La plata de la noche
es, paradójicamente, un libro oscuro, que requiere del lector un código preciso de símbolos, de sueños.
Es un libro hecho del hilo con el que se teje la sustancia misteriosa de los seres, la luz con la que Aracné armaba sus hilados y tapices, y en el fondo aspira a ser el hallazgo de un mago.
Es trabajo de alquimia, donde la disolución de la propia materia se convierte en palabra.
Sesenta páginas de trabajo intrincado son el resultado de una década, de 1988 a 1998, pero Raquel no parece tener prisa, y para qué si el tiempo, que está cubierto de claveles, "es lento y fácil".
En el libro del universo, donde la autora lee su propio destino hay leyes precisas, claras, como fórmulas matemáticas, que se pueden comprender. A Raquel no se le escapan esos signos, los sondea, astronómicamente, en su propio corazón.
El primer tema de este libro es, pues, el tiempo, que gravita como en un sueño, como en una fotografía. O acaso cabría decir el tiempo es quien nos hace, quien de veras importa y teje lo que es, eternamente.
...renacen corazones asombrados,
se llevan los muertos que nos duelen
lejos de nuestros labios.
Raquel interpreta, lee los pasos que pasan, lee los destinos sembrados en la madeja de la noche; aunque viva hoy en realidad ve, como a través de un espejo, el oculto mañana.
El tono de los poemas es el tono de los augurios, el eco de la tristeza. Leerlos es escuchar la voz de una pitonisa que sugiere, en un lenguaje oscuro, la escritura de las estrellas en nuestro cuerpo desolado.
Inmerso en ese tiempo que lo envuelve todo existe un segundo elemento, caro a los mortales, la transfiguración. Y cómo no había de serlo para quien ve en todas las cosas una metáfora, en el mar y la ciudad, en las aves y las hojas, en el silencio y la palabra.
El cambio es permanente en ese tiempo detenido en el que la poeta abre las hojas para buscar su propio rostro, es un lago que de pronto se vuelve un sueño o se vuelve vacío donde el movimiento cesa.
Y es justamente en ese momento donde los relojes esgrimen sus espadas, sus agujas, contra quienes Cortázar había llamado cronopios:
Existen seres en el mundo
enemigos de la rutina:
los horarios, las citas
les resultan un conflicto.
Los relojes son su yugo,
son las víctimas del engranaje,
no llegarán a tiempo
ni a su propio funeral.
Más allá de los confines Raquel ve su propio destino hecho de sueños, de viento, de misterio.
¿Quién es Raquel Huerta-Nava? Al contestar, ella define a su poesía y encuentra en el origen, un callejón, un cocodrilo, un padre. He aquí su autorretrato:
Soy la noche, soy la huida,
uroboros soy
la que descifra
la fuente del origen.
La ruta de las estrellas.Soy la que vuelve de la muerte.
La segunda parte del libro, Vampíricos, la ocupan poemas que son así, de linaje oculto, que han bebido sangre humana para sobrevivir.
En estos poemas, el amor está escrito desde una zona intermedia entre el bien y el mal, el placer y el dolor, entre la calma y la tormenta.
Raquel anda por laberintos, entre espinas, amarguras y maldiciones.
Esta parte del libro es más femenina y aunque ella se vea como súcubo es sencillamente más mujer:
Desasida de mí, convertida en furia;
en el último minuto de la agonía
fui lava arrasando las posibilidades de la belleza.
La tercera parte del libro, titulada Constelaciones, reúne poemas que parten de la poesía y vuelven a ella, algunos incluso extienden sus raíces hasta algún epígrafe y, en el poema final, Raquel hace un homenaje al fuego estelar de donde surgió, es decir, el amor.
Ella que nació del amor entre dos poetas, tiene un oído atento y su forma está purificándose, por eso del amor debe venir un inmenso trago que dé a su voz la hermosura, la desnudez que tiene la plata.
Y tú qué diablos sabes de la muerte
si tu corazón jamás se ha detenido
si nunca has bebido el apocalipsis
el veneno de unos labios
hasta hundirte en las cenizas.
Enrique Villada 20 de octubre de 1998
Texto leído en la presentación del libro La plata de la noche (1988-1998), en el Museo de la Acuarela, del Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, Estado de México, el martes 20 de octubre de 1998.