La emergencia de la Lectura y la Lectura en emergencia
Mempo Giardinelli
Todos aquí sabemos en qué estado está nuestra Argentina.
Algunos más perplejos que otros, más furiosos que otros,
o más dispuestos a resistir que otros, creo que todos sentimos que
es increíble que estemos viviendo tan horroroso presente en este
tierra fantástica, rica hasta la exageración pero saqueada
groseramente, con alevosía y ventaja. En ese contexto, vengo a hablar
con ustedes este mediodía como un argentino más, que padece
lo mismo que cualquiera y que, como espero que muchos de ustedes, o todos
ustedes, se dispone a protagonizar jornadas decisivas. Porque el desastre
que vivimos, para el que la palabra crisis ya quedó chiquita, nos
impone hacer un formidable ejercicio de imaginación y de audacia
intelectual para rearmar de alguna manera la esperanza y acompañar
la marcha de un pueblo —el nuestro— que en diciembre pasado despertó
de una larga siesta y ahí anda ahora, enloquecido de furia, desordenado
y sin dirección, pero nuevamente en marcha. Yo creo que los docentes
argentinos, los intelectuales, los que trabajamos con libros en las manos
y sabemos del beneficio magistral de la lectura, tenemos muchísimo
que hacer en esta marcha. Tenemos una tarea fabulosa por delante, y de
ella vengo a hablar. Porque por estar adormecidos nos hemos dejado saquear
de la manera más feroz. ¿Cómo voy a hablarles, entonces,
de estrategias de promoción de la lectura, si acá todavía
no sabemos si vamos a tener un país en el que aplicar esas estrategias?
Tenemos que encontrar las salidas en pleno derrumbe, las soluciones
en la desesperanza, las vías de recuperación en medio del
escepticismo, la confusión y el miedo. Porque no es verdad que este
país no tiene remedio ni que la única salida es Ezeiza. Es
hora ya de terminar con esas autoagresiones feroces. Es hora de entender
que como sociedad debemos afrontar de una vez la construcción de
un futuro posible y vivible, y eso es perfectamente posible porque depende
de nosotros mismos. Yo no quiero ser de los que apaguen la luz cuando desaparezca
esta nación, pero sobre todo sigo pensando que esta nación
no va a desaparecer. La emergencia es terrible, terminal, es cierto, pero
todavía depende de nosotros. Y si depende de nosotros es que todavía
algo podemos hacer y somos muchos los dispuestos a hacerlo.
Es bueno reconocer las causas del presente, y ésa es tarea
principal nuestra, de gentes como ustedes y como yo. Es urgente reconocer
que es verdad que la Argentina es víctima de los modos más
perversos de la economía mundial, y sin dudas el Fondo Monetario
Internacional tiene una enorme responsabilidad en lo que nos ha sucedido
porque chichoneó a dictadores y ladrones, y a todos les dijo que
eran buenos muchachos, a unos porque eran Cruzados contra el comunismo
y a otros porque eran Cruzados contra el macroestado. Pero nosotros como
pueblo no estamos exentos de culpa, porque unos y otros Cruzados fueron
nuestros, salieron de nuestras entrañas y se formaron en las mismas
escuelas que ustedes y que yo. Nosotros, los argentinos, tenemos una enorme
responsabilidad en la tragedia contemporánea. Y si no cambiamos,
no tendremos remedio.
No es cuestión de rasgarse ahora las vestiduras. No se
trata de andar acusándose los unos a los otros, o autojustificándose
como la mitad de los argentinos que votaron lo que votaron y ahora dicen
“yo no lo voté”. De lo que se trata es de frenar de una vez a la
bestia de la ignorancia que creció en esta sociedad y que hace que,
por ejemplo, haya tantos incautos que sienten nostalgia de los dictadores
o del Señor Feudal de La Rioja y su pandilla de mafiosos. Y la única
manera de parar a esa bestia es con más y mejor educación,
con mucha y mejor lectura.
