Al-Gh
"El
Dios, no hay dios, sino Él, el Viviente, el Subsistente. Ni la somnolencia
ni el sueño se apoderarán de Él. A Él pertenece cuanto hay en los cielos y
en la tierra. ¿Quién intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe lo
que está delante y lo que está detrás de los hombres, y éstos no abarcan de
su ciencia si no es lo que Él quiere. Su trono se extiende por los cielos
y la tierra, y no le fatiga la conservación de esto. Él es el Altísimo, el
Inmenso" (Corán, II, 256).
La
substancia del hombre, en su naturaleza original, ha sido creada vacía, simple,
sin el conocimiento de la pluralidad de los mundos de Allah, que tan sólo
el Altísimo conoce: "Nadie, salvo Él, conoce los ejércitos del Rabb"
(2). El hombre no entra en relación con el mundo sino mediante la percepción,
destinada a permitirle esta toma de contacto con el mundo de los seres, es
decir, con las diferentes clases de criaturas.
El
primer sentido es el del tacto. Gracias a él, el hombre percibe, por ejemplo,
el calor y el frío, la humedad y la sequedad, lo liso y lo rugoso. Pero los
colores y los sonidos se le escapan: no existen para el tacto.
Y
después es el oído, que hace entender los sonidos y las melodías.
Viene
después el gusto. Entonces el hombre franquea los límites del mundo de los
sentidos, gracias al discernimiento (que adquiere a la edad de siete años). En
esta nueva etapa, percibe nuevas cosas, extrañas al mundo de los sentidos.
De
ahí, alcanza otro estadio, el del intelecto, que le permite aprehender lo que
es necesario, posible e imposible, y que no había percibido en las etapas
anteriores.
Más
allá del intelecto se extiende otro dominio, una nueva facultad de visión (3)
que permite ver lo que se encuentra oculto, lo que ocurrirá en el porvenir, y
aún otras muchas cosas, tan extrañas al intelecto como lo son los conocimientos
racionales para el discernimiento, y éste para la percepción de los sentidos.
Ante los objetos conocidos por la razón, aquel que no ha llegado más que a la
edad del discernimiento se rebela y los encuentra inverosímiles. Al igual,
ciertas personas que permanecen en el estadio del intelecto han rechazado, como
inverosímiles, lo que aprendían del dominio profético. Esta actitud no es sino
ignorancia pura. Tales escépticos, no habiendo alcanzado el estadio
supra-racional (que no existe así para ellos), concluyen que no existe en
absoluto.
Si
quien ha nacido ciego jamás ha oído hablar de los colores y de las formas, y se
le habla de ello directamente, no comprenderá nada y no querrá creerlo...
Allah
ha hecho estas dificultades inteligibles dando a sus criaturas, con el sueño,
un ejemplo de las propiedades proféticas, puesto que el durmiente tiene sueños
premonitorios, ora transparentes, ora simbólicos. Ahora bien, un hombre que no
hubiera tenido ninguna experiencia personal del sueño, y al cual se le
describiera (diciéndole que hay personas que caen en letargo, pierden la
conciencia, la sensibilidad, el oído y la visión, y perciben lo invisible),
negaría este relato increíble y justificaría su escepticismo diciendo:
"las facultades sensibles son los factores de la percepción; ¿cómo pues
quien no percibe ciertas cosas en estado de vigilia las puede percibir cuando
duerme?". Y, sin embargo, la existencia y la intuición sensible invalidan
este género de razonamiento por analogía.
El
intelecto no representa, en la vida humana, sino una etapa, en la cual el
hombre adquiere una nueva facultad de visión que le permite aprehender toda
clase de conocimientos racionales, extraños al dominio de los sentidos. Igual
ocurre para los Profetas, que poseen como un "tercer ojo", cuya luz
aclara lo invisible y lo supra- racional.
Algunos
albergan dudas, sea sobre la posibilidad de la Profecía, sea sobre su
existencia real, sea sobre su encarnación efectiva en una persona determinada.
Ahora bien, el hecho de que exista constituye la prueba de que es posible. Por
otra parte, existen conocimientos que nadie pensaría en adquirir sólo por el
intelecto. Es el caso de la medicina y de la astronomía. Se ve entonces,
estudiándolas, que hace falta la ayuda de la inspiración divina, y que no se
llega a ellos por la experiencia. Hay leyes astronómicas que no se verifican
más que una sola vez cada mil años: ¿cómo se las podría conocer por la
experiencia? Igual ocurre con las propiedades de los remedios.
Esto
demuestra que existe una Vía para percibir tales fenómenos que escapan al
intelecto, y es precisamente la Profecía. Pero el conocimiento supra-racional
no es más que una de sus numerosas propiedades. No es sino una gota de agua en
el océano.
