REPORTAJE A MANUEL MUJICA LAINEZ

 

 

De la "Encuesta a Escritores Argentinos Contemporáneos"

 

 ¿Cómo comenzó a escribir? ¿Cómo se publicó su primer libro? ¿Cómo recuerda usted hoy ese período?

Comencé a escribir siendo un niño. Se sabe que tenía menos de seis años, porque a esa edad abandonamos la casa que mis padres tenían en Buenos Aires, en la calle Maipú 863, y ya había redactado yo el breve texto de “Las Mollejas”, quizás tres o cuatro páginas, que le regalé al portero y desapareció así. Me inspiró esa “obra” inicial, el hecho de que una amiga de mi madre, invitada a comer, se enfermase a causa de unas mollejas. Lo curioso del caso es que dicho texto estaba compuesto como una pieza de teatro, y que fuera en verso. Justifica lo primero el hecho de que, por aquel entonces (1915-16), mi madre se distrajera escribiendo teatro, y que yo la oyera leerlo en alta voz a sus íntimos. Lo extraño son los versos, de los cuales muy poco ha sobrevivido en la memoria, como aquello de: Mamá: Sirva la comida, Adela.

Adela: Está caliente que pela.

Y lo más extraño aún, es que nunca, después, aunque lo he intentado, haya conseguido armar nada para el teatro.

Mi primer libro, Glosas castellanas (1936), consiste en la recopilación de una serie de artículos sugeridos por mis lecturas de literatura castellana, que fui publicando en La Nación en el curso de varios años. Apareció porque la edición fue pagada por mi padre.

Recuerdo aquel período como muy feliz. Hacía un lustro que había tenido la suerte de ingresar en el diario de Mitre donde conocí hombres admirables y generosos: Gerchunoff, Melián Lafinur, Lugones, Alfonso de Laferrere, Loncán, Mariano de Vedia y Mitre, Rómulo Zabala, Augusto Mario Delfino, etc. Ya antes de incorporarme, fue excepcionalmente bueno conmigo Enrique Méndez Calzada, quien me publicó en el suplemento de dicho diario mis primeros y olvidables encuentros.

¿Cuál fue el clima intelectual de su casa y su infancia? ¿Se apoyó o se desalentó su inclinación literaria? Escuela, educación formal e informal en la adolescencia, los grupos y las amistades literarias; autores decisivos en su formación literaria ¿Recuerda algo que pudiera denominarse "episodio de iniciación literaria"?

Tengo la suerte de proceder, por el lado materno, de una familia en la cual brillaron los hombres de pensamiento. Mi abuelo Bernabé Lainez fue periodista en El País, de mi madre fueron Manuel Lainez, director de El Diario y el Perito Moreno. Su abuelo Rufino Varela, fue asimismo periodista, como sus hermanos Héctor, Mariano, y Luis V., aparte de los altos cargos oficiales que todos desempeñaron. Primo hermano de ellos y también de mi abuelo Lainez, fue Miguel Cané. Florencio Varela es mi tatarabuelo, el poeta Juan Cruz era su hermano; el poeta Luis Domínguez, su cuñado. A estas influencias debo agregar la de mi padre, Manuel Mújica Darías, abogado, quien desde muchacho sobresalió por sus discursos. Si a ello se añade, finalmente, que tanto mi abuela, Justa Varela de Lainez, como mi madre y mis tías, desde mi más lejana niñez no cesaron de narrarme anécdotas vinculadas con la historia de mis mayores, entre los que abundaron, junto a los personajes ilustres, los pintorescos, se deducirá que crecí en un medio espiritual en el que todo se conjugaba para facilitar una vocación que, como antes dije, se manifestó siendo yo muy niño.

A la edad de trece años me llevaron a Europa, y estuvimos allí hasta que había cumplido los dieciséis. Aquella época fue extraordinariamente fecunda para mi formación. Aprendía a leer y gustar de los clásicos franceses e ingleses, en la Ecole Descartes, de París, y en Londres, donde mi hermano y yo, junto con otros chicos, tuvimos un tutor. Poco después de nuestro regreso, tuvo lugar, en el Teatro Cervantes, una de las “Fiestas de la Poesía”, que mi tía Pepita Lainez organizaba a beneficio de sus obras de caridad, con la colaboración de escritores, pintores y gente joven de la sociedad tradicional porteña. Conocí entonces a Alfonsina Storni, que me trató muy bondadosamente, a Pedro Miguel Obligado, a Capdevila, A González Carbalho, a Margarita Abella Caprile, etc.

Hubo un poeta hoy olvidado, Héctor M. Irusta, que solía llevarme a oír conferencias. Algo más tarde nació mi amistad con Adolfo Bioy Casares, con Silvina Ocampo, con Borges, con Girri, con Silvina Bullrich. Asimismo, algunos años más adelante, traté al admirable Xul Solar y a la espléndida Victoria Ocampo, a quien tanto he querido. Nunca he pertenecido a ninguna “capilla literaria”. He sido, sí, vicepresidente de la SADE, cuando Borges la presidía, y miembro de su comisión, bajo la presidencia de Martínez Estrada.

¿Cómo trabaja? ¿Hace planes, esquemas? ¿Lee a otros autores en los períodos en que está trabajando en una obra propia? ¿Cuándo y cómo corrige? ¿Lee alguien sus textos antes de que ingresen en el proceso de publicación? ¿Escribe de manera regular o por épocas?

La inspiración, para un novelista, es el momento en que brota, brumosa, la idea básica de una novela. Por ejemplo, en mi caso, cuando se le ocurre que compondrá un libro que transcurrirá en el Teatro Colón; o que contará la historia de un escarabajo engarzado en una sortija, que pasa de mano en mano a lo largo de tres mil años; o que inventará la biografía del niño que señala el cuadro, en “El entierro del Conde de Orgaz”; y así sucesivamente. Ese chispazo inicial es la inspiración.

El resto, también en mi caso, consiste en estudiar y anotar mucho; en llenar cuadernos de apuntes antes de comenzar el libro; en clasificar el material que esos cuadernos encierran, adjudicar a cada personaje futuro lo que le corresponderá. Y, una vez comenzada la novela, antes de inaugurar un capítulo, trazar, punto por punto, su minucioso plan y seguirlo con rigor, apenas permitiendo el pequeño desvío que una inspiración secundaria, circunstancial, pueda abrir. Escribo a mano, de mañana, en grandes cuadernos (libros de actas), y por la tarde lo copio a máquina y retoco simultáneamente, pues lo veo ya como si fuese la definitiva página del libro.

Una vez concluido el capítulo, vuelvo a retocarlo, y en algunos casos recopilo un par de páginas. Hasta ahora, a Dios gracias, no he tenido nunca que rehacer un capítulo, modificando su planteo. En ocasiones, doy a leer a algún amigo que viene a visitarme a las sierras, lo que en ese momento escribo. Me interesan mucho las observaciones que se me hacen, y si las considero oportunas y enriquecedoras, las aplico. Leo los libros más diversos, mientras armo el mío. Lo que pasa es que a menudo la índole de éste me obliga a consultar numerosas otras obras, para no equivocarme. Creo que estoy escribiendo algo. Entre una y otra novela, los lapsos de abandono son breves, y transcurren como a la espera de lo próximo que habrá que elaborar y que exigirá nuevas investigaciones, apuntes y demás.

 

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