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Pero
no nos ajustaríamos del todo a la verdad si hablásemos solamente
de la fortuna de los Anchorena. Interesa señalar que hasta la cuarta
y quinta generación, la familia no hacía ostentación
de su riqueza. Ordenados, prudentes en el manejo de los bienes, con una vida
cotidiana más bien ascética, en la que la conducta estaba regida
por un ferviente catolicismo y una laboriosa atención de los asuntos
familiares y los negocios particulares, los Anchorena no tuvieron 'personajes
novelescos' -como en tantos casos de la aristocracia europea- hasta la década
del '80. Hasta ese momento, dice Carretero, habían 'acumulado' fortuna.
Empezaron a gastarla cuando se instauró la costumbre de viajar a Europa,
donde se daban el lujo de prestar dinero a un príncipe español
o a un noble francés. El primer dandy de los Anchorena, en la década
del '80, fue Fabián Gómez y Anchorena, nieto de Mariano Nicolás.
Hasta su aparición -cuenta Sebreli- no había habido excentricidades
ni amor romántico, porque el amor en la familia se había reducido
al matrimonio con pares de la misma clase social
Pero
Fabián -quien se había criado con su abuela materna, doña
Estanislada, viuda de Nicolás de Anchorena- cedió al desenfreno
cuando a los 19 años se enamoró de una cantante de ópera
mucho mayor que él, Josefina Gavotti, de 40 años. A pesar
de la oposición de su abuela, Fabián logró casarse
en la parroquia de la Merced, con la bendición -obligada- del padre
Bazán. Y cosas de una época -que se parecen a un folletín
de Hollywood- doña Estanislada lo mandó encarcelar en plena
luna de miel.
Fabián
logró salir de la cárcel y viajó a Florencia con
su mujer, pero antes de que finalizara 1870 se enteró de que había
sido engañado por la cantante, quien había estado casada
previamente con un personaje de apellido Fiori y él mismo consiguió
la anulación papal de su matrimonio.
Solo,
en Europa, comenzaron sus verdaderas andanzas de dandy: según Sebreli,
su fortuna en aquel entonces, superaba los setenta millones de pesos de
la época.
A la muerte de su abuela, se negó a destinar parte de la herencia
a la Iglesia, prefiriendo fuese a parar a un hospital o al asilo de mendigos.
En 1874 se vinculó en París con la nobleza española
exiliada y se hizo amigo de Alfonso XII, también afecto a las diversiones.
Cuando Alfonso fue nombrado rey, Fabián -quien había ayudado
a la causa alfonsinista con un cheque en blanco- obtuvo un título
de conde. Son muchas las anécdotas que se cuentan de este personaje
excéntrico, que llegó a casarse con una marquesa madrileña,
Catalina de Henestrosa, de quien enviudó. Por ejemplo, se cuenta
que desde su yate, durante las fiestas, arrojaba la vajilla de oro al
mar, o que en Madrid, institucionalizó la limosna, a tal punto
que los mendigos acudían a una oficina a cobrar un jornal.
Amigo
del Príncipe de Orange, pretendiente al trono de Holanda, se cuenta
que en una ocasión dio una fiesta al príncipe con 22 platos
para fiambres preparados por un cocinero ruso. Sin embargo, tanta fastuosidad
no logró sobrevivir a la crisis de los '90. El más notorio
transgresor de los varones Anchorena del siglo pasado terminó su
vida triste y oscura, lisiado, en un pueblito de Santiago del Estero,
donde murió en 1918.
También
a partir de la cuarta y quinta generación se levantan en Buenos
Aires los famosos palacios Anchorena que se construyen sobre el modelo
del 'petit hotel' francés. Fundadores del barrio Norte -en un comienzo
sus casas ocupaban la actual zona de la city porteña, en las calles
San Martín, Reconquista y Corrientes, los palacios más espectaculares
se levantaron frente a la Plaza San Martín. En Maipú y Arenales
se construyó en 1904 uno de estilo de estado francés, que
Nicolás Hugo Anchorena y su mujer Mercedes Castellanos regalaron
a su propia hija Matilde en ocasión de su boda con Carlos Ortiz
Basualdo. El palacio se conservó hasta 1969, en que fue demolido.
Hasta los últimos días vivieron allí los Verstraeten
Anchorena, hijos del segundo matrimonio de Matilde.
En
1906 comenzó a levantarse el segundo el palacio Paz Anchorena,
también en Plaza San Martín, cuando Aarón Anchorena
se casó con Zelmira Paz, propiedad que luego fue adquirida por
el Círculo Militar.
Terminado en 1908 costó 4.500.000 pesos. Proyectado en Francia
por el arquitecto Sortais e inspirado en el palacio del Louvre, los detalles
interiores de boisserie tallada, pintada al laqué y oro son, entre
otros tantos similares, memorables. En los momentos de mayor apogeo, el
palacio Paz Anchorena llegó a tener sesenta personas para servir
comidas de diez platos con sus consiguientes vinos.
Otro
palacio Anchorena, situado en Arenales, Esmeralda y Basavilbaso, vivienda
de los tres hermanos de Matilde: Aarón, Emilio y Enrique, de reminiscencias
ligeramente neobarrocas y exquisitos detalles en la construcción
y decoración, fue adquirido en 1936 por el Ministerio de Relaciones
Exteriores.
Las
primeras décadas de este siglo pusieron en escena a dos personajes
de la familia Anchorena unidos por el apellido y separados -ostensiblemente-
por su conducta. Uno de ellos bien podría ser considerado -como dice
Sebreli- un play boy de los años locos. Se trata de Aarón, nieto
de don Nicolás Anchorena, quien vivió buena parte de su vida
en París, recorriendo Europa. Destacado militante de los primeros y
deportivos viajes en globo.
En
1907 trajo a Buenos Aires el primero al que bautizó el Pampero
y estrenó con Jorge Newbery un 25 de diciembre. Con el Pampero
bajó Aarón en la barra de San Juan, en el Uruguay, a 25
kilómetros de la Colonia del Sacramento. Allí hizo construir
al año siguiente una de las estancias más espléndidas
de ambas orillas, conocida como 'El Vaticano', con 60 dormitorios y treinta
cuartos de baño. Fue legada por Aarón al gobierno uruguayo
para, según se dijo, no dejársela a sus herederos.
Revista
Noticias, 2 de enero de 1994. Investigación: Camilo Aldao, Alex
Millberg, Silvana Iglesias y Gabriela Grosso.
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