ESPIRITUALIDAD MARISTA Y PATRIMONIO

por Aureliano Brambila, fms

México Occidental

¿Espiritualidad o ideología?

Entre las cosas bellas que se están dando en el hoy de la vida de nuestro Instituto se encuentra el deseo, en no pocos seglares, de vivir la espiritualidad que brota del carisma otorgado a Marcelino Champagnat por el Espíritu Santo.

En el afán que mostramos los Hermanos por dar a conocer esta espiritualidad al mayor número posible de gente, cosa del todo loable, podría deslizarse subrepticiamente una confusión de conceptos semejantes en apariencia, pero en realidad diametralmente opuestos: la espiritualidad y la ideología. Ciertamente, en el lenguaje ordinario usamos una expresión por la otra sin darle mayor importancia. Sin embargo, es conveniente que, a medida que se reflexiona con mayor hondura en el tema de la espiritualidad marista y de que el número de personas a quien se propone es más considerable, se vayan precisando las fronteras de estos conceptos. Esto ayudará a evitar procedimientos equívocos.

¿Qué entiendo por ideología?

Creo que es la justificación racional y sistemática del actuar característico de un grupo humano. Se usa para predeterminar la conducta que se quiere establecer. La ideología va del modelo de conducta preestablecida a la mentalidad y actitudes que aseguren la producción de dicha conducta. Fija cuidadosamente los modelos, esto es, los perfiles. Supone sometimiento al modelo establecido. Se trata de poner todo el mecanismo psíquico, individual y colectivo al servicio de la gestación de las actitudes conducentes a un determinado comportamiento. Echa mano del conductismo constantemente y con gran habilidad. Utiliza casi exhaustivamente y con excelencia los medios de comunicación social. Funciona como un factor de identidad y pervivencia grupal. Asumir la ideología respectiva es el "sine qua non" de la pertenencia y permanencia en el grupo.

¿Qué entiendo por espiritualidad?

Si hacemos una visualización desde el concepto de persona humana como un ser puesto en una red de relaciones que lo van construyendo a través de la comunión, podría decirse que hay espiritualidad cuando la relación con el trascendente es de tal naturaleza que logra configurar (modificar, cualificar, colorear) de una manera constante las demás relaciones constitutivas de la persona humana (mismidad, cosmos, alteridad).

Ese trascendente capaz de configurar la totalidad de quien se relaciona con él no es de naturaleza impersonal: un principio (verdad), o una virtud (solidaridad, compromiso...), o una mera idealización (autoproyección); sino personal: DIOS. Desde luego que no ese "Dios" de los filósofos, unipersonal, y por lo tanto, solitario, sino el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, trinidad de personas, esto es, familia, comunidad divina.

La espiritualidad va de las actitudes fundamentales a sus expresiones concretas. Su objeto de análisis son las actitudes cara a la totalidad. Procede de una cosmovisión. Nace de un esfuerzo de congruencia: "Si mi relación de comunión con Dios es de tal intensidad, ¿cuáles deben ser mis actitudes para con todo lo demás: los otros seres humanos, las cosas, yo mismo?" Adquiriendo adecuadas actitudes hacia toda la realidad desde Dios, la conducta personal irá tomando un sesgo nuevo y antiguo a la vez. La espiritualidad induce así nuevas conductas, con el mismo espíritu aunque diversas en la materialidad y modalidad concretas.

Desde la Encarnación, el encuentro con ese Dios trino está marcado por la mediación única de Jesucristo. Nace así la espiritualidad cristiana, cuya Carta Magna es el Evangelio.

¿Algunas notas de esa espiritualidad cristiana?

La espiritualidad cristiana brota de la contemplación y seguimiento de Cristo. Dada la riqueza de la figura de Jesús, no hay una sola espiritualidad cristiana, sino muchas. Lo importante es el seguimiento de Cristo, las maneras de hacerlo varían. Todas ellas son válidas. Y entre sí, complementarias, no rivales. Poseen las mismas notas fundamentales, aunque en proporciones e insistencias diversas: crística, evangélica, encarnada, pascual (liberadora), comunitaria, universal, mariana.

