DIARIO DEL SOLDADO RODRIGUEZ DE CIFUENTES
Historia Ganadora del Primer Premio del Concurso de Relatos de las V Jornadas de Rol en Pinto. (Versión Impresa)

COMENTARIO DEL AUTOR:

A los organizadores de las V Jornadas de Pinto, les debo de agradecer no sólo un trofeo, sino que despertasen en mí, el deseo de escribir. Mi calidad, técnica, y demás cosas que se os ocurran, deja mucho que desear. No obstante, éste fue mi primer relato terminado y al que presenté a un concurso. A partir de entonces, descubrí que podía transmitir mis ideas más facilmente que dibujando (lo cual me cuesta horrores debido a mi lentitud), y ha sido el comienzo de muchos relatos largos (que ya iremos poniendo aqui).

Este relato, está basado en la época de HernánCortés y similares. Son tiempos en que el imperio Español (lider mundial indiscutible en ese siglo), extendía su mano por las tierras aún vírgenes del continente Americano.

Ha sido la primera vez que uso la primera persona para contar una historia (y la última de momento). Me gustó mucho el sistema de diario porque me permitía profundizar más fácilmente en el interior del personajes. Espero que os guste

4 de abril de 1524

Me llamo Ambrosio Rodríguez de Cifuentes. Escribo estas palabras por si algún día me encontrasen muerto para que mi mujer y mi hijo reciban noticias mías. Ruego a Dios que esto no ocurra pero de ser así por favor envíen este diario a Doña Simona Ruarte, mi esposa. Trabaja, junto con su padre, en la posada “Don Gerionte” en las afueras de la Toledo Soy soldado de la primera expedición militar de su Majestades los Reyes Católicos con la misión de investigar las nuevas tierras descubiertas por Cristóbal Colón. Sirvo bajo las órdenes del Sargento Figueroa, un hidalgo venido a menos que trata de conseguir el oro suficiente para regresar a España y recomprar las tierras hace tiempo vendidas por sus antepasados.

Después de un viaje de varios meses, y no libre de algunas bajas por culpa del escorbuto, llegamos a la isla de La Habana. Allí hicimos noche y nos reabastecimos de provisiones para poder continuar hasta las costas de las Américas. En plena línea de playa nos esperan en el fuerte de San Andrés. Hemos dejado nuestra carabela para continuar con “La fortunata”, una pequeña goleta de aspecto ruinoso pero que servirá para recorrer en varios días la distancia que nos separa del continente. El Capitán de la nave, Don Benavente, es un experimentado lobo de mar cuyas arrugas y canas en la cabeza parecen darle más graduación si cabe. Se rumorea que fue marinero junto a Colón en su primera expedición y que decidió quedarse en la isla a cambio del gobierno de esta pobre embarcación. Nos prometió un viaje corto, ya que las leguas a recorrer son escasas, y que en una semana como mucho estaríamos disfrutando de playas y mujeres bonitas. Al Sargento no parecía importarle nada. Su mirada siempre estaba puesta en sus órdenes. Tenía la misión de encontrarse con Hernán Cortés, una vez que llegásemos, para proceder al reabastecimiento de munición de su guarnición, además de montar un fuerte para servir de apoyo frente a los ataques de los indígenas. La misión de Hernán Cortés no era otra que la de avanzar y dar línea de abastecimiento a su lugarteniente D. Pedro de Alvarado que estaba inmerso en la guerra contra los Mayas. No me puedo creer como a estado este Nuevo Mundo rico y fértil sin ser descubierto durante todos estos siglos. ¿Acaso esto es realmente el paraíso?. Aunque no cuelga el oro de los árboles ni he visto todas las maravillas que me contaban los marinos en Sevilla de la isla de La Habana, sigue siendo un jardín del Edén. Pero como toda cosa bella tiene su parte mala. Cada animal, cada planta, cada piedra oculta una trampa mortal para mí y mis compañeros. Dicen que hay serpientes capaces de devorar a un hombre, bestias cuyos ruidos en la noche nos harán mantenernos en vela y frutos malditos que nos provocaran diarreas mortales.

