El señor Charlatán  de Khalil Gibrán

Estoy aburrido de los charlatanes y de su cháchara. Mi alma los odia.

Cuando a la mañana me levanto y examino las cartas y revistas que hay al lado de mi cama, las encuentro llenos de cháchara (palabreo), y todo lo que veo es charla perdida, vacía de significado, pero henchida de hipocresía.

Cuando me siento a la ventana para desprender el velo de sueño que me cubre los ojos y tomar un café turco, delante de mí se aparece el señor Charlatán saltando, gritando y rezongando y condesciende a beber mi café y a fumar mis cigarrillos.

Cuando voy a trabajar, el señor Charlatán me sigue, cuchicheándome al oído y repiqueteando en mi delicado cerebro. Cuando intento desembarazarme  de él, pronto vuelve a inundarlo todo con la corriente de su charla sin sentido.

Cuando voy al mercado, el señor Charlatán se detiene a la puerta de cada comercio y dictamina sobre la gente. Lo veo hasta en las caras de los que están callados, porque a ellos también los acompaña. Y, aunque los perturba, ellos no son conscientes de su presencia.

Si me siento con un amigo, el señor Charlatán se incorpora al grupo, aunque no haya sido invitado. Si lo eludo, se las arregla para quedarse cerca, de modo que el eco de su voz me irrita y revuelve el estómago como  el hedor de la carne podrida.

Cuando visito los tribunales y las instituciones de enseñanza los encuentro en compañía de su padre y de su madre, adornando la Falsedad con ropajes de seda y la Hipocresía con un magnífico manto y un hermoso turbante.

Cuando voy a una fábrica, para mi gran sorpresa, allí también encuentro al señor Charltán , a su madre, al tío y al abuelo, charlando y moviendo sus gruesos labios. Sus parientes lo aplauden y se ríen de mí.

Si visito templos y otros lugares de culto lo encuentro sentado en un trono, con la cabeza coronada y un cetro refulgente en su mano.

Y cuando vuelvo a mi hogar, al caer la tarde, también lo encuentro en él: se desliza del cielorraso como una culebra o repta como una boa por todos los rincones de la casa.

En resumen, el señor Charlatán está en todas partes, en el cielo y más alla de él y más allá de él, en la tierra  o debajo de ella, en las alas del éter o sobre las olas del mar, en bosques y cavernas, en la cima de las montañas.

¿Donde puede hallar descanso quien ama el silencio?

¿Acaso Dios premiará alguna vez mi alma y me otorgará la gracia de la sordera para que pueda vivir en el paraíso del silencio?

¿Hay en este universo un rincón al que pueda ir y vivir felizmente por mí mismo?¿Hay algún lugar donde no exista el tráfico de la conversación vacía?¿Hay alguien en el mundo que no se autoadore cuando habla?¿Hay alguna persona cuya boca no sea refugio en que se oculta el travieso señor Charlatán?

Me conformaría con que existiera una sola clase de charlatanes, pero son innumerables y puede dividirse en clanes y tribus. 

 Están los que viven todo el día en pantanos, y cuando llega la noche se van a la orilla, sacan la cabeza fuera del agua y del cieno y llenan el silencio de la noche con su horrible croar que rompe los tímpanos.

 Está el clan de los que se emborrachan con aguardiente y cerveza, se instalan en las esquinas de la calle y llenan el aire de bramidos más poderosos que los de un búfalo revolcándose.

 Hay también una extraña tribu cuya gente pasa el tiempo en las tumbas de la vida, convirtiendo el silencio en una especie de gemido más  lúgubre que el chillido de la lechuza.

Existe además el grupo  de los charlatanes que imaginan que la vida es un trozo de madera, y con él tratan de labrar algo para ellos, y mientras lo hacen, producen un chillido más feo  que el estrépito de una sierra.

Hay también una partida de criaturas que se golpean entre sí con mazos, para producir tonos  huecos muy horribles que ciento cinco  tantanes de los salvajes de la jungla.

Por debajo de éstas criaturas hay una secta cuyos miembros no tienen otra cosa que hacer que estar sentados –cuando hay un asiento disponible- y masticar palabras en lugar de pronunciarlas.

Una vez encontramos una facción de charlatanes que tejian aire con aire y no tenían vestidos.

A menudo encontramos  un tipo de charlatanes cuyos representantes  son como estorninos, pero se creen águilas cuando se remontan en las corrientes de sus palabras.

Y hay también charlatanes que son como las campanas, que repican llamando al pueblo al culto, pero que nunca entran a la iglesia.

Hay todavía más tribus y clanes de charlatanes, pero sería demasiado largo enumerarlos. Según creo, las más extraña es una secta de dormilones  cuyos miembros perturban el universo con sus ronquidos y, de tanto en tanto, se despiertan diciendo: “Que eruditos que somos!”.

Después de expresar mi horror por el señor Charlatán y sus camaradas, me siento como el médico que no puede curarse o como el presidiario que predica virtud a sus compañeros de celda. Satiricé al señor Charlatán y a sus amigos charlatanes con mi propia charla. Yo escapo de los charlatanes pero soy uno de ellos.

 -¿Alguna vez perdonará Dios mis pecados antes de bendecirme y situarme en el mundo  de las Ideas, la Verdad, y el Afecto (el amor), donde los charlatanes no existen?

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