La espiritualidad marista es una especificidad, entre otras, de esa espiritualidad cristiana. Quien se decide por ella la puede vivir en diversos grados de compromiso, desde uno existencial totalitario, los votos, hasta otro de mera simpatía, pasando por toda una serie de puntos intermedios. La espiritualidad marista es pues una opción existencial. Una manera de vivir el cristianismo. Supone una moción del Espíritu Santo. Por lo tanto, es algo a proponer, no a imponer. Ha de ser tratada desde una pastoral vocacional: búsqueda y fomento de atracciones y resonancias.

¿Algunas notas de la espiritualidad marista?

Filial

Desde y con Cristo (de cara a Dios Padre, de cara a María): dimensión encarnatoria: pesebre, kénosis, concreción, trabajo manual, laboriosidad..; dimensión redentora: cruz, sacrificio, intercesión vicaria...; dimensión eucarística: altar, oblación, resurrección (esperanza, alegría, optimismo...)

Fraternal

En y por Cristo, desde María, comunidad de hermanos (espíritu de familia), la fraternidad universal, jóvenes...; en un Pueblo de hermanos (Iglesia)

Mariana

Fidelidad total y constante a la misión, congruencia, sencillez, humildad, discreción, gozo, Nazaret y Caná (solidaridad), José...

Apostólica

Esta nota es medular en la espiritualidad marista. Nos coloca de lleno entre las agrupaciones eclesiales con espiritualidad apostólica. Es la nota que configura toda la manera de ser y actuar de los Hermanos y sus Comunidades desde la misión. No sin razón el Capítulo General XIX elaboró un Documento con el título de "ESPIRITUALIDAD APOSTOLICA MARISTA".

La experiencia Montagne es el manantial puntual (histórico) y perenne (siempre renovable) de la espiritualidad apostólica marista. En cuanto puntual, fue la lectura trascendente de un caso concreto: El grito de auxilio del joven Juan Bautista Montagne, un 28 de octubre de 1816, en Les Palais: "¡Padre Marcelino, ayúdeme!"; tal interpelación viene interpretada por Champagnat como el grito angustioso de los niños y los jóvenes de todos los lugares y tiempos. Y Marcelino respondió a ese grito fundando a los Hermanos.

Vinimos pues a la existencia institucional con una intencionalidad muy precisa. Nuestra misión no fue pensada "a posteriori"; nacimos desde ella y para ella. Marcelino nos quiso testigos vivos de la presencia de Dios entre los niños y los jóvenes, orantes que dedicaran toda su oración por ellos, religiosos que estructuraran todo su vivir comunitario y personal desde la misión de evangelizadores a través de la educación.

Esta nota apostólica se refiere a ese "evangelizar educando" y tiene como destinatarios a los niños y jóvenes, con una pedagogía propia (presencia, amor, abnegación...), con una preferencia a marginalizados (misiones, pobres, desatendidos, niño gris...).

Laical

Esta nota de la espiritualidad marista es sustancial, no adjetival. Manifiesta la santidad original del propio ser cristiano desde los solos sacramentos de iniciación (bautismo, confirmación, reconciliación, eucaristía). Representa la capacidad de desarrollo programático de la "pertenencia a Dios" mediante la interiorización y la vivencia del "tuyo soy" y "tú eres mío" pronunciados en la alianza bautismal.

¿No es el Hermano una especie de compañero de ruta de todo hombre, especialmente de los niños y los jóvenes, sin más "equipamiento" que su propia experiencia de Dios que desea fraternalmente compartir? Estructuralmente pertenece al mundo de lo común, de lo pequeño. Uno más de la grey o rebaño que atienden los Pastores. A veces marginalizado por una Iglesia tentada de clericalismo.

