Por David Montero.
Cuando salí del seminario Byers de motivación y relaciones humanas en septiembre de 1999 estaba tan animado y optimista que no dejé de ocuparme un solo día en lo que ahora comprendía era lo más importante: mi vida, mi salud, mi futuro. Por eso comencé con lo que sentía que había olvidado más: el cuidado de mi cuerpo. Por extraño que parezca, mi fobia a los doctores y hospitales me había impedido visitar a médico alguno en más de 10 años. Por eso pensaba que me estaba muriendo. Y como de verdad lo creía, pues efectivamente me estaba matando lentamente.
Lo primero: la salud.
Al darme cuenta de que mientras estuviera vivo tenía oportunidad y esperanza de realizar mis más altos anhelos, pues me propuse cuidar mi salud como primer paso para luego poder realizar los sueños más grandes, porque sin salud, lo demás... ¿qué importaría?
Después de visitar cinco médicos especialistas y tranquilo porque todos me aseguraron que yo no tenía cáncer (posibilidad que más me preocupaba), pues no se imaginan la felicidad que sentí. Era como si hubiera vuelto a nacer, después de estar pensando durante años que mis días estaban contados. Y como cualquier recién nacido, todo lo vi con nuevos ojos, dispuesto a aprender lo que pudiera y en especial a cuidarme para vivir con intensidad el resto de mi vida. Aunque me hubieran detectado cáncer, ahora ya no habría importado porque estaba determinado a ser feliz.
Así que lo primero que hice fue tomar un curso para aprender a alimentarme sanamente. Recuerdo que durante años me gustó cenar una bolsa gigante de comida chatarra, Poffs que son como Cheetos grandotes. Diariamente ingería dos litros de refresco... y montón de chicharrones junto con porquería y media. Cuando llegué a las clases de QuitaKilos, me sorprendió descubrir que varios de los socios habían entrado sólo con la meta de bajar de peso. En cambio, mi objetivo personal era aprender a alimentarme sanamente. Además, según yo, no era gordo. Estaba un poquito pasado de peso, pero nada más... Me dijeron: "Estás como 10 kilos por encima de tu peso ideal de acuerdo a tu estatura... para mediados de febrero del 2000 puedes llegar a tu peso meta de 70 kilos".
Conforme pasaron las primeras semanas me gustó eso de bajar de
peso y mi mente cambió. Fue algo raro. Antes evitaba verme en el
espejo. Ahora tenía un espejo de cuerpo entero en mi propia habitación
y creía de verdad que estaba algo gordo. Colgué una foto
ampliada de cuando era niño en la cual me veía delgado, feliz
y sonriente, con ojos llenos de vida. Pensé que así quería
volverme a ver. Entonces hacia mediados de diciembre me rasuré por
completo la barba y una semana después me quité el bigote
también. Con los kilos que ya había bajado parecía
que me había quitado más de cinco años de encima.
Noté algo chistoso pero agradable y que no había observado
antes: cuando caminaba por la calle algunas mujeres me volteaban a ver.
No decían nada, pero con mirarles los ojos era suficiente para saber
lo que estaban pensando de mí...
Luego, ¡a correr!
Casi al mismo tiempo en que comencé a asistir a las clases en QuitaKilos, a principios de octubre, me fijé la meta de entrenarme para correr en la Media Marathón de la Sierra Gorda de Querétaro, a celebrarse como todos los años el domingo más cercano al Día de la Bandera (24 de febrero).
Hace como 10 años había corrido los 21 kilómetros sin la preparación adecuada. Había tomado la decisión de correrlo de un día para otro. Recuerdo que me sentía fuerte y seguro de mí mismo porque había estado haciendo aeróbics al salir de la oficina. Pero una cosa es hacer aeróbics y otra es entrenar para correr 21 kilómetros... En aquella ocasión no habían transcurrido más de dos minutos después de la salida cuando mi vista se llenó de estrellitas y mi respiración ya estaba a toda máquina. Tuve que aflojar el paso y continuar por pura fuerza de voluntad hasta el final. La verdad... no sé cómo fue posible que llegara porque mis piernas no daban más. Durante los últimos minutos de la carrera me sentía bastante lastimado del tobillo derecho y lleno de dolor en todo el cuerpo, casi como si me hubiera pasado una aplanadora encima.
