Santa Cruz que llevó Fray Francisco a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, años de 1643 - 1646

Del viaje que hizo a Quero con luz celestial, y de los sucesos del camino.

Para el ejercicio de la oración en nuestro Hermano no había distinción de lugares, porque en todos, y a todas horas, siempre estaba en ella.

Después de haber concluido la celebridad de Nuestra Señora de la Fe en Tembleque, fue alumbrando su entendimiento con claridad superior de que convenía ir a la Villa de Quero a proseguir en su demanda; y los hombres espirituales, en llegando a conocer que es la voluntad de Dios que se empleen en alguna obra de su servicio, luego arrebatadamente lo ejecutan; y así fue en Fray Francisco, porque sin dilación alguna se puso en camino para la Villa de Quero, cuatro leguas distante de Tembleque, donde se hallaba. Parecióle entrar en un lugar cerca de entrambos a pedir limosna; entró en él y fue muy bien admitido de la justicia, y le dieron un hombre para que le acompañase, el cual le enseñaba las casas en que más frecuentemente se solía repartir. Pasando por una, que era de las mejores, dijo el hombre: -En esta no hay que entrar, porque no se da limosna en ella; a que respondió el Siervo de Dios: -Aunque no se dé, no es bien que quede por mí el pedirla, porque no quede por mí de alguna manera el darla.

Entraron, pues, y fueron muy mal recibidos, y en lugar de la limosna, les dieron una reprensión, fundada en querer desvanecer la virtud religiosa con los malos pretextos de ociosidad e hipocresía, aplaudiendo sólo la cultura de los campos y las manufacturas, como si en su línea cada cosa no tuviera su perfección, con la diferencia de los fines, porque la una espira con lo caduco del cuerpo (mirándola materialmente), y la otra reina con lo eterno del espíritu.

Con gran paz recibió nuestro Hermano la mal fundada doctrina, diciendo al dueño de la casa: -Cierto, señor, que vuestra merced aborrece una virtud muy hermosa y muy barata, porque con ella se agrada a Dios y se gana la victoria del Cielo sin sangre; y si considera qué es lo que da, a quién lo da, y por quién lo da, hallará que lo que da es un poco de aire, y que con él se satisface a un necesitado; que aunque no se haga por Dios, es deuda de la naturaleza; y haciéndose, queda obligado y agradecido aquel Señor, que es el que nos ha de juzgar, y atemoriza saber de fe que en aquel juicio tremendo por ella se nos ha de hacer el cargo y el descargo. A que el hombre, furioso, colérico y desbaratado, le dijo: -Vaya con Dios, o haré que le echen los perros para que sea más apresuradamente. Entonces se apartaron porque no prosiguiese en aquel furiosos atrevimiento, y Fray Francisco fue pidiendo a Nuestro Señor diese algún rayo de su divina misericordia a aquel corazón de piedra.

Apenas habían vuelto la calle cuando aquel mismo hombre fue corriendo en su seguimiento, llamándoles a voces que volviesen a su casa por amor de Dios; Y así volvieron, y con muchos afectos y lágrimas dijo a Fray Francisco: -Que no sólo le quería dar limosna, sino que toda cuanto había en su casa era suyo; que las palabras que le había dicho le habían atravesado el corazón. El Siervo de Dios le consoló y exhortó a penitencia, y a que no diese lugar al demonio por un camino tan sin disculpa, pues es Dios tan bien contento, que admite cualquier limosna, sin que deje de tener su aprecio por corta, y al que no la pueda dar admite el deseo, sin que le falte el mérito. El hombre le dio una copiosa limosna y prometió que a ninguna persona que llegase a su puerta a pedirla se la negaría, y que le daba palabra de hacer en su casa un hospicio donde se recogiesen los pobres pasajeros que se quisiesen detener en aquel lugar, y así lo ejecutó por todo el tiempo de su vida.

