Trotsky:
el profeta vencido
Por
Juan Pablo Fusi
El País, España (06/11/04, 06.26 horas)
Judío,
arrogante, culto, excelente escritor, orador fulgurante, Trotsky
fue una personalidad formidable: el mejor líder que la revolución
haya producido jamás, en palabras de A. J. P. Taylor. Fue
el organizador de la toma del poder en la revolución comunista
rusa de octubre de 1917 y el creador, enseguida, del Ejército
Rojo, el principal instrumento en la consolidación del régimen
soviético y fundamento del nuevo patriotismo sobre el que
éste se asentaría.
Pero
Trotsky fue también un héroe trágico, shakespeariano.
Tras siete años en el corazón del poder (1917-1924),
Trotsky fue apartado desde 1925 de todos sus cargos, exiliado primero
a Alma Ata en Kazajstán, y expulsado después, en 1929,
de la Unión Soviética, borrado literalmente de la
historia por el rencor implacable de Stalin y objeto de una persecución
inaudita, que culminaría con su asesinato en 1940 y con la
eliminación física, paralelamente, de casi todos sus
antiguos colaboradores en la URSS, incluidos miembros de su propia
familia: su primera mujer, Alexandra; su hijo Sergei; tal vez su
otro hijo, León, muerto en 1938 en un hospital de París
en circunstancias sospechosas.
Desde
1925, si no desde antes, Trotsky disintió, en efecto, del
curso que seguía la revolución comunista: poder autocrático
de Stalin, burocratización creciente del partido comunista
ruso, instrumentalización de los partidos comunistas en todo
el mundo al servicio de los intereses de la URSS. Ésa fue
sin duda su aportación definitiva al debate sobre el comunismo:
ver en el estalinismo la degeneración burocrática
de la revolución, el estalinismo como la revolución
traicionada.
Un
tema enorme: el fracaso del comunismo significó la derrota
de la izquierda revolucionaria en el siglo XX. La cuestión
es, pues, saber si la historia hubiera sido diferente si Trotsky
y no Stalin se hubiera hecho con el poder en la URSS, si ésta
se hubiera construido como un régimen trotskista, y no estalinista.
Pues
bien; primero, las posibilidades de Trotsky de hacerse con el poder
a la muerte de Lenin (1924) fueron siempre escasas. Trotsky era
una personalidad solitaria. Desinteresado en la gestión ordinaria
del partido, apenas si asistía a las reuniones de los órganos
de dirección del mismo: no entendió que la clave del
poder en la URSS estaba precisamente en el control de la secretaría
del Partido Comunista. Su tesis más conocida y característica,
la revolución permanente, era mucho menos coherente con las
necesidades de reconstrucción de Rusia tras la I Guerra Mundial,
caída del zarismo, triunfo de la revolución, guerra
civil y guerra ruso-polaca, todo lo cual aconteció entre
1914 y 1920, que la tesis de Stalin del "socialismo en un solo
país", esto es, la transformación desde arriba
de la URSS en un gigante industrial y militar. Trotsky era notoriamente
judío (aunque asimilado): era poco menos que impensable que
un judío gobernase en Rusia, dado el intenso antisemitismo
del país. Su carácter dominante, su excesiva arrogancia
-Lunatcharsky diría que Trotsky se veía a sí
mismo como el aristócrata de la revolución- y su superioridad
intelectual intimidaban: reforzaron sin duda su aislamiento en el
aparato del poder soviético.