No
he mencionado esta propiedad sino a causa del ejemplo que nos propone el sueño.
Y he citado dos casos análogos: los de la medicina y la astronomía, con los que
se pueden relacionar los milagros de los Profetas, al igual que ellos
inaccesibles al intelecto.
En
cuanto a las restantes propiedades de la Profecía, se las percibe por el gusto,
según la Vía mística. Mientras que el conocimiento supra-racional no se torna
inteligible más que a causa del ejemplo del sueño, ¿cómo creer en otra
propiedad profética de la que no se tiene, en sí, ningún ejemplo (ya que el
entendimiento precede al asentimiento)? De modo que es preciso, en este caso,
abordar la Vía mística: se adquiere una parte de esta facultad supra-racional
por el gusto, y el resto por una especie de asentimiento acordado a lo que
escapa a todo razonamiento analógico. Y esta única propiedad de la Profecía
basta entonces para creer en el principio mismo de la Profecía.
¿Dudarás
de la inspiración divina de tal o cual Profeta? Te basta conocer sus facultades,
sea por intuición, sea de oídas. Desde el momento, en efecto, que conoces
la medicina y el derecho (fiqh), por ejemplo, puedes presentir cuáles
son las facultades de los médicos y los juristas, al escucharlos hablar, incluso
aunque no las conozcas personalmente. Y nada te impide, tampoco, saber que
Shâfi'î era jurista (sabio del fiqh), y Galeno médico, y saberlo realmente,
y no por sumisión al principio de autoridad. Te basta con estudiar un poco
el derecho y la medicina, con leer las obras de ambos autores, para conocer
necesariamente su mentalidad.
Igualmente,
debes, si has comprendido el sentido de la Profecía, y si has recurrido a
menudo al Corán y a las "logia", saber con certeza que Muhammad
(Hadrat Muhammed alayhissalâm) llegó al más alto grado de la Profecía.
También debes ayudarte de la experiencia de sus propósitos, en la práctica
religiosa y en su efecto en la purificación de los corazones. Como con razón
se ha dicho, "a quien actúa según lo que sabe, Allah le dará en reparto
conocer lo que no sabe". Y también, que "el sirviente del tirano
se convertirá en su esclavo". O bien, que "a aquel que no tiene
más que un deseo en la mente, Allah le quitará las preocupaciones de este
mundo y del otro". Acostúmbrate a meditar sobre estas palabras miles
de veces, y adquirirás un conocimiento necesario y que no deja lugar a ninguna
duda.
Tal
es la Vía de la certeza en lo que concierne a la Profecía. Es más válida que la
de los prodigios, tales como la vara transformada en serpiente, o la luna
cortada en dos, que, aislados de su contexto desbordante, pueden reducirse a la
magia, a la ilusión o incluso a la oración dirigida a Allah, pues "Él
extravía a quien quiere y guía a quien Él quiere" (4).
Llegamos
ahora a la cuestión de los milagros. Es posible que creas en el milagro, basándote
en un razonamiento bien ordenado tendente a demostrar su existencia. También
es posible que tu fe sea cercenada por otro razonamiento metódico que haga
resaltar sus rasgos exteriores y la ambigüedad del fenómeno. El ejemplo de
estos hechos insólitos no debe ser más que uno de los argumentos, una de las
partes de tu razonamiento global. De esta manera, habrás adquirido un conocimiento
necesario, de fundamentos indefinibles... Como quien obtuviera una información
de numerosas fuentes diferentes y no pudiera precisar cuál es la que le ha
otorgado la certeza. Está seguro del hecho, pero sin conocer su origen. Éste
forma parte de un todo, pero no está necesariamente fundado sobre tal o cual
afirmación. Ésta es la fe sólida y científica. En cuanto a la "gustación",
es como una visión: consiste en "cogerla de la mano", y no se encuentra
más que en la Vía sufí.
Y
he aquí que lo que he dicho de la realidad de la Profecía basta para el
objetivo que me propongo actualmente. Vamos ahora a ver cómo el hombre tiene
necesidad de ella.
NOTAS.
1.
Ext. de la traducción francesa de Al-munqid min addalâl (La delivrance
de l'erreur o "La liberación del error"), 4ª parte, Publications
du Waqf Ikhlâs, Hakîkat Kitabevi, Darüssefaka Cad. No. 57/A P.K. 35, 34262,
Fatih, Istambul (Turk.), 1992 (2ª ed.).
2.
Corán, LXXIV, 31.
3.
Literalmente, "otro ojo" (es decir, "un tercer ojo"). No
hay aquí una afirmación de una facultad supra-racional en el Profeta, sino que
se trata de la razón instintiva que en él alcanza su pleno desarrollo normal.
4.
Corán, II, 142.