Recuerdo que durante la carrera, cuando tragaba saliva, los pocos segundos que duraba la deglución eran interminables porque era un tiempo en el que no respiraba y no llegaba el oxígeno a mis pulmones, que a gritos lo pedían para regarlo por mi cuerpo.
El colmo fueron los últimos 400 metros porque había que bajar por un camino mal empedrado y bastante empinado. El dolor no podía ser mayor. En cuanto crucé la meta lo único que quería era sentarme. Ni caso hice del tiempo que obtuve y hasta la fecha no sé con exactitud cuánto fue. Quizás fueron 3 horas 45 minutos o 2 horas 45 minutos, no lo sé. Lo único que sentía era que el suplicio era lo bastante fuerte como para prometerme no volver jamás a someterme a una locura como esa durante el resto de mi vida.
¡Qué diferencia!
Ahora veo que correr en aquella ocasión fue sólo una mala decisión. Diez años después y con 10 kilos de más, con el reto en la mira me propuse intentarlo de nuevo, pero esta vez con 5 meses de preparación que me ayudaron en más aspectos de los que imaginaba: mi alimentación no podía ser más sana. A diario hacía ejercicio. Creo que en cinco meses no pasé más de 3 o 4 días sin hacer algo de ejercicio, aunque solo fuera caminar. Además, aprendí muchas otras cosas que me han ayudado a tener más amigos, más confianza en mí mismo; a no enfermarme, en tanto que antes siempre estaba enfermo de algo; a disfrutar más mi trabajo, a ser más tolerante y optimista ante los problemas y el estrés.
Ahora iba contando las semanas que faltaban para la gran carrera y me preocupaban las lesiones que yo mismo me producía por exceso de ejercicio. Sabía que era mejor avanzar poco a poco en mis entrenamientos, pero a veces me emocionaba tanto que me excedía en el esfuerzo y cuando terminaba mi rutina descubría que estaba lastimado. Esto era malo porque el dolor me impedía entrenar al 100%, por lo que tenía que reducir mi preparación a veces hasta por dos semanas seguidas.
Conforme se acercaba la fecha del 27 de febrero del 2000, aumentaba mi emoción y se lo contaba a todo mundo. Algunos me decían: ¿Estás loco, o qué? Otros me daban ánimo y me felicitaban anticipadamente. Durante la última semana todos me desearon suerte.
Yo había decidido no trotar absolutamente nada durante los últimos 10 días con la esperanza de que una lesión en mi espinilla izquierda y otra en bajo la rodilla derecha se me aliviaran para poder correr la carrera completa. Pero como veía que el dolor no disminuía por completo, estando a solo 4 días de la carrera pensé que mi meta de hacer el recorrido en dos horas 20 minutos iba a ser imposible a causa del dolor. Si cuando trotaba, a los 15 minutos el dolor era tan insoportable que tenía que detenerme... ¿cómo iba a poder trotar durante 140 minutos? Así que mentalmente me hice a la idea de combinar una caminata con algo de trote. Me propuse terminar la carrera empleando entre 140 y 180 minutos.
Además yo no entraba a la competencia con el ánimo de ganarle a nadie. Ni siquiera intenté competir contra mí mismo. Era una carrera con la que yo festejaba el hecho de sentirme tan lleno de vida. Un paseo motivante que ya me ha traído muchos y grandes beneficios, aún antes de comenzar la carrera. Tal inversión de tiempo ha redituado con creces lo que yo ni siquiera imaginaba posible. Esto es de gran valor, algo que no se puede comprar con dinero. La salud hay que ganarla y mantenerla constantemente. Es un proceso lento pero muy satisfactorio.
Segunda prueba.
Llegué a Jalpan tres días antes de la carrera para aclimatarme. Diario caminé una o dos horas para mantenerme en forma pero cuidando de no lesionarme. Un día antes de la carrera asistí a la inauguración de ese tradicional evento, donde hubo fuegos pirotécnicos y todo el show. Luego llegaron mis amigos Rubén y Gerardo con sus bicicletas para asistirme y acompañarme durante el recorrido.
