FÉLIX LOPE DE VEGA Y CARPIO

 

 

Su Biografía

 

Poeta, dramaturgo y narrador español, nacido en Madrid en 1562, y muerto en su ciudad natal en 1635. Conocido, por la amplitud y calidad de su obra, como "el Fénix de los Ingenios", su aportación a la escena española, materializada en lo que él denominó el Arte Nuevo de hacer Comedias, supuso la mayor renovación jamás habida en el teatro español de todos los tiempos. Unido ello a las elevadísimas cotas líricas a las que se remonta su poesía, no es de extrañar que toda su obra -aderezada por los novelescos vaivenes sentimentales de su vida- haya dejado una estela indeleble en el variado panorama de las letras hispánicas.

Poeta, dramaturgo y narrador español, nacido en Madrid en 1562, y muerto en su ciudad natal en 1635. Conocido, por la amplitud y calidad de su obra, como "el Fénix de los Ingenios", su aportación a la escena española, materializada en lo que él denominó el Arte Nuevo de hacer Comedias, supuso la mayor renovación jamás habida en el teatro español de todos los tiempos. Unido ello a las elevadísimas cotas líricas a las que se remonta su poesía, no es de extrañar que toda su obra -aderezada por los novelescos vaivenes sentimentales de su vida- haya dejado una estela indeleble en el variado panorama de las letras hispánicas.

 

Su Vida

 

Hijo de un bordador de origen santanderino (lo que lo habilitaba como hidalgo), realizó sus primeros estudios con el maestro Vicente Espinel, para pasar después al Colegio Imperial que regentaba la Compañía de Jesús en la madrileña calle de Toledo. Se ha especulado también con la posibilidad de que acudiera a la universidad de Alcalá de Henares durante los años en que estuvo al servicio del obispo de Ávila Jerónimo Manrique (1577-1582), aunque no consta que allí lograra grado alguno. En 1583, intervino en la expedición de Felipe II contra la Isla Terceira de las Azores. 

A su retorno, inició una vida galante que lo llevó a conocer a Elena Ossorio (la Filis de sus versos), hija del cómico Jerónimo Velázquez y cómica ella misma, que vivía, a la sazón, separada de su marido. El talante vehemente de Lope, así como la vinculación de su vida con la literatura, que llegará hasta sus últimos días, se puso de manifiesto desde estos primeros amores, que estuvieron en el origen de La Dorotea, una de sus últimas obras. Los poemas amorosos dirigidos a Elena, algunos tan conocidos como el romance "Mira, Zaide, que te aviso", revelan una relación difícil que llegó al extremo de tensión cuando el poeta se vio desplazado por el caballero Francisco Perrenot de Granvela. Los celos llevaron a Lope a publicar todo tipo de libelos contra la joven y su familia, quienes acudieron a los tribunales y lograron que Lope fuera desterrado de la Villa y Corte.

Lope de Vega, "A mis soledades voy" (La Dorotea).

Por aquellos mismos días de 1588 se casó por poderes con Isabel de Urbina (Belisa en sus poemas), joven de familia acomodada con la que se trasladó a cumplir el destierro en Valencia entre 1589 y 1590, tras su breve paso por el desastre naval de la Felicísima Armada (luego denominada Armada Invencible). Fue en estos años de Valencia cuando tomó contacto con un grupo de dramaturgos de aquella ciudad que, liderado por Guillén de Castro, continuaba la rica tradición dramática de la ciudad del Turia. 

La huella de Lope fue fundamental en la continuación de esta tradición dramática; e, igualmente, el intercambio de opiniones con los dramaturgos valencianos enriqueció la técnica dramática del joven poeta madrileño.

Desde 1590 y hasta 1594 estuvo al servicio del duque de Alba, que vivía en Alba de Tormes. En el ambiente bucólico de la corte nobiliaria compuso Lope La Arcadia, y vivió feliz hasta que, en el citado 1594, fallecieran su esposa y sus dos hijas. Tras serle levantado el destierro, abandonó el servicio del duque y regresó a la Corte de Madrid, donde reanudó su vida amorosa con Micaela Luján (Camila Lucinda en su obra), mujer casada con la que tuvo cinco hijos, entre ellos Marcela, una de sus predilectas. 

En 1598, se volvió a casar, esta vez con Juana de Guardo, de la que sólo le interesaba el dinero. Se estableció en una casa de la calle de Francos, hoy de Lope de Vega, que se conserva en la actualidad como museo. Se convirtió en uno de los autores más aclamados de la Corte, participó en acontecimientos cortesanos, y viajó por motivos teatrales a Sevilla. Desde 1605 entró al servicio del joven duque de Sessa, al que sirvió como intermediario amoroso y con el que mantuvo una correspondencia que sólo en parte ha llegado hasta nosotros.

