del corazón del cerro. Y siempre,
no hay que olvidarlo, hay que dejarle un regalo al guardián y dueño de la mina;
El Tío, pidiéndole que sea una buena jornada y, sobre todo, que nos deje vivir
un día mas. En el camino, pequeñas luciérnagas adelantan las linternas en los
cascos de los demás compañeros. Y allí, taladro y dinamita, coca y pañuelo, están
los mineros; los únicos que tienen derecho a repetir como un salmo milenario "Nayaj
han asjariritua". Yo soy el sin miedo.
Y no se trata de un "sin miedo" místico o religioso; el mismo trabajo es el que
permite que los mineros, a la hora de actuar, sean temidos por los gobiernos y
aclamados por los otros sectores sociales. El trabajo en la mina es tan peligroso
como sólo saben las esposas de los trabajadores. "El temor como mujeres y madres
es que cuando entren a la mina ya no vuelvan a nuestras cosas. Nosotras sufrimos
esperando a nuestros compañeros todos los días".
Durante la crisis que terminó con el gobierno de Sánchez de Losada, hubo dos hechos
que marcaron cambios importantes, y ambos estuvieron protagonizados por trabajadores
de este distrito minero. El primero fue la llegada de los obreros de la ahora
mina estatal Huanuni a Ventilla el 8 de Octubre, agregando un elemento más a la
radicalización del conflicto en El Alto. El segundo fue la ruptura del cerco militar
en Patacamaya el 16 de Octubre, a varios kilómetros de La Paz, por parte de una
movilización encabezada por 2500 cooperativistas de Huanuni. Aquella vez fue,
directamente, el comienzo del fin del gobierno.
Y, a pesar de que la minería está vista como un oficio de hombres -años atrás,
por ejemplo, las mujeres tenían prohibida la entrada la mina por cábala- las protagonistas
esta vez fueron ellas. Un ejército de trabajadoras y "armas de casa", como ellos
mismos las llaman, que garantizaron la infraestructura, participaron de las movilizaciones
junto a sus esposos y compañeros y pusieron el pecho a las balas para parar la
represión.
Con ellos y ellas hablamos, para conocer un poco más de la historia y la realidad
de estos hombres y mujeres que han prometido y demostrado ser portadores de una
semilla de futuro.
-La revolución en la sangre.
Autor: Sebastian Hacher

"Mientras un minero exista en Bolivia, entonces el pensamiento
hacía el socialismo sigue". Así habla Rafael Lineo, director de la radio nacional
de Huanuni, una emisora sostenida por los trabajadores desde hace 40 años, siempre
con la misión "de convocar a la lucha mas que de informar".
Cuando uno escucha por primera vez la palabra socialismo en boca de un minero,
todos los mecanismos de defensa mental acuden en su ayuda; que se trata de un
militante de una corriente de izquierda, de un dirigente o de un recuerdo de tiempos
mejores. Pronto todo ese prejuicio desaparece; lo común allí es que todo trabajador
se considere a si mismo revolucionario.
La cara del Che Guevara, que dicen anduvo por los pueblos de la zona, es testigo
de ello desde las pintadas en la entrada de la mina, los murales y cuadros del
sindicato y la radio, y hasta en los cascos de los trabajadores, incluyendo a
los de vigilancia.
"Valió la pena, yo lo volvería a hacer, porque nosotros tenemos una línea revolucionaria
y ahora, viendo los resultados, se está fortificando aún más; nos sentimos mas
envalentonados para volver a recuperar, en principio, las empresas que antes eran
estatales". El que habla es Erwin Quispe Gutiérrez, tiene 30 años y sabe lo que
dice; camina con dificultad porque su pierna derecha fue atravesada por una bala
del ejército en la represión en Ventilla el 8 de Octubre del 2003.