El día anterior a la gran prueba comí bastantes frutas, agua, arroz, frijoles, pescado marinado al horno y verduras frescas cocidas; todo ello de fácil digestión. Por la noche preparamos un espagueti abundante con el que nos dimos un buen atracón de carbohidratos. Incluso me comí una bomba calórica de casi 400 calorías: un emparedado relleno de crema de cacahuate con mermelada de frutas y un vaso de leche. Hicimos muchos más emparedados que dejamos listos para el otro día... por si nos sentíamos débiles. Al momento de estar cenando cayó una tormenta tropical inesperada, con relámpagos y bastante lluvia. Se fue la luz por horas, y a tientas, con velas a la antigüita, nos fuimos a dormir. Fue como un acontecimiento mágico para mí. Los rayos fueron como señales de buena suerte. Casi no pude dormir por la emoción, o... ¿fue porque tenía mi estómago lleno de comida? No sé, pero desde las cuatro y media de la mañana no pude dormir más.
Cuando amaneció me puse bastante nervioso porque no encontraba mis lentes. Seguramente en la oscuridad los dejé sin querer sobre la colcha de mi cama y al acostarme se cayeron. Busqué por todos lados hasta encontrarlos en el piso, cerca de un baúl que hay a los pies de la cama.
Ya más tranquilo desayuné cereal y otra bomba calórica de crema de cacahuate con mermelada. Sabía que en tres horas de carrera podría quemar como 2000 calorías, así que necesitaba almacenar algunas. Por eso había comido mucho en los últimos tres días. También tomé bastante agua. Nunca se me ocurrió pesarme antes y después de la carrera, pero por la diferencia en peso al principio y al final de una sesión de mis entrenamientos, era posible que bajara unos 3 kilos durante el trayecto, debido principalmente a la deshidratación.
Con el tiempo encima, nos dejó la camioneta de los organizadores disponen para el transporte de los equipos de relevos de 21 x 1000. Así que nos fuimos en el coche de Rubén hasta Landa de Matamoros, a 21 kilómetros al noreste de Jalpan. Con tanta prisa, mi número de corredor me lo pusieron en la espalda en vez de colocarlo en mi pecho, de manera que supieran desde lejos quien era..
Al llegar allá calenté rápidamente porque ya estaban todos los demás competidores listos. Sentí ganas de orinar así que me alejé del grupo trotando por unas calles que subían al cerro. Me aseguré que nadie estuviera viendo y aligeré mi carga en una cerca de piedras. Regresé a la línea de salida donde me unté grasa especial en piernas y pies para calentar más rápido, cuando los corredores ya estaban ansiosos porque comenzara la prueba. Todos iban de un lado a otro, haciendo ejercicios de calentamiento y de estiramiento. Al poco rato llegó un corredor más, que se inscribió de último momento. Pasaron lista y con la emoción flotando en el ambiente, sólo faltaba que el presidente municipal diera el disparo de salida, pero él no se encontraba, ni tampoco había pistola. Cuando por fin llegó, ya algunos corredores estaban desesperados, pidiendo a gritos la salida. Un policía del estado prestó por fin su arma, pero fue algo muy chistoso porque parecía que la pavorosa pistola era para hacer que callaran los gritones. En fin, dieron el balazo de salida cuidando de no darle a ningún cable de luz. Salimos todos a buen paso: lento pero seguro.
Éramos unos 30 corredores, entre los cuales había tres o cuatro mujeres y bastante hombres maduros de más de 40 años. Yo creo que para muchos de nosotros fue nuestra primera carrera. Lo digo porque lo que corrí hace diez años no fue carrera sino martirio en la locura.
Vivencias al trote.
En cuanto salimos del pueblo de Landa comenzó una cuesta de dos kilómetros, bastante empinada. A mí me gustan mucho las subidas porque me parecen más fáciles. No logré rebasar a nadie, pero tampoco me rebasó ninguno. Delante de mí iba el grupo mayoritario; detrás quedamos los lentos. Me sentía bastante ligero, como nunca antes. Quizás se debió a que era la primera vez que corría solo con shorts y playera, pues todo mi entrenamiento en ciudades más frías como Querétaro y México, D.F., lo hice forrado con dos pants, uno arriba de otro. Cuando no hacía frío resultaban sofocantes. Por eso, cuando llegué a la cima de la cuesta y comenzó la bajada, sentía que volaba. El viento susurraba en mis oídos y me sentía ligero, ligerísimo. Feliz daba grandes zancadas, hasta que sentí un poco de temor de llegar a caerme.