IMPORTANCIA DEL PATRIMONIO ESPIRITUAL MARISTA

El Espíritu Santo es el autor de la vida religiosa. Los fundadores han sido un lugar preferencial y original (aunque no originante) del carisma. Sin embargo, no siempre resulta evidente que se está partiendo suficientemente de ese aspecto neumático del carisma. O por lo menos, no parece que se le estén sacando todas sus consecuencias.

Básicamente hay que considerar a Marcelino como alguien puesto al servicio del Espíritu. Nos toca llevar la Obra de Marcelino más allá de sus propios sueños y realizaciones. Su Obra es más grande que él mismo, es un regalo del Espíritu Santo a su Iglesia, a la humanidad. Ciertamente que no toda acción de Marcelino constituye parte del carisma institucional, (p.e.: su sacerdocio ministerial). Es preciso que esas acciones hayan sido acompañadas de una cierta insistencia, de una cierta intención proselitista y modélica, de un entusiasmo peculiar.

El estudio del patrimonio va afirmando algunas actitudes básicas de Champagnat:

Que fue dócil a la acción del Espíritu. Marcelino se dio cuenta de la mirada amorosa con que Jesús envolvía a los niños y a los jóvenes. Y quiso historizarla mediante los Hermanos que fundó.

Que le resultaba particularmente subyugante la figura de Jesucristo que se compadecía de las miserias de los poquita cosa, de los afligidos, de los puestos de lado... Todas las líneas de fuerza en la vida de Marcelino tienden hacia un solo objetivo: la fundación de un Instituto que atienda a esos niños y jóvenes que las demás instituciones eclesiales no atienden.

Que la existencia de la escuela (a secas) no tranquilizó la conciencia de Marcelino. Se trataba de ofrecer la educación cristiana integral a los niños y a los jóvenes.

Que la mística impulsora era muy potente en los inicios. Hacía emprender cualquier empresa y soportar cualquier incomodidad, inclusive la muerte prematura. El ambiente que creaba era una invitación abierta a la santidad.

No se puede pues pretender reducir el estudio del carisma al estudio de la sola persona del Fundador. Los primeros discípulos de Marcelino son también portadores del carisma fundacional. Merecen nuestro estudio atento.

Imposible circunscribirse sólo al Fundador y su época. Hay que tener la visión del conjunto. El carisma es actuante, no simple historia acaecida. El Espíritu sigue haciendo maravillas. El estudio de la sana tradición, esto es, del patrimonio espiritual marista, es indispensable para poder comprendernos a nosotros mismos.

Una lectura simplista y acrítica de la Biblia produjo el Fundamentalismo, postura típicamente superficial: quedarse con la cáscara y tirar la fruta. ¿No nos pasará algo semejante en nuestras relecturas de los orígenes maristas cuando carecen de profundidad? A muchas cosas que se hacían "habitualmente" se les dio rango de "esencial". Es fácil confundir "lo habitual" con "lo esencial"; y "la tradición" con "las tradiciones"....

"Si conocieras el don de Dios..." El Espíritu regaló a la Iglesia la espiritualidad de nuestro Instituto. Tal don hay que conocerlo, guardarlo, profundizarlo, actualizarlo y compartirlo.

El Espíritu Santo no nos ha dejado solos. Debemos y podemos seguir respondiendo desde nuestra espiritualidad marista al mundo y a la Iglesia de hoy. Hemos de creer en la fuerza del poder de Dios. Se habla de "refundación": volver al entusiasmo y la audacia del inicio. No se trata de copiar a Champagnat, sino de traducirlo. Hay que adquirir las actitudes fundacionales de Marcelino y su grupo inicial. Pero ¿cómo hacer una buena traducción si ignoramos el original? El estudio de lo original es vital. ¿Y cómo traducir válidamente si ignoramos el idioma de hoy? La solidaridad y la inserción son igualmente vitales. Imposible, pues, "refundar" el Instituto sin hombres con espiritualidad marista. Para proseguir con el carisma de Marcelino hay que ser como Marcelino. "Tú serás Champagnat hoy", sí, a condición de que conozcas y vivas su espiritualidad.

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