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Félix Sautié

 

Nada autoriza al odio ni al rencor

Queridos lectores, en la actualidad en el medio habanero en que me desenvuelvo estamos viviendo unos momentos de debates y análisis realizados a través de vías alternativas, porque localmente los medios de información no dan espacios para estos asuntos. Esta ola de debates ha tenido sus chispas y sus momentos de silencio en los últimos tiempos. De seguro los que se dedican a escribir la historia habrán de referirse a los hechos a partir de una periodización adecuada; por tanto, no ocuparé el espacio de que dispongo para abundar sobre estas cuestiones de fechas y orígenes, porque pienso que lo más importante es explicarles desde mi punto de vista de implicado directo en estos trajines, los problemas y las esencias que están detrás de las causas y las motivaciones que en estos momentos tan especiales para la Historia de Cuba laten dentro del alma de nuestra Nación.

Sí mis queridos lectores, son momentos muy especiales que no se van a repetir: Estamos dentro de un verdadero estado de inflexión, lo que desde hace algún tiempo he venido anunciando por los medios y vías a mi alcance, pero ahora ya ha comenzado a manifestarse específicamente. 

Como es lógico, los que nos dedicamos al pensamiento y al mundo de las ideas, en estas circunstancias nos ponemos en ebullición, por explicarlo con algún símil. Realmente se está debatiendo con todas las implicaciones que eso conlleva en una sociedad cerrada como la nuestra. El diálogo, quiéranlo o no los que pretenden negarlo o plantean que no es el momento, ha comenzado. Quizás de una forma no adecuada, pero las cosas de la vida en ocasiones nos sorprenden. Lo importante es que ha llegado un momento de decirnos las cosas claramente. Sobre todo aquello que durante muchos años lo hemos estado repitiendo en voz baja a los íntimos en nuestras casas y demás lugares que nos ofrecen confianza y tranquilidad. Estamos en instantes en que las segundas caras, las opiniones formales y sin contenido y sobre todo la doble moral que durante años nos ha invadido por todas partes, hay que dejarlas a un lado para opinar en bien del presente y del futuro. Decir con lo que estamos de acuerdo y con los que no estamos de acuerdo. Dejar a un lado el triunfalismo y la autocomplacencia, así como a los discursos repetitivos de cosas que todos sabemos y con las que muchos en sus esencias concordamos, pero que en la realidad se comportan de una forma muy distinta a la que se expresa en la teoría. Todo lo que el pueblo con sus angustias, sus sentimientos y sus criterios hace tiempo nos lo viene diciendo. 

Algunos años atrás escribí una crónica precisamente para El Puerto Información, con el título Lo que se conversa dentro de un almendrón (palabra con que en La Habana se denomina a los taxis particulares que funcionan con viejos autos norteamericanos) publicada el domingo 31 de marzo de 2002. Lamentablemente, dentro de este proceso que se ha ido iniciando, algunos no han entendido su verdadera importancia ni el dramatismo de la situación y han comenzado a azuzar los rencores y los odios que se ocupan más de los pases de cuenta personales que del análisis de las cosas que se han de resolver para el bien de todos y del futuro de nuestros hijos y nietos. Es por eso que me planteo con mucha fuerza un concepto muy cristiano derivado del amor que todo lo espera, todo lo puede y todo lo alcanza al decir de San Pablo y planteo que ninguna situación social ni económica autoriza, al odio, a la soberbia ni al rencor. Próximamente continuaré con estos temas.