Después de una bajada muy larga, como a la media hora comencé a sentir una ligera molestia en mi rodilla derecha. Pensé que era tiempo de caminar un ratito para descansar mis músculos de tanto brincoteo. Tomé mi pulso: 160 por minuto. Después de cuatro minutos de caminata rápida, mientras me rebasaban dos mujeres y dos hombres, reanudé mi trote. En eso me alcanzó un corredor de unos 45 años y me preguntó si quería llegar hasta los 21 kilómetros. Le contesté que sí. Entonces me sugirió que no fuera tan rápido porque iba brincando y podía lesionar mis rodillas. Pensé que tenía razón y sonaba lógico. Además se notaba que tenía experiencia. Entonces le hice caso y en vez de tratar de que no me rebasaran, me dediqué a realmente disfrutar el paisaje a un paso bastante cómodo para mí. Ya no me importó que me pasaran. Aún así les costaba trabajo hacerlo y me dio gusto observar eso.
Comencé a sentir la boca seca, aunque no tenía sed, ni mucho menos hambre, pues sentía todavía mi estómago lleno. Creo que no debí desayunar tanto. En fin, me pregunté dónde estaban Rubén y Gerardo, pues ellos llevaban suficientes botellas de líquido en sus bicis para asistirme. No aparecían y tuve que esperar a aproximarme a los abastecimientos de agua que hay repartidos en el camino. Ávidamente tomé una bolsa llena de agua, la mordí por una punta y exprimí el líquido fresco. Me atraganté y tosí porque no estoy acostumbrado a beber mientras troto. Así que nada más me refresqué la boca, me la enjuagué, escupí y tiré la bolsa a un costado del camino.
Como a los nueve kilómetros llegaron mis papás en su coche y me grabaron un video. Me dieron ánimo. Mi papá me dijo que llevaba muy buen tiempo. Y le creo porque me sentía muy bien y ya había encontrado mi ritmo.
Pero el dolor siguió creciendo y apareciendo ahora en mi espinilla izquierda y arriba de mi muslo derecho en el lugar donde se une a mi vientre. Este último dolor era nuevo y nunca lo había sentido antes, ni siquiera durante el entrenamiento.
Me tranquilicé pensando que Dios iba conmigo y que no iba a permitir que nada malo me pasara. Pensé en todos mis compañeros, en los socios de QuitaKilos, en los amigos del seminario de motivación, en mis familiares y demás conocidos. Por fin estaba culminando tanto esfuerzo y dedicación que habían causado sorpresa a muchos de los que me conocen. Además, esta carrera representaba un festejo a mi vida, demostrándome que con esfuerzo, dedicación, esperanza y optimismo podía lograr cualquier meta que me pusiera enfrente. Todos mis sueños dependían de completar este primer logro porque quiero alcanzar muchos más en esta vida: tener novia, formar algún día mi propia familia, fundar grandes negocios, ganar dinero, tener muchos amigos y disfrutar las cosas buenas que ofrece la vida.
Y con esta automotivación seguí adelante. Al rato ya no estaba solo. Rubén y Gerardo me alcanzaron en sus bicis y me dieron agua. Sólo tomé poca porque ahora me dolían los costados y el pecho. Disminuí más mi velocidad hasta que pasó el dolor. Tomé mi pulso: 120 por minuto. Bastante bueno.
Seguimos juntos entre bromas y comentarios divertidos. Rubén se adelantaba de vez en cuando para tomarme fotografías. Todos los equipos de relevos de 21x1000 ya nos habían rebasado. Creo que yo era el último de la fila porque los que iban detrás de mí habían abandonado. Yo no iba a salirme. Estaba decidido a llegar. Entre bromas, Gerardo me dijo: ya nos hiciste venir hasta acá, ahora llegas, ¿eh?