Por qué conoce la "idea minera" siendo tan joven lo explica Dario Gutierrez, que
trabaja a 240 metros de profundidad desde antes del nacimiento de Erwin. "A poco
de entrar los mas viejos nos orientaban diciendo que los mineros siempre nos hemos
orientado a la revolución. Hoy los viejos que nos vamos a ir mañana o pasado estamos
enseñando lo máximo que hemos aprendido, y esto va a servir de experiencia para
todos los mineros".
La historia y las tradiciones que trasmiten los viejos no es poca y, sí, hacen
falta más de dos días de intensa charla para que el nuevo trabajador conozca quienes
son sus compañeros. En Huanuni los hitos son varios; allí se consiguieron por
primera vez las 8 horas de trabajo en 1919, se fundó la Federación de Mineros
en el 44, se resistió a la "masacre blanca" de los varones del estaño en el 46,
y luego a todas las dictaduras militares. De allí partieron, en 1952, milicias
obreras que en la revolución de ese año terminaron torciendo la balanza a favor
de los insurrectos. En el 71, los mineros también protagonizaron la Asamblea Popular,
un parlamento obrero que por momentos pareció reemplazar al poder del estado capitalista.
Luego nuevamente las dictaduras; los distritos mineros siempre eran el último
bastión de resistencia armada, y siempre los primeros en levantarse.
Huanuni, Catavi, Siglo XX, Llallagua; son todos nombres de distritos mineros cargados
de historia de revoluciones, levantamientos y masacres.
Pero en 1985 la suerte de los mineros empezó a cambiar. Una movilización de miles
de ellos mantiene cercada La Paz y pone en jaque a las fuerzas de represión con
gran apoyo de la población, pero obtienen poco y vuelven a sus distritos. En 1986,
una movilización que intenta repetir la misma hazaña es detenida por el ejército
en Kalamarka. El movimiento derrotado, deja el camino libre para la aplicación
del famoso decreto 21.060, la ley de capitalización que termina con las empresas
estatales y deja miles de trabajadores en la calle.
En las minas, 26.000 obreros son "relocalizados"; enviados a diferentes zonas
del país con magras indemnizaciones, convertidos en campesinos pobres o desocupados.
El efecto de esta última "masacre blanca" fue demoledor para el movimiento minero,
que se vio reducido a su mínima expresión y con sus empresas privatizadas. El
masivo éxodo también ayudó a reconfigurar el actual movimiento social que recorre
Bolivia; los relocalizados engrosaron y transformaron las filas de los cocaleros
en Chapare, de los Sin Tierra en todo el país, y de los pobres urbanos en El Alto.
"Nosotros ya no somos cantidad, pero seguimos siendo calidad", apunta Dario Gutierrez.
En el 2001, comenzaron un proceso que terminó recuperando la mina de Huanuni,
luego de que la empresa Allied Deals, de origen inglés, quebrara en medio de un
escándalo. En esa ocasión, los mineros cortaron la ruta con Oruro armados con
dinamita y la resolución del conflicto terminó con el estado haciéndose cargo
nuevamente de la empresa a través de una intervención. En el 2002, nuevamente,
los obreros de la mina nuevamente estatal, junto a 2000 cooperativistas y comerciantes
realizaron un nuevo bloqueo para, esta vez, sacar a las autoridades locales acusadas
de corrupción.
-Cumplir con nuestro deber
Autor: Sebastian Hacher

La relación entre las palabras y los hechos no parece tener contradicción
aquí. A principios de Octubre, en Huanuni se realizó un ampliado de la COB que
votó la huelga general indefinida para recuperar el gas, y los trabajadores de
Huanuni fueron los primeros en acatarla a rajatabla. Ellos comprenden bien lo
que significa perder los recursos naturales: durante años, dicen, se llevaron
todo el estaño las multinacionales, y en Huanuni nunca quedó nada". Roberto Chávez,
ejecutivo del sindicato de mineros de Huanuni, también dice que "el gobierno quería
regalar el gas a Chile primero y a Estados Unidos después. El interés de los mineros
es que se industrialice en el país, para generar las fuentes de trabajo que tanta
falta nos hace a todos los bolivianos".
