Grandes Batallas de la Reconquista (II)
Del Sitio de Aledo a la Batalla de Consuegra (1088 - 1097)
La batalla de Sagrajas (Zalaca) en 1086 había puesto de manifiesto que, de no actuar con celeridad, la posibilidad de un nuevo golpe almorávide en zonas estratégicas del Reino de Castilla y León, era algo más que probable. Por ello Alfonso VI se apresuró a reconciliarse con el mejor de sus vasallos, Rodrigo Días de Vivar, el Cid Campeador, a quien entregó importantes donaciones, entre ellas los castillos de Dueñas y el de Gormaz. El efecto de la derrota cristiana había provocado que se desvaneciera de forma súbita el "protectorado" que los castellanos ejercían sobre buena parte de los Reinos Taifas de la Península. Las parias en oro habían dejado de pagarse en gesto de claro desafío. Ante tal situación El Campeador recibe de su monarca la promesa de que le será entregado en señorío perpetuo todo lo que logre conquistar en tierras levantinas. Sabemos que el Cid se entregó con energía a su tarea y pudo someter para Castilla las plazas de Sagunto, Albarracín, Alpuente y Denia. En 1088, dos años después de la derrota de Zalaca, buena parte del Levante estaba de nuevo bajo control de los castellanos.
Pero
más al sur, en tierras murcianas, se alzaba una gallarda fortaleza, el castillo
de Aledo, que había sido tomado por García Jiménez unos meses antes de la
derrota de Sagrajas. Desde esta plaza realizaba jugosas algaras contra las
zonas de huerta de Murcia y Orihuela.
Los almorávides, no pudiendo tolerar esta situación de recuperación
cristiana, se dispusieron de nuevo para la jihad. Yusuf ibn Tasfin cruzó el
Estrecho por segunda vez y, reforzado con las fuerzas de los taifas de Sevilla,
Málaga, Almería y Murcia, se dirigió a sitiar la desafiante fortaleza de
Aledo. El asedio, a pesar de organizarse con gran profusión de hombres y máquinas,
causaba constantes disputas entre los reyes andalusíes y la moral fue
decreciendo. Ante las continuas peticiones de socorro por parte de los sitiados,
Alfonso
VI
y el Cid, encabezando sus respectivas mesnadas se encaminaron hacia Aledo. No
obstante la coordinación entre ambos brilló por su ausencia, degenerando la
situación en una nueva ruptura entre ambos. El rey castellano fue el único en
llegar al castillo en peligro y además forzar a los musulmanes a levantar
el asedio.
Alfonso
VI
había triunfado. Yusuf ibn Tasfin se retiraba de nuevo al norte de África y
los Reyes de Taifas, abandonando a los almorávides, se apresuraban a firmar
pactos de amistad con los castellanos, acuerdos que serían negociados por Alvar
Fáñez con el rey de Granada y con el de Sevilla.
Este entendimiento con los cristianos era hábilmente
explotado por los alfaquíes de las ciudades de Al-Andalus, quienes
exaltaban al pueblo en contra de sus reyes y a favor de una intervención almorávide
en el gobierno de los Reinos de Taifas.
Yusuf ibn Tasfin decidió pasar a la Península por tercera vez, dirigiéndose
en esta ocasión con sus guerreros hacia la ciudad de Toledo, la sitia durante
un tiempo, con el propio Alfonso
VI
en su interior, pero posteriormente se retira.
Algo no obstante había cambiado
en la estrategia política de los almorávides que no deseaban los
coqueteos
de los soberanos andalusíes con los castellanos. Yusuf ibn Tasfin se
empleó a fondo en lograr la incorporación de las Taifas andaluzas a su
Imperio apresando
y eliminando a sus reyes. Así lo hizo anexionándose
personalmente la taifa de Granada
enviando al exilio a su monarca Abd Allah y haciendo
lo propio con la de Málaga. Estamos en el año
483
de la Hégira
(1090
para la cronología cristiana).
Yusuf ibn Tasfin se embarca nuevamente hacia África y se asienta en
Ceuta, ciudad en la que levanta una
hermosa
mezquita cuyo alminar era visible desde el mar dominando todo el caserío.
Desde el que otrora fuera feudo del legendario Conde
Don Julián, el todopoderoso Emir de los almorávides
organizó un poderosísimo ejército y lo envió hacia
Al-Andalus. Estas fuerzas se desplegaron y, como una
incontenible marea, fueron ocupando sucesivamente: Córdoba, Baeza, Úbeda,
Ronda y, finalmente,
Sevilla y otras plazas algo más tarde, como Badajoz,
donde asesinaron a su rey; llegando incluso a dejar
una importante guarnición en Calatrava la Vieja. Almería
se incorpora al Imperio Almorávide tras la huida de
su soberano.
