Grandes  Batallas de la  Reconquista (II)

Del Sitio de Aledo a la Batalla de Consuegra (1088 - 1097)

 

Daniel Jesús García Riol.          (Libro Festero año 2001)

           La batalla de Sagrajas (Zalaca) en 1086 había puesto de manifiesto que, de no  actuar con celeridad, la posibilidad de un nuevo golpe almorávide  en zonas estratégicas del Reino de Castilla y León, era algo más que probable. Por ello Alfonso VI se apresuró a reconciliarse con el mejor de sus vasallos, Rodrigo Días de Vivar, el Cid Campeador, a quien entregó importantes donaciones, entre ellas los castillos de Dueñas y el de Gormaz. El efecto de la derrota cristiana había provocado que se desvaneciera de forma súbita el "protectorado" que los castellanos ejercían sobre buena parte de los Reinos Taifas de la Península. Las parias en oro habían dejado de pagarse en gesto de claro desafío. Ante tal situación El Campeador  recibe de su monarca la promesa de que le será entregado en señorío perpetuo todo lo que logre conquistar en tierras levantinas. Sabemos que el Cid se entregó con energía a su tarea y pudo someter para Castilla las plazas de Sagunto, Albarracín, Alpuente y Denia. En 1088, dos años después de la derrota de Zalaca, buena parte del Levante estaba de nuevo bajo control de los castellanos.

    Pero más al sur, en tierras murcianas, se alzaba una gallarda fortaleza, el castillo de Aledo, que había sido tomado por García Jiménez unos meses antes de la derrota de Sagrajas. Desde esta plaza realizaba jugosas algaras contra las zonas de huerta de Murcia y Orihuela.

    Los almorávides, no pudiendo tolerar esta situación de recuperación cristiana, se dispusieron de nuevo para la jihad. Yusuf ibn Tasfin cruzó el Estrecho por segunda vez y, reforzado con las fuerzas de los taifas de Sevilla, Málaga, Almería y Murcia, se dirigió a sitiar la desafiante fortaleza de Aledo. El asedio, a pesar de organizarse con gran profusión de hombres y máquinas, causaba constantes disputas entre los reyes andalusíes y la moral fue decreciendo. Ante las continuas peticiones de socorro por parte de los sitiados, Alfonso VI y el Cid, encabezando sus respectivas mesnadas se encaminaron hacia Aledo. No obstante la coordinación entre ambos brilló por su ausencia, degenerando la situación en una nueva ruptura entre ambos. El rey castellano fue el único en llegar al castillo en peligro y además forzar a los musulmanes  a levantar el asedio.

    Alfonso VI había triunfado. Yusuf ibn Tasfin se retiraba de nuevo al norte de África y los Reyes de Taifas, abandonando a los almorávides, se apresuraban a firmar pactos de amistad con los castellanos, acuerdos que serían negociados por Alvar Fáñez con el rey de Granada y con el de Sevilla.

    Este entendimiento con los cristianos era hábilmente  explotado por los alfaquíes de las ciudades de Al-Andalus, quienes exaltaban al pueblo en contra de sus reyes y a favor de una intervención almorávide en el gobierno de los Reinos de Taifas.

    Yusuf ibn Tasfin decidió pasar a la Península por tercera vez, dirigiéndose en esta ocasión con sus guerreros hacia la ciudad de Toledo, la sitia durante un tiempo, con el propio Alfonso VI en su interior, pero posteriormente se retira.

    Algo no obstante había cambiado  en la estrategia política de los almorávides que no deseaban los coqueteos  de los soberanos andalusíes con los castellanos. Yusuf ibn Tasfin se empleó a fondo en lo­grar la incorporación de las Taifas andaluzas a su Imperio apresando  y eliminando a sus reyes. Así lo hizo anexionándose  personalmente la taifa de Granada  enviando al exilio a su monarca Abd Allah y haciendo  lo propio con la de Málaga. Estamos en el año  483 de la Hégira (1090 para la cronología cristiana).

    Yusuf ibn Tasfin se embarca nuevamente hacia África y se asienta en Ceuta, ciudad en la que levanta una  hermosa  mezquita cuyo alminar era visible desde el mar dominando todo el caserío. Desde el que otrora fuera feudo del legendario Conde  Don Julián, el todopoderoso Emir de los almorávides  organizó un poderosísimo ejército y lo envió hacia  Al-Andalus. Estas fuerzas se desplegaron y, como una  incontenible marea, fueron ocupando sucesivamente: Córdoba, Baeza, Úbeda, Ronda y, finalmente,  Sevilla y otras plazas algo más tarde, como Badajoz,  donde asesinaron a su rey; llegando incluso a dejar  una importante guarnición en Calatrava la Vieja. Almería  se incorpora al Imperio Almorávide tras la huida de  su soberano.

