Esta tierra nuestra, Extremadura, es bella, como una rosa de
primavera. Y es cruel, como las espinas de la rosa. Hasta el río
Guadiana se nos acerca ocultándose, temeroso, de cripta en cripta, de
atajo en atajo, entre las sombras de las entrañas de la tierra. Pero se
torna ancho, no más avistar los valles de la Serena, donde ahora, en
nuestro tiempo, van dejando atrás lagos profundos, que acarician y
fecundan nuestros campos secos y erizados; las grandes dehesas, casi
señoríos, donde los celosos guardas de bigotes retorcidos velaban, día
y noche, para que los pobres no pudieran hurtar ni una brizna de hierba.
Esta tierra de abundancia es mísera, porque es de unos cuantos o,
perdida entre los montes, solitaria; para que no sea de los pobres, es de
nadie...
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