La muerte del rey cordobés Fath al Mamún, provoca que su viuda, Zaida,
huya de sus tierras y se
ponga bajo la protección de Alfonso VI. El monarca
castellano-leonés le da amparo, y algo más que eso,
puesto que terminará haciendo de Zaida su concubina y más tarde
convirtiendo a esta reina al cristianismo con el nombre de Isabel. En la dote de
Zaida,
que Alfonso VI recupera, se encontraban las fortalezas de Cuenca, Huete,
Ocaña, Oreja, Uclés y Consuegra
entre otras; es por cierto la primera vez que se cita
este castillo en las crónicas (1091), aunque el emplazamiento poseía
una antiquísima historia. Pero
no sólo en lo material quedó complacido el rey de
León y Castilla puesto que fruto de su relación con
Zaida-Isabel, nació un varón que fue bautizado con
el nombre de Sancho.
La expansión almorávide prosigue imparable, ahora
hacia Levante. En efecto, se va a producir la ocupación de las tierras
de Murcia y, en poco tiempo, las
huestes islámicas llegan a Valencia enfrentándose a
su defensor, nada más y nada menos que
el Cid
Campeador, que la había ocupado en el 1094 y quien
poco antes, y con ayuda navarro-aragonesa encabezada por Pedro I, ha
vencido a las vanguardias
almorávides en Bairén. El más que veterano emir Yusuf ibn Tasfin
vuelve a la Península por cuarta vez y comienza a planificar sus futuras
acciones en tierras del Reino de Toledo.
Volvamos a la política del Reino de León y Castilla. Alfonso VI está
preocupado por importantes asuntos, en concreto aquellos que hacen referencia a
la pretensión del rey Pedro I de Aragón de apoderarse de territorios más al
sur de la
ciudad de Huesca. Debemos recordar que el Reino
Taifa de Zaragoza era por aquel entonces el único que todavía pagaba
parias a Castilla, por lo que
la agresión aragonesa implicaba la inmediata protección de Alfonso VI,
aunque fuera para luchar contra cristianos defendiendo a musulmanes, como ya
había sucedido en la desastrosa batalla de Alcoraz.
Por estos motivos, en mayo de 1097 el Rey de León
y Castilla se dirigió con un estimable ejército de unos
3.600 hombres a tierras del Reino Taifa de Zaragoza para auxiliar a su
rey Mostaín contra los
aragoneses.
Pero Alfonso VI nunca llegaría a Zaragoza. En un
punto indeterminado de su recorrido, ya en territorio musulmán aliado,
recibe una terrible noticia: Yusuf
ibn Tasfin había desembarcado de nuevo en la Península, probablemente
en Algeciras, al frente de un
poderoso ejército.
Las fuerzas castellano-leonesas inician entonces
una rápida marcha hacia el sur a la búsqueda de
sus enemigos más poderosos.
Alfonso VI no quiere cometer el mismo error que
once años atrás en Sagrajas (Zalaca). Ahora va a
pelear a la defensiva y desde Toledo. No intentará
siquiera evitar que los almorávides flanqueen libremente Sierra Morena.
En sus planes de campaña se
inclina finalmente por establecer un amplio dispositivo de defensa entre
Consuegra y Cuenca. Como
es lógico, cualquiera de nosotros puede suponer lo
que este esfuerzo significaba. ¡Ni más ni menos que
crear una barrera humana entre el Sistema Ibérico y
los Montes de Toledo!
Pero los almorávides no aparecían y por ello Alfonso VI se dedicó a
reforzar y abastecer los castillos y posiciones avanzadas de esa amplísima región.
Ben Yusuf empleó largas jornadas en cubrir la distancia de unos 400 kilómetros
que hay entre Algeciras y Córdoba. Su lento avance se ha atribuido a los
constantes problemas que surgían dada la cada vez menos
clara fidelidad de los reyes Taifas al proyecto de dominación
almorávide. Esta incuestionable realidad parece que pesó hondamente en
el ánimo de Yusuf ben Tasfin quien no prosiguió la
marcha
con sus tropas y permaneció en la capital cordobesa.
A pesar de
la tardanza el peligro para Castilla era gravísimo y, en esa
certidumbre, Alfonso VI solicitó ayuda al Cid y, con probabilidad, olvidándose
de anteriores proyectos, al rey aragonés Pedro I. Rodrigo Díaz de Vivar
respondió generosamente a la llamada de auxilio de su monarca. En prueba de su
acrisolada lealtad envió un contingente de tropas entre las que figuraba su único
hijo varón: Diego Rodríguez. En cuanto al aragonés, su ayuda llegó tarde.
