CUIBA
De
cómo Paloma roba el fuego a Namon para entregárselo a los hombres y de cómo
Xomé-To Sol se aparta para dar paso a la noche. De cómo Serpiente Azul se
transforma en arco iris.
A
veces sólo frutas, miel. Comiendo lo que se encontrara, como se encontrara, sin
poder conservarlo más allá, sin poder transformar los alimentos para
apetecerlos, para placerse en ellos. Los niños padeciendo en los montes y los
llanos. A veces sólo carne secada al viento.
Siempre
con el temor de alejarse y no encontrar alimento de probar con gusto. Así
transcurría la vida de los hombres antes de esto que se cuenta aquí: antes del
fuego.
Entonces
no había lumbre para iluminar el interior de las malocas. La vida era
incompleta para los hombres, y sin la dicha de recorrer las llanuras a su
antojo. El corazón cuiba estaba hecho pesar por la falta del fuego.
Sólo
Namon lo poseía. Sólo él guardaba en su casa los árboles del fuego: Palma de
cucurito, candelei, onoto, laurel: los árboles creados por el mismo Namon para
hacer fuego de su madera. Mientras los hombres padecían por su falta, él se
saciaba comiendo las delicias preparadas gracias a su poder de transformar.
Apiadado
con las penas de los hombres, Pájaro Carpintero acometió la osadía de
penetrar en la casa de Namon. Ingresó allí, aprovechando que Namon comía:
Carpintero hurtó una rama de laurel y emprendió el vuelo con ella en el pico,
dirigiéndose en busca de los hombres. Pero el oído de Namon era rápido y el
vuelo de Carpintero, lento, de manera que el poderoso no tardó en darle
alcance. Carpintero fracasó en su intento de robar el fuego.
He
aquí que Paloma decidió entonces obtener lo que Carpintero había perdido.
Tras este propósito se presentó ante Namon, solicitándole una rama de
cucurito. "No puedo dártela", le respondió él. "Aunque sea una
astilla", le replicó Paloma. Namon le advirtió que no permitiría que el
fuego fuera entregado a los hombres. Paloma continuó con su plan: "¿Aunque
sea un palito de este candelei?", y Namon le respondía impaciente que no.
"¿Y una punta de onoto? ¿Sólo una punta?". La impaciencia de Namon
ya estaba sin freno, y se movía de un lado a otro volviendo a colocar en su
sitio cada rama, cada palo que Paloma levantaba.
Fue
cuando Namon, por fin, se descuidó. Y fue cuando Paloma se alzó con una rama
de candelei y emprendió la huida. Namon se dio vuelta afanado, sólo para darse
cuenta de que Paloma ya iba lejos. El vuelo de Paloma es veloz, a diferencia del
de Carpintero, por lo que Namon fue pronto tras ella: vio cuando Paloma se
refugió en un árbol hacha. En el interior de su mismo tronco se refugió.
Namon llegó hasta allí, golpeó con fuerza el tronco del árbol hacha, pero no
notó rastro de Paloma. Ni un ruido. Ni un aletazo. Nada. Entonces introdujo una
tea encendida en el interior del tronco. Pero el tronco del árbol era
completamente hueco, desde la copa hasta la base, y Paloma había descendido por
él hasta la raíz misma. Largo rato insistió Namon en su búsqueda. Finalmente
se cansó y se alejó furioso.
Viendo
que la sombra de su perseguidor ya no se proyectaba hacia el interior del
tronco, ni se oían sus pasos ni sus voces, Paloma ascendió por el túnel del
árbol hacha y buscó la salida: Namon se había ido. Entonces voló agitada
hacia la sabana en busca de los hombres. Llegó hasta donde ellos y he aquí que
al tocar tierra portando el candelei se transformó en hombre. Felices, los
hombres frotaron unos con otros los palos y enseguida obtuvieron fuego. Se
calentaron con su calor, se deslumbraron con su lumbre. Rápidamente
multiplicaron el fuego y lo transportaron por todo el llano. Ahora, poseedores
del fuego, su vida era otra.