En la gravísima emergencia que vivimos, más que
nunca es evidente que una de las causas internas del desastre es el deterioro
de la Educación y la Lectura. Por años, por décadas,
se destrozó la educación pública mientras era irrefrenable
la contumacia del sistema audiovisual nacional. Así caímos
por los despeñaderos del analfabetismo y el abandono de la lectura.
Las consecuencias están a la vista.
Ahora mismo, el Fondo Monetario Internacional nos está
diciendo que es mejor ser brutos. No exagero: en un reciente informe del
Fondo Monetario Internacional, publicado la semana pasada, se habla de
que nuestro país ha recibido durante décadas lo que ellos
llaman una “sobreeducación”, que es fuente, dicen, de muchos problemas.
Porque los pueblos sobreeducados, dicen, tienen expectativas demasiado
elevadas, superiores a las que puede brindarle la realidad económica
y social en que se desenvuelven. El problema, además, es que cuando
el pueblo ha sido sobreeducado resulta ser inconformista, cuestionador
y, claro, nunca deja de buscar mejores niveles de vida, lo cual provoca,
entre otras cosas, problemas de desempleo y subempleo, conflictos migratorios
y no sé qué más...
¿Ustedes se dan cuenta de lo que significa este nuevo
eufemismo cretino? “Sobreeducación”. Significa que un pueblo “sobreeducado”
(como se supone que somos nosotros, los argentinos) es cuestionador y protestón,
y por lo tanto exige mejorar su nivel de vida. Habráse visto...
Entonces —dicen los genios desalmados del Fondo— mejor hacer
que sean brutos, que las nuevas generaciones resulten en un pueblo subeducado.
O sea más manso y manipulable, porque ellos suponen que los ignorantes
son mansos y manipulables. No han andado estos señores por el conurbano
bonaerense, evidentemente, ni por las periferias de nuestras capitales
de provincia... Pero ellos proponen profundizar la ignorancia, con la misma
necedad con que proponen más ajuste. “Basta de sobreeducación,
mejor subeducar” es el mensaje de estos sinvergüenzas de la economía
mundial...
Bueno, ellos tuvieron y siguen teniendo gerentes entre nosotros.
Están en la Casa Rosada, en el Parlamento, en el Palacio de Justicia,
en casi todos los economistas al servicio de Bancos y empresas, y en todos
los Bancos y casi todas las empresas, y también en las organizaciones
empresariales y en las organizaciones sindicales. Eso es el Sistema, ése
es el Contubernio que nos gobierna cambiando a uno por otro pero siendo
siempre los mismos. Hace cuarenta o más años que son los
mismos, y hace cuarenta o más años que el gran edificio de
la educación pública argentina empezó a desmoronarse.
Estas urgencias, creo yo, no pueden dejar de decirse. Les ruego
me disculpen, pero me parece que no tiene sentido hablar de estrategias
de lectura, despojadas del contexto. Cuando se te está incendiando
el living no podés ponerte a ordenar el dormitorio...
Por supuesto que es urgente recuperar la pasión por la
lectura e inculcarla como lo que es: un acto de amor supremo, generoso,
encantador y formativo. No es una tarea imposible, ni depende (como muchos
creen) del precio de los libros. Hay muchísima gente en la Argentina
que por encima del desastre, está empeñada en esta batalla
desde hace largo tiempo. Somos muchos los que resistimos, lejos del poder
y de los que dictan políticas y se encandilan con modas. Somos muchos
los que trabajamos en el interior del país impulsando estas docencias
fundamentales, silenciosas, paridas en la conciencia de que no hay peor
violencia cultural que el embrutecimiento que se produce cuando no se lee.
Basta mirar alrededor, basta ver con ojo crítico el propio patio
interior, el bestiario lleno de sonidos y furias que es hoy cualquier calle,
cualquier barrio, incluso cualquier escuela de la Argentina. Basta ver
la necedad de los que mandan, esos civilizados de mentirita que se están
pudriendo en su propia podredumbre.
Hoy la sociedad está agobiada y sumida en el desaliento
y la desesperación, pero resiste. Y mientras una sociedad resiste,
está viva. Yo recorro el país, amigas y amigos, y puedo asegurarles
que la realidad no es como muestra la tele porteña, donde se pregona
que se desinflaron las asambleas y que nos estamos desmovilizando.
