LA CASA DE BOB

 

 

A San Bernardo del Viento fuimos a buscar la casa de Bob, es decir, donde él había nacido con sus padres, encontrando el mundo completamente hecho y perfeccionado, por lo cual se suponía que no le tocaría trabajar.

Tanta alharaca que las generaciones anteriores hicieron con el cuento de que estaban dándole los últimos toques a este mundo para nosotros, y venir a ver que ahora nos salen con que lo tenemos que volver a hacer todo de nuevo.

Era una casa construida con maderas olorosas y hojas de palma, en un terreno junto al río, en medio de los árboles y los pájaros, algo así como una casa en los lindes del paraíso.

Desde mucho antes de llegar ya se escuchaban los pájaros, toda la mañana estuvimos oyéndolos, miles de pájaros, y los árboles se extendían por la llanura, extensos arrozales, ganados de muy largas, elegantes orejas, y el horizonte marino que nunca se sabe si está cerca o lejos.

En Lorica, en las escaleras de piedra y cemento del muelle, sobre el río Sinú, nos detuvimos como en un pasaje bíblico.

Para tomar una embarcación hasta San Bernardo del Viento, en medio de bandadas de garzas, bandadas de loros chillones, y el batelero era un muchacho, descendiente de las Mil y una Noches, un joven moreno, de larguísimo cuello, alta cabeza de ojos almendrados, negrísimos, con viveza de lagartija.

Y un turbante rojo encima de su antigua sonrisa de vendedor de perlas.

"¡El Viento! ¡El Viento!", se oye gritar en Lorica, hay pocos pasajeros para "El Viento", la carretera es un remolino de polvo, y en "El Viento" la estatua danzante de San Bernardo levanta el pie, el viento le levanta la sotana blanca.

–"¡El Viento! ¡El Viento!"

En San Bernardo del Viento las casas bajo las palmeras, las redes de pescar tendidas al sol.

Por esta calle se va –se iba– a la casa de Bob.

A la mañana llegaron tres hombres, habían venido de muy lejos, en una canoa, y traían con ellos esquejes del árbol del pan.

Los sagrados esquejes fueron admirados por los ancianos y los niños, puestos en agua y plantados al atardecer en los huertos, con tanta unción como si hubiesen sembrado el propio pan eucarístico.

Después de la ceremonia de siembra del árbol del pan entramos a una casa para recabar agua fresca de la tinaja, un mosquitero para dormir, un latiguillo de palma para espantar los mosquitos.

En el cine, un patio al aire libre, se apiñaba la grita de los chicos del pueblo.

Y en la plaza, a la luz de los mechones de petróleo, se jugaba al dominó, se tomaban refrescos, se escuchaba la música que salía de un parlante llamado "El Bacano".

Un niño se me acercó: –Tío, ¿me trajo usted una moneda?

En la casa un huésped: un joven pescador que había venido por mar, siete días remando en una canoa, para matricularse en el colegio y aprender una letras.

En el sopor de la tarde luchaba desesperadamente con la aritmética, sudaba mares. Me miró casi asfixiado.

Sin duda prefería sus redes y sus pescados que el propio mar multiplica.

Cuando amanece, algunas mujeres sobre pollinos blancos se dirigen al caserío de la playa.

En el camino encontrarán parejas de jóvenes estudiantes, vestidos de blanco, que van al colegio, las muchachas llevan la sombrilla para su compañero, él lleva los libros de ambos, y más adelante una escuela rural donde juegan los niños.

Las señoras que gobiernan los pollinos no están de acuerdo conque los niños gasten su tiempo en jugar, los regañan al paso.

Van chupando limones para la sed.

–"Comadre, venir a la escuela a jugar, ¡qué dice, comadre!"

Donde estaba el río hay ahora unos pantanos con pinceladas de anchas hojas, y todo el suelo cubierto por la cascarilla del arroz que los molinos desechan.

–¿Y es ésta la calle por donde se va –se iba– a la casa de Bob?

Hace algún tiempo los vecinos se quejaron al gobierno central porque temían que el río "se iba a llevar el pueblo".

Vinieron los ingenieros, hicieron sus cálculos, desviaron el río, ¡Y ahora los vecinos se quejan porque sin río y sin mar!

La casa de Bob, sin el río, perdió su razón de ser, quedó como extraviada en el monte, la abandonaron, empezaron a caerse las paredes, hasta que desapareció y ahora tratamos de adivinar si fue en este lugar o en aquél donde la casa se levantaba.

Si encuentras un árbol de naranjas o uno de limón ese será sin duda el patio y podría describirte todo el resto.

Diseminada por el pueblo está la casa de Bob, en las mujeres de los pollinos, en los chicos del cine, en los mechones de petróleo, en la arena de las calles, en los altos cocoteros, en el viejo pescador que fuma su tabaco mientras construye una red nueva, está la casa de Bob.

 

José Jaramillo Escobar - Colombia