LA MEDIACIÓN FAMILIAR: UNA NUEVA CONCEPCIÓN DE LA FAMILIA

Qué es la Mediación Familiar


Hace algunas semanas Antonio Pino me invitó amablemente a realizar una contribución a vuestra asociación. Nuestro contacto comenzó, o casi, como no podía ser de otro modo, a raíz de un conflicto familiar. Yo más bien diría que se trataba de una disputa familiar, y supongo que esto he de aclararlo para que no parezca un pretencioso juego de palabras. La disputa es la cara visible del conflicto. El conflicto es algo más profundo. Algo que casi nunca emerge porque no se lo permitimos. El conflicto, tan denostado en nuestra sociedad, es irremediable, es un componente básico del cambio social. Hubo tiempos en que la Sociología era la ciencia del consenso social. Y por eso era tan pobre. Al introducir el conflicto como elemento consustancial de análisis de la realidad se enriqueció notablemente. La disputa, decía, es la cara visible del conflicto. Pero es en manejar esa apariencia, esa cara visible, en lo que dedicamos tiempo, dinero, esfuerzo y sufrimiento. Rara vez somos radicales. Radical, en su sentido etimológico, es ir a la raíz de las cosas. Pero casi siempre nos quedamos en la superficie, donde habitualmente se mueven los más débiles, los más visibles, los que no disponen de refugios donde ocultarse mientras escampa el temporal.

 

Por la naturaleza de la publicación en la que recogéis vuestras inquietudes no quiero entrar en una disquisición académica sobre la Mediación Familiar. Ya veis que escribo con mayúscula los dos términos de la expresión. Y no es casualidad. Mediación en mayúsculas porque, más que un procedimiento, más que una intervención, más que una técnica, es un movimiento social. Un nuevo movimiento social que tiene como pilar básico la creencia profunda en que las personas somos capaces de manejar nuestros conflictos de forma pacífica. Siempre, claro, que se nos dé la oportunidad de hacerlo. Familiar con mayúscula, no porque se reivindique desde este movimiento preeminencia alguna para la familia como institución. Es solo que se reconoce el fundamental papel que juega en nuestra sociedad y porque se entiende que no adopta una única forma. Sería más correcto hablar de familias que de familia.

 

Hay, como en cualquier actividad o campo de conocimiento, montones de definiciones. Como suele decirse de otras áreas, tantas definiciones como personas mediadoras. El origen académico de las personas que a esto nos dedicamos no es único. Y muchas creemos que no debería serlo. La Mediación tiene tanto de arte como de ciencia. No se ajusta a recetas. Solo se le exige que sea autocrítica con su propia práctica. Que sea reflexiva. Que esté abierta al cambio.

 

De todas las definiciones que en un momento u otro he leído u oído sobre la Mediación Familiar la que más me ha gustado sin duda es la de Lenard Marlow, un conocido mediador familiar norteamericano que viene a decir que es un procedimiento imperfecto, realizado por una persona imperfecta, que ayuda a dos personas imperfectas, a alcanzar un acuerdo imperfecto, en un mundo imperfecto. La imperfección es la característica dominante de la Mediación. Y su mayor atractivo.

 

Por eso de que hay tantas mediaciones como personas mediadoras habrá quien cuestione este principio básico que yo asumo como precondición del “éxito” de las mediaciones. Su progresiva regulación, su institucionalización sin duda la convertirán en otro procedimiento estandarizado, aplicado de modo irreflexivo y acrítico, como una forma más de ganarse la vida. El día en que sea solo profesión habrá perdido su potencial. Pero es tan reciente entre nosotros que los apasionados con ella todavía nos la creemos. Aún creemos en sus potencialidades, que no son otras que las de las personas que participan en un proceso mediador.

 

En Mediación Familiar, pese a lo que se afirme sobre su supuesta neutralidad, hay preconcepciones, hay valores, hay creencias, hay prejuicios. Cómo, me pregunto, va a mediar del mismo modo un cristiano que un ateo. Hace tiempo que no nos creemos que todos los jueces juzguen del mismo modo ante “idénticas” circunstancias. Nunca son las circunstancias idénticas, aunque la Justicia haga como que lo son. La valencia personal de cada uno está implícita en cada una de sus decisiones. A las personas que mediamos nos pasa igual. Por eso no siempre utilizamos los mismos procedimientos, ni en el mismo orden, ni bajo los mismos supuestos, ni con los mismos fines.