Hay evidencias formidables de la resistencia cultural, y hay
una amplísima variedad de recursos que los argentinos tenemos para
resistir. En el campo de la Lectura es asombrosa la cantidad de programas
en marcha, como es notable la conciencia que se ha formado alrededor de
su necesidad. En el Chaco tenemos un Programa de Abuelas Cuenta Cuentos
que es pionero en la Argentina, y todos los años hacemos un Foro
Internacional que es ya un hito en la materia. Hemos creado la primera
cátedra de Pedagogía de la Lectura y tenemos libros publicados
en los que se da cuenta de esta nueva preceptiva. Miles de docentes del
Nordeste Argentino, y del país todo, participan de esta fiesta anual
desde 1996. Su onda expansiva se evidencia, en primer término, en
la Lectura como valor represtigiado; y enseguida en la persistencia de
los planes de lectura que se llevan a cabo en escuelas y bibliotecas.
Muchísimos docentes argentinos se han convertido en militantes
de esta causa. Son miles los que por encima de miserias salariales siguen
sus vocaciones y se perfeccionan, se capacitan, leen y estudian porque
saben que cuando en calles y esquinas los chicos y chicas se suicidan lentamente
con cerveza y cocaína, eso no es “un asunto de ellos”. Esos son
asuntos completamente nuestros y el libro puede y debe ser nuestro instrumento.
Una buena novela de Julio Verne, una de Puig, de Youcenar o de Soriano
marcarán siempre senderos de salud mental. Un poema de Orozco o
de Gelman siempre cauterizarán las heridas del alma, las llagas
de los necios. Un ensayo de Kovadloff o de Sarlo, un cuento de Blaisten
o de Cabal, o del inolvidable Cortázar, siempre nos salvarán
de la pobreza. Como cualquier diccionario, por modesto que sea, porque
un diccionario es como un bolsillo lleno de oro y a la mano.
Los maestros deberían volver a esa amistad. ¡Ah,
cómo me gustaría que los maestros se preocuparan más
por el diccionario que tienen y por los libros y los diarios que leer,
que por puntajes y presentismos! Porque de una vez hay que sacudirse las
dictaduras de los burócratas y de los sindicalistas, ¿no
les parece? Y porque más allá de la perversidad del sistema
y de esta crisis maldita que padecemos, y que nos enfurece y agobia, la
primera misión del maestro es estar por encima de la circunstancia;
el maestro tiene la obligación de saber mirar más allá
y por encima del momento presente, aunque el presente lo desespere. El
maestro no debe quedarse en el instante, sino que tiene la obligación
de pensar en el futuro, del que es custodio. El maestro jamás debe
contribuir al pánico general; al contrario, debe contribuir a calmar
los ánimos. El maestro debe trabajar por la razón y no fogonear
la confusión. Y para la razón y el entendimiento, para aclarar
y orientar, para eso están los libros.
Es evidente que la educación pública argentina,
de tradición integradora de inmigrantes y cultivadora de un sentimiento
nacional progresista, ha sido desplazada por un economicismo suicida que
nos ha convertido primero en una especie de narcocalifato de negocios e
impunidad y luego en un infierno experimental de la economía especulativa.
Cualquier argentino puede añadirle sus propias experiencias a esta
aseveración pero casi todos tenemos la sensación cabal del
retroceso. Con los maestros argentinos ayunando o en huelga semipermanente,
con la escuela pública al borde de la destrucción total,
la autonomía universitaria y la gratuidad de la enseñanza
amenazadas y el persistente recorte de recursos para la investigación,
¿cómo vamos a levantar este país que amamos?
