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Con aires aristócratas y elegantes San Petersburgo
recuperó su esplendor Tras décadas de olvido durante el régimen soviético, los festejos por el tricentenario de la ciudad durante el año último le devolvieron el brillo de la época de los zares SAN PETERSBURGO (The New York Times).- Construidos sobre ríos y canales, los palacios coloridos y las cúpulas doradas de San Petersburgo resplandecen y se reflejan como si se tratara de dos ciudades: una de piedra y otra de agua. En realidad, desde su fundación por Pedro el Grande, tres siglos atrás, San Petersburgo siempre presentó cierta dualidad: una ciudad que debía ser progresiva, europea, una ventana a Occidente, y una metrópolis que se construyó por decreto y con trabajo forzado, una ciudad erigida sobre restos mortales. Y desempeñó dos papeles bien definidos: de ser la espléndida capital del inmenso imperio ruso pasó a ser, después de la revolución, la segunda ciudad de la Unión Soviética, postergada y olvidada. Este cronista visitó San Petersburgo el año último, cuando se preparaba para celebrar su tricentenario. Fue un verdadero renacer, un año lleno de festejos, fuegos artificiales, desfiles, bailes, ballet, conciertos, óperas y exposiciones. El Palacio de Invierno, junto al Museo del Ermitage, a orillas del Neva, y en las afueras de la ciudad la residencia de verano Peterhof y Tsárskoie Seló, en Ciudad Pushkin, fueron restaurados hasta recobrar su brillo prerrevolucionario. El esplendor zarista es único. Quizá se deba al gusto ruso por la magnificencia y el exceso, o al simple hecho de que los zares se encontraban entre los hombres más ricos del planeta. El lujo fue siempre la consigna de los zares, ejemplificada en la impactante Sala de Ambar del Palacio de Catalina, que volvía a abrir sus puertas al público para la celebración del aniversario de la ciudad. Los festejos del tricentenario despertaban el interés de los residentes no tanto por el acontecimiento en sí, sino como parte del acertijo de su identidad emergente. Pese a que en San Petersburgo no hay una actividad comercial creativa como en Moscú, se han abierto unos cuantos bares, cafés, clubes y restaurantes. No se sabía con certeza si la ciudad estaría preparada para festejar su cumpleaños el 27 de mayo porque todos los hoteles ya estaban reservados para las delegaciones oficiales de alto nivel por toda la semana. Ciudad cerrada, fiesta privada. De todos modos, la fiesta duraría todo el año y el renacer es más importante e interesante que el aniversario de su nacimiento. San Petersburgo presenta varias ventajas. La ciudad en sí es una obra de arte. Moscú puede tener el Kremlin o la catedral de San Basilio, pero San Petersburgo se destaca por su aire aristocrático, la belleza y la elegancia. Verde mar, blanco nieve, frambuesa, dorado, es una ciudad de acuarela que flota en el agua y el aire.
Noches
blancas Quizá como el presente es tan nuevo y delgado, el pasado parece estar cerca, al alcance de la mano. La historia de San Petersburgo es breve y la memoria rusa, extensa. La muerte, a los 37 años, de Pushkin, el Mozart de la literatura rusa, aún provoca furia, pesar e indignación en la guía que muestra la sala de enormes bibliotecas donde Pushkin perdió la vida después de batirse a duelo en 1837. Otro guía defiende los hábitos de beber de Rasputín en el sótano del Palacio de Yusupov, donde el monje que de alguna manera pudo curar la hemofilia del zarevich fue asesinado: con veneno, balas y ahogándolo. Un Rasputín apenas desconcertante, de tamaño real, está sentado a la mesa tomando té mientras su asesino, el príncipe Yusupov, espera que el veneno surta efecto. El pasado soviético aún se siente cerca aquí, en los monumentos públicos, grandes y brutales; los ritmos indiferentes de los obreros que arreglan la acera frente al Ermitage, y la anciana de pie en la Nevsky Prospekt exhibiendo sus mercancías en un cajón (tres limones y cuatro dientes de ajo). San Petersburgo es una ciudad ideal para recorrerla a pie, aunque a veces los canales zigzagueantes y los numerosos puentes pueden engañarnos, y aquel palacio por el que acabamos de pasar está, en realidad, mucho más adelante. A cada paso, la perspectiva cambia. En un momento la ciudad se ve dilapidada y en otro, sumamente aristocrática, con tapados y tiaras de marta cebellina. Lo mismo ocurre con la visión de su futuro, que puede ser glorioso o banal, convirtiéndose la ciudad en un sitio de grandes tiendas y edificios de departamentos. Un renacer no es necesariamente un renacimiento, por eso los ángeles de la historia deben honrar una época y un lugar con un don especial. Richard
Lourie
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