 

Pero el mayor logro de la Mediación es, a mi entender, que se pone a sí misma entre paréntesis de modo permanente. Las personas somos machistas, o feministas o hembristas. O somos una u otra cosa en función de las circunstancias. Más que “ser” de algún modo, “estamos” de algún modo. La Mediación no es ni machista, ni feminista, ni hembrista. O intenta no serlo. El único requisito básico para mediar es que las personas en conflicto decidan voluntariamente hacerlo. Y decidan hacerlo sin agredirse, sin intentar hundir al otro. Con el compromiso de escuchar activamente lo que la otra persona tiene que contarnos. Y eso vale para todas las partes que forman parte de una mediación; mediador incluido, naturalmente.

 

La Mediación Familiar no juzga, ni sanciona, ni impone soluciones estadandarizadas. Ni siquiera hace recomendaciones o sugerencias, ni da consejos. Si dos personas fueron libres para unirse han de serlo para dejar de estar juntas. Y aquí, idealmente, nadie más que las propias partes debería tomar decisiones. Son ellas las que van a vivir con un acuerdo. Son ellas las que deben parirlo. Todos y todas estamos cansados de ver criaturas con malformaciones que la Justicia está acostumbrada a parir. Pese a sus buenas intenciones en la mayoría de los casos. La Justicia es rígida. Se basa en la jurisprudencia y el conocimiento supuestamente experto. Se dice ciega, pero no se comporta como las personas ciegas, que adaptan su paso y su caminar a la naturaleza del terreno. La Justicia parece no conocer más que un tipo de territorio. Sobre él ha diseñado un mapa inamovible. Ha terminado confundiendo el uno con el otro. La Justicia, que debería ser un servicio público, ha devenido un Poder. Y de ahí su rotundo fracaso.

 

En Mediación Familiar no nos importa si la gente está unida por vínculo matrimonial, canónico o de hecho. No creemos que “familia” sea solamente esa institución compuesta por un padre y una madre unidos por vínculo matrimonial y sus hijos e hijas. Son familias las nucleares, las extensas, las reconstituidas, las monoparentales, las que se establecen entre personas del mismo sexo, las que tienen hijos e hijas, las que no… Familia es, en Mediación Familiar, al menos en la concepción que yo tengo de la misma, el resultado de la unión voluntaria de personas que han decidido compartir un proyecto de vida. Pero no por tiempo indefinido. O sí. Eso dependerá de cada familia, no de lo que determinen terceros ajenos a ella.

 

La Mediación Familiar es, en fin, la relación que se establece entre dos o más personas que viven un conflicto y que quieren resolverlo sin agredirse, sin pretensiones de “ganar” una batalla, y una tercera persona, o varias, que ayudan a esas otras a construir puentes de comunicación, para que, por sí mismas, lleguen a tomar las decisiones que les permitirán reorganizar sus vidas en el futuro sin cargar con estigmas y sin hacer de la ruptura una cruzada de por vida. Cuando hay hijos e hijas se convierten, aunque normalmente no asistan, en el centro de la Mediación. No porque no cuenten las partes, sino porque, habitualmente, esa es también la preocupación máxima de las mismas. Aunque sabemos lo habitual que es utilizar a los menores como armas arrojadizas. La Mediación Familiar considera que la familia no se rompe tras la ruptura. No al menos cuando hay hijos e hijas. Se puede recuperar el estado civil, pero nunca se dejará de ser padre o madre. Aunque mejor debiéramos decir padre-y-madre, porque conservar la relación, aunque de otro tipo, parece más que necesario para esos menores que durante un tiempo los han visto a ambos como uno solo. Y si durante un tiempo estos papeles se jugaron al unísono, tras la ruptura también deberían funcionar así, aunque este interjuego adopte otras reglas o cambie el terreno de juego.

 

A quién va dirigida la Mediación Familiar

 

La Mediación Familiar, en su acepción más restringida, está dirigida a las personas unidas en pareja que han decidido poner fin a su relación pero deben seguir relacionándose por una u otra razón; habitualmente, los hijos e hijas. Parte de la idea, como decía antes, de que la pareja se rompe, pero no la familia. Considera que, sobre todo, la ruptura, como la unión, son procesos que implican emociones, por lo que no puede tratársela solo como la disolución de un contrato. Considera que no hay una verdad universal aplicable a todas las parejas. Cada pareja vive su verdad. Por eso es responsabilidad de ella buscar sus propias soluciones a los problemas, sin dejar que terceras personas ajenas al conflicto decidan por ellas. Más que con derechos, se trabaja con necesidades e intereses. Más que decisiones “justas” se trabaja con opciones y alternativas personalizadas.