En 1609, y durante una de las etapas de arrepentimiento que serán frecuentes en su vida, entró en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento. Poco antes, por influencia del duque, había sido nombrado Familiar del Santo Oficio. En esta etapa se consagró a la vida familiar, aunque las muertes sucesivas de su hijo Carlos Félix en 1612 y de su esposa al año siguiente lo llevaron al sacerdocio.

Testimonio de su deseo de cambio son las Rimas Sacras, en las que, junto con una sentida elegía a su hijo (la titulada "Éste de mis entrañas dulce fruto"), se encuentra un soneto que, contrahaciendo el "Cuando me paro a contemplar mi estado", de Gracilazo, muestra ese deseo de vivir de acuerdo con la religión ("vuelve a la patria la razón perdida" reza su último verso) y sirve de prólogo a todo el libro. Se ordenó en 1614, aunque pronto cayó de nuevo en la vida de amoríos a la que Sessa lo arrastraba. 

En 1616, conoció a la joven Marta de Nevares, Amarilis, con la que vivió los siguientes años y quien se convertirá en su gran amor. La joven estaba también casada, aunque su marido, como el de la protagonista de La Dorotea, estuviera en América. Su vida poco ejemplar es la comidilla de la Corte, que le da de lado a pesar de sus constantes intentos de obtener el cargo de cronista y de su reputación como poeta culto, para lo que escribió poemas épicos como La Dragontea o La Jerusalén Conquistada (intento de competir con el célebre poema de Tasso), con los que no logró resultado alguno, ni literario ni social. En cambio, su obra dramática fue la preferida del público que abarrotaba los corrales con la sola mención de su nombre.

Su popularidad lo enfrentó con poetas como Góngora, partidarios de un estilo más recargado y de hacer menos concesiones al público de las que Lope hacía. Con todo, ha sido injusta la fama del Fénix de poeta llano incapaz de componer obras de la complejidad de las gongorinas: su estilo puede llegar a ser sumamente colorista y complejo, aunque sus preferencias personales, no sólo del público, no estén en la línea de esa complejidad de la que hacía gala el ilustre cordobés. 

Buena prueba de ello es El Isidro, poema épico escrito en alabanza del patrón de Madrid, en el que el poeta abandona la forma culta de la octava italiana en favor de las dobles quintillas, una de sus estrofas preferidas, lo que no será óbice para que el contenido, mucho más logrado que el de sus otros poemas épicos, apele a los clásicos latinos en episodios como el del amanecer en el que el santo labrador sale a trabajar.

Dentro del enfrentamiento con los poetas gongorinos, se ha visto como un triunfo de Lope la organización de las justas poéticas con las que se celebró la canonización de San Isidro, en las que resultaron vencedores poetas de su misma escuela. A partir de aquí, y hasta sus últimos años, la fama de Lope fue un continuo que se cruzó con aquellos acontecimientos familiares que más le marcaron, como la toma de hábito de su hija Marcela en 1621 para huir de la vida irregular que llevaba su padre (su devoción por éste se mostró, no obstante, en su nombre de religiosa: sor Marcela de San Félix); y, en 1634, la muerte Lope Félix, su hijo, soldado en América. Para entonces, su vida personal se había comenzado a ensombrecer: Marta de Nevares se quedó ciega y, poco después, enloqueció. Lope la cuidó con todas sus fuerzas hasta que murió en 1632.

Desde 1629, el propio Lope, de sesenta y siete años ya, estaba también enfermo. Para colmo, algunas de sus comedias fueron rechazadas por el público (sin que se pueda descartar la presencia de reventadores que aprovecharan la debilidad del otrora omnipotente para vengar viejas querellas en las que no siempre Lope había jugado limpio). 

En 1634, viejo y cansado, terminó Las Bizarrías de Belisa, su última comedia, y sufrió la huida de su hija Antonia Clara (habida de Marta de Nevares), raptada por un galán poco escrupuloso (como el propio Lope lo fuera de joven) llamado, curiosamente, Cristóbal Tenorio. Al año siguiente, murió en la pobreza, sin que el duque de Sessa, antes tan espléndido con él, lo socorriera. 

Fue enterrado en olor de multitudes en la iglesia de San Sebastián de Madrid. Las posteriores remodelaciones de la iglesia hicieron que sus restos, inidentificables, fueran a parar a una fosa común situada bajo el altar, donde están mezclados con los de la propia Marta de Nevares y los del dramaturgo mejicano Juan Ruiz de Alarcón, uno de sus mayores rivales sobre el escenario.