UN
CURA MENDIGO
La
Razón miércoles, 9 de Mayo de 2001
Un
cura mendigo, que había abandonado el sacerdocio, confesó a Juan Pablo II
Scott Hahn Nueva York.
Hace
unos días, en el programa de televisión de la Madre Angélica en los Estados
Unidos (EWTN), relataron un episodio inédito de la vida de Juan Pablo II.
Un
sacerdote norteamericano de la archidiócesis de Nueva York se disponía a rezar
en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo.
Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta que conocía
a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día
que él. Ahora mendigaba por las calles.
El
cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había
perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al
día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de
asistir a la Misa privada del Papa, a quien podría saludar al final de la
celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno, sintió el
impulso de arrodillarse ante el Santo Padre y pedir que rezara por su antiguo
compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un
día después recibió una invitación del Vaticano para cenar con el Pontífice,
en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote
volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez
convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la
oportunidad de asearse.
Confesó
al Papa El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara
solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado,
le respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez
sacerdote, sacerdote siempre".
"Pero
estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió en mendigo, que
recibió como respuesta: "Yo soy el Obispo de Roma, me puedo encargar de
eso".
El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchará su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente de párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.