SOBRE EL CRECIMIENTO DE LOS HIJOS

 

 

A veces el miedo y la angustia hacen que las cosas se vean peor de lo que son, o como no son realmente. Sobre todo, los padres, sienten mucho temor ante el crecimiento de sus hijos. Y es lógico. El crecimiento, de alguna manera, aleja lentamente a los niños de sus padres; pero eso es un proceso natural. El colegio los aleja algunas horas y les hace ganar amigos, con los cuales comparten parte de su tiempo.

La adolescencia trae los primeros enamoramientos, que ocupan gran parte de su tiempo, sumados a los naturales conflictos de esa etapa, con sus diferencias generacionales que provocan cierta incomunicación. Luego el noviazgo de verdad, el casamiento, una nueva familia...

En esa etapa de la adolescencia es cuando los padres más se preocupan y sienten verdadero miedo... y generalmente presuponen que sus hijos andan por el camino equivocado. Pero no siempre es así. A veces, más que nada, es producto del miedo a la pérdida que provoca el ver a sus hijos crecer e ir ganando independencia. Entonces se los llena de miedos para hacer que sigan siendo dependientes de su protección.

Pero debe tenerse en cuenta que ese mecanismo puede resultar muy nocivo para quienes se supone proteger...

Porque se  les puede crear un miedo permanente a enfrentar la vida. Se pueden malograr sus reales aspiraciones artísticas o profesionales, si se intenta manejar su verdadera vocación,  inclinándolos más al deseo de los padres que a sus verdaderos gustos...

En definitiva, se los puede condenar al fracaso. Y la pregunta es: ¿Era eso lo que se buscaba?  

 

Anónimo

 

Seguramente la respuesta es NO. Ante tales circunstancias sería bueno ponerse en el lugar de los hijos. Recordar la etapa en la que uno tenía esa edad, con toda su carga de sueños, ideales, conflictos, proyectos... Y en esa etapa en que lo necesitan, trasmitirles seguridades... y no los propios miedos. ¿No sería lindo que nuestros hijos no tuvieran que experimentar nuestros mismos miedos, frustraciones y limitaciones? Por eso, retrotrayéndonos imaginariamente a su edad, con toda su carga emotiva, nos va a resultar más fácil entenderlos (porque nosotros pasamos por lo mismo); nos va a resultar más fácil entablar el diálogo. Y, así, situados en su edad, al vernos reflejados en ellos, casi con seguridad hallaremos el camino correcto...

 

Graciela Heger A.