Segundo,
Trotsky disintió del estalinismo. Pero entre 1917 y 1924
contribuyó, con Lenin y el resto de los dirigentes comunistas,
a crear el sistema y la estructura de poder que hicieron posible
el estalinismo. Fue Trotsky quien en ocasión memorable, a
las pocas horas del triunfo de la revolución, apuntilló
a los socialistas moderados, a los mencheviques. Bajo su mando,
el Ejército Rojo ganó la guerra civil y la guerra
ruso-polaca; pero, al hilo de la guerra civil, ese Ejército
eliminó a los anarquistas y luego, en 1921, aplastó
la rebelión de los marineros de la base naval de Kronstadt,
uno de los símbolos de la revolución de 1917, sublevados
ahora por la gravísima situación creada por el régimen
comunista en apenas tres años de existencia. Para el historiador
E. H. Carr, Trotsky era por temperamento y ambición el más
dictatorial de los líderes comunistas. Apenas un mes después
de la Revolución de Octubre, Gorky escribió ya que
"Lenin y Trotsky no tienen la menor idea del significado de
la libertad o de los Derechos del Hombre. Están ya envenenados
por el sucio veneno del poder, y esto se ve en su vergonzosa actitud
hacia la libertad de expresión, el individuo y todas las
demás libertades civiles por las que la democracia luchó".
Apartado del poder y expulsado de la URSS, Trotsky apelaría
continuamente a un retorno al comunismo de 1917 y a la "democracia
de los trabajadores", es decir, a la reafirmación de
la esencia del programa y las ideas bolcheviques. Precisamente,
el programa y las ideas bolcheviques de 1917 -partido único,
nacionalización de bancos, minas, ferrocarriles, empresas,
comercio exterior e interior, socialización de la tierra
y la propiedad privada...- llevaron inevitablemente a la dictadura.
Los comunistas restablecieron de inmediato, en 1917 y 1918, la policía
política y la pena de muerte; reconstruyeron el Ejército,
disolvieron la Asamblea Constituyente, prohibieron primero los partidos
de la derecha y centro, y enseguida todos los demás (socialdemocrátas,
agraristas...), ejecutaron a la familia real y abrieron ya campos
de concentración. La primera purga interna del partido, que
afectó a unos 100.000 militantes, tuvo lugar en 1921, años
antes de que Stalin se hiciera con el poder. Trotsky se identificó
con toda aquella política: como Lenin, defendió el
terror rojo, la represión y, con ello, la dictadura económica,
la militarización de fábricas y trabajadores, el encarcelamiento
de huelguistas, absentistas y saboteadores del trabajo.
La
trágica grandeza de Trotsky se fraguó después:
en su vida en el exilio, en su combate contra el estalinismo sin
más armas que su personalidad, sus libros y su labor propagandística,
tarea a la que se dedicó con energía torrencial y
admirable serenidad, como un hombre poseído ya de la conciencia
de su lugar trascendente en la historia. Su Autobiografía,
La revolución rusa y Lecciones de octubre revelaron el pulso
indudable de Trotsky como escritor; los numerosísimos artículos
y folletos de combate que publicó entre 1930 y 1940 mostraron,
sin embargo, el dogmatismo de su pensamiento:obsesión enfermiza
con el estalinismo, y tópicas y apocalípticas advertencias
sobre el colapso del capitalismo como teoría del fascismo.
Expulsado
de la URSS, Trotsky se exilió primero en Turquía y
luego en Francia y Noruega, y por fin en México. Un grupo
nazi asaltó su casa en Noruega; pistoleros comunistas mandados
por el pintor Siqueiros ametrallaron su residencia en México.
La muerte de su hijo León en 1938 le destrozó. Exiliado
y perseguido, se reconcilió con su condición judía
y, pese a su internacionalismo, pareció interesarse al final
por la dramática suerte de su pueblo. Le asesinó de
forma atroz un comunista español, agente de Stalin. El asesino,
Mercader, planificó cuidadosamente el crimen. Durante meses
se granjeó la confianza de Trotsky; el día del asesinato,
llevó oculto bajo la gabardina un pico de escalar y buscó
una ocasión para estar a solas con Trotsky en su despacho;
en un momento, y mientras Trotsky leía, cogió el pico,
lo apretó en la mano y con los ojos cerrados, le descargó
un terrible golpe en la cabeza.
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