La mentira de AMIA
Trastrocamiento
total y acabado: trece años después, la matanza de
la AMIA ha devenido en un circuito infernal de magnas distorsiones.
Ahora, resulta que es un “gran triunfo” que el Presidente
cargue contra Menem y Corach y prometa que no parará hasta
“llegar a la verdad”.
Por
Pepe Eliaschev
www.perfil.com, 16 de julio de 2007
Trastrocamiento
total y acabado: trece años después, la matanza de
la AMIA ha devenido en un circuito infernal de magnas distorsiones.
Ahora, resulta que es un “gran triunfo” que el Presidente
cargue contra Menem y Corach y prometa que no parará hasta
“llegar a la verdad”. En la misma sintonía, desde
la comunidad judía manifiestan complacencia y alivio asombrosos
para con la actitud de Kirchner, como si lo principal de aquel ataque
terrorista fuesen las responsabilidades de los gobiernos en la investigación
de la tragedia, que dejó 85 muertos como saldo principal,
aunque no único.
Hace años, ya, que no se habla del ataque propiamente dicho.
Es curioso: ha sido la comunidad judía, o al menos sus núcleos
directivos actuales, tanto institucionales como autónomos,
quienes más han abrazado la centralidad del llamado “encubrimiento”
en toda la causa, no del crimen propiamente dicho.
La verdad es que pocos años después del ataque de
1994, la temática de ataque terrorista ya se había
casi evaporado de la preocupación comunitaria. Cobró
primacía, por el contrario, lo que se describe como complicidad
u omisión, hechos posteriores cuyo esclarecimiento, en el
peor de los casos, no revelará nada sobre los autores materiales
e intelectuales del ataque.
La beligerancia retórica del actual gobierno se concentra
en las denunciadas responsabilidades menemistas desde el 18 de julio
de 1994. Nunca llegaron a decir, claro, que el letal coche bomba
fue armado y despachado por esbirros de Menem, pero estuvieron cerca
de la imputación.
El conocimiento, profundización y esclarecimiento del episodio
puntual fueron relegados a un segundo plano, muy subalterno.
Mientras que los grandes episodios de terror islamista en Nueva
York, Madrid y Londres han sido inexorable y exitosamente develados,
y los juicios consecuentes establecieron culpas y administraron
castigos, en la Argentina, una vez más, fuimos diferentes.
Aquí nos embriagamos divagando sobre complots domésticos
y conspiraciones locales, hipotéticamente imaginables desde
luego, pero a condición de que no anulen u opaquen la centralidad
absoluta del crimen realmente cometido.
Se ha procedido de una manera singular en estas latitudes: 13 años
después de aquella matanza monumental, sus responsables directos
jamás fueron molestados, pero nuestro Presidente sigue “advirtiéndole”
a la República Islámica de Irán que intentará
que la Interpol ratifique su pedido de captura a seis diplomáticos
de ese país acusados de participar en el hecho.
Impresiona el desinterés objetivo con que el fenómeno
terrorista es considerado en este país: sabemos y escuchamos
más de Menem, Corach y Galeano que de la matriz organizativa,
financiera e ideológica de la que nacieron y desde la cual
actuaron los atacantes de la AMIA.
Hay en la Argentina, incluso, un ilustrado mundo intelectual judío
de perfil progresista, que parece sentir remordimientos o temores
a la hora de condenar de manera clara, sin ambigüedades y con
la energía necesaria al terrorismo fundamentalista, como
si temieran herir susceptibilidades islámicas.
¿Imaginarán que así estarían “criminalizando”
protestas legítimas, o que satanizarían a justos combatientes
marginados por la maldad capitalista y que sólo atinan a
reaccionar contra la explotación y la maldad infinita de
Occidente?
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Tras
los ataques a la embajada israelí en Buenos Aires de marzo
de 1992 y a la AMIA de julio de 1994, se implantó con éxito
la fantasía maligna del autoatentado: los-judíos-se-pusieron-la-bomba-ellos-mismos-para-victimizarse-y-“capitalizar”-el-episodio.
Esta afirmación ganó espacio en medios, taxis y tertulias
varias. La idea de que “estalló el arsenal de los judíos”
acepta dos versiones, una generada desde la vieja derecha antisemita
y otra desde el “progresismo” antisionista, concentrada
en falencias y complicidades posteriores a los hechos, pero que
objetivamente retacea o directamente anula la pavorosa primacía
de los 107 homicidios (22 en la calle Arroyo, 85 en la calle Pasteur).
Se ha reanimado lo que el subdirector del Corriere della Sera, Pierluigi
Battista, denomina “la fiesta complotística”.
Al describir la actitud de quienes “llevan leña al
fuego de la conspiración universal, la conjura sionista-imperialista
que se escondería detrás de la colosal mistificación
construida para los medios internacionales por órdenes de
la banda de Bush”, el periodista italiano no duda en advertir
lo que puede suceder en Occidente al aproximarse el sexto aniversario
de los atentados de Nueva York y Washington: “Está
operando ya el colorido conjunto de los negacionistas, en el que
la derecha y la izquierda no existen más, pero persiste sólo
un inextinguible odio por Occidente y por los judíos, a los
que, último velo de pudor todavía no eliminado del
extremismo ideológico, se los llama ‘sionistas’”.
Nada muy diferente, entonces, de lo que acontece por estas latitudes,
aunque el caso argentino es particularmente grave, porque gobiernos
y jueces jamás pusieron sus manos sobre nadie y –encima–
la formidable campaña para deshacer la investigación
permitió que un tribunal exculpara y devolviera a sus negocios
habituales a sujetos como el reducidor de autos Telleldín
y el policía Ribelli, vinculados con la preparación
del 18 de julio de 1994.
Hemos sufrido todas las derrotas y no tenemos ninguna victoria.
Seguimos entretenidos con los 400.000 pesos pagados a un informante,
mientras que los terroristas ya deben tener nietos.
Mucha gente se engaña, e incluso hasta los propios familiares
de las víctimas de la AMIA parecen confundidos. Renunciar
a la centralidad del hecho, para entretenerse con complicidades
en todo caso menores y –además– nunca probadas,
es la mejor manera de condenar a esos 85 crímenes a la impunidad
más absoluta, consecuencia directa de ilusionarse con promesas
del oportunismo político gobernante, que sólo pretende
cobrarse en especie un rentable discurso antimenemista desautorizado
por sus alineamientos verdaderos de los años 90.
A los gritos y desnudos: así estamos, en vísperas
de un nuevo 18-J. Que la AMIA invite para el acto público
proverbial de la calle Pasteur a una corajuda y lúcida catalana,
Pilar Rahola, para explicarnos qué es y cómo funciona
el terrorismo islamista revela la oscuridad e incertidumbres propias.
De ella, de su firmeza, habría que aprender, claro, para
sacar las conclusiones justas, porque el otro camino es seguir equivocándose.
Pero en la Argentina también hay voces, pocas es cierto,
capaces de conjugar verdad y coraje, para terminar con una farsa
que alimenta la única impunidad grave, la que permite que
los asesinos hayan zafado con tanta comodidad.
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