9 de abril de 1524

La “Fortunata” es una embarcación pequeña y ruinosa. Todos los días doy gracias a Dios al despertarme y descubrir que aún seguimos a flote. Es una travesía interminable. Aquí, cuando el calor no te asfixia, lo hacen las lluvias torrenciales que nos obligan a achicar agua de las bodegas hasta caer exhaustos. De vez en cuando descubrimos a manadas de peces siguiendo la estela de nuestra nave. Lo hacen con saltos gráciles y bellos y siempre acaban con chirridos simpáticos. González, un compañero convicto salvado por el reclutamiento, se divierte disparándoles con su arcabuz y profiriéndoles a gritos toda clase de villanías. El Sargento Figueroa disimula ante esa conducta de tan mal gusto ya que sabe que estas distracciones aleja a la tropa del miedo creciente que sentimos todos ante lo desconocido. Por mi parte intento distraerme luchando contra el deterioro de mi coraza y mi espada. La humedad en el aire hace que hasta la coraza más pulida parezca salida del peor barrizal.

10 de abril de 1524

Llevamos ya cinco días de navegación. Hoy no tenemos fuerzas ni para comer. La pasa noche llovió de tal manera que pensábamos que había llegado nuestra hora. A decir verdad muchos dejaron de ayudar en cubierta sujetando las provisiones para rezar y pedir clemencia ante sus pecados pensando en su destino final. Gran parte de las provisiones y municiones se han perdido y hemos empezado a cuestionarnos del éxito de nuestra misión antes siquiera de empezar. Rezo a Dios cuando todos duermen pidiéndole que me deje ver por última vez a mi mujer y a mi hijo.

12 de abril de 1524

Séptimo día de navegación. Oigo rumores en cubierta por parte de los marineros de a bordo. Al parecer ya deberíamos haber llegado pero sin embargo no se divisa ni el menor atisbo de tierra. Por la tarde, y con los nervios a flor de piel, nos ha vuelto la alegría. El vigía ha visto algo. No sabe si son las costas del fuerte de San Antonio o por el contrario nos hemos desviado. No ha querido ser relevado, dice que él cree ver algo a lo lejos pero no puede precisar el qué. Por la noche, le subí algo de cenar y hacerle compañía. Desde allí arriba el mar parece tragarte. Quise hablar con el vigía pero él sigue mirando al horizonte como hechizado. Bajé del mástil con mareos por cómo se movía no sin antes echarle una mirada a aquello que se veía en el horizonte. Allí, a lo lejos, con el reflejo de la luna, se podía ver una pequeña línea oscura a lo lejos que no podía ser otra cosa que tierra firme. Volví a mi camarote y me dispuse a empaquetar todas mis pertenencias ya que mañana llegaríamos a tierra.

13 de abril de 1524

Octavo día. Ya es mediodía y seguimos sin haber llegado a la costa. Algunos marineros y soldados murmuran en voz baja cuando ven al Capitán y al Sargento hablar entre ellos. El peligro de una revuelta con la clase de tripulación y tropa militar era claro. La tensión que se respiraba era tan grande que parecía que cualquier llama de los candiles bastaba para hacer arder la cubierta. El agua empieza a escasear.

15 de abril de 1524

Décimo día. Unas diarreas me han tenido en cama dos días. El médico de la tropa ha estado ocupado mucho estos días. Varios compañeros han sufrido como yo el agua en mal estado de uno de los toneles. González ha muerto a latigazos tras liderar un intento de motín a bordo apoyado por los marineros y algunos soldados. Reclamaban que el barco diese la vuelta y que nos abasteciésemos de las provisiones destinadas para la guarnición de Hernán Cortés. El Sargento hizo infructuoso el intento con los soldados que le somos fieles y a puesto guardias en las bodegas. Está dispuesto a que no falte ni una tinaja de provisiones cueste lo que cueste. El vigía ha tenido que ser relevado tras desmayarse mientras seguía arriba en el mástil. Mientras le llevaban al camarote gemía en su delirio que había visto cómo desaparecía y aparecía la tierra del horizonte. Por la noche cuando se sentó junto a nosotros a cenar la poca carne salada que nos quedaba nos miró a todos con ojos endemoniados y nos aseguró que de este barco no saldríamos con vida ninguno. Muchos se santiguaron y se fueron a dormir sin acabar la cena.