    La muerte del rey cordobés Fath al Mamún, provoca que su viuda, Zaida, huya de sus tierras y se  ponga bajo la protección de Alfonso VI. El monarca  castellano-leonés le da amparo, y algo más que eso,  puesto que terminará haciendo de Zaida su concubina y más tarde convirtiendo a esta reina al cristianismo con el nombre de Isabel. En la dote de Zaida,  que Alfonso VI recupera, se encontraban las fortalezas de Cuenca, Huete, Ocaña, Oreja, Uclés y Consuegra  entre otras; es por cierto la primera vez que se cita  este castillo en las crónicas (1091), aunque el emplazamiento poseía una antiquísima historia. Pero  no sólo en lo material quedó complacido el rey de  León y Castilla puesto que fruto de su relación con  Zaida-Isabel, nació un varón que fue bautizado con  el nombre de Sancho.

    La expansión almorávide prosigue imparable, ahora  hacia Levante. En efecto, se va a producir la ocupación de las tierras de Murcia y, en poco tiempo, las  huestes islámicas llegan a Valencia enfrentándose a  su defensor, nada más y nada menos que  el Cid  Campeador, que la había ocupado en el 1094 y quien  poco antes, y con ayuda navarro-aragonesa encabezada por Pedro I, ha vencido a las vanguardias  almorávides en Bairén. El más que veterano emir Yusuf ibn Tasfin vuelve a la Península por cuarta vez y comienza a planificar sus futuras acciones en tierras del Reino de Toledo.

     Volvamos a la política del Reino de León y Castilla. Alfonso VI está preocupado por importantes asuntos, en concreto aquellos que hacen referencia a la pretensión del rey Pedro I de Aragón de apoderarse de territorios más al sur de la  ciudad de Huesca. Debemos recordar que el Reino  Taifa de Zaragoza era por aquel entonces el único que todavía pagaba parias a Castilla, por lo que  la agresión aragonesa implicaba la inmediata protección de Alfonso VI, aunque fuera para luchar contra cristianos defendiendo a musulmanes, como ya  había sucedido en la desastrosa batalla de Alcoraz.  Por estos motivos, en mayo de 1097 el Rey de León  y Castilla se dirigió con un estimable ejército de unos  3.600 hombres a tierras del Reino Taifa de Zaragoza para auxiliar a su rey Mostaín contra los  aragoneses.

    Pero Alfonso VI nunca llegaría a Zaragoza. En un  punto indeterminado de su recorrido, ya en territorio musulmán aliado, recibe una terrible noticia: Yusuf  ibn Tasfin había desembarcado de nuevo en la Península, probablemente en Algeciras, al frente de un  poderoso ejército.

    Las fuerzas castellano-leonesas inician entonces  una rápida marcha hacia el sur a la búsqueda de  sus enemigos más poderosos.

    Alfonso VI no quiere cometer el mismo error que  once años atrás en Sagrajas (Zalaca). Ahora va a  pelear a la defensiva y desde Toledo. No intentará  siquiera evitar que los almorávides flanqueen libremente Sierra Morena. En sus planes de campaña se  inclina finalmente por establecer un amplio dispositivo de defensa entre Consuegra y Cuenca. Como  es lógico, cualquiera de nosotros puede suponer lo  que este esfuerzo significaba. ¡Ni más ni menos que  crear una barrera humana entre el Sistema Ibérico y  los Montes de Toledo!

    Pero los almorávides no aparecían y por ello Alfonso VI se dedicó a reforzar y abastecer los castillos y posiciones avanzadas de esa amplísima región.

    Ben Yusuf empleó largas jornadas en cubrir la distancia de unos 400 kilómetros que hay entre Algeciras y Córdoba. Su lento avance se ha atribuido a los constantes problemas que surgían dada la cada vez menos  clara fidelidad de los reyes Taifas al proyecto de dominación  almorávide. Esta incuestionable realidad parece que pesó hondamente en el ánimo de Yusuf ben Tasfin quien no prosiguió la  marcha  con sus tropas y perma­neció en la capital cordobesa.      

                A pesar de  la tardanza el peligro para Castilla era gravísimo y, en esa certidumbre, Alfonso VI solicitó ayuda al Cid y, con probabilidad, olvidándose de anteriores proyectos, al rey aragonés Pedro I. Rodrigo Díaz de Vivar respondió generosamente a la llamada de auxilio de su monarca. En prueba de su acrisolada lealtad envió un contingente de tropas entre las que figuraba su único hijo varón: Diego Rodríguez. En cuanto al aragonés, su ayuda llegó tarde.

    Por fin, entrado el verano de 1097, las vanguardias almorávides comienzan  a hacerse presentes en tierras del Reino de Toledo. Teniendo en cuenta que Calatrava la Vieja era la fortaleza más avanzada del dispositivo estratégico musulmán, no es de extrañar que el inevitable combate se librará frente a la plaza castellana más cercana. Consuegra es el objetivo, pues constituye el único obstáculo de importancia en el camino hacia la capital toledana.