Alegres
festejos se dieron para celebrar la posesión del fuego por parte de los
hombres. La vida era entonces un solo día pleno, continuo. Día afuera, en el
llano, gracias a la presencia de Xomé-To Sol que siempre estaba ahí. Ahora
también día adentro, gracias al fuego. En aquellos festejos se preparó y se
comió cuanto alimento se puede componer con fuego. Comieron con ahínco, con
exceso. Algunos perdieron el juicio de tanta hartura. Fue cuando una mujer
amenazó con lanzar una piedra al cielo para quitar a Xomé-To de ahí. "No
lo hagas", le advirtió su marido. "No lo hagas, pues he sabido en un
sueño que al otro lado habitan las langostas". Pero la mujer no hizo caso
de la advertencia de su marido. No le importó el sueño de su marido, ni
siquiera porque era un gran shamán. No hizo caso de nada y lanzó la piedra con
fuerza hacia lo alto. La piedra voló y chocó contra la bóveda celeste.
He
aquí que la bóveda se rompió haciéndose un boquete en ella. Y enseguida, ¡Ah!,
por el boquete se derramó, descendió la noche, una oscuridad desconocida se
regó sobre la llanura. Y detrás de la noche descendieron las langostas
furiosas que atacaron a los festejantes comiéndoles los ojos. Fueron devorados
los ojos de todos: todos, menos el shamán que había sido advertido, y que
advirtió. Sólo él fue testigo de lo que pasó: del enojo de Xomé-To Sol, de
la furia de las langostas, de la noche. Fue testigo del dolor y de la desolación
que siguió a la mala idea de la mujer de golpear el cielo, a la catástrofe.
También
sólo a él le fue dado presenciar cuando llegaron las golondrinas cargadas de
tierra. Le fue dado ser testigo de su laboriosidad, del empeño con que se
dieron a reparar el cielo. Mucho trabajaron las golondrinas, hasta repararlo por
completo: una vez puesta la última gota de barro, en ese mismo instante
reapareció Xomé-To. Apareció arriba y desaparecieron las golondrinas a lo
lejos. Pero en adelante el día ya no sería continuo como antes. En adelante
Xomé-To habría de aparecer y marcharse luego para ser reemplazado por la noche
y para que en la memoria de los hombres se mantuviera el recuerdo de aquella
malograda ocasión en que una mujer tuvo la mala idea de golpearlo consiguiendo,
en cambio, quebrar el cielo.
Las
golondrinas se marcharon y poco después comenzó a llover. Los hombres vieron
con angustia que el cielo comenzaba a gotear, amenazando desplomarse sobre la
llanura. La reparación del cielo aún estaba fresca y la catástrofe también.
El cielo comenzó a agrietarse allí mismo donde había sido reparado.
Angustiosos clamores se extendieron junto con la lluvia por toda la sabana.
Los
lamentos llegaron hasta la cueva de la Serpiente Azul y la sacaron de su sueño.
Enterada de la desgracia que se cernía sobre los hombres, Serpiente Azul salió
de su cueva. Enseguida se irguió hasta tocar el cielo. Era de maravillarse ver
su hermoso tronco azul encorvándose pegado al cielo. Se extendió contra él
sujetándolo de parte a parte, cubriendo con su cuerpo el boquete de la reparación
para evitar que siguiera goteando por allí. Luego comenzó a empujar la bóveda
para alejarla de la tierra y alejar también el peligro.
La
lluvia cesó tras los esfuerzos de Serpiente Azul. Maravillado por su valentía,
Xomé-To derramó sobre ella sus más brillantes rayos. Y esto fue lo que vieron
los asombrados ojos de los hombres cuando pasó el temporal: el tronco de la
serpiente convertido en un arco deslumbrante de todos los colores: el abrazo de
Xomé-To Sol, reconociendo la hazaña de Serpiente Azul.
Fue
así al comienzo y es así mismo ahora. Pero la anciana serpiente a veces se
agota y entonces puede verse el arco iris como recogiéndose del cansancio.
Hugo Niño - Colombia