 

Una versión más amplia contempla que la familia es un sistema, en el que además de los miembros de la pareja y sus hijos e hijas, cuando los hay, forman parte del mismo otras personas que pueden contribuir a solucionar, o eternizar, el conflicto entre las partes. Por ello son las partes en conflicto las que deben decidir quiénes participarán en la mediación. El mediador ayuda a las partes a determinar quiénes son esas otras personas que pueden contribuir a la gestión del conflicto, pero no tiene poder, como el árbitro o el juez, para decidir quién participará. En algunos casos solo participan los miembros de la familia nuclear. En otros ni siquiera acuden los hijos e hijas. En otros es conveniente, si las partes así lo deciden, que participen también abuelos y abuelas, otros familiares y personas próximas, los abogados de ambos o las nuevas parejas de uno o ambos miembros. Todas estas personas van a seguir manteniendo una relación posterior con las partes y sus hijos e hijas, por lo que resulta más que conveniente que participen para evitar recelos, miedos y posteriores complicaciones. Pero, insisto, decidir quién ha de participar es, como casi todo, responsabilidad de las partes. La persona mediadora es solo responsable de conducir el proceso. De no tomar partido. De trabajar para todos los que participen en la mediación, especialmente para la pareja y los menores.

 

Qué ventajas presenta la Mediación Familiar

 

Sin duda muchas. De entrada, es un proceso rápido. Si existe la predisposición necesaria, si se trabaja con espíritu colaborador, las partes pueden llegar a un acuerdo en pocas horas. El procedimiento no se alarga innecesariamente. Si el mediador considera que las partes están empantanadas no los entretiene. En ocasiones las mediaciones terminan y las partes vuelven al sistema de Justicia. Por eso no es correcto el término “alternativo” para este tipo de procedimientos. La verdad es que la alternativa a la gestión de conflictos debería ser la Justicia. Hablar debería ser la primera opción.

 

Es un proceso económico. Los servicios gratuitos de Mediación Familiar que empiezan a extenderse por todo el estado permiten a las partes, cuando llegan a un acuerdo, contratar a un único abogado, lo que abarata los costes de la ruptura. Cuando deciden acudir a una mediación privada, se cobra por el tiempo que utilizan las partes para alcanzar ese acuerdo. Y, como decía antes, no se alarga el proceso indefinidamente. Las partes saben que disponen de un tiempo determinado para lograr un acuerdo. Trabajar con esos límites les ayuda a centrarse en los problemas dejando al margen los reproches, las atribuciones de culpabilidad y las agresiones.

 

La Mediación Familiar fomenta la coparentalidad. No parte de preconcepciones a propósito de quién es la persona más indicada para ejercer la custodia. Es más, yo procuro incluso no mencionar términos jurídicos. Prefiero hablar, por ejemplo, de tiempo compartido con los y las menores en lugar de régimen de visitas. La persona más indicada será la que ambos consideren que lo es en función de sus circunstancias personales, no de una adscripción automática en función del género. Cuando cada progenitor, por la distinta adjudicación de roles sociales, se ha ocupado de una parte de los cuidados, la Mediación Familiar se presenta como una oportunidad para enriquecer esa relación. La ruptura, aunque dolorosa siempre, se presenta como una oportunidad de cambio. Lo que no se hizo antes por una u otra razón puede hacerse ahora.

 

La Mediación Familiar reduce la conflictividad de la pareja. Numerosos estudios han puesto de manifiesto que lo que más dolor provoca en los y las menores no es tanto la ruptura en sí como la relación conflictiva de los progenitores. Muchos menores son huérfanos. Muchos otros ven poco a su padre o su madre por razones de trabajo. Esas situaciones no generan automáticamente malestar psicológico en los menores. La adaptación de los y las menores a esta nueva situación depende en mayor medida del comportamiento de sus padres que de factores psicológicos de los propios menores. Los dos primeros años tras la ruptura son cruciales. Si esta se gestiona civilizadamente la ruptura no será más que uno de los muchos cambios que toda persona ha de afrontar en su vida.

 

Espero haber contribuido a explicar de modo sencillo qué es la Mediación Familiar y cuáles son sus ventajas con respecto a los procedimientos litigiosos. Con mucho gusto explicaré más detalles del procedimiento si a vuestra asociación le interesa conocer más sobre el mismo. En cualquier caso quiero ponerme a vuestra disposición para contestar a vuestras preguntas o resolver vuestras dudas, si os surgen. Para ello podéis contactar conmigo a través de Antonio, o directamente escribiéndome a la dirección de correo electrónico que os dejo o llamándome por teléfono.

Un saludo.

Blas R. Hermoso Rico

Mediador Familiar

adrmediacion@hotmail.com

Tf. 615 55 22 84