16 de abril de 1524

Día once de navegación. Esta mañana el miedo se ha adueñado de la tripulación. El vigía ha desaparecido. Lo más seguro que en su locura se haya tirado por la borda mientras dormíamos pero los guardias de cubierta aseguran no haberle visto. Temo que mis propios compañeros hayan acabado con su vida. La línea oscura, que parecía ser tierra en el horizonte, ha desaparecido por completo. El mar nos rodea totalmente y empiezo a creer que el vigía vio algo que no nos dijo a nadie.

En la tripulación se encuentra un indígena que hace ahora de guía. Se llama Megiztoa. Es de aspecto frágil pero a la vez parece inmune a este calor. Se pasea con un escaso trozo de tela tapándole sus partes pudientes y con un montón de collares llenos de piedrecitas de la zona. A pesar de su salvaje procedencia es un miembro respetado por los marineros del barco. Se comenta que es brujo y que ha veces realiza ritos extraños. No obstante es un buen navegante y por tanto un miembro imprescindible.

Esta tarde el Sargento Figueroa ha castigado con quince latigazos a uno de los marineros que intentó entrar en la bodega para robar vino. No lo mató porque sabe que, con medio tonel de agua en mal estado que nos queda, pronto tendremos que usar las provisiones de la misión. No obstante su castigo no fue en vano. Esta noche sirvieron durante la cena dos garrafas de vino que ha servido para subir la moral de la tropa. Mientras todos bebían y comían observé como el Capitán y el Sargento hablaban con Megiztoa acaloradamente.

17 de abril de 1524.

Día doce de navegación. Mi querida Simona. Si te llegan estas palabras quiero que sepas que te he amado siempre a ti y a nuestro hijo Felipe. Sí, lo considero nuestro hijo a pesar de no ser de mi sangre. Sólo quiero decirte que la vergüenza de mi honor mancillado que me hizo alejarme de ti parece sólo una mancha más en mi camisa sucia comparada con lo mucho que os añoro. Hoy, al despertarnos ha desaparecido el cocinero y los guardias de la bodega. No hay rastro de ellos ni de sangre, por lo que se descarta que los hayan matado mientras dormían. Quien sabe con cuantos asesinos convivo en este barco, pero lo que sí es seguro es que ninguno de nosotros se irá a la cama sin su puñal a mano. El Capitán D. Benavente no ha aparecido en todo el día por cubierta. Creo que teme un nuevo motín. Pero lo que no sabe es que el hambre y la sed no nos dejan fuerzas para nada. La cubierta parece una pocilga y el mal olor de los hombres preocupa al médico por si surgiera alguna epidemia.

18 de abril de 1524.

Día trece de navegación. Hoy te escribo con la certeza de que no regresaré nunca más. Estoy herido y confinado en mi camarote y Dios sabe qué destino me espera. Esta mañana, al ir a avisar al Capitán de que la línea oscura en el horizonte había vuelto a aparecer, descubrieron que no estaba. Buscaron por todo el barco pero sin éxito. El miedo se apoderó de los marineros y parte de los soldados y ha habido un motín a bordo. Luché junto a mi Sargento y otros 20 soldados para repelerlos. Fue una batalla sangrienta que finalmente se resolvió a favor de los amotinados. Figueroa fue herido de muerte y a estas horas estará sirviendo de pasto para los peces. El único que se ausentó de la lucha fue el vigía Megiztoa. Lleva todo el día en lo alto del mástil con la mirada fija en esa línea oscura. No obstante las bajas han sido tan numerosas en ambos bandos que ni siquiera han apresado a la mayoría. Simplemente les han perdonado la vida a cambio de ser fieles al motín. En mi caso, y al ser completamente inútil por la herida de espada en mi costado, me han confinado en el camarote del difunto Sargento. En cierta forma me alegro de estar aquí ya que si algo detesto es ver la mirada de desesperación de mis compañeros.

Se han abierto todas las provisiones destinadas para Hernán Cortés. Resulta que lo único que no eran armas y munición eran dos toneles de vino de los cuales uno ya se está acabando a estas alturas. La sed mezclada con el alcohol será nuestra tumba seguramente. Ya no existen distinciones entre marineros y tropa. Al escasear el personal todos realizan labores a bordo. Las imprescindibles para navegar, porque no hay fuerzas ni ánimos para nada más.

