CHIGÜIRO
SE VA...
Una
día Chigüiro hizo cosas que disgustaron a Ata, y Ata se molestó tanto que lo
regañó.
Entonces
Chigüiro le dijo:
–
Me voy lejos, a donde nadie me regañe.
Tomó
sus cosas, las metió entre una bolsa, y se fue sin decir nada más.
Caminó,
caminó y caminó hasta que llegó a la casa de Vaca.
–
Hola, Vaca –le dijo.
–
Hola, Chigüiro –le contestó Vaca. Vaca estaba cortando flores y Chigüiro
quiso ayudarle.
Cortaron
margaritas, rosas, azucenas, hortensias y claveles. Después Chigüiro le dijo:
–
¡Qué bien se está a tu lado! Tú no me regañas como Ata. ¿Podría quedarme
contigo?
–
Está bien –contestó Vaca.
–
Pero tengo hambre, mucha hambre –dijo Chigüiro.
Entonces
Vaca, que también tenía hambre, hizo una tortilla de hierba que a Chigüiro le
pareció horrible.
–
¡Qué fea está! Prefiero la tortilla de queso que prepara Ata. ¿Podrías
hacerme una tortilla de queso?
Pero
Vaca no sabía hacer tortillas de queso, así que Chigüiro le dijo:
–
Me voy lejos, a donde me den tortilla de queso.
Y
Chigüiro se fue sin decir nada más.
Caminó,
caminó y caminó hasta que llegó a la casa de Tortuga.
–
Hola, Tortuga –le dijo Chigüiro.
–
Hola, Chigüiro –contestó ella.
Tortuga
tenía puesto un sombrero de paja y estaba tomando limonada y comiendo hojitas
de lechuga fresca mojadas en vinagreta.
Entonces
invitó a Chigüiro a sentarse y le sirvió limonada y lechuga.
Después
de un rato, Chigüiro le dijo:
–
¡Qué bien se está a tu lado! Tú no me regañas como Ata y no comes cosas
horribles como Vaca. ¿Podría quedarme contigo?
–
Está bien –contestó Tortuga.
–
Pero quiero escuchar un cuento. ¿Podrías contarme uno?
Tortuga
se acomodó y comenzó la historia:
–
Había una vez... había una vez... había una vez... ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! No me
acuerdo bien... –decía mientras bostezaba–. Había una vez, había una
vez...
Entonces
Chigüiro le dijo:
–
Tú no sabes contar historias como las que cuenta Ata. Me voy lejos, a donde
sepan contar cuentos.
Y
Chigüiro se fue sin decir nada más.
Caminó,
caminó y caminó hasta que llegó a casa de Tío Oso, que estaba meciéndose en
su hamaca.
–
Hola, Tío Oso –dijo Chigüiro.
–
Hola, Chigüiro –le contestó. Tío Oso estaba rascándose la panza y comiendo
miel de un jarro.
Tío
Oso invitó a Chigüiro a que se subiera a la hamaca y le contó un cuento tras
otro.
Entonces
Chigüiro le dijo:
–
¡Qué bien se está a tu lado, Tío Oso! Tú no me regañas como Ata, no comes
cosas horribles como
Vaca
y no se te olvidan los cuentos como a Tortuga.
¿Podría
quedarme contigo?
–
Está bien –contestó Tío Oso.
–
Pero tengo sueño y estoy cansado porque he caminado mucho –dijo Chigüiro.
Se
subió a la hamaca, pero era muy pequeña para los dos. Los bigotes de Tío Oso
le hacían cosquillas y
sus
ronquidos no lo dejaban dormir.
Entonces
Chigüiro le dijo:
–
Tu hamaca es muy incómoda; no es como la cama de Ata. Me voy lejos, a donde
tengan camas cómodas.
Cuando
Tío Oso vio que Chigüiro se marchaba, le dijo:
–
La casa que buscas está cerca de aquí. Vete por ese camino y la encontrarás.
Y
Chigüiro hizo tal cual le decía Tío Oso.
Caminó,
caminó y caminó hasta que llegó a una casa. Llamó a la puerta y... ¿quién
le abrió? ¡Pues Ata!
¡Nadie
más y nadie menos que Ata!
–
Hola, señora –dijo Chigüiro.
–
Hola, señor –contestó Ata.
Ata
estaba haciendo una tortilla de queso e invitó a Chigüiro a comer. Luego le
contó una historia y otra, y otra, y después lo acostó en su cama, que era
calientita y blanda.
Entonces
Chigüiro le dijo:
–
¡Qué bien se está a tu lado, Ata! Cocinas delicioso... Sabes contar
historias... Y tu cama es calientita... ¿podría quedarme contigo?
–
¡Claro que puedes! –le respondió Ata.
Y
besando a Chigüiro, lo cubrió con las cobijas y lo acompañó hasta que se
quedó profundamente dormido.
Ivar Da Coll – Colombia