Por fin, entrado el verano de 1097, las vanguardias almorávides
comienzan
a hacerse presentes en tierras del Reino de Toledo. Teniendo en cuenta
que Calatrava la Vieja era la fortaleza más avanzada del dispositivo estratégico
musulmán, no es de extrañar que el inevitable combate se librará frente a la
plaza castellana más cercana. Consuegra es el objetivo, pues constituye el único
obstáculo de importancia en el camino hacia la capital toledana.
La Batalla de Consuegra (15 de agosto de 1098) es por tanto el segundo
gran combate directo entre los ejércitos, castellano y leonés dirigido
personalmente por Alfonso VI, y el almorávide, comandado en esta ocasión por
Muhammad
ben al-Hach. En el transcurso de la lucha encuentra la muerte el único
hijo varón del Cid y de Doña
Jimena, Diego Rodríguez, cuyos restos fueron trasladados al Monasterio
de San Pedro de Cárdena en Burgos.
Resulta significativo que las crónicas cristianas silencien bastante las
noticias referidas al combate de Consuegra. Sabemos
que la victoria fue para los almorávides y que Alfonso VI estuvo
asediado tras los muros de la fortaleza durante ocho días. El rey Pedro I de
Aragón avanzó hacia Toledo para prestar ayuda a los castellanos y leoneses,
pero el desastre ya se había consumado.
Al fracaso cristiano de Consuegra se le sumaria el de Cuenca, ya que no
debemos olvidar que era el flanco oriental del dispositivo defensivo cristiano.
Los almorávides, dirigidos por Mohamed Ibn Aisha, hijo de Yusuf, derrotan allí
a Alvar Fáñez.
El triunfo de las huestes islámicas es incuestionable. No obstante éstas
no realizan ninguna acción militar de envergadura a posteriori con el objeto de
explotar su éxito de Consuegra. Todo parece apuntar a que las alas del ejército
de Alfonso VI fueron vencidas, sí, pero en absoluto aniquiladas. En definitiva,
a pesar de la derrota, Castilla se había salvado de la invasión y Alfonso VI
regresa a tierras leonesas en octubre de 1097.
En el mes de junio de 1098, diez meses después de la Batalla de
Consuegra, Yusuf ibn Tasfin retornaba a África y se instalaba en Marrakech,
satisfecho por las numerosas conquistas realizadas, a las cuales se añadían
las Islas Baleares que acababan de reconocerle como soberano.
Afortunadamente
para
los manchegos
y para todos los interesados en nuestras gestas medievales, el
Ayuntamiento de Consuegra y el "Teatro del Arte", bajo la coordinación
y Dirección de Don Fernando Rojas, representan anualmente la batalla que tuvo
lugar en las inmediaciones del castillo de aquella localidad toledana y
sanjuanista. Allá cuando los calurosos rigores del ecuador de agosto hacen
mella en la hermosa crestería consaburense, durante
tres días se pueden
contemplar cosas como: la ceremonia ritual mozárabe de vísperas de
guerra, la entrada de las huestes del rey Alfonso VI, escenas de la vida
medieval en guerra y asedio dentro del Castillo, un fonsado castellano, la
ceremonia
fúnebre por la muerte del hijo del Cid o la Danza de
la Muerte. Esta recreación
teatral de la Batalla de Consuegra bien merece un viaje a la villa
hermana para disfrutar, nada más y nada menos,
que de "ocho horas de representaciones continuas y simultáneas
recreadas por 130 personajes".
Y
es que nada hay mejor que rescatar con orgullo nuestra Historia de España y
recrearla en los lugares donde ésta se produjo, como ya se hace en muchos
países europeos y americanos con sus respectivas historias nacionales. Es una
ocasión única para formarnos culturalmente, conocer nuestro pasado y, por
supuesto, generar expectativas en el sector turístico con este tipo de
atractivas iniciativas.
Bibliografía:
•
Abd-allah; Memorias
de Abd Allah, último rey xirí de Granada, destronado por los almorávides.
Trad. y Ed. de Lévi-Provencal y García Gómez. Madrid,
1980.
•
Anónimo; Crónica
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•
Conde, José Antonio; Historia
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1874.
•
Huici Miranda, Ambrosio; Las
grandes batallas de la Reconquista durante las invasiones africanas.
Universidad de Granada. Granada.
2000.
(Estudio y edición facsímil de la del CSIC de
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• Ibn Al-Kardabus; Historia de Al-Andalus. Akal. Madrid, 1986.
•
Jiménez de Rada, Rodrigo; Historia de los hechos de España.
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•
Menéndez Pidal, Ramón; La
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•
Reilly, Bernard F.; El
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IPIET. Salamanca,
1989.
•V.V.A.A.;
Batalla medieval de Consuegra. Un
espectáculo inédito en la frontera de dos reinos.
Políptico informativo editado por el Ayuntamiento de Consuegra (Toledo), 1998.