SAN BLAS    

En muchos pueblos nuestra comarca se celebra San Blas el día 3 de Febrero. En Cervera de la Cañada no podía ser menos.

    Por la mañana se dice una misa, a la cual llevan todo tipo de comidas (pastas, chocolates, etc.) para que el cura oficiante las bendiga. Cuenta la tradición que San Blas es el patrón de la gargarta. Por nuestra tierra es costumbre comer un poco de esas viandas bendecidas con el fin de aliviar nuestros males de laringe que por estos inviernos suelen ser habituales. Algunos aunque nos estén aquejados de la tráquea también comen, dicen como excusa que es para proteger; y es que más vale prevenir que curar; en pocas palabras: "medicina preventiva".

    Personalmente, como fumador, le tengo un poco de devoción. Este año le diré a mi madre que me lleve un cartón de tabaco a bendecir.

    Ahora, para adquirir un poco de cultura os mostramos la vida y milagros de San Blas. El texto, como muchos que se ponen aquí son sacados de Internet. Suelen estar sin contrastar pero nos fiamos.

La foto corresponde al peirón de San Blas en un camino de Daroca.

 

        Cuenta la tradición que Blas nació en el último cuarto del siglo III, en la ciudad de Sebaste, (en Asia Menor, dentro de la actual Turquía). Fue educado en la fe cristiana por sus padres. Pronto se desarrollaron en él grandes cualidades humanas y espirituales. Hombre piadoso, de sana conducta y modales, inteligente, hombre seducido por las maravillas de Dios. Estudió filosofía y ciencias naturales. Admirado de la belleza de la creación también estudió medicina. En el ejercicio de esta profesión, conoció de cerca la naturaleza humana y sus dolencias corporales y espirituales. Proyectó retirarse a la oración. Pero Dios tenía sus propios planes.

        A principios del siglo IV murió el Obispo de Sebaste. La comunidad cristiana aclamó a San Blas y fue elegido, según las costumbres de la época, como nuevo Pastor de aquella Iglesia. Esto prueba el gran prestigio y fama de santidad que tenía. Blas no quería la elección, pero se manifestó muy clara la voluntad de Dios y terminó aceptando.

        Se reveló como un Obispo modélico. Fue un magnífico educador, moderador y acompañante de la comunidad de los fieles cristianos. Deseoso de afianzarse "en la esperanza de la gloria de Dios" (Rom 5,2), se retiraba con frecuencia a una cueva del monte Arceo, para orar en la soledad al Señor. Algunas personas cercanas a él llegaron a constituir un pequeño grupo de ermitaños y oraban junto con él. Dios confirmaba su palabra y su ministerio otorgándole el don de hacer milagros (cf. Mc 16,20) y su fama se extendió por toda Armenia.

        En el año 315, el emperador de Oriente, Licinio, desató una cruel persecución contra los cristianos. La región de Capadocia fue la que sufrió mayor violencia. Se trataba de un auténtico santuario donde muchos cristianos, desde tiempos de los Apóstoles, se consagraban enteramente a la contemplación al abrigo de las silenciosas montañas.

        El gobernador, Agricolao, actuó con mucha crueldad y saña. En cierta ocasión envió a sus soldados a cazar fieras para el circo, donde eran arrojados los que confesaban a Cristo. Llegados al monte Arceo dieron con la cueva donde estaba el Santo Obispo orando con sus discípulos. La tradición dice que muchos animales salvajes estaban recostados a la entrada, como mansos corderillos.

        Los soldados avisaron al gobernador, quien mandó apresar a San Blas. La gente se enteró. Una multitud salió al camino, por donde iba la comitiva, para manifestar su apoyo al Obispo de Sebaste. En el trayecto, ocurrió algo que quedó grabado en la memoria del pueblo fiel. Una mujer con un niño en brazos se abrió paso y logró colocarse delante del Prelado. Su hijo se moría asfixiado porque tenía clavada una espina en la garganta. San Blas oró al Señor y la espina salió de la garganta del muchacho y se curó del todo. Esto hizo que la gente presionara más a los soldados para que liberaran al Obispo. Pero también provocó que el gobernador se enfureciera más y deseara acabar con él lo antes posible.

        San Blas fue sometido a la prueba de ofrecer sacrificios a los ídolos. En vez de eso, aprovechó el momento para predicar el Evangelio al gobernador y su corte. Agricolao mandó apalearlo hasta la muerte. Pero su cuerpo resistió la paliza. A la vista de eso, lo encarcelaron. El testimonio de su fe y los signos que Dios obraba a través de él, provocaban la conversión de muchos al cristianismo. El gobernador optó por someterle a crueles torturas. Pero las superó todas. En un ataque de ira, el gobernador decidió que lo arrojaran públicamente a una laguna para que se ahogara. Pero el Señor puso de manifiesto a la vista de todos la fortaleza de la fe del Prelado y no se hundió. Finalmente, en el año 316, el Obispo Blas de Sebaste, "teniendo total esperanza en la inmortalidad" (Sab 3,4) fue decapitado.

        La fuerza de este testimonio de fe traspasó los siglos y llega hasta nosotros. Más que las tradiciones milagreras, hemos de resaltar la lección de fortaleza y fidelidad que este santo, Pastor de la Iglesia y mártir de Cristo, nos da. 

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