DIJE, DIJISTE
 
I

     —¡Qué lindo elefantito tienes! —dije, prendido entre mis dedos el animalito que colgaba de tu cuello, mientras te tomaba la presión arterial.
     —Es de marfil —dijiste, como dándole valor económico y desechando el sentimental.
     —Eres hipertensa —dije—. Tienes cien por sesenta.
     —Yo creí que era al revés —dijiste y me sonreíste como sólo tú sabes hacerlo.
     —¿Por qué? —dije, como para contestar algo.
     —Porque me suben oleadas de calor por todo el cuerpo —dijiste.
     —Estamos en marzo y es la época más calurosa del año —dije.
     —No importa —dijiste—. A mí todo el año me suben oleadas de calor.
     —Entonces es otra cosa. No es el tiempo, sino que es por dentro.
     —Bayunco —dijiste y me tomaste del cuello para besarme.


II

    —¡Qué precioso elefantito me has regalado! —dijiste, viéndolo bien cerquita de tus ojos, mientras te tomaba la presión arterial.
     —Es de cristal —dije, como para recalcarte que mi amor era tan puro como el dije.
     —Me duele el brazo —dijiste.
     —Será por la operación —dije, y detuve con la garganta dos lágrimas que venían a la carrera.
     —También me duele el pecho —dijiste—, y cuando me acaricias el seno que aún conservo, siento también sensación en el amputado —dijiste.
     —Son olas de calor —dije, recordando la plática de veinte años antes.
     —Bayunco —dijiste, y apretaste mis manos fuertemente contra tus labios. 

III

     —Tráeme todos los elefantitos que me has regalado —dijiste, mientras te ponía la inyección anticancerosa en la vena.
     —No caben en la cama —dije, y te besé los ojos moribundos, dejándote prendidas en los párpados, las lágrimas que no pudieron detenerse.
     —Me duelen los pulmones —dijiste, y cerraste los ojos dulcemente.
     —Debe ser la inyección —dije, mientras extraía la aguja lentamente.
     —Siento que todo me da vueltas —dijiste—, como cuando hacíamos el amor en la playa.
     —Es  que  cada  vez  que  te  toco,  o  que  siento tu aliento o que rozo tu piel, hacemos el amor —dije, besándote tiernamente en la boca.
     —Bayunco —dijiste, y dándome la lengua, cerraste los ojos para siempre.