Con la huelga general declarada, los mineros no podían quedarse quietos. Una vez
que la mina estaba totalmente paralizada decidieron marchar hasta Oruro "con la
determinación de que se escuche nuestra voz". En Huanuni dejaron piquetes integrados
por mujeres para proteger la mina y la radio minera de posibles represalias.
A mitad de camino, cuenta Chávez "las fuerzas de represión no nos cercaron diciendo
que los mineros no podíamos ir a Oruro, y mucho menos a La Paz, pero rompimos
el cerco". Por caminos de herradura, atravesando montes y cerros ocultos, a pie
llegaron hasta la ciudad, para realizar un cabildo abierto en la calle y, allí
mismo, decidir su destino final; la capital del poder.
El 8 de Octubre, finalmente, 700 hombres de casco y dinamita y 100 mujeres llegaron
hasta la localidad de Panduro luego de caminar durante cuatro días, y desde allí
fueron en camiones hasta Ventilla, una provincia en las afueras de El Alto.
Junto con ellos también llegó una comisión de esposas encargadas de la logística,
que tuvieron que atravesar piquetes militares y bloqueos campesinos para unirse
a sus compañeros. Si los mineros pasaron esquivando los retenes, las mujeres tuvieron
que usar la astucia a veces, y la autoridad minera otras, para llegar a destino.
"Cuando nos paraba el ejército decíamos que yo me casaba, y que las demás eran
mis cocineras. Como llevábamos montón de comida nos creían", cuenta una dirigente
de 25 años de edad, miembro de la comisión de amas de casa del sindicato, que
agrupa a 700 mujeres; un "arma de casa" por cada minero trabajando.
Pero no era sólo el ejército lo que había que sortear; muchas veces se topaban
con caminos bloqueados por campesinos. "En uno de los bloqueos nos encontramos
con un montón de piedras y sin nadie. Bajamos del camión para correrlas y poder
pasar, y salieron montones de campesinos de todos lados a tirarnos con las hondas".
La apedrada se congeló, dicen, cuando lograron explicarles que eran de Huanuni,
y que llevaban la comida para sus compañeros.
"En Ventilla -cuenta Chávez- nos recibieron con mucha alegría. En cada lugar donde
llegábamos, decíamos nuestro lineamiento; un cambio social, un gobierno de los
trabajadores y los campesinos. Las circunstancias no estaban preparadas para eso,
pero por eso los trabajadores particularmente hemos dicho que nuestra tarea es
concientizar al pueblo sufrido para llegar a ese cambio que queremos todos los
bolivianos".
Los que no los recibieron con alegría fueron el ejército y la policía. Erwin Quispe
recuerda que "En la mañana hicimos una asamblea para entrar marchando pacíficamente
a la ciudad de El Alto. A eso de las 8:30 interviene el ejército. Nosotros también
teníamos nuestra armada correspondiente, y teníamos esa visión; si había un enfrentamiento,
nosotros los mineros estábamos dispuestos a darlo. Y de esa manera nos hemos enfrentado.
Se han acabado sus gases lacrimógenos, sus balines, y nos han comenzado a meter
balas".
"Tuvimos una baja, 16 detenidos y 10 heridos de bala", enumera Chávez. Entre los
detenidos, nueve eran mujeres de Huanuni que se habían plantado frente al ejército
para amortiguar la represión. Rosario, una de ellas, cuenta que "estábamos un
grupo de mujeres en el medio del camino, entre los trabajadores y los militares.
Los mineros lo único que hacían era defenderse. El ejército lanzaba disparos a
matar. Nosotras las mujeres no envolvimos en nuestro emblema nacional, y hemos
estado en el medio para apaciguar la situación, para protegernos, y nos han atacado
con la bandera, nos pisaron, nos han golpeado a toditos, no podíamos escapar ni
nada. Había soldados de todos lados."