Es común escuchar, en cualquier conversación, este
punto de acuerdo básico: “La solución de todos los problemas
argentinos pasa por la educación”. Ah, muy bien, pero el acuerdo
se mediatiza enseguida cuando se advierte que los procesos educacionales
son muy lentos, demoran años y mucha inversión y, claro,
las urgencias de la coyuntura etcétera, etcétera... El sistema
educativo argentino, por décadas, tuvo un desarrollo notable, importante,
formador de generaciones de hombres y mujeres que dieron lo mejor que tuvo
nuestro país. Ese prestigio es alto todavía, y cualquier
familia sabe que si el futuro está en algún lado es en la
educación de sus hijos. No hay clase social que no lo estime así
y que no valore y desee que sus descendientes crezcan en base al conocimiento
por encima de cualesquiera otros valores. Pero a pesar de todo ello la
Educación viene siendo la gran postergada a la hora de las decisiones.
Y las dirigencias políticas y económicas avanzan en su paulatina
destrucción y ya vimos cómo en el Fondo Monetario Internacional
se planea embrutecernos más aún.
De Menem para acá, todos los hombres del poder han llegado
a considerar, y lo hacen de modo cada vez más recurrente y empecinado,
el virtual cierre de las universidades públicas. Ahí está
el auge de los “estudios” sobre la posible privatización de áreas,
el gerenciamiento universitario, los arancelamientos encubiertos y el evidente
deterioro de los presupuestos educativos que amenazan lisa y llanamente
el funcionamiento universitario. Han convertido a la universidad pública
en una fábrica de chicos que buscan “salida laboral”, esa fórmula
canalla. La universidad no está para dar salidas laborales, la universidad
está para enseñar a pensar, para el conocimiento y el saber
universal, para indagar el mundo y discutirlo. No para que preparemos futuros
empleados idóneos para las empresas del sistema global.
Hay que plantarse en lo logrado y defenderlo a rajacincha, y
aún más: hay que exigir que la Universidad Pública
y Gratuita sea el bastión de la resistencia cultural en la Argentina,
para lo cual es urgente y es tarea de todos exigir que se acaben los ajustes,
a la vez que se profundicen valores esenciales como la gratuidad de la
enseñanza en todos los niveles. Es el único camino para seguir
siendo una nación: mantener una educación solidaria, igualadora,
no racista, no clasista y que enseñe a pensar y a cuestionar. Y
gratuita. Sólo así se alcanzará la revolución
democrática y pacífica que necesitamos los argentinos. Exigiendo
lo que hay que exigir, como el aumento de los presupuestos educativos del
Estado y el urgente redimensionamiento de los salarios docentes.
Todo debe analizarse y debatirse con pluralidad y pasión,
de una buena vez, y descartando todo tipo de intereses sectoriales. Debe
anteponerse el principio del interés educativo por sobre los intereses
sindicales, magisteriales, políticos o financieros. Esto es fundamental,
y no se piense, por favor, que esto no tiene que ver con la promoción
de la lectura... Porque, ¿saben qué? En el contexto de lo
que vengo diciendo, el problema es que se lee poco, cada vez menos, y que
quienes ejercen el poder son decididamente pésimos lectores y por
ende gentes muy ignorantes, y aunque la mayoría puedan ser profesionales
con estudios universitarios es obivo que se embrutecieron con los años
y tanto pragmatismo. Este vicio maldito de la no lectura es lo que echa
a perder todas las posibilidades de la modernidad en la Argentina. Es lo
que dificulta los cambios y fortalece la improvisación. Y arraiga
la necedad en los ignorantes, por supuesto.
No es inocente esta reflexión sobre los resultados destructivos
de la fobia a la lectura. Del pueblo otrora orgullosamente culto que fuimos,
hoy quedan solamente restos de soberbia (en el mejor de los casos recuerdos
de aquellas glorias del saber y el conocimiento) y una masiva ignorancia
en materia de mundo, de tecnología e investigación científica.
Y la razón de ello reside, en gran medida, en el hecho de que dejamos
de ser un pueblo lector como alguna vez fuimos. Dejamos de ser una nación
entregada a la maravillosa curiosidad del conocimiento.
Aquella fama de cultos, de la que alguna vez gozamos los argentinos,
se hizo trizas en un par de generaciones. Poco más de tres décadas
de autoritarismo, intolerancia y oscurantismo (pienso desde Onganía
hasta ahora) nos cambiaron totalmente: éramos un país casi
sin analfabetos, pero hoy estamos rodeados de analfabetos funcionales.
