TODOS LOS FUEGOS EL FUEGO
Fragmento del cuento “La salud de los Enfermos”
Cuando
inesperadamente tía Clelia se sintió mal, en la familia hubo un momento de pánico
y por varias horas nadie fue capaz de reaccionar y discutir un plan de acción,
ni siquiera tío Roque que encontraba siempre la salida más atinada: A Carlos
lo llamaron por teléfono a la oficina, Rosa y Pepa se despidieron de los
alumnos de piano y solfeo, y hasta tía Clelia se preocupó más por mamá que
por ella misma. Estaba segura de lo que sentía no era grave, pero a mamá no se
le podían dar noticias inquietantes con su presión y su azúcar, de sobra sabían
todos que el doctor Bonifaz había sido el primero en comprender y aprobar que
le ocultar a mamá lo de Alejandro. Si tía Clelia tenía que guardar cama era
necesario encontrar alguna manera de que mamá no sospechara que estaba enferma,
pero ya lo de Alejandro se había vuelto tan difícil y ahora se agregaba esto;
la menor equivocación, y acabaría por saber la verdad. Aunque la casa era
grande, había que tener en cuenta el oído tan afinado de mamá y su
inquietante capacidad para adivinar dónde estaba cada uno.
Pepa,
que había llamado al doctor Bonifaz desde el teléfono de arriba, avisó a sus
hermanos que el médico vendría lo antes posible y que dejaran entornada la
puerta cancel para que entrase sin llamar. Mientras Rosa y tío Roque atendían
a tía Clelia que había tenido dos desmayos y se quejaba de dolor de cabeza,
Carlos se quedó con mamá para contarle las novedades del conflicto diplomático
con el Brasil y leerle las últimas noticias. Mamá estaba de buen humos esa
tarde y no le dolía la cintura como casi siempre a la hora de la siesta. A
todos fue preguntando qué les pasaba que parecían tan nerviosos, y en la casa
se habló de la baja presión y de los efectos nefastos de los mejoradores en el
pan.
A
la hora del té vino tío Roque a charlar con mamá, y Carlos pudo darse un baño
y quedarse a la espera del médico. Tía Clelia seguía mejor, pero le costaba
moverse en la cama y ya casi no le interesaba la había preocupado al salir del
primer vahído: Pepa y Rosa se turnaron junto a ella, ofreciéndole té y agua
sin que les contestara; la casa se apaciguó al atardecer y los hermanos se
dijeron que tal vez lo de tía Clelia no era grave, y que a la tarde siguiente
volvería entrar al dormitorio de mamá como si no hubiese pasado nada.
Con
Alejandro las cosas hubieran sido mucho peores, porque Alejandro se había
matado en un accidente de auto a poco de llegar a Montevideo donde lo esperaban
en casa de un ingeniero amigo. Ya hacía casi un año de eso, pero siempre seguía
siendo el primer día para los hermanos y los tíos, para todos menos para mamá
ya que para mamá Alejandro estaba en Brasil donde una firma de Recife le había
encargado la instalación de una fábrica de cemento. La idea de preparar a mamá,
de insinuarle que Alejandro había tenido un accidente y que estaba levemente
herido, no se les había ocurrido después de las prevenciones del doctor
Bonifaz. Hasta María Laura, más allá de toda comprensión en esas primeras
horas, había admitido que no era posible darle la noticia a mamá. Carlos y el
padre de María Laura viajaron al Uruguay para traer el cuerpo de Alejandro,
mientras la familia cuidaba como siempre de mamá que ese día dolorida y difícil.
El club de ingeniería acepto que el velatorio se hiciera en su sede y Pepa, la
más ocupada con mamá, ni siquiera alcanzó a ver el ataúd de Alejandro
mientras los otros se turnaban de hora en hora a la pobre María Laura perdida
en un horror sin lágrimas. Como casi siempre, a tío Roque le tocó pensar.
Habló de madrugada con Carlos, que lloraba silenciosamente a su hermano con la
cabeza apoyada en la carpeta verde de la mesa del comedor donde tantas veces habían
jugado a las cartas. Después se les agregó la tía Clelia, porque mamá dormía
toda la noche y no había que preocuparse por ella. Con el acuerdo tácito de
Rosa y de Pepa, decidieron la primera medida, empezando por el secuestro de La
Nación –a veces mamá se animabas a leer el diario unos minutos- y todos
estuvieron de acuerdo con lo que había pensado el tío Roque. Fue así como una
empresa brasileña contrató a Alejandro para que pasara un año en Recife, y
Alejandro tuvo que ren8nciar en pocas horas a sus breves vacaciones en casa del
ingeniero amigo, hacer su valija y saltar al primer avión. Mamá tenía que
comprender que eran nuevos tiempos, que los industriales no entendían de
sentimientos, pero Alejandro ya encontraría la manera de tomarse una semana de
vacaciones a mitad de año y bajar a Buenos Aires. A mamá le pareció muy bien
todo eso, aunque lloró un poco hubo que darle a respirar sus sales. Carlos, que
sabía hacerla reír, le dijo que era una vergüenza que llorar por el primer éxito
del benjamín de la familia, y que a Alejandro no le hubiera gustado enterarse
de que recibían así la noticia de su contrato. Entonces mamá se tranquilizó
y dijo que bebería un dedo de Málaga a la salud de Alejandro. Carlos salió
bruscamente a buscar vino, pero fue Rosa quien lo trajo y quien brindó con mamá.
Julio Córtazar