Otras mujeres, que habían saltado un cerco para refugiarse en la casa de un campesino,
pronto volvieron al combate. "Entramos a una casa, sin tener miedo de un perro
que había, y atrás nuestro llegó el ejército diciendo que no le abran a nadie,
pero los compañeros de Ventilla, que son tan revolucionarios como nosotros, nos
acogieron....Después vimos al esposo de una compañera herido, nos desesperamos
y tuvimos mas fuerzas para ir a ayudar a los heridos".
El compañero muerto, los heridos y detenidos no fueron suficiente para derrotar
a los mineros. José Chomacero, palero en el nivel menos 120, dice que "Ahí tuvimos
nuestras primeras bajas, y en una asamblea discutimos que teníamos que ir hasta
las últimas consecuencias, pase lo que pase, haya muertos o mas heridos, pero
con esa determinación; que el gobierno salga del país".
Romper el cerco esta vez no era fácil, y no alcanzaba con buscar caminos alternativos
y ocultos para rodear las fuerzas del ejército. Chávez dice que "Prácticamente
era una guerra sin cuartel, porque hasta con aviones nos atacaban. Entonces nosotros
hablamos de tácticas militares para poder llegar a la ciudad de El Alto. Fue una
estrategia que nosotros llamamos hormiga, para que todos los trabajadores vayan
por caminos de herradura y lleguen a un punto para reunirse. Las fuerzas armadas
estaban tratando de emboscarnos y por eso llegamos como hormigas. Luego hicimos
contactos con todas las organizaciones y seguimos avanzando". Chávez también sostiene
que la represión y la resistencia de los mineros terminó de "encender la mecha
en El Alto, porque todo el pueblo reaccionó". Allí, aclara, viven algunos miles
de mineros relocalizados.
El avance a partir de allí fue más sigiloso todavía. Se mezclaron y confundieron
con las organizaciones y pobladores de El Alto. En la clandestinidad, durmiendo
en la universidad o en cada de amigos y aliados, los mineros y mineras se fundieron
con su pueblo, aportaron su experiencia y su valentía para ayudar a tirar abajo
al gobierno de Sánchez de Losada. Sólo volvieron a Huanuni cuando la tarea estaba
terminada y las lecciones aprendidas. Roberto Chávez lo resume diciendo que "hemos
planteado en estos conflictos que los mineros no sólo podemos defendernos con
dinamita. Si queremos llegar realmente a un cambio, seguramente vamos a tener
que pensar como no tener bajas. No podemos hacer frente al ejército nada más con
piedras y palos. Nosotros no vamos solamente por el cambio de gobierno, el avance
que hemos hecho no se queda ahí".
Otra de las cosas que ganaron fue la experiencia para los más jóvenes. Cristina,
de la comisión de amas de casa y 25 años de edad, se emociona diciendo que "es
mi primera experiencia, pero yo soy hija de minero y mujer de minero, soy joven
y me he iniciado por el sindicato, y seguiré luchando porque tengo corazón de
revolucionaria". Su compañera concluye resumiendo lo mucho que han aprendido.
"Ahora -dice- sabemos que podemos derrotar a un gobierno".
La historia de los mineros de Huanuni no termina aquí. El 16 de
Octubre, un día antes de la caída del gobierno, 2500 cooperativistas del mismo
distrito encabezaron un enfrentamiento en Patacamaya, que terminó quebrando al
ejército y marcando el fin del régimen de Sánchez de Losada. Pero de eso habla
la próxima parte de este relato que, por más que se lo proponga, no terminaría
nunca de volcar al papel el corazón de los soldados del pueblo.
Huanuni, Bolivia, camino a Buenos Aires, Argentina.
Octubre y Noviembre del 2003.







