Diario El Mercurio
Sección Cartas al Director
Matrimonio y Estado
Hemos llegado a creer que es el Estado el que nos casa y el Estado el
que nos puede divorciar. La verdad es muy distinta. El Estado es un recién
llegado al tema del matrimonio. Esta institución es anterior a todas
las organizaciones políticas conocidas. Existe desde que el hombre
es hombre. Es la unión solemne de dos personas con la intención
de formar una familia. Nadie los casa; son ellos mismos los que se casan,
pero como se trata de un acto solemne necesitan de testigos. Estos les
recordarán en el futuro su compromiso, los ayudarán a cumplirlo
y posiblemente los sancionen cuando no lo cumplan. En una isla desierta,
podrían casarse sin testigos, pero en sociedad los testigos son
los más cercanos y los más respetados por los contrayentes:
la familia, los amigos, los conocidos y, si son creyentes, su iglesia y,
por su intercesión, Dios o los dioses que ellos veneren.
La función del testigo es atestiguar. Simplemente recordar a
los cónyuges y sus hijos lo que vieron y escucharon. ¿Cuándo
se ha visto que los testigos de un contrato tengan facultades para modificar
sus condiciones? Ni los padres, ni los amigos, ni el mismo Dios pueden
decir que un compromiso de por vida no fue tal, o que sólo lo fue
por el tiempo que a uno o a ambos cónyuges les viniera en gana.
¿Y el Estado qué tiene que ver en esto? Solamente hace
unos 150 años decidió que él iba a ser el único
testigo válido de un matrimonio, y que los demás estarían
de puro adorno. Y ahora ya no quiere ser testigo del matrimonio sino actor,
porque cómo si no podría pretender disolver algo que él
mismo no ha unido. ¿Habrá una intromisión más
grande en la vida privada de las personas?
En conclusión, se podrá legislar todo lo que se quiera
sobre el matrimonio, pero de ninguna manera se podrá cambiar su
naturaleza, la que ha estado y estará grabada en el corazón
de los seres humanos por decenas de miles de años, la que se manifiesta
cada vez que vemos a dos de nuestros amigos darse el sí para toda
la vida.
Eduardo Vila-Echagüe