En este mismo lugar, entrando en otra casa, prosiguiendo su demanda, se la dio el dueño de ella, y él le apartó a un lado y le dijo: -Que pues tenía tan buen medianero con Dios como era su corazón, inclinado a misericordia, que no embarazase por tanto tiempo la que Nuestro Señor le había de hacer a él si frecuentara los Santos Sacramentos; que ya era tiempo de volver sobre sí. El hombre le respondió: -Padre mío, catorce años ha que no me confieso; y pues Dios ha sido servido de enviarme este llamamiento, yo le ofrezco que he de responder a él con verdadera penitencia.

Salió de aquel lugar, prosiguiendo su camino a la Villa de Quero, dejando en él cogida tan fértil cosecha espiritual. Al llegar a la dicha Villa (que es del Priorato de San Juan), en un corral de una casa que salía al camino que servía de aprisco de ovejas, unos pastores que las querían ordeñar arrojaron al campo unos pedernales que hallaron en el corral a tiempo que pasaba Fray Francisco de la Cruz, el cual iba en su continua oración, y tropezando en uno de los pedernales reparó en él y lo alzó, y mirándole con atención, vio en un llano que hacia el pedernal esculpida una Imagen de la Concepción, por modo de natural, con tres ángeles que cercaban la parte inferior. Admirado el devoto Hermano de un prodigio como éste, preguntó a los pastores: -Que para qué arrojaban aquellos pedernales del aprisco; y le dijeron: -Que unos muchachos de aquella casa, para igualar el peso de unas cargas de leña, habían puestos aquellos pedernales, y porque allí no era menester los arrojaron al campo. Entonces les dijo el Siervo de Dios, enseñándoles la Santa Imagen: -Pues miren y adoren la que han apartado de sí, y den muchas gracias a Nuestro Señor de vivir en tierra que fue servido de elegir para que en ella apareciese esta Imagen de su Madre Santísima. Los pastores reverenciaron aquella representación de la Virgen Señora Nuestra; y nuestro Hermano pidió su limosna y se volvió a la Alberca, donde halló que el Relicario que se había hecho en San Clemente ya se le habían traído para colocar las Santas Reliquias, en el cual puso todas las que había traído de Roma, el Lignum Crucis que le dieron en Nápoles y este pedernal con la Efigie de Nuestra Señora de la Concepción, como se ha referido, y asimismo una carta original de Santa Teresa de Jesús, que fueron las prendas preciosas de que se compuso aquel Santo Relicario, que se colocó en la Iglesia al lado de la Epístola enfrente del Púlpito, con celebridad y devoción, donde se pone altar portátil y se dicen Misas en algunos tiempos del año.

El suceso de la aparición de esta devota Imagen de la Concepción en aquel pedernal, y su colocación, entre los apuntamientos que escribió el Padre Fray Juan de Herrera para las Honras que se hicieron en Madrid a Fray Francisco de la Cruz, fue uno éste; y también escribe de esta aparición, más latamente, el Padre Fray Pablo Carrasco en el libro de la fundación del Convento del Carmen de Santa Ana de la Alberca, que aun no se ha dado a la estampa.

La devoción de esta Santa Imagen se fue extendiendo, no sólo por aquella Comarca, sino por toda la Mancha; y Nuestro Señor ha obrado muchas maravillas por ella, y todos aquellos pueblos venían allí a cumplir sus votos. Esta general devoción movió a los vecinos de Quero a querer tener en su lugar aquella Santa Imagen, diciendo: -Que Nuestro Señor se la había enviado a su casa, y que así era suya; y por no reducirlo a pleito, por el conocido derecho del convento de la Alberca, trataron con sagacidad de recobrarla; y gozando de algún descuido de los Religiosos, rompieron la reja de madera y el viril del Relicario, sacaron el pedernal y se llevaron la devota Imagen, y la tiene en Quero con particular veneración en un nicho de la iglesia con reja de hierro.

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