—¡Qué lindo elefantito tienes! —dije, prendido entre mis dedos
el animalito que colgaba de tu cuello, mientras te tomaba la presión
arterial.
—Es de marfil —dijiste, como dándole valor económico y desechando
el sentimental.
—Eres hipertensa —dije—. Tienes cien por sesenta.
—Yo creí que era al revés —dijiste y me sonreíste
como sólo tú sabes hacerlo.
—¿Por qué? —dije, como para contestar algo.
—Porque me suben oleadas de calor por todo el cuerpo —dijiste.
—Estamos en marzo y es la época más calurosa del año
—dije.
—No importa —dijiste—. A mí todo el año me suben oleadas
de calor.
—Entonces es otra cosa. No es el tiempo, sino que es por dentro.
—Bayunco —dijiste y me tomaste del cuello para besarme.
—¡Qué precioso elefantito me has regalado! —dijiste, viéndolo
bien cerquita de tus ojos, mientras te tomaba la presión arterial.
—Es de cristal —dije, como para recalcarte que mi amor era tan puro como
el dije.
—Me duele el brazo —dijiste.
—Será por la operación —dije, y detuve con la garganta dos
lágrimas que venían a la carrera.
—También me duele el pecho —dijiste—, y cuando me acaricias el seno
que aún conservo, siento también sensación en el amputado
—dijiste.
—Son olas de calor —dije, recordando la plática de veinte años
antes.
—Bayunco —dijiste, y apretaste mis manos fuertemente contra tus labios.
—Tráeme todos los elefantitos que me has regalado —dijiste, mientras
te ponía la inyección anticancerosa en la vena.
—No caben en la cama —dije, y te besé los ojos moribundos, dejándote
prendidas en los párpados, las lágrimas que no pudieron detenerse.
—Me duelen los pulmones —dijiste, y cerraste los ojos dulcemente.
—Debe ser la inyección —dije, mientras extraía la aguja lentamente.
—Siento que todo me da vueltas —dijiste—, como cuando hacíamos el
amor en la playa.
—Es que cada vez que te toco,
o que siento tu aliento o que rozo tu piel, hacemos el amor
—dije, besándote tiernamente en la boca.
—Bayunco —dijiste, y dándome la lengua, cerraste los ojos para siempre.