19 de abril de 1524

Día Catorce de navegación. Esta noche, después de una tormenta terrible que ha estado a punto de hundir a la “Fortunata” se ha hecho recuento de bajas. De treinta hombres que quedaban tras el motín han desaparecido diez, incluido el médico. Megiztoa ha gritado como loco que la línea oscura se hacía más grande y que venía hacia nosotros. No pudimos saber más, pues al bajar del mástil se tropezó y murió sobre cubierta. Los doce marineros que quedan murmuraban que esto era el peor presagio de sus vidas y han declinado totalmente gobernar el barco. Permanecen sentados en cubierta viendo cómo uno de los soldados trata de manejar el timón.

Me siento enfermo y cansado. No sé si se me ha infectado la herida. No se ocupan ya ni de llevarme vino para beber algo. Creo que piensan que es una pérdida de tiempo.

Abril de 1524

Estimada Simona. Te escribo esto porque son mis últimas palabras con certeza.

No sé cuantos días he pasado con fiebres, sé que han sido varios puesto que la barba me ha espesado bastante. Me he despertado en el camarote bastante débil pero con ganas de respirar aire fresco a pesar del dolor de mi herida. Cuando he salido a cubierta el espectáculo ha sido como visitar el infierno. Ha debido de producirse algún tipo de incendio puesto que hay varias partes del barco quemadas. El mástil principal está roto y las velas destrozadas. No he encontrado a nadie en todo el barco. Estoy completamente solo. Quiero que sepas que os deseo a ti y a nuestro hijo la mayor de las suertes. Siento mucho no haber regresado a casa con riquezas y posesiones para asegurar nuestro futuro… de hecho siento mucho no poder regresar siquiera como mendigo. En el barco he encontrado algo de ron en una botella que escondía el Capitán en su camarote. Con ella a mi lado he decido sentarme en cubierta y escribirte hasta que llegue mi hora. La calma es tremenda. No se oye ni siquiera las olas. El mar parece cada vez más oscuro y quieto. ..

…Algo ha rozado el barco. No sé muy bien contarlo pero parece grande. Siento miedo pero me he asomado como he podido a estribor y lo que he visto me ha dejado helado. Una mancha oscura cuyo límite no alcanzo a ver ha llegado hasta el barco. No parece ser tierra firme pero tampoco uno de los monstruos que relatan en las cantinas. Parece totalmente liso y se extiende por varias leguas hasta perderlo de vista. Increíblemente flota sobre el mar y su superficie, seca como las tierras de Castilla, pero pulida como la mejor de las espadas es terroríficamente amenazadora. Después de intentar comerme los pergaminos de navegación para darme fuerzas he resuelto investigarla más profundamente. Si lo que me depara es la muerte la prefiero a ir viéndome morir poco apoco tratando de adivinar qué será antes si la infección, el hambre o la sed. Con el catalejo del vigía que encontré he vislumbrado un saliente dentro de esa enorme mancha negra. De hecho juraría que durante unos momentos vi una luz brillar dentro de él. No sé si me traicionan mis ojos nublados por la necesidad pero voy pronto a descubrirlo. Recojo todas mis notas y las meteré dentro de la botella de ron con la esperanza que el mar las lleve a donde nosotros no pudimos llegar. Con Dios como único testigo procederé a descubrir esa extraña tierra, monstruo o maravilla de la naturaleza que se encuentra frente a mi barco. Probé que aguantase mi peso echándole unos fardos y ni siquiera se tambaleó. Eso me ha hecho casi descartar que sea una criatura, pero al ver la luz de nuevo en el saliente que descubrí a varias leguas, temo haber despertado a algo o a alguien. Aún así procedo a realizar quizás el mayor descubrimiento de la historia que puede que haga palidecer al de Colón. Adiós familia mía.

<Este diario fue encontrado en 1972, dentro de una vieja botella de ron, en las costas de Cuba por unos niños que jugaban en la playa>

Autor Ambrosio Sánchez (volver a menú de relatos)

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