El campo educativo es el que menos ha importado a los sucesivos gobiernos
y es el sector al que más se castigó. Hoy por lo menos un
cuarto de la población argentina lee y escribe de modo primitivo
y apenas funcional. Basta recorrer las periferias urbanas, basta adentrarse
en lo que queda del viejo mundo agrario, basta profundizar temas y cuestionamientos
con ciudadanos y ciudadanas de cualquier ciudad y actividad. Cuando ni
siquiera hay cifras oficiales confiables, datos extraoficiales publicados
en varios diarios, en 1989, indicaban que el 22% de la población
argentina podía ser considerada analfabeta funcional. No quiero
ni imaginar la cifra de este primer año del Siglo XXI. Todos sabemos
que el analfabetismo ha crecido dramáticamente entre nosotros. Por
eso no existen datos oficiales sobre alfabetización y analfabetismo
en la Argentina. Lo cual es escandaloso y ruin. Por eso ni siquiera se
hace un Censo Nacional como se debiera en la Argentina. Y cuando se hace,
como en noviembre pasado, se lo emparcha aquí y allá y lo
cierto es que aún no se conocen los verdaderos índices de
analfabetismo, provincia por provincia. Y eso no es casual. Porque los
que gobiernan saben que sus resultados serán vergonzosos y además
les conviene mantener incluso la ignorancia acerca de la ignorancia. Pueden
llenarse la boca hablando de Sarmiento, pero son la nulidad del pensamiento
y la acción sarmientinos.
La lectura no ha dejado de deslizarse por la pendiente: en los
años ‘50 los argentinos leían 2.8 libros por habitante/año;
a mediados de los ‘90 bajamos a sólo 1.2 libros por habitante/año.
Hoy quién sabe, me atrevo a decir que debemos estar por debajo de
la unidad. La reciente Encuesta Nacional de Lectura —ENL— (que realizó
el Ministerio de Educación entre 2.400 casos en todas las provincias
argentinas, entre febrero y marzo de 2001) demostró que el 41% de
la población lee entre 1 y 4 libros por año, mientras que
el 36% no lee ninguno. La ENL demuestra que el 40% de los encuestados admite
que “en el pasado leía con más frecuencia que ahora”, mientras
que el 44% dice que no puede comprar libros. Además, el 46% nunca
va a librerías y el 71% jamás concurre a bibliotecas. En
contraste, mira televisión “todos o casi todos los días”
el 78% de la población. Y de ese total más del 80% mira entre
una y cuatro horas a la semana.
Sí, hemos perdido esa costumbre de la libertad y la inteligencia.
Leer —digo— como trabajo intelectual: entendiendo, interpretando. Eso es
lo que necesitamos. Porque vivimos en un mundo en el que los signos ya
no están solamente escritos; están en movimiento y lo zarandean
todo. Hoy la televisión e Internet imponen discursos muchas veces
difíciles de entender, o sospechosamente demasiado fáciles.
Y casi siempre, autoritarios y embrutecedores. Basta escuchar el lenguaje
coloquial de los argentinos, que se ha empobrecido hasta límites
no sólo de indefensión sino de incomunicación. Lo
vemos en las clases dirigentes, que no saben lo que dicen, que hablan de
una cosa pero en realidad se refieren a otra, que practican el doble discurso,
o sea la mentira y la confusión como estrategia. Y no me refiero
solamente a las dirigencias políticas sino también a las
sectoriales: los dirigentes sindicales, empresariales, militares, deportivos
e incluso confesionales, hoy en día, hablan muy mal, con lenguaje
muy pobre. Y yo quiero recordar aquí que las consecuencias del eufemismo,
la mentira y la corrupción del lenguaje no son otra cosa que abre
caminos hacia formas de corrupción lisa y llana.
Este es un problema central para nosotros. Es un problema gravitacional
porque nos han embrutecido la República para sostenerse en el poder.