Después de otra hora que se me hizo interminable, llegué al punto donde las sensaciones serían nuevas para mí, pues lo máximo que había corrido durante mi entrenamiento eran una hora y media, misma que ya llevaba corrida hasta el momento. Frente a la difícil situación por la que pasaba decidí caminar otros cinco minutos antes de realizar el siguiente esfuerzo. Sentí que casi me caía al dejar de trotar para caminar. Las piernas las sentía hinchadas y tenía que pensar cada paso, pues el cuerpo me pedía a gritos que ya me detuviera.
Al intentar volver a mi trote me costó trabajo recuperar el ritmo. Por fin divisé a lo lejos la pequeña ciudad de Jalpan. Ya solo faltaban los últimos cinco kilómetros. Fueron los más difíciles. El dolor hacía muy sensibles mis pies a los desperfectos del camino. Trataba de esquivar los pequeños baches y chichones de la carretera porque era más fácil ir por lo parejo. Dejé de trotar otro ratito antes de entrar al pueblo porque no quería que me vieran caminando. Luego reanudé mi trote. Constantemente les preguntaba a mis amigos si estaba corriendo chueco, pues si así era, significaba que estaba muy lastimado y que podía lesionarme más. Por suerte seguía corriendo bien sin cojear nada. Sólo me sugirieron que enderezara la espalda para no ir tan encorvado.
Los últimos tres kilómetros comenzaron a ser un pequeño suplicio, mas no se compara en nada con el tormento de hace 10 años. Por suerte me distraje con las miradas de las personas que estaban echando porras y dándome mucho ánimo. Así, poco a poco comencé a olvidar mis dolores hasta dar el último estirón.
El sabor del triunfo.
Al llegar a la penúltima curva de la carretera oí la música
de la meta y la voz del locutor del evento. Había mucha gente a
ambos lados del camino. Quizá los del jurado pensaron que ya no
iba a llegar nadie más y habían comenzado la ceremonia de
premiación. Cuando me vieron bajando por el empedrado (que por cierto
sigue bastante mal hecho y hace que el dolor aumente), me presentaron por
los altavoces y el público comenzó a aplaudirme.
Al llegar a la pista que rodea la cancha de futbol me di el lujo de
hacer un pequeño sprint y crucé la meta con los brazos en
alto. Paré mi cronómetro: dos horas con quince minutos. Me
sentía muy feliz y muy contento. Abracé a mi papá
y a mi mamá. Me acompañaban algunos familiares y mis amigos.
Abrazos y besos por todos lados.
¡Por fin el éxito!
La alegría del triunfo.
De inmediato comencé a estirarme porque sabía que si no lo hacía rápido, el dolor iba a durarme muchos días. Caminé a la casa a quitarme los tenis y poner los pies en alto. Apliqué hielo en mis lesiones de la espinilla izquierda y la rodilla derecha. Había leído que era necesario desinflamar lo más pronto posible dentro de los primeros 30 minutos después del estrés del ejercicio, porque si no, era más difícil hacerlo después y el dolor podría durar semanas.
Sentía mucha sed y un hambre brutal. Me tomé un litro de té de manzanilla que mi mamá ya tenía preparado para mí. Luego me pesé con todo y tenis en una báscula que mi papá tenía por ahí: 64 kilos, descontados ya la ropa y los tenis. Obviamente estaba todavía deshidratado pues nunca había pesado menos de 67 kilos.
En fin, me bañé, comimos bastante todos juntos, luego me dormí como media hora con los pies en alto y nos regresamos en coche el mismo domingo a Querétaro. Durante el recorrido seguí con un hambre brutal. Comí más fruta y la última bomba calórica que me quedaba, ahora de crema de cacahuate con cajeta... ¡Mmmm, riquísima!.
Es padre haber logrado mi objetivo. Incluso superé mi meta inicial. Me habría conformado con lograr completar la media marathón con un tiempo de entre 2 horas 20 minutos a no más de 3 horas. ¡Pero superé mi meta más ambiciosa con cinco minutos menos! Yo mismo estaba sorprendido y feliz por este hecho. Solo caminé en total 14 minutos. Alguien me preguntó si se valía caminar. Yo le respondí que... ¿quién dijo que no se puede caminar? A veces es muy importante detenerse o aminorar el paso para disfrutar del recorrido. Eso es casi tan valioso como llegar a la meta.