    La Batalla de Consuegra (15 de agosto de 1098) es por tanto el segundo gran combate directo entre los ejércitos, castellano y leonés dirigido personal­mente por Alfonso VI, y el almorávide, comandado en esta ocasión por Muhammad  ben al-Hach. En el transcurso de la lucha encuentra la muerte el único hijo varón del Cid y de Doña  Jimena, Diego Rodríguez, cuyos restos fueron trasladados al Mo­nasterio de San Pedro de Cárdena en Burgos.

    Resulta significativo que las crónicas cristianas silencien bastante las noticias referidas al combate de Consuegra. Sabemos  que la victoria fue para los almorávides y que Alfonso VI estuvo asediado tras los muros de la fortaleza durante ocho días. El rey Pedro I de Aragón avanzó hacia Toledo para prestar ayuda a los castellanos y leoneses, pero el desastre ya se había consumado.

    Al fracaso cristiano de Consuegra se le sumaria el de Cuenca, ya que no debemos olvidar que era el flanco oriental del dispositivo defensivo cristiano. Los almorávides, dirigidos por Mohamed Ibn Aisha, hijo de Yusuf, derrotan allí a Alvar Fáñez.

    El triunfo de las huestes islámicas es incuestionable. No obstante éstas no realizan ninguna acción militar de envergadura a posteriori con el objeto de explotar su éxito de Consuegra. Todo parece apuntar a que las alas del ejército de Alfonso VI fueron vencidas, sí, pero en absoluto aniquiladas. En definitiva, a pesar de la derrota, Castilla se había salvado de la invasión y Alfonso VI regresa a tierras leonesas en octubre de 1097.

    En el mes de junio de 1098, diez meses después de la Batalla de Consuegra, Yusuf ibn Tasfin retor­naba a África y se instalaba en Marrakech, satisfecho por las numerosas conquistas realizadas, a las cuales se añadían las Islas Baleares que acababan de reconocerle como soberano.

 

  Afortunadamente   para los manchegos  y para todos los interesados en nuestras gestas medievales, el Ayuntamiento de Consuegra y el "Teatro del Arte", bajo la coordinación y Dirección de Don Fernando Rojas, representan anualmente la batalla que tuvo lugar en las inmediaciones del castillo de aquella localidad toledana y sanjuanista. Allá cuando los calurosos rigores del ecuador de agosto hacen mella en la hermosa crestería consaburense, durante  tres días se pueden  contemplar cosas como: la ceremonia ritual mozárabe de vísperas de guerra, la entrada de las huestes del rey Alfonso VI, escenas de la vida medieval en guerra y asedio dentro del Castillo, un fonsado castellano, la ceremonia  fúnebre por la muerte del hijo del Cid o la Danza de  la Muerte. Esta recreación  teatral de la Batalla de Consuegra bien merece un viaje a la villa hermana para disfrutar, nada más y nada menos,  que de "ocho horas de representaciones continuas y simultáneas recreadas por 130 personajes".

Y es que nada hay mejor que rescatar con orgullo nuestra Historia de España y recrearla en los lugares donde ésta se produjo, como ya se hace en muchos  países europeos y americanos con sus respectivas historias nacionales. Es una ocasión única para formarnos culturalmente, conocer nuestro pasado y, por supuesto, generar expectativas en el sector turístico con este tipo de atractivas iniciativas.

   

Bibliografía:

Abd-allah; Memorias de Abd Allah, último rey xirí de  Granada,  destronado por los almorávides. Trad. y Ed.  de Lévi-Provencal y García Gómez. Madrid, 1980.

Anónimo; Crónica Anónima de los Reyes de Taifas. Akal.  Madrid, 1991.

Conde, José Antonio; Historia de la dominación de  los árabes en España; sacada de varios manuscritos y  memorias   arábigas. Marín y Cía. Madrid, 1874.

Huici Miranda, Ambrosio; Las grandes batallas de la  Reconquista  durante las invasiones africanas. Universidad de Granada. Granada. 2000. (Estudio y edición facsímil de la del CSIC de 1956).

Ibn Al-Kardabus; Historia de Al-Andalus. Akal. Madrid,  1986.

Jiménez de Rada, Rodrigo; Historia de los hechos de  España. Alianza Universidad. Madrid, 1989.

Menéndez Pidal, Ramón; La  España  del Cid. Madrid,  1947.

Reilly, Bernard F.; El Reino de León y Castilla bajo el  Rey  Alfonso VI (1065-1109). IPIET. Salamanca, 1989.

•V.V.A.A.; Batalla medieval de Consuegra. Un  espectáculo inédito en la frontera de dos reinos. Políptico  informativo editado por el Ayuntamiento de Consuegra (Toledo),  1998.

 

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