Entonces debemos resistir. Necesitamos cambiar. Necesitamos hacer una revolución
dentro de la democracia y la Constitución. Una revolución
democrática y convencidamente no violenta, basada en el saber y
el conocimiento.
Tenemos mucho que hacer al respecto. Debemos recuperar la lectura
de diarios en las escuelas, debemos volver a los libros, que son nuestro
amigo más fiel, el único que supera al perro porque ni siquiera
nos exige alimento a cambio. El libro solamente nos da. El libro es nutricio
y generoso como una madre. Solo los estúpidos no lo entienden, igual
que los que no leen por necios, por empecinados en la ignorancia, por pobres
de alma. Como suelen ser los corruptos, los venales, los chorros por más
discretos que sean y por mucho traje y corbata que se pongan.
Es menester, es urgente, que la lectura vuelva a ser una preocupación
central de la sociedad, y en eso tienen muchísimo que ver el Magisterio
Argentino y la nueva Pedagogía de la Lectura. Se trata de restablecer
la amistad superior entre la inteligencia y el libro. De recuperar el amor
y el buen trato a nuestra lengua. De remozar las viejas cortesías
elementales (decir gracias, pedir por favor, prescindir de la grosería
como estilo coloquial argentino). Para que nuestro pueblo sea consciente
de lo que dice y se lance a corregir las ferocidades de este tiempo de
depredación educativa que se vive en las calles, las familias e
incluso en las escuelas.
Y no crean que estoy haciendo solamente una enumeración
de buenas intenciones. La emergencia de la lectura es todo uno con el país
en emergencia que es la Argentina de hoy. Por lo tanto, trabajar por el
Fomento del Libro y la Lectura es trabajar por la Educación como
razón de Estado. Porque no hay educación sin Estado. No hay
educación posible sin un Estado Responsable que la organice, la
oriente y la dirija de acuerdo a los verdaderos y siempre vigentes intereses
nacionales. La Educación, con la Salud, son las dos misiones básicas
de todo Estado. Y decir esto no es una antigüedad. Mienten los supuestos
modernizadores al servicio de la Banca Mundial cuando nos quieren hacer
creer que la función del Estado puede ser reemplazada. Eso es mentira.
Cuando el Estado Argentino fundaba escuelas y uniformaba con guardapolvos
blancos a niñas y niños de todo el país, cualesquiera
fuesen sus orígenes y condiciones sociales, la Argentina no sólo
crecía en posibilidades y talentos sino también en su autoestima.
Cuando el Estado Argentino se ocupaba de que los maestros fueran respetados
referentes sociales en cada pueblo y en toda la campiña, y esos
maestros podían vivir dignamente de sus salarios, este país
acumulaba una reserva de energía formidable. Por eso el orgullo
consistía en ir a las escuelas públicas, que eran las que
daban la mejor educación porque sólo los repitentes, los
burros y los hijos de ricos —pero vagos— iban a las escuelas privadas.
Aquella Educación Pública Gratuita, Solidaria,
Igualadora, No Racista, No Clasista y que enseñaba a pensar, a cuestionar
y a tener criterio propio: todo eso es lo que debemos recuperar y para
ello primero hay que saber que es perfectamente posible recuperarlo. Es
parte de la Resistencia Cultural y Educativa que muchos argentinos estamos
llevando a cabo en estos años en que la Argentina entra en quiebra.
Hay que empezar, pues, por ahí. Por luchar por el cambio
de la asignación presupuestaria. Y para eso hay que remover a los
gerentes. Y para eso hay que profundizar la revolución democrática
y pacífica que los argentinos iniciamos en diciembre pasado.
Hacer Cultura es resistir. Hacer Leer es resistir. En eso estamos
y estamos a tiempo, y ¿saben por qué? Porque todavía
el cambio en este país depende de nosotros. De ustedes, de mí,
depende de cada uno de nosotros. Y en eso consisten la oportunidad y la
esperanza. Muchas gracias.
*** Texto leído en el cierre del 5º Congreso de Promoción
de la Lectura. 28º. Feria Internacional del Libro. Buenos Aires, 21
de abril de 2002.