¡Gracias a Dios!
Lo que con más satisfacción recuerdo no fue mi llegada al final, sino el camino que recorrí porque sentía la seguridad en mí mismo, y sobre todo la presencia de Dios que de verdad me acompañó siempre.
Estoy muy contento porque logré llegar en menos tiempo del que tenía pensado. Quizás haya tenido mucho que ver que el domingo haya sido un día nublado, o que en general el trayecto haya sido más de bajada que de subida, pero aún así son 21 kilómetros... que no son pocos. Solo empecé a sentir los estragos del cansancio en los últimos 5 kilómetros. Tuve que disminuir la velocidad, pero seguí hasta el final.
Durante todo el trayecto iba pensando y sintiendo que en realidad Dios me iba acompañando y que no estaba solo. Tengo a mis amigos, mi familia y las cosas que más quiero conmigo. Por eso llegué muy bien y con bastantes ánimos. ¡Híjoles! ¡Si no fuera por el dolor de mis piernas, me podría echar la marathón completa!
¡Ahora le doy gracias a Dios por su protección y por todas
las bendiciones que me ha dado a mí, a mi familia, a mis amigos
y a todos los seres del universo!
Agradecimientos
Ruben Navarrete: sin tu apoyo, nada de esto hubiera sido posible. Fuiste mi salvación al empujarme literalmente hacia una encrucijada de mi vida, donde abrí los ojos y tuve que escoger entre seguir como estaba o animarme a volar. Gracias por el coche, las fotos y la escaneada. ¡Ha sido una aventura fenomenal!
Abel Montero: Gracias papá por la revisión del artículo. Gracias por tus consejos con mi entrenamiento y por tu apoyo. Sepan todos que mi padre fue el fundador de esta carrera que ya es tradición cada año en Jalpan de Serra, Querétaro.
Evelia Trejo: Mamá muchas gracias por tus ánimos. Las verduras cocidas y el pescado que preparas son los mejores que he probado. Te quiero mucho.
Laura Rodríguez: Gracias por tus buenas vibras; las sentí y me sirvieron sobre todo en los momentos más difíciles. Tu seminario Byers fue justo lo que necesitaba para decidirme a volar. Estoy muy agradecido.
Sayra Gil, Ana Ortíz, Anita Quintanilla, Laura (Baby) Niño, Silvia Carranza, Cayo Artemio, Gerardo Huerta, Lulú M., Mike Vivanco, Nacho Quintanilla, Rodrigo Carranza, y demás amigos Byers: No saben cuánto les agradezco su amistad. Me han hecho sentir muy feliz. Abrazos para todos.
Mario Fájer y Lourdes Herrera: Sus clases son fenomenales. Gracias por su apoyo, por los ánimos y porras que me han echado junto con los demás socios de QuitaKilos.
Marco Montero y Maru Colín: Sin su apoyo todo lo que he logrado hubiera sido casi imposible. Gracias por su comprensión.
José Luis Trejo López, Christopher Dietz, Rubén Navarrete, Sayra Gil, Guillermo Fernández, Perla Montero y Jonathan Dietz: Gracias por acompañarme a caminar o a trotar por las frías mañanas de invierno y durante las vacaciones de fin de milenio.
Gerardo Ortega (Jetta): Gracias por la asistencia que me brindaste y tu compañía durante la carrera. Fue de gran ayuda.
Elidé Olvera Trejo: Gracias por el espagueti que me enseñaste a preparar para la cena de carbohidratos antes de la carrera. ¡Cocinas riquísimo!
Invitación
Aprovechando que han leído hasta aquí, invito a todos aquellos que no practican algún deporte a que hagan algo, aunque sea caminar. Verán que la vida será más fácil y feliz. Y si se animan, ¿porqué no me acompañan? Quiero correr otra marathón completa: la de la Ciudad de México en agosto de 2001 o la de Nueva York en noviembre de 2001. ¿Quiénes se animan?
Email: davidmontero@prodigy.net.mx
Página Personal: www.oocities.org/dmontero_trejo
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