Discurso de Daniel Hernández en ocasión de la
entrega del Premio Jonathan Mann.

Cancún, México, 17 de noviembre de 1998



Señoras y Señores, muy buenas noches,

Hace algunos años, al dedicarme un retrato que yo le había tomado días antes, mi amiga Rigoberta Menchú, premio Nóbel de la Paz 1992, me agradecía "mi contribución a la causa justa". Al leer esa dedicatoria, entendí que mi trabajo ya estaba involucrado con una causa y, a partir de ese momento, sentí el llamado de comprometerme de manera consciente con lo que para mí es la búsqueda de la justicia, la tolerancia, la comprensión humana y la paz.

Vengo de un país que sale de una guerra interna de 36 años, que costó la vida a más de 100,000 personas. La inventiva humana, tan necesaria en causas nobles como la lucha contra el SIDA, se dirige también a veces a causas innobles como la planificación de guerras de bajo intensidad, que mantienen un prolongado sufrimiento en los sectores más desfavorecidos de a sociedad, pero cuyos horrores son poco perceptibles para el resto de la sociedad civil  y la opinión mundial. Ahora, después de tantos años de conflicto armado, muchos compatriotas míos aseguran nunca haberse enterado que en las zonas más aisladas de mi país, se masacraban aldeas enteras, en donde todos, niños, niñas, hombres y mujeres perdían la vida de la forma más cruenta, mientras que en las ciudades las personas que luchaban por los derechos humanos eran secuestradas, asesinadas o "desaparecidas". El informe de Recuperación de la Memoria Histórica del Arzobispado de Guatemala, reporta que más del 85% de estas violaciones están atribuidas al ejército y otros grupos paramilitares, y el resto a la guerrilla.

En el camino hacia la paz que debe tomar mi país, es importante esclarecer la historia reciente. No es posible ni justo, que el martirio y sacrificio de tantos guatemaltecos permanezca en el olvido. No se trata, de ninguna manera, de abrir nuevamente las heridas, sino de aprender de lo vivido para sentar las bases de una sociedad más justa y tolerante, así como de rendir homenaje a quienes dieron su vida por ello. Sólo recordado los horrores de la guerra, podremos asegurar que esos horrores no vuelvan a suceder.

Estoy convencido que los artistas podemos y debemos contribuir a la edificación de la sociedad donde nos ha tocado vivir. El arte no debe ser sólo algo decorativo, sino una fuerza renovadora que ilumine el camino de las sociedades. Desde luego, esto es posible sólo cuando los artistas nos expresamos de una manera honesta y consecuente con nosotros mismos y con nuestra realidad, y cuando luchamos porque nuestro mensaje no se limite a unos cuantos. Es por eso que siempre he buscado que mi trabajo artístico produzca un efecto en la sociedad en la que vivo, y hacer cosas que queden escritas en la historia de mi país.

Ahora, cuando llega el momento de ver que mi trabajo a llegado lejos, tiene un eco importante, y alcanza el objetivo de transmitir y representar sentimientos personales y colectivos sobre el pasado reciente de mi país, es imposible no sorprenderme y emocionarme profundamente.

Ser la primera persona que recibe el premio Jonathan Mann es una satisfacción enorme y una confirmación de que el trabajo que he realizado va en la dirección correcta y debe continuarse. Es un gran honor que mi trabajo sea reconocido con el nombre de tan importante médico y humanista que dedicó su vida a luchar de manera incansable por sus semejantes, y con quien me siento tan identificado en causas comunes, como son la lucha contra el SIDA y la defensa de los derechos humanos.

El premio Jonathan Mann lo recibo en un momento en el que la perspectiva de mi vida ha cambiado. Este año me ha enseñado muchas cosas. Una de ellas y la que mejor he aprendido es a experimentar que la felicidad y la tristeza suelen llegar al mismo tiempo. Recuerdo la profunda consternación que me causó el brutal asesinato de Monseñor Juan Gerardi, tan solo 48 horas después de haber presentado públicamente el informe del Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica que el mismo dirigió. Pero también recuerdo la satisfacción y orgullo que me provocó ver, horas después, a miles de guatemaltecos caminar en marchas silenciosas de protesta por las calles de mi ciudad, llevando carteles impresos con mi políptico "Esclarecimiento". Ellos se apropiaron de mis imágenes y las convirtieron en  figuras emblemáticas de la lucha por los derechos humanos y contra la impunidad en Guatemala.

De la misma forma no olvido la alegría del éxito de mi exposición "Eros+Thánatos" en San Salvador y la noticia, una semana después, de la muerte de mi madre, en un accidente automovilístico que estuvo a punto de cobrar mi vida también.

Menciono todo esto porque recordando a mi madre, a Monseñor Gerardi y al Doctor Jonathan Mann, todos ellos fallecidos súbitamente, me doy cuenta de la fragilidad de la vida, ese don divino por el cual vale la pena luchar, todos y todas, desde nuestro particular punto de vista y en la medida nuestras posibilidades.

Con la exaltación de la muerte en muchas de mis obras, hago paradójicamente, una exaltación de la vida y una invitación a luchar por una vida digna para todos nuestros semejantes. Ese, estoy seguro, es uno de los ideales que nos reúne a todos nosotros esta noche, y por el cual tenemos que seguir trabajando siempre, aunque algunas veces sintamos no poder alcanzarlo en la longitud de nuestras vidas.
No olvidemos, sin embargo, que es justamente la esperanza de cambio lo que nos mantiene luchando.

También, con la exaltación de la muerte, quiero mantener presente a los que ya no están con nosotros y rendirles tributo. No quiero ver la muerte forzosamente como el final de algo, ya que considero que mi madre, Monseñor Gerardi, el Doctor Mann y la Doctora Clements-Mann, están tan presentes en mi corazón esta noche como lo están en el de todos Ustedes.

Quiero agradecer a la International Association of Physicians in AIDS Care, y particularmente a quienes me escogieron para este premio, haberme honrado con tan prestigiosa distinción, ya que constituye un enorme apoyo para continuar mi trabajo. Como artista, aprecio con sumo agrado su sensibilidad en reconocer la función del arte como instrumento de comunicación y cambio social. Así como aquellas palabras de Rigoberta Menchú, el premio Jonathan Mann ratifican mi compromiso de luchar por las causas justas. De manera muy especial, quiero reconocer las emotivas palabras del Señor Gordon Nary, que me llenan de entusiasmo para seguir adelante, así como el interés y facilidades que me han sido prestadas por los señores José Zúñiga e Israel Ceballos, para hacer posible mi llegada a Cancún y compartir con todos Ustedes durante esta conferencia.

Además, quiero felicitar al Doctor Mark Kline por haber recibido tan merecidamente el premo Dag Hammarksjöld, por su esfuerzo en mejorar la calidad de vida de niños y niñas infectados por el VIH en Rumania.

A todos Ustedes, muchas gracias.
 

Texto de entrega